«Corazón antes que techo»

Quien pierde su casa necesita un refugio, pero mucho más que se le considere una persona y se valore su dignidad. Así sí salen del pozo

28 nov 2016 / 08:00 h - Actualizado: 28 nov 2016 / 08:00 h.
"Pobreza","Sin techo"
  • Una persona sin hogar en una calle de Sevilla. / Sergio Caro
    Una persona sin hogar en una calle de Sevilla. / Sergio Caro
  •  Fotos: Manuel Gómez
    Fotos: Manuel Gómez
  • «Corazón antes que techo»
  • «Corazón antes que techo»
  • «Corazón antes que techo»

Las personas sin hogar apenas cuentan. De vez en cuando protagonizan reportajes. Muchas veces, a menudo cuando interviene la TV, lo que cuenta no es su realidad, sino su espectáculo. Muchos micrófonos se acercan a ellos para escarbar en el «cómo acabaron así», para que su mala fortuna sirva de escarmiento en cabeza ajena.

Sin ocultar esa realidad, este reportaje les pregunta qué quieren hacer y además incluye el testimonio de una mujer que, tras nueve años en la calle –en la durísima periferia de Sevilla– y tres en manos de un equipo de acogida de Cáritas, hoy está a punto de romper el círculo y reinsertarse en la sociedad.

En el albergue municipal, sin foto y tras pedir que no salga su pueblo de origen, otra gitana de 37 años, Noelia, que ha vivido en la calle «y esa es una discriminación mayor que la de ser gitana, es muy frustrante» y lleva en el centro de la calle Perafán de Ribera desde el 30 de diciembre, explica que las personas sin hogar «necesitamos más cariño que otra cosa», mientras señala lo que se ve alrededor: refugio, techo, alimento... y pide a los trabajadores que la atienden «que son excelentes, pero que tengan un poco más de corazón y menos cabeza».

Quiere, tras una dura historia de abandono, «recuperar mi vida y a mis cuatro hijos» y volver a trabajar. Lo hizo en su Ayuntamiento como trabajadora social. Después llegaron los recortes y una cuesta abajo espeluznante.

También hay entrevistas con otras cuatro personas sin hogar usuarias del albergue municipal de la calle Perafán de Ribera –la semana pasada celebraron la Semana de las Personas sin Hogar, y el viernes, cuando se hicieron estas entrevistas, una jornada de puertas abiertas–, cada uno de ellos con su perfil, su historia y la misma ilusión de volver a ser personas útiles, incluso emprendedoras.

Como explica la educadora de Cáritas Luz Crespo, el proceso para recuperarse después de siete años de vida en la calle puede ser muy largo, porque esa experiencia deja muchos daños y la sociedad también es dura y llena de prejuicios. Esta institución atiende a 7.000 personas en Andalucía, de las que 1.400 han iniciado cursos de formación y el proceso para su segunda oportunidad en la sociedad.

Por su parte, el albergue municipal acoge a una media de 170 personas –actualmente, entre ellas ocho familias con menores– explica la directora de la Umies (Unidad Municipal de Emergencia Social y Exclusión), Sonia Morán. Casi todos los acogidos son varones. «La mujer, cuando acaba en la calle, suele haber tocado fondo y su situación puede ser mucho más delicada», indica.

FRANCISCO MANUEL RODRÍGUEZ: «MI OBJETIVO ES RECUPERAR A MI HIJO Y VOLVER A TRABAJAR»

«Aquí todo el mundo me llama Lolo. Tengo 35 años. Soy de Sevilla y viví mucho tiempo en la Macarena. Antes has visto mi habitación [un colchón, una manta, una mesita de noche sin cajones y en el cabecero de la cama, dos fotos con un niño con la camiseta del Betis y un Cristo a lápiz, en un cuartito pequeño, pero ventilado y claro]. Llevo dos meses y cinco días en el albergue municipal. Y no es la primera vez que he pasado por aquí... Tengo un hijo de cinco años, tuve pareja siete y no fue bien... Empiezo una vida nueva, quiero salir adelante como se pueda. Ya no consumo y cada día estoy mejor. Tengo un objetivo: encontrar un trabajo y recuperar a mi hijo en un futuro no muy lejano. Sé que es difícil, que hay mucha gente en la calle y no hay trabajo para casi nadie. Yo era ayudante de cocina y también hacía trabajos de mantenimiento y limpieza en el campo. Puedo trabajar de lo mismo, aunque me ha quedado una minusvalía del 53% por haber consumido droga y alcohol. Cobro la RAI (Renta Activa de Inserción) desde hace 11 meses y estoy ahorrando y ayudo a la manutención de mi hijo. Eso y los psicólogos me ayudan mucho. Lo que le pido a la sociedad es que caduque la orden de alejamiento por una acusación de maltrato que tengo, que se archive. Todo el que me conoce sabe que algunas cosas sí las he hecho bien. Mientras tenga vida hay esperanza, pero tengo una losa muy grande por no ver a mi hijo, y no lo veo desde que estoy aquí. También quiero estar tranquilo conmigo mismo. Ahora soy muy ordenado, sé lo que quiero en mi vida: trabajar en lo mismo que hacía antes».

