Crónicas dominicales

Absentismo universitario: el alumnado invisible

Aunque para la legislación vigente la asistencia a clase es muy importante, no pocos estudiantes universitarios pasan olímpicamente de cumplir con su obligación. Mientras, el Estado y los padres, pagando el ocio y el abandono de responsabilidades

25 sep 2022 / 04:13 h - Actualizado: 25 sep 2022 / 04:10 h.
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No sé ahora, pero hubo un tiempo en el que entre el profesorado universitario hablábamos de los “estudiantes paracaidistas”. Escucho menos esa expresión en estos años de relevo generacional en los docentes lo cual no significa que hayan desaparecido tales especímenes, al contrario, en ciertos ámbitos se ha notado un aumento con la llegada de la generación digital.

El alumnado paracaidista está compuesto por unas personas de las que el profesor nada o muy poco sabe en todo el curso y sin embargo aparecen en el momento del examen y por supuesto si no logran el aprobado son los primeros que piden tutorías para aclarar la causa de su derrota y, con frecuencia, para contarte películas emotivas sobre las razones –o la sinrazón más bien- que los han llevado a no asistir a clase. La explicación de la materia se prolonga al menos durante cuatro meses y este personal no encuentra tiempo nunca para contactar con su profesor o profesora hasta que no le ve las orejas al suspenso.

A la universidad muchos son los llamados y muchos son los elegidos, algo irracional e injusto pero los votos son los votos, en las elecciones. Ni se trata de que sólo vayan los ricos ni que se reparta tarta para todos, se trata de hacer justicia y de que lleguen los que tienen que llegar. Eso es aspiración imposible mientras exista una mirada populista de la sociedad, algo que practica tanto la izquierda como la derecha. Esa práctica convierte a la universidad en un coladero de “listos” y pícaros y a algunas carreras en “carreras María”. La mía, Periodismo, empieza a estar entre ellas. Una pena porque no hay carreras fáciles y difíciles sino profesorado que exige mucho o poco.

Lo voy a decir sin reparos porque estoy harto de esta situación. Se puede ir de progresista por la vida, pero quienes protagonizan esta dejadez hacia la Universidad le están robando dinero al Estado y a sus padres, en el caso de los alumnos pasotas que son demasiados. Y este hecho nada tiene de progresista y sí de indolencia reaccionaria. La sociedad del poco esfuerzo y de la poca exigencia nos ha llevado a esto: en la universidad pública porque no nos tomamos en serio este gravísimo problema y en la privada -no es toda, por fortuna- porque el cliente siempre lleva la razón y atrévete a suspender a más de lo que los de arriba consideren conveniente que hasta cualquier mozuelo altivo puede soltarte aquello de que “yo le pago a usted su sueldo”. En la universidad pública el Estado y los padres apoquinan, ¿sabemos con rigor en qué o en quiénes invertimos el dinero?

Hace algún tiempo un alto funcionario de la Universidad de Sevilla me dijo: “desde que llegó el Plan Bolonia la facultad está casi vacía”. Tenía razón, las aulas se han ido vaciando, ha irrumpido la mentalidad de que el alumnado debe hacer trabajos y con eso aprobar y ese pretexto más unas prácticas en empresas que supera todo el personal, más un Trabajo Fin de Grado que es una asignatura que nadie suspende, son coartadas, entre otras, para abandonar las clases. Por supuesto, a los “niños” hay que divertirlos en el aula, que no se nos aburran, el circo exterior debe seguir en el interior, hay que ir más allá de la clase amena, hay que hacer reír como sea a unos seres dependientes de las, sin duda, imprescindibles herramientas digitales de las que, no obstante, no se sirven sino a las que sirven.

La pandemia elevó el nivel de absentismo a la máxima potencia con las clases semipresenciales. Lo semipresencial consistía en que la clase sería presencial cada semana para un tercio del número de alumnos matriculados. Sin embargo, en una clase podías encontrarte con media docena de alumnos -o menos- mientras que un buen número la seguía online -si es que la seguía- y otro número considerable ni se conectaba. Si la clase era a las 8,30 de la mañana podía ocurrir que no hubiera ningún alumno presente.

Una de las ideas centrales del llamado Plan Bolonia por el que se rige la universidad española es éste: desaparecerían las licenciaturas y diplomaturas para ser sustituidas por los estudios de grado con más años de estudio y más obligación de asistir a clase.

Según nos informaba Inés P. Chávarri en El País, los European Credit Transfer System (ECTS) son los nuevos créditos que regulan los estudios. Se diferencian de los anteriores en que no sólo se miden las horas de clase. Antes, un crédito equivalía a 10 horas, y ahora también se barema el trabajo del alumno fuera del aula: de media, un ECTS equivale a entre 25 y 30 horas de aprendizaje. Sin embargo, las horas de clase son muchas menos, lo cual quiere decir que queda en manos del alumnado trabajo para desarrollar por su cuenta, bajo la orientación del profesor. ¿Se cumple esta premisa? Poco o nada.

Bolonia requiere al alumno un esfuerzo mayor para, entre otras cosas, la realización de trabajos y la asistencia constante a clase. «Ya no basta con estudiar solo para el examen», destacan diversas fuentes académicas. Sin embargo, la asistencia a clases y tutorías deja mucho que desear, todo se queda para el final, como siempre, y un aula con 80 o 100 inscritos que deben acudir a becas, prácticas, elaborar el Trabajo Fin de Grado y dejarse llevar por su flojera no es fácil de controlar.

Por tanto -apunta Chávarri- conceptos como la evaluación continua, tutorías académicas y fomento del aprendizaje activo caracterizan el nuevo papel del profesor en la educación superior. De esta forma, junto a las clases magistrales se deben combinar las tutorías específicas y otras modalidades de enseñanza más prácticas e individualizadas, como talleres, sesiones de laboratorio o seminarios y el fomento de los trabajos conjuntos entre los estudiantes. Además, se potencia la comunicación y el desarrollo de los planes docentes entre los profesores.

Todo muy hermoso, el papel es muy sufrido, pero el balance es otro, aquí nos estamos centrando sobre todo en el absentismo del alumnado, es un problema muy grave el que tenemos con un buen número de jóvenes atrapados en una sociedad digital con sus múltiples persuasiones, jóvenes que no sólo apenas traen conocimientos como para ser universitarios, sino que no los quieren adquirir, seducidos por el mundo actual y por un ambiente que los lleva al hastío y la desolación. Porque, dejémonos de echar balones fuera, si miles de jóvenes universitarios están así es porque existen unos responsables: somos nosotros, desde lo más alto -los gobiernos- hasta la base de la enseñanza que luego llega a la universidad.