Son y están

«A la sociedad aún le cuesta aceptar que la biología del cerebro produce los comportamientos»

José María Delgado García. Fundador de la División de Neurociencias en la Universidad Pablo de Olavide. Es uno de los referentes mundiales de la Andalucía científica, gracias a sus hallazgos sobre los procesos funcionales del cerebro para el aprendizaje y la memoria, y quiere seguir dedicado intensamente a la investigación sobre la biología de la mente al menos hasta que cumpla los 80 años de edad.

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
10 ene 2021 / 07:53 h - Actualizado: 10 ene 2021 / 07:59 h.
"Son y están"
  • José María Delgado, en los laboratorios de neurociencia que fundó y dirige en la Universidad Pablo de Olavide. / EL CORREO
    José María Delgado, en los laboratorios de neurociencia que fundó y dirige en la Universidad Pablo de Olavide. / EL CORREO

En breves días cumple 76 años, y continúa llegando a las 8 de la mañana a los laboratorios de la Universidad Pablo de Olavide, también durante días navideños, como pude comprobar para concertar esta entrevista. Y quiere que le permitan seguir a tope hasta los 80 años de edad. “En Estados Unidos es frecuente ver a científicos en activo aún con más edad, las universidades sobre todo los siguen valorando si continúan aportándoles fondos gracias a sus proyectos”. El sevillano José María Delgado García, profesor emérito de Fisiología, sigue en primer línea de los 'rankings' mundiales en neurociencia por el impacto científico de sus nuevas investigaciones publicadas más recientemente. Como así lo acredita un estudio publicado desde la californiana Universidad de Stanford. La pasión por la ciencia y por esa especialidad la comparte con su esposa, la catedrática Agnès Gruart, que ha sido presidenta de la Sociedad Española de Neurociencia.

¿Cuáles son sus orígenes?

Mi padre era militar y por eso nací en la zona de hospital militar que había en el de Cinco Llagas, donde ahora está el Parlamento de Andalucía. Mi infancia la viví en Carmona, y estudié en el instituto laboral que había en el pueblo, con un programa docente que incluía muchas enseñanzas prácticas que me han servido mucho: talleres de mecánica, de electricidad, de carpintería. Y también me enseñaron tareas agrícolas como sembrar y conducir tractores. La segunda parte del Bachillerato la hice en Sevilla, en el Instituto San Isidoro. Elegí estudiar Medicina porque me gustaba investigar, pero no para dedicarme a ser médico.

¿Era fácil esa opción?

No, porque hace medio siglo en dicha facultad sí se podía investigar para aprender a ejercer la vertiente clínica y médica, pero no había otro tipo de laboratorio de investigación. Terminé Psiquiatría y después profundicé en Fisiología. Cuando Diego Mir regresó a Sevilla tras su estancia en la Universidad de Yale (EEUU) y consiguió un aparato que se llamaba polígrafo, un sistema de registro, ya pude empezar a experimentar como investigador. Y era tan insólito que alguien quisiera acudir a la facultad por las tardes, porque se cerraba a las 3 de la tarde, que hablaba antes con los guardias de seguridad para que pudieran abrirme y que tuvieran cogidos a los perros que soltaban para vigilar el recinto, porque atacaban.

¿En qué se centró su primera investigación?

Estudiar a las órdenes de Diego Mir la organización de una parte del cerebro, muy grande en proporción, que se llama el sistema límbico. En aquella época, se pensaba que controlaba todas las emociones y sentimientos, lo que podríamos considerar el mundo emocional interno. Más adelante se vio que el sistema límbico participa en muchas otras tareas, en muchas tomas de decisiones, en actitudes de tipo social, en la memoria... Fue mi tesis. Después me fui a la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, donde acababa de volver de Yale el profesor Rodríguez Delgado, y estuve con él desde 1971 hasta 1976. Pasé a otro mundo experimental porque empecé a trabajar con colonias de monos, en jaulas muy grandes. Era un gran salto porque yo había trabajado antes con animales anestesiados. Y estudiábamos cómo los monos organizaban su relación social, y cómo el cerebro, sobre todo esta parte del sistema límbico, controlaba su comportamiento de dominancia y agresividad.

¿Cómo dio su salto internacional?

En 1976 estuve casi un año en la Universidad de Oxford, y los dos siguientes años en Estados Unidos, me fui con Rodolfo Llinás e investigué en la Universidad de Iowa y en la Universidad de Nueva York. Me dediqué sobre todo a estudiar cómo se produce el movimiento ocular, y cómo el cerebro genera movimiento en un sistema que está muy bien conservado desde el punto de vista evolutivo. El sistema motor ocular es prácticamente el mismo desde peces hasta primates, tiene el mismo diseño. Y lo estudié en gatos, ratas y peces.

