Las alrededor de 30 hectáreas del Parque Amate guardaban todavía un secreto. No contaban con los estudiantes de Biología de la Universidad de Sevilla y de su profesor Carlos Romero Zarco. Porque fueron ellos quienes, en medio de un estudio de la flora ornamental del espacio, se toparon con algo que no cuadraba. Un árbol se resistía a su catalogación. «Había especies que los jardineros o los técnicos tenían catalogadas con un nombre concreto, y después resulta que se habían equivocado hasta de género. Eso fue, concretamente, lo que nos pasó con esta especie de acacia. En Sevilla se conocía con el nombre de albizia prócera y en los viveros se vendía como acacia australiana», aclara Romero.
Era una pista, que luego resultó falsa. «Buscamos primero en Australia, donde hay unas 900 especies de acacia, pero ninguna de ellas coincidía con las características de nuestro árbol. Seguimos investigando, y con ayuda de un colaborador de la Universidad de Extremadura, Rafael Tormo, llegamos a la conclusión de que coincidía con las de una especie sudamericana, que se cultiva en algunas calles de ciudades de Argentina como Rosario o Buenos Aires». Y todo cuadró: «Allí la conocen con el nombre de viscote o arca. Lo encontramos en una monografía del género acacia de la República de Argentina. Es acacia visco, una especie bien conocida allí, pero que aquí era totalmente desconocida. Estaba catalogada de forma errónea y nadie sabía, hasta ahora, de qué se trataba realmente».
La satisfacción de Carlos Romero es la propia de un botánico que realiza un descubrimiento en su campo. ¿Pero por qué debería interesarle su hallazgo a personas ajenas a su ámbito? Lo explica él mismo.
«En los parques urbanos es donde se establece el mayor contacto entre la diversidad vegetal y la gente», comienza. De hecho, muy cerca del Parque Amate viven entre 90.000 y 100.000 personas. «La interacción entre las plantas y las personas a veces se entiende de manera muy simple: nos dan sombra, flores, aromas... Pero también puede haber plantas que produzcan alergias, o que sean tóxicas. Entonces, es muy importante conocer esas propiedades, pero para conocerlas es necesario saber qué especie son».
Los trabajos de los estudiantes han servido también para constatar que el parque ha sufrido un proceso de empobrecimiento. En 1991, «en el primer estudio de la flora ornamental que se hizo en Sevilla» catalogaron alrededor de 110 especies. «En la actualidad, una vez hecho el catálogo completo, solo se ha podido comprobar la existencia de 88 especies».
Las dificultades en la identificación son, en todo caso, comprensibles. «Hay que tener en cuenta que la flora ornamental que hay en los parques es una representación de la flora mundial», explica Carlos Romero, que aporta la cifra de «300.000 especies de plantas con semilla» en todo el mundo. La consecuencia es que un parque en general no sólo supone un lugar de esparcimiento, sino un lugar donde los amantes de la naturaleza y los estudiante pueden enfrentarse a la diversidad de la flora mundial. Porque, «muchas veces, el conocimiento que se tiene de las plantas ornamentales es muy limitado, porque son plantas que proceden de todo el mundo y ningún botánico puede abarcar con una gran profundidad la riqueza florística mundial». A veces, sin embargo, vale con un simple descubrimiento, y el aumento del conocimiento que supone, para sentirse satisfecho.