Año nuevo, problema viejo: la identidad nacional española
Empezamos 2022 con desafíos decisivos para lo que llamamos España. Pero, ¿cómo hacerles frente de verdad y salir victoriosos si aún no hemos resuelto el problema de fondo?: los nacionalismos independentistas que tanto nos separan como colectividad que habita en el mismo suelo.
Para dedicarse a algo o a alguien en cuerpo y alma hay que poseer “virtudes” indispensables: amor, admiración, identificación más o menos intensa por ese algo o alguien. Tendremos que ser sinceros: eso no existe como debiera existir en la España actual, a diferencia de otros países como Francia, Alemania o Inglaterra que levantaron sus nacionalismos sobre todo en el siglo XIX colocando símbolos y signos muy comunes y aún así no lo han logado del todo porque el ser humano no está hecho para grandes colectividades sino para familias, hordas, tribus, localizaciones..., lo que sucede es que su evolución mercantil capitalista lo ha llevado a extenderse de tal modo que ha debido ajustar sus emociones a esa extensión mundial. Quién sabe si en un futuro el mundo deberá buscar símbolos que lo unan como planeta o como dos o tres mundos que conviven en un solo planeta. La evolución material marca la emocional.
Emociones y nacionalismo
Los nacionalismos en su mayoría se logran mediante emociones. Las emociones son necesarias para construir comunidad, defenderse de amenazas de todo tipo y vencer batallas y ganar guerras. No se puede mover a las masas con la razón o con argumentos reales de porqué se necesita conquistar un territorio o involucrarse en una guerra, como tampoco se vende un producto con la razón pura. El nacionalismo y el consumo se logran por medio de símbolos y frases e imágenes que despiertan emociones estimulantes: el heroísmo, la valentía, el poder, la riqueza, el propio amor, la admiración de los demás, las señas de identidad propias frente a las otras.
El nacionalismo catalán y vasco se logran más fácilmente afirmando que “España nos roba” o que el idioma vasco es de los pocos en el mundo cuya procedencia no se tiene nada clara y que incluso el RH vasco es distinto al de los demás, en lugar de hablando a sus poblaciones de los intereses mercantiles que persigue una minoría de personas poderosas. Como en Andalucía ni tenemos ni hemos tenido a esas personas poderosas tampoco tenemos nacionalismos ni separatistas ni no separatistas, el Partido Andalucista tuvo que disolverse y el andalucismo actual es, como siempre, minoritario, victimista. El de Blas Infante no tuvo apenas importancia desde el punto de vista histórico pero el fanatismo fascista lo volvió relevante al fusilar a Blas Infante a quien llamamos pomposamente “padre de la patria andaluza”.
España y la voluntad divina
El pueblo judío ha estado unido en la diáspora por una emoción: ser el pueblo elegido por Dios. Pero es que hubo un tiempo en que algunos cerebros españoles consideraban a España elegida por Dios para cumplir con su voluntad. Hay una diferencia entre la conquista del mundo por parte de España y las conquistas de Inglaterra y Holanda. Las conquistas de España no estuvieron exentas de barbaridades y tampoco las de ingleses y holandeses. Sin embargo, la española o castellana o castellano-aragonesa, como quieran, buscaba riquezas materiales desde luego, pero gran parte de ellas se empleaban en liquidar a lo que se consideraba que se había salido de la voluntad de la Iglesia y por tanto de Jesucristo: el protestantismo.
Claro que lo mismo pensaba el luteranismo de la iglesia católica, pero el luteranismo impregnó un capitalismo más abierto y avanzado y sus imperialismos pragmáticos e implacables buscaban fundamentalmente implantarse con aquello del mejor indio es el indio muerto, masacrando a los chinos en las guerras del opio o creando reservas para los indígenas mientras que España se complicaba la vida reconociendo a los indios de las Indias como criaturas de Dios a las que había que convertir y que además tenían derechos aprobados por los Reyes Católicos e impulsados por personalidades como el padre De las Casas.
Progresía ingenua, derecha inmovilista
En el fondo existía la codicia, pero no fueron dos conquistas iguales y sin embargo España cargó y carga con la leyenda negra porque era la gran potencia mundial. En esta trampa ha caído la llamada progresía actual, he ahí una de las causas por la que resulta más complicado llevar a cabo el milagro socioeconómico español a partir de 2022: hay ingenuos que tiran piedras contra su propio tejado y se unen así el “enemigo”. A esa progresía torpe se une el inmovilismo que saca rédito de un pasado cobarde que poco a poco fue perdiendo poder por agarrarse a militares, nobles, civiles y mitras inmovilistas. Por desgracia, veo en el PP y en Vox rescoldos de inmovilismo y, por fortuna, también deseos de superación.