¿A qué se dedicó en su retorno a Sevilla?

Conseguí una plaza en la Facultad de Biología, que en aquella época tenía profesorado de muy alto nivel científico en todas sus áreas: genética, bioquímica, ecología,... Empezar fue toda una aventura, porque venía de Estados Unidos, donde entonces, igual que ahora, donde vas a trabajar presentas un proyecto y te dan el dinero para que lo desarrolles. En España, cuando volví a Sevilla, me dieron un espacio vacío, lo único que había eran mesas y enchufes. Para montar a lo largo de varios años un laboratorio, tuvimos que comprarlo todo, también el martillo, el destornillador, la taladradora, la grapadora... Todo. A base de proyectos, fuimos comprando el equipamiento. Mientras tanto, cada verano me iba un mes a Nueva York para hacer experimentos, mantenerme al día y poder publicar trabajos. Y en los años 80 conseguimos que nuestro laboratorio fuera tan bueno o mejor de los que en muchos casos había en Estados Unidos.

¿Acertó con su cambio a la Universidad Olavide?

Ha ido muy bien. Dentro del equipo fundacional, la rectora, Rosario Valpuesta, tuvo un papel fundamental, y ayudó a que dispusiéramos de medios. Monté el máster en neurociencia, el programa de doctorado, y en dos años tuvimos montado un laboratorio muy bueno, y después el actual, con mucho espacio y habitaciones bien aisladas unas de otras, porque los animales hacen ruido y se mueven. La oferta para vincularnos a la Olavide hace 21 años coincidió con la que nos hizo desde Barcelona la Universidad Pompeu Fabra, que también se estaba fundando, y quiso ficharnos a mi mujer, Agnès Gruart, y a mí. Sopesando las ventajas diversas que nos ofrecían ambas universidades, nos quedamos en Sevilla. Lo que sí puede compararse ahora es cuál ha sido la diferencia de crecimiento entre la Pompeu y la Olavide. La nuestra se ha quedado atrás en muchos campos por falta de financiación y por falta de capacidad para elegir bien a su profesorado. Cuando los grupos de excelencia son los que generan más captación de fondos.

¿Su División de Neurociencia ha sido una fuente de ingresos para la Olavide?

Claro, gracias a numerosos proyectos que hemos ideado y realizado. Son muchos millones de euros los que han entrado por esa vía. Nos han permitido pagar a los técnicos y también ha aportado beneficios a la universidad. El nuevo equipo de gobierno en la Olavide promete potenciar la investigación para que también sea una fuente de recursos. Porque una universidad andaluza no puede alcanzar un desarrollo importante solo con lo que le asigna el Gobierno autonómico.

¿Cuál es la fortaleza competitiva de la División de Neurociencias?

En investigación, conviene tener algo que los demás no tengan. Es lo que te hace un poco relevante. Y nosotros desarrollamos con animales vivos, sin anestesiar, muchas técnicas de estudios de mecanismos de aprendizaje, de relaciones sociales, de interacciones. Fundamentalmente, con ratón, rata y conejo. Y desde todo el mundo nos mandan animales, sobre todo ratones transgénicos, para que estudiemos sus comportamientos, porque no disponen de equipos para hacerles estos estudios en vivo. Nos llegan desde Francia, Italia, Alemania, Japón, Polonia, Canadá... Lo hemos logrado porque en nuestro taller hemos diseñado los equipos, su parte mecánica y su parte eléctrica. No son aparatos que se vendan en el mercado. Nuestra fortaleza es tener técnicos bien formados y espacios amplios con módulos experimentales y diseños que no están comercializados. En cambio, si tuviésemos que usar los sistemas que pueden registrar 20.000 neuronas a la vez, eso no lo podemos hacer en nuestra sede.

¿Con cuántas especies animales ha investigado hasta ahora?

Sobre todo ratones y ratas, también con conejos, cobayas, peces, gatos, monos,... También he hecho algún experimento con ranas. La neurociencia requiere mirar con muchas técnicas y en muchas especies. Hacer estudios multidisciplinares y comparados. Si no lo haces así tienes una perspectiva limitante. Al comparar desde peces hasta primates, ves que hay funciones cuya continuidad tiene 500 millones de años. Y hay otras funciones que son más peculiares de cada especie, o que unas saben hacer algo muy bien y a la vez hacen peor otras cosas.

¿Cuántas personas forman parte de su equipo?

Llegamos a ser 25, y cuando sufrimos los recortes durante la anterior crisis económica, hemos bajado a la mitad. Por ejemplo, de tener en 2008 cinco becarios oficiales de investigación, ahora solo hay uno. Hemos mantenido el número de técnicos porque sin ellos tendríamos que cerrar. Además de la pérdida de fondos, se sufre la tardanza en llegar de los que se mantienen.

