7 años de silencio: ‘las humillaciones’ de una profesora a un niño de primaria

Él tenía seis años cuando le contó a su madre lo que sucedía dentro del centro educativo. Le atemorizaba ir a clase hasta que cambió de colegio y su vida cambió también. Ahora, la madre pide justicia para su hijo y reclama sus derechos

Verónica Ojeda verojeper /
24 ene 2021 / 04:26 h - Actualizado: 24 ene 2021 / 10:55 h.
"Justicia"
  • 7 años de silencio: ‘las humillaciones’ de una profesora a un niño de primaria

- Hijo, ¿en el recreo te quedas haciendo las tareas en clase?

- Sí, yo hago las tareas en el recreo, pero no en clase.

- ¿Entonces dónde?

- En el patio.

- Pero ¿en el patio cómo? ¿Sentado en un banco?

- No.

- Enséñame cómo lo haces.

M. P. se tira al suelo y le dice a su madre: «Me obligan a estar así».

M. P. tenía seis años cuando tuvo esta conversación con su madre, R. M. Él acudía a un colegio en el municipio sevillano El Castillo de las Guardas durante el curso 2014/2015. En ese periodo, sufrió «tratos, humillaciones y castigos que atentaban contra su estabilidad psicológica y emocional», según un escrito que escribió su madre a la Delegación territorial de educación en Sevilla al que ha tenido acceso este periódico. M. P. tenía respuestas violentas, baja autoestima, insomnio, desinterés por el aprendizaje y continuas pesadillas, tal y como aparece en un informe psicológico. Sentía que «no servía para nada», se llamaba a sí mismo «tonto» e incluso, empezó a sufrir enuresis. Su madre no entendía por qué su hijo se comportaba así hasta que, un día, una madre le contó los castigos que su tutora les solía hacer a los niños y las niñas de la clase de su hijo.

R. M. acudió al colegio y empezó a preguntar qué estaba pasando. Sin embargo, en el colegio le decían que la profesora tenía una conducta intachable y que era su hijo quien tenía un problema de conflicto con la autoridad porque no tenía en casa la «figura paterna». «Yo les dije que mi hijo no tenía ese problema porque yo era la autoridad en casa», dice la madre, que exigió al colegio que no le volviesen castigar. De hecho, según una maestra de M. P., «él es un niño estupendo». «A nivel de autoridad, siempre respetó mis decisiones y, desde luego, si había una cosa que no le podía parecer bien o no entendía, lo preguntaba. Pero para mí eso no era un cuestionamiento de autoridad, sino que es un niño con altas capacidades que se cuestiona las cosas», añade la maestra.

Los dos niños que dieron la voz de alarma

Al igual que M. P., un compañero de su clase empezó a tener ataques de ansiedad y su madre se preocupó. Un día le preguntó y le dijo lo mismo que M. P. le contó a su madre. «Pese a que a un niño de seis años le puede costar verbalizar lo que le ocurre, mi hijo y su compañero de clase dieron la voz de alarma por los gritos y las humillaciones que sufrían, aunque era algo generalizado en toda la clase», expresa R. M. Además, afirma: «El colegio normalizaba el comportamiento de la profesora. El Castillo de las Guardas es un pueblo muy pequeño, la profesora es de aquí y todo el mundo estaba callado porque no querían señalar a nadie».

R. M. acudió a la Delegación territorial de educación en Sevilla para denunciar esta situación a la Inspección de Educación. «Fui una ingenua al pensar que ir a la Inspección de Educación era denunciar la situación por la que pasaba mi hijo. La inspectora no hizo nada y, junto al colegio, taparon el asunto. La otra familia sí que denunció, pero nunca le respondieron. Es una bomba que no quieren que salga a la luz. La Administración se cierra en banda y hace oídos sordos», explica la madre. Incluso, R. M. cuenta en un escrito realizado a la Delegación cómo el director del centro afirmó que, si seguía insistiendo en continuar «dando pasos fuera del colegio», provocaría «un enfrentamiento» entre la institución escolar y la familia. La madre también explica que le insinuó que no serviría de nada porque «conseguiría el mismo resultado» que ellos le ofrecían.

