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Calle Rarezas, s/n

Llámalo equis. En una ciudad con 4.500 calles no todo el callejero va a ser Cervantes. Hay de todo, hasta ausencias. Y sobre todo, montones de casos en los que cualquiera se preguntaría si no había otros nombres

09 jun 2017 / 15:14 h - Actualizado: 10 jun 2017 / 08:17 h.
"Una historia tras el callejero"
  • La célebre artista Marifé de Triana tendrá calle en Sevilla este mes, si así lo aprueba el Pleno. / El Correo
    La célebre artista Marifé de Triana tendrá calle en Sevilla este mes, si así lo aprueba el Pleno. / El Correo

El último nombre de calle que se ha aprobado en Sevilla con fecha de 31 de marzo pasado ha sido el de Poni, en el Distrito Norte. La calle del Poni. Que es nueva, por cierto: no ha habido que quitársela a ningún colombófilo, sochantre o brigadier para poder rendir homenaje a ese simpático animalete de proverbiales legañas: más legañas que los ponis de la Feria, se ha dicho siempre. Así que lo mismo es una alegoría de los madrugadores, que esos sí que son una pintoresca tradición local a la que aún no se ha rendido suficiente reconocimiento en el callejero hispalense. Como no lo hay al adobo, a la ensaladilla ni al pavía –hay una calle Pavía en el Arenal, pero desengáñese el lector: es por la batalla–. Aunque no habría que extrañarse mucho si en breve plazo se incorporaran: el Ayuntamiento se está tomando muy en serio el subsanar este tipo de deficiencias.

Una muestra de este empeño es que en el próximo Pleno de finales de mes, si todo sale según lo previsto, se le asignará una calle por fin a Marifé de Triana. Y habrá hasta un cambio de sexo: Eustaquio Barrón –que cae por la zona del Pumarejo– pasará a denominarse Eustaquia Barrón, que es como originariamente se llamaba la persona. Son novedades que se añaden a las incorporaciones conocidas durante los últimos años: Sindicalista Fernando Soto, José María Javierre (en lugar de Utrera Molina), Fernando de Magallanes (en Triana), Pascual González y Paco Gandía, entre otras ausencias sorprendentes.

Con estas aprobaciones, la ciudad de las 4.500 calles intenta ir haciendo justicia sobre la marcha a su historia y a sus manías o, al menos, satisfacer en lo posible las peticiones más o menos sensatas de las asociaciones y entidades que postulan los nombres de su interés. El resultado final de todo esto, sumado a lo que ya había, es un mejunje de mucho cuidado carente del menor criterio; es lo único que explica que en Sevilla no haya una calle de la Sombra –con lo que la sombra ha hecho por los sevillanos desde que se secó el Lago Ligustino– y que la anchísima avenida de Kansas City mida tres kilómetros, que más que un hermanamiento en 1969 parece que haya habido un matrimonio por amor. Otrosí: la calle del Pingüino. Es de suponer que no habría venido ninguno para la inauguración, porque en tal caso la vía urbana de marras habría tenido que llamarse calle del Pingüino muerto. No sufran las docenas de poetas, científicos, artistas y ciudadanos ejemplares de Sevilla que aguardan a que alguien se acuerde de ellos poniéndoles, aunque sea, una plazoleta birriosa en los confines del municipio: su sacrificio no ha sido en vano, y hoy los pingüinos de todo el hemisferio sur celebran con lágrimas de emoción en los ojos y las plumas como escarpias la sensibilidad hispalense para con su caso particular, precisamente cuando los hielos polares atraviesan tan críticos momentos.

Pero claro, no se puede citar este caso y pasar por alto que también hay una calle del Ornitorrinco en Sevilla. Aunque a decir verdad, el ornitorrinco es el animal que más se parece a la Giralda. Si esta tiene cimientos romanos, cuerpo almohade y campanario cristiano, el mamífero monotrema tiene pico de pato, cola de castor, patas de nutria y andares de lagarto, que es como decir que también él puede presumir un poquito de encrucijada cultural de genes. Lo que ya parece tener algo menos de justificación, si se mira desde el sentido común, es que en Sevilla haya una calle Cerbatana. Aquí, las únicas cerbatanas que se han conocido han sido las de los estudiantes desganados que se pasaban la tarde escupiéndoles virotes de papel en el pescuezo con el canuto de un boli Bic a los empollones, para despabilarlos. Quitando esas, como aquí han venido poco los malayos a cazar monos –a saber por qué–, la existencia de semejante rótulo callejero forma parte de los misterios y las leyendas de Sevilla.

Dicho esto, qué no comentar de los polígonos industriales: calle Espátula, Latón, Destornillador, Brocha... y hasta Ahorro, ese ser mitológico. Hay en Sevilla una calle del Serrucho y otra de la Ventolera. La acedía tiene una calle en la ciudad, no así el choco plancha. Como están también Acordeón, Cojinete, Koala –ese koala gitano al que cantan los trovadores en el Barrio de Santa Cruz– Nagasaki, Chirimoyo, Alfalfa, Tres Avemarías –no una ni dos, sino tres: se ve que el pecado era gordo–, Elefante, Cafarnaún, Potasio, Plutonio, Alcayata, Águila culebrera y hasta un pasaje que se llama Norabuena lo Pariste.

Sitio para la poesía y el refinamiento queda alguno. En Entreparques está la calle del Piropo, y en el Polígono Sur se puede ver la calle El nombre de la rosa. En San Pablo está Regreso del hijo pródigo y Exaltación de Baco, y por distintos espacios de la urbe sevillana se encuentran El Principito, Rimas y Leyendas, La Sirena Varada, La Venta de los Gatos y hasta una calle llamada Sol de invierno, que es otro de los amores de esta ciudad en esos días en que se pone tontorrona y friolera, que son los menos. Cuando se pone pingüina.