La moda sostenible siempre ha estado presente. Negarlo sería tan absurdo como afirmar que la artesanía es una actividad del siglo XXI en lugar de ser una forma de crear desde el origen de los tiempos. Las grandes corporaciones de la moda se han encargado de oscurecer lo artesano, lo justo, para promover lo masivo, ajustándose a los dictados del consumismo. Sin embargo, hoy hablar de moda ética parece una tendencia, un signo de una época –la actual– en la que lo eco, lo bio, lo orgánico... vende.
A veces alguien tiene que pegar un puñetazo en la mesa para ser escuchado. Lamentablemente, lo que sucedió el 24 de abril de 2013 en Bangladesh fue bastante más estrepitoso que un grito en una discusión. Se derrumbó el edificio Rana Plaza, y en la catástrofe perecieron 1.134 personas y quedaron heridas casi 2.500. Eran trabajadores de diferentes empresas textiles. Lo hacían en condiciones precarias y en un inmueble en estado ruinoso. Allí se daba vida a ropas que luego Inditex, H&M, C&A, Wallmart y Mango, entre otras, vendían en todo el mundo en relucientes y perfumadas tiendas con banda sonora de pop y brillantina.
Aquel episodio colocó en la mente de muchas personas una pregunta: «¿Quién ha hecho mi ropa?», insuflando así nuevos bríos a toda la renaciente industria de la sostenibilidad: «La moda ética es aquella que, en su creación, respeta la naturaleza, a los trabajadores y a los animales», dice Belén Màssia, CEO de Vegan Shopper y asesora de imagen especializada en moda sostenible. «No podemos hablar de que sea una novedad, es más bien una vuelta a sus orígenes y a la armonización con el medioambiente, como era antes de que la industrialización y la deslocalización desembocara en un desmedido consumismo», dice.
La expansión de firmas internacionales, el auge de emprendedores y la difusión a través de las redes sociales e internet está ampliando el mensaje de la moda sostenible. «En Sevilla, aunque siempre ha habido una pequeña subcultura, el mundo de la moda está cada vez tomando más conciencia», indica Màssia. Lo prueban, por ejemplo, la creación de dos organizaciones profesionales: la Asociación de Moda Sostenible de Andalucía (AMSA) y Verde EcoDesign. Además, «se han multiplicado las tiendas de ropa de segunda mano y cada vez son más las tiendas multimarca que incorporan moda sostenible», detalla la estilista.
La tienda Veganized (en pleno centro de la capital malagueña) sería, en Andalucía, el faro de todas ellas en el Sur; una modesta pero firme iniciativa empresarial lanzada por dos emprendedores conscientes de que cada vez el consumidor exige más información sobre los productos que compra. También nos detendremos en Verde Moscú, en Sevilla y en el entorno de la Alfalfa. Ellos y quienes se dedican a la moda sostenible tienen una de sus principales luchas encaminadas a derribar un mito, que esta sea cara. «Utilizamos habitualmente solo un 10% de todo lo que tenemos en nuestros armarios, nos estimulan a comprar continuamente y llenamos la casa de cosas inútiles. La ropa de las marcas de fast fashion tiene garantía no escrita de siete lavados o algo más; y además suele estar mal costurada», argumenta Belén Màssia pudiendo aplicar, de manera rotunda, el viejo lema de que lo barato sale caro. No solo eso. «Está probado que con 33 prendas, incluyendo accesorios, tenemos más que suficiente para una temporada. Sin embargo, se suele tener hasta diez veces más», abunda. Si tomamos como ejemplo Estados Unidos, allí un ciudadano de clase media tira al año 30 kilos de ropa.
«La industria de la moda está diseñada para hacernos sentir que después de una semana, ya estamos desfasados», afirma Elizabeth Cline, autora del libro Moda desechable: El escandaloso costo de la ropa barata. «Nos venden ropa que contiene sustancias nocivas, diseñada para romperse con facilidad y en la que puede haber intervenido mano de obra infantil», relata. La sostenibilidad en la moda no es un discurso que se enarbole exclusivamente para dirigir la compra hacia otras marcas: «Tenemos que aprender a vestirnos y a cuidar la ropa para tener mucha menos; es mejor reparar, donar o revender aquello que no necesitamos», indica la sevillana Belén Màssia. Porque hay una máxima inviolable: «La ropa más sostenible es aquella que ya existe; hay que utilizarla hasta que sea inservible», reivindica. En este sentido, la asesora de imagen es pionera en el Sur de España en la organización de las llamadas swap parties o fiestas de intercambio de ropa; unos encuentros en los que los participantes cambian entre sí la ropa y los accesorios que ya no quieren.
En todo este microuniverso ético que aspira a ser macro cuentan también los nuevos materiales evitando otros más contaminantes o lesivos para la naturaleza y para los animales. Frente a las fibras artificiales, los químicos en la ropa y la lana, la piel y el cuero arrancados de seres vivos sacrificados para reconvertirse en chaquetones y bufandas, la industria de la moda sostenible (y, en muchos casos por extensión, también vegana) está promoviendo el cáñamo, el bambú, el corcho, el lino y hasta el piñatex (a partir de las hojas de las piñas ecológicas) como materias primas a partir de las cuales crear nuevos tejidos, prendas y accesorios.
Según Earth Pledge, una organización sin fines de lucro comprometida con promover y apoyar el desarrollo sostenible, «al menos 8.000 sustancias químicas se utilizan para convertir las materias primas en los textiles y el 25% de pesticidas son utilizados para el cultivo de algodón no orgánico». En julio de 2012, la Sustainable Apparel Coalition lanzó el Índice Higg, un estándar de autoevaluación diseñado para medir y promover cadenas productivas sostenibles en la industria de prendas de vestir y calzado. La abogada Silvia Muñoz es miembro de la Asociación de Moda Sostenible de Andalucía, que viene a sumarse, desde nuestro ámbito local, al entramado cada vez más sólido que se está tejiendo. «Nos hemos organizado para reivindicar el enorme potencial creativo de los diseñadores andaluces y combatir la fuga de talentos generando proyectos de inversión, subvenciones y ayudas al sector», cuenta. Tienen sus referentes en organismos que unen los conceptos de «moda y sostenibilidad» a modo de estandarte. La revolución es imparable, y los argumentos que esgrimen sus defensores no parecen admitir más discusión. «Ayudar al planeta a sobrevivir es una decisión que podemos también tomar cada día al abrir nuestro armario», concluye Màssia.