Gran parte de esta autodenominada progresía procede del que, a pesar de lo anterior, es el gran problema de la llamada España: su falta de existencia sentida por muchos de los que viven en esa llamada España. Y así, con esta situación, no hay progreso auténtico que levante la admiración y, por qué no, el temor mundial hacia España. El temor se presenta cuando se tiene poder y progreso, nadie teme al pobre ni al indolente, incluso de mofan de ambos que es lo que vienen haciendo con España desde la UE y desde EEUU. Para ambas potencias, España es un país que entró en barrena en el siglo XIX, cuando ellos empezaban a hacerse dueños del mundo, ni siquiera le valió la pena meterse en dos guerras mundiales por falta de ambición y de fuerza, y ahí sigue sustancialmente, así de lamentablemente avanza el mundo hasta ahora.
Mater dolorosa
En la propia España del XIX se debatió sobre la inexistencia de grandes científicos y pensadores comparables a los de los países de Europa sobre los que tuvimos poder en los siglos XVI y XVII. A la Generación del 98 se le hizo poco caso, las Cortes de Cádiz fracasaron y la victoria contra Napoleón fue más asunto de las movilizaciones de una Iglesia pétrea que de un Estado fuerte que defendía a una nación en avance hacia la modernidad.
Durante estas Navidades, entre otras actividades, he concluido la lectura de un libro clave para entender lo que ocurre ahora mismo y lo que viene ocurriendo desde el XIX con antecedentes en el XVIII y en época del imperio español. Me he tragado con mucho gusto las casi 700 páginas de un texto indispensable aparecido a principios del siglo XXI: Mater dolorosa, de José Álvarez Junco. De esa obra se sigue desprendiendo una incógnita: ¿qué es España? ¿Qué es ser español? Tremenda lucha fratricida fue la España del siglo XIX entre, simplificando, liberales y conservadores. Todo intento de sumarnos al mundo puntero iba fracasando debido al miedo a la libertad, a un apego patológico a un catolicismo esclavizante, no liberador.
El libro es muy equilibrado, es una obra científica con abundantísima fundamentación que mereció el premio nacional de ensayo en 2002, algo que me es indiferente porque los premios no tienen porqué demostrar nada. Con galardón o sin él, es una obra sobria y rigurosa que posee gran valor para quienes no sean presa de exageradas emociones nacionalistas y deseen intentar comprender el problema de amor hacia sí misma de España, un amor que acaso no se puede tener porque no tenemos claro aún a quién amar. El último intento de construir una España unida y única lo llevó a cabo Franco, pero eso no se puede hacer sobre un mar de sangre y cadáveres. El franquismo logró avances económicos a partir de unos cimientos de muerte y de terror. Cuando el régimen terminó, llegó el espíritu del 78 que ahora está siendo cuestionado, tal vez sus críticos lleven razón pero no la llevan en la forma en que desean reformarlo porque repetiría viejos errores que nos han impedido ser nación.
¿Qué hará Pedro Sánchez?
Una debilidad estatal y una falta de voluntad política señala García Junco como causas esenciales de que España no exista realmente como nación. Aún está esa pelota en el tejado de nuestra historia y hay que bajarla poco a poco, con racionalismo y sumo cuidado. Estoy seguro de que eso lo sabe Sánchez y si no opera en consecuencia será porque estamos ante un egoísta tremendamente irresponsable, le quedan unos dos años de mandato y si desea que España sea un país poderoso donde cambien para bien sus cifras productivas para sumarse al carro del mundo digitalizado, deberá ofrecer a los habitantes de la zona nordeste de la península ibérica unas ilusiones y valores identitarios claros. A ver cómo lo hace si gobierna un país que, en general, despreció la Ilustración, las revoluciones industriales y se sumó con ardor a las emociones religiosas más miedosas, las mismas que nos hicieron a la vez grandes y débiles, las que reflejaron literatos como Galdós, Clarín (La Regenta es una maravilla para comprobarlo), Larra o los mismos hermanos Bécquer, por citar a algunos sin salir del siglo XIX y entrar en el XVIII-XIX en los que Sevilla dio al mundo cerebros como Blanco White, Alberto Lista, maestro de Espronceda y del mismo Larra, o el “sevillano de adopción” que hoy da nombre a una de nuestras universidades: Pablo de Olavide.