«El centro educativo negó los hechos. Le interesó mentir para que no se viese perjudicada una docente y les dio igual que sí se viese perjudicado un niño. La Administración permanece impasible. Nadie quiere saber nada del asunto. Al final, mi hijo no solo era víctima de las humillaciones de esa profesora, sino que hoy en día eso le sigue pasando factura. No puede tener los derechos de un niño normal porque la profesora le trataba mal y la Administración lo ha tapado todo», expresa la madre del niño afectado.

La respuesta que la Delegación de educación remitió a la madre es la siguiente: «Se supervisaron las diversas actuaciones desarrolladas por todos los profesionales, y especialmente de la tutora, constatándose que se adecuaron a las competencias asignadas en la normativa vigente. Sin embargo, la madre rechazó todas las medidas o acciones planteadas y finalizado curso 15-16, optó por matricular a sus hijos en otra localidad». Sin embargo, según cuenta la madre, no fue así. Tras hablar con el jefe de estudios del centro, es cierto que los «malos tratos» no continuaron durante la segunda mitad del tercer trimestre del curso 2014/2015, pero, al año siguiente, en el curso 2015/2016, volvieron los gritos, las humillaciones y los castigos. Por eso, R. M. decidió cambiar de colegio a su hijo, para que «los tratos vejatorios se dejasen de producir», al igual que la otra familia que había denunciado. «Mi hijo tenía pavor a esa profesora».

En este sentido, una maestra de M. P. cuenta: «Una experiencia negativa con un profesor te puede marcar de por vida porque es un referente, sobre todo, en las edades tan tempranas. Un profesor tiene que ser alguien en el que confías y al que quieres, no una persona de la que sentir rechazo, porque eso puede repercutirte en la autoestima». «Es triste lo que pasó con M. P. porque el colegio tiene que ser un sitio en el que los niños sean felices», agrega.

Ese traslado de centro educativo cambio la vida del niño: «Mi hijo era súper feliz antes de tener a esa profesora que le humilló y, de repente, un día cambió su comportamiento y empezó a estar triste y a decir que era tonto. Perdió su autoestima con solo seis años. Sin embargo, cuando cambió de colegio todo empezó a ser diferente. Pasó de sacar todo suficientes a no bajar del sobresaliente en sus notas». De hecho, empleando las palabras de un profesor suyo, «es un chaval brillante, perfeccionista, intelectual y que lee muchísimo. Tiene una comprensión lectora brutal. Además, respeta las normas perfectamente, al igual que al profesorado. Es una persona maravillosa».

120 km diarios para ir al instituto

Este curso, M. P. ha empezado a estudiar la ESO. Su madre hace 120 kilómetros diarios, entre la ida y la vuelta, para que su hijo vaya a un instituto «en el que se le respete». Eso supone un gasto de 200 euros al mes que nadie le paga y al que R. M., que está desempleada, tiene que hacer frente desde hace seis años para evitar que M. P. vaya a un centro educativo al que «teme»; ya que no permiten que su hijo se monte en el autobús, al igual que tampoco se lo permiten a su otra hija, a pesar de que el autobús tiene 35 plazas libres y, además, tiene toda la documentación de lo que sucedió en el anterior colegio.

«Fui a hablar con el jefe de servicios, que, al hablar con la inspectora, me dijo: ‘Se van a poner en contacto contigo y permitirán que tu hija se monte en el autobús si a tu hijo no lo matriculas en el instituto de El Garrobo’. Claramente era chantaje. No quieren admitir al niño en el autobús porque así la Administración reconocería que ha habido anomalías. Siete años más tarde están intentando taparlo todo», afirma la madre. También enfatiza: «Es indignante que, después de todas las denuncias que he puesto en la Delegación de educación, me digan que lleve a mi hijo de nuevo a un colegio donde le maltrataron tanto la profesora implicada como el resto de los docentes que veían lo que estaba pasando y no hacían nada. No voy a meter a mi hijo en un colegio donde sé que le pueden perjudicar».

Una de sus maestras dice: «Es un sin sentido que se prime la burocracia al bienestar de un niño. En el autobús hay sitio y para la Administración no supone ningún coste, por lo que no entiendo que se le niegue a M. P. la entrada a ese transporte escolar. Más aun teniendo en cuenta que es un niño que tuvo una experiencia traumática en el colegio de su municipio. Hay que hacer una excepción a la norma».

R. M. está «desesperada» porque nadie ha hecho nada por su hijo en siete años. «No puedo más», dice R. M. a este periódico. El centro educativo y la Delegación territorial de educación en Sevilla han cerrado los ojos.