RAÚL GUZMÁN: «ME SIENTO CAPAZ. TENGO PROYECTOS Y NO QUIERO UNA PENSIÓN»

«Todo se vino abajo y me vi en la calle. Me separé y los ingresos que tenía ya no existían una mañana. Soy ingeniero técnico industrial. Me dedicaba a las instalaciones de aire acondicionado de grandes obras y un día me vi que no encontraba trabajo. Ahora tengo 57 años, soy autónomo y técnico comercial y asesor energético, pero mi radio de acción es donde llego a pie. Cobro por comisiones... Llevo tres meses en el albergue municipal y estoy deseando que llegue el momento en el que me pueda ir de alquiler a un piso, ésa es mi idea. Por mi edad y mis 30 años cotizados me han propuesto para una pensión o un salario social, pero la primera se quedaría en muy poca cosa y además, me niego a aceptar eso mientras pueda trabajar, aunque no sea de lo mío, aunque tenga que competir con ingenieros de 40 años formados en el extranjero y que sabrán por eso más que yo, o con los jóvenes que están en el extranjero ahora y volverán. Mi actitud es positiva, a la búsqueda de una salida. Aquí estamos 100 personas [en realidad, 165 el viernes, según datos de la directora de la Umies] y cada uno es distinto. Hay quien se acomoda y quien no tiene posibilidades, como un señor belga que quería seguir trabajando, pero que necesita un tratamiento de 11 pastillas al día. Pero la mayoría empuja por salir. Hay circunstancias, tropiezos, adicciones, pero pasado ese mal momento hacen por salir, por recuperar sus vidas. Yo incluso tengo proyectos como emprendedor y me siento capaz. Estar aquí ha sido un escalón más de la vida, pero ya estoy pensando en cuándo dar el siguiente paso».

ESPERANZA MACARENA LORENZO: «EN LA CALLE SE VE MUCHA MALDAD Y NADIE TE MIRA COMO PERSONA»

«Tengo 47 años y llevo aquí uno, desde las fiestas [de Navidad] del año pasado. Y no es la primera vez que he pasado por el albergue municipal. Ahora me han arreglado los papeles para el salario social, que estoy esperando, porque no me siento capaz de trabajar y necesitas referencias para poder hacerlo. Llevo muchos años sin trabajar, pero he sido peluquera, he trabajado también en el servicio a domicilio. Me encontraron en la calle. Me había quedado en paro y perdí mi vivienda y a mi amigo íntimo. Estuve varias semanas en la calle. Y es muy incómodo. No te puedes lavar, ni tampoco lavar la ropa. Dependes de lo que te dé la gente. Y los cartones no son una cama. En la calle también se ve mucha maldad. No te valora nadie como ser humano, y el machismo está a la orden del día, las envidias, la codicia la gente te hace perder la vergüenza... me han insultado por mi higiene –cuando aquí me puedo duchar todos los días– y por gorda. Ahora tengo síndrome de Diógenes, aunque voy mejorando con la ayuda que me prestan en el albergue municipal. Son los del equipo de aquí, de Emergencias, quienes me pidieron que volviera. La vida aquí comienza cuando me levanto y arreglo mi habitación, luego bajamos y vemos la televisión o hacemos otras actividades [ella colorea unas plantillas] o salimos a que nos dé el aire, a pasear con las compañeras. Podemos estar fuera de aquí hasta las 21.00 horas [cuando se sirve la cena, momento a partir del que no se admite que entre nadie en las instalaciones, salvo con una justificación médica]».

JOSÉ MANUEL HERRERA: «SIGO ECHANDO CURRÍCULOS. TENGO 55 AÑOS Y MI CASA SE QUEMÓ»

Uno de los objetivos del centro es que podamos rehacer nuestras vidas, que durante circunstancias coyunturales o extremas nos dé acogida hasta que podamos retomar el trabajo. Estamos bien, arropados, con techo y comida, pero cada persona aspira a tener su propia casa. Yo vivía solo, pero se me incendió la mía, en Coria del Río. Hablé con el servicio de emergencias 112 y me acogieron muy bien: primero estuve en un centro en Alcalá de Guadaíra, luego en Cádiz –donde estoy empadronado–, luego aquí, desde hace tres meses y quiero estar un máximo de seis... y para adelante. Voy tirando del carro. Hace dos años que no pruebo una gota de alcohol, y eso es muy difícil, y he trabajado 19 años, cotizados, en el campo. Entre los sitios donde he trabajado están el cortijo El Sequero, donde cogía naranjas. Es un buen trabajo: hay ahora, también en algunos meses de primavera, y la tarea no es complicada. También he trabajado como guarda de seguridad en Sevilla Este. Ahora tengo 55 años y necesito trabajar otros tres meses más para tener derecho a ayudas. Quiero estar aquí lo menos posible y echo currículos, aunque se coma bien, se duerma bien y las sábanas estén limpias».

CARMEN MARTÍN: «NO ME HAN RECOGIDO. ME HAN FORMADO Y YA ME PUEDO REINSERTAR»

«Tengo 48 años. He pasado nueve en la calle, en un barrio de la periferia de Sevilla. Quedé en paro y perdí mi casita. Mis hermanos no me admitieron en casa de mis padres y comencé a vivir tirada en el suelo. Los vecinos me daban comida y sus hijos adolescentes me pegaban. Cáritas de mi barrio me llevó al centro Amigo de Triana. Aquí he estado tres años. Primero, encontrándome y relajándome, con trabajadoras sociales, la psicóloga, la médico... venía fatal. Afectó a mi salud mental. Y me han dado mucho apoyo y la psicóloga me sigue viendo con regularidad. Ahora estoy en la Asociación Realidades, con más autonomía, en un piso que comparto otras cuatro mujeres, con el proceso de reinserción casi terminado y un curso de dos años de limpieza y mantenimiento de edificios y hago prácticas tres veces a la semana. Lo que me falta para vivir ya sola es encontrar un trabajo, tener una nómina... y eso ya no depende solo de mí. He pasado antes, un año, por un piso de entrenamiento, un Piso Alba. Ahora busco empleo, otra oportunidad. Cáritas me ha formado, no solo me ha recogido. Y nunca he perdido la esperanza».