¿Es lo habitual en la ciencia española?

La mayoría de los laboratorios científicos se están quedando atrás en equipamiento tecnológico. Estamos 20 años por detrás de lo que existe ahora en Estados Unidos.

En esa época de mayores medios, en 2006 lograron el hito de que la revista 'Science' los incluyera en la lista de una de las 10 contribuciones más importantes del año a la ciencia.

Fueron pioneras las técnicas para estudiar en el cerebro los mecanismos de aprendizaje. Empezamos esos experimentos en el año 2000, financiados por una empresa farmacéutica francesa, le interesaba para aplicarlo a la enfermedad de Alzheimer. Demostramos que el aprendizaje de tareas relativamente sencillas o simples en el ratón producía modificaciones de funcionamiento de su cerebro. El cerebro del ratón era el que producía lo que luego hacía el ratón. El proceso de aprender estaba cambiando su cerebro. Esa fue nuestra contribución más importante. Y la hemos ido desarrollando durante bastantes años.

¿En qué otros temas están investigando?

Estamos también haciendo camino en la neurociencia social. Pese a las dificultades por escasez de medios, es nuestra línea más actual, y en los tres últimos años hemos publicado varios estudios que han sido considerados pioneros por la comunidad científica internacional. Hay muchas funciones que son sociales: el lenguaje, las interacciones emocionales, la cooperación, la toma de decisiones en grupo, aprender y copiar por imitación lo que hace otro miembro de tu especie, etc.

Ponga un ejemplo.

Estamos desarrollando estudios con modelos en animales, sobre todo ratón, en partes específicas del cerebro, como el claustrum, que están fuertemente relacionados con la actividad mental. Cómo se produce el pensamiento, la actividad mental, el mundo interior. Hemos publicado el primer estudio en un animal vivo sobre el proceso de aprendizaje, lo hicimos en conejos. El claustrum es una estructura en la parte interna del cerebro que interrelaciona o coordina la actividad de todas las partes de la corteza cerebral. El Premio Nobel Francis Crick, el descubridor del ADN, imaginaba que podía ser el lugar donde estuviera eso que se ha venido en llamar el alma espiritual.

¿Cuántos apriorismos ha tenido que descartar o desaprender en sus investigaciones sobre el cerebro?

Muchos, porque desde civilizaciones como la griega, hace miles de años, se ha ido generando una interpretación sobre qué finalidad tiene la especie humana, en qué consiste pensar, si somos solo materia o hay inspiración divina, etc. Y el avance en el conocimiento está siendo tan fuerte que en los manuales de referencia para estudiar neurociencia, hace 30 años la definían como el estudio del comportamiento humano, algo así como sus emociones. Y en la última edición, del 2013, claramente se dice que la neurociencia es el estudio de la biología de la mente. Ha dado un salto. Porque el comportamiento es lo que haces con las manos, si quieres hablar, etc. Eso es todo motor. Y la fisiología del músculo se puede explicar cuantitativamente. Pero la biología de la mente son palabras mayores. La mayor parte de la sociedad aún no está preparada para aceptar ese fundamento científico.

Explíquelo.

Tenemos que dar un salto cultural enorme. Por ejemplo, los expertos en Derecho Penal, que tratan de buscar el fundamento de la culpabilidad, aceptan si les dices que el cerebro produce el comportamiento, pero no si les dices que el cerebro produce la actividad mental y que eso es material. Porque, ¿cómo declarar culpable y encarcelar a una persona si no tiene libre albedrío?

¿Qué le interesa de los avances en inteligencia artificial?

En nuestro equipo hay expertos en matemáticas y en diseño de modelado matemático. Nos interesa sacar modelos matemáticos de las funciones que estudiamos. Y, a partir de ahí, eso se puede aplicar en inteligencia artificial. Nosotros no trabajamos directamente en ese campo, aunque lo seguimos, para ir viendo qué se puede conseguir mediante la inteligencia artificial y qué va quedando como típicamente humano o animal. La inteligencia artificial por el momento no estudia cómo es el diseño del mundo emocional interior. Un ordenador es capaz de hacer cálculo mucho mejor que nosotros, pero no tiene mundo interior.

¿Hay expertos en educación que contacten con ustedes para aprovechar conocimientos tan importantes sobre los procesos de memoria y aprendizaje, con el fin de aplicarlos en el sistema educativo?

Sí. Y mi consejo es dar un primer paso decisivo: creerse que el cerebro del niño es el que produce el comportamiento del niño. Y si el niño es más o menos activo, si habla en inglés o en español, pues depende de su cerebro. Otro consejo para aplicar fundamentos de neurociencia, a partir de experimentos que hicimos desde los años 70. La ritmicidad ultradiana, que no es la circadiana sobre estar despierto o dormido, dura unos 90 minutos en los seres humanos y se divide en dos periodos. Unos 45 minutos en los que estás más activo para hacer tareas manipulativas, y 45 minutos que estás más preparado para hacer tareas cognitivas, mentales. Cuesta mantener la atención sin parar a partir de ese momento. Fijémonos en lo que nos pasa cuando estamos leyendo: cuando llevamos unos 40 minutos, tendemos a parar y cambiar de actividad. Tiempo después, nos apetece volver a seguir leyendo. Eso se debería aplicar ya en el funcionamiento escolar: clases de 45 minutos de actividades prácticas, y otras de 45 minutos para tareas mentales: matemáticas, filosofía...

¿Qué retos quiere acometer durante los próximos años?

Si me dejan trabajar hasta los 80 años de edad, hay un campo de la neurociencia donde podemos hacer aportaciones: estudiar funciones que supongan la interacción de dos o más individuos de la misma especie, y cómo resuelven problemas. Cuáles son sus relaciones sociales y ver qué actividad específica hay en el cerebro que permite ese tipo de interacción. Tenemos pistas de que es, por una parte, la corteza prefrontal, que es la que decide cómo se hacen secuencias de acciones. Por ejemplo, cómo te organizas para hacer la receta del chocolate. Eso, que parece muy simple, es: primero abrir la despensa, después coger el bote... Si en ese momento te anestesian la corteza prefrontal, se te olvida inmediatamente lo que estabas haciendo. Cuando te recuperas, vuelves al inicio de la receta.

¿Y sobre las interacciones sociales?

Estudiar la amígdala, que tiene un alto componente del control de la agresividad. Y otra parte del cerebro, el núcleo accumbens, tiene un alto papel de control de la parte positiva. Cuando tú recibes algo positivo o aprendes algo de otro, se activa ese núcleo, que es importante. Eso está demostrado en ratones. Le explico lo que hicimos: Un ratón observando a otro que sabe apretar una palanca y conseguir comida. El ratón observador aprende más rápido. Tras la observación, probamos que si no tiene activo el lóbulo prefrontal, no aprende. Pero si le estimulas el núcleo accumbens, el ratón aprende mucho más. Porque le está diciendo que aquello es interesante, que es positivo, que le puede ayudar.

La notoriedad social de la ciencia para aportar criterios y soluciones ante la pandemia, ¿puede incrementar a futuro el protagonismo de la investigación científica en España?

La pandemia pilló a España en bolas. Durante la anterior crisis económica, países como Alemania, Francia y Reino Unido potenciaron los presupuestos para investigación, mientras que en España se recortaban gravemente. Los virólogos españoles más conocidos que están intentando crear una vacuna en España, Mariano Esteban y Luis Enjuanes, están jubilados y están trabajando gratis, sin cobrar un euro. Como país, ese no es el método para competir. Un reto de ese tipo no solo requiere una inversión repentina, sino un sustrato básico que le pueda meter mano a cualquier problema. Y ellos deben estar hasta el gorro de que les pregunten cuándo van a sacar la vacuna.

Detalle cifras.

El presupuesto anual del Real Madrid para 2020, que era superior a los 800 millones de euros, es mucho mayor que la convocatoria estatal de fondos para programas de investigación en todas las ramas de la ciencia, en 2020 ha sido de unos 500 millones de euros. Así no vamos a ninguna parte. Y si el Gobierno cumpliera con el objetivo de aumentar los presupuestos hasta el 2% del PIB, por motivos burocráticos no tendría capacidad de asignar el dinero, los métodos son muy lentos. En los países punteros, al investigador se le contrata y se le paga para que investigue, y a eso dedica todo su tiempo, porque para gestión también existe personal de administración. En España no, estamos todos los días atascados rellenando papeles, resolviendo facturas,... Es ridículo la cantidad de papeleo que tramitar para que se mueva una factura. Hay que cambiar este sistema y esta mentalidad.

Como ciudadano de Sevilla, ¿cómo ve la evolución de la sociedad sevillana?

Para ciertos entornos sociales es una ciudad amable. Para el trabajo científico tiene dificultades por el exceso de burocracia, lo que no ocurre solo en Sevilla, y porque la presión religiosa produce efectos limitantes al inducir hacia una concepción de la vida un poco anticuada que limita el potencial de desarrollo. Sevilla necesita desarrollar tecnologías modernas e industria, porque está, como Andalucía, a la cola de Europa. Y veo complicado salir de ahí, con la actitud de los gobernantes, de la prensa y de la mayoría de la población.