Rumbo a Marte va desde el 5 de mayo la misión InSight, lanzada por la NASA, para colocar por segunda vez un robot en dicho planeta que permita conocerlo y recabar datos para analizar su origen y evolución. Al igual que Curiosity, el robot que amartizó en 2012, InSight desplegará un equipo tecnológico creado por investigadores españoles. Quien coordina desde el Centro Nacional de Astrobiología esa labor de idear y realizar herramientas tecnológicas tan avanzadas es el sevillano José Antonio Rodríguez Manfredi, de 44 años. Galardonado recientemente con el Premio Andalucía de las Telecomunicaciones, concedido por la asociación que aglutina a los ‘telecos’. Reside en Madrid, su esposa también es ingeniera (se conocieron como estudiantes en la Universidad de Sevilla) y son numerosas sus estancias en California por su implicación con la NASA en estos proyectos de investigación, donde encabeza equipos que cuentan con especialistas de universidades y empresas españolas, europeas y norteamericanas.
¿Usted era un niño propenso a volar con la imaginación?
En Aznalcázar, donde pasé toda mi infancia, cuando terminaba en el colegio me iba al campo a ayudar a mi padre, agricultor. Hemos tenido terrenos con olivos, tierra calma para cereales, algodón, patatas... Mi madre, ya fallecida, ejercía de ama de casa. No tengo hermanos. Comencé en el colegio del pueblo. Después estuve en el Colegio Internacional Europa, en Espartinas. Desde que tenía diez años, en mi mente estaba la idea de salir del pueblo y buscar una opción alternativa de vida.
¿Por qué se decantó hacia la ingeniería?
No tenía claro a qué dedicarme porque en el estudio me gustaba todo. Incluso estuve haciendo Griego y Latín en paralelo al Bachillerato de Ciencias. Hablando con mucha gente para tener referencias sobre cómo podía hacer evolucionar mi persona, me decanté por la ingeniería porque siempre me ha gustado cacharrear, jugar, hacer cosas con las manos. Y la robótica tenía esa dinámica. A partir de ahí, con tesón de trabajo diario, he logrado lo que ahora hago.
¿Sigue ejercitando la curiosidad por las Humanidades?
Absolutamente. Me encanta aprender. También me sirve para desconectarme respecto a la presión tan exigente y competitiva del sector en el que trabajo. Por ejemplo, por mi interés en entender la cultura judía, he empezado a estudiar la Cábala. Otro ejemplo: me preparé y saqué la licencia de piloto de avión, para pequeños aviones. Al igual que mis participaciones en las misiones a Marte, me sirven para salir de mí y conocerme mejor.
¿La aventura espacial sigue teniendo el sentido de explorar lejos para entender y resolver lo cercano?
Es verdad. Muchas veces te has de alejar para encontrar esa respuesta sobre lo que que tienes al lado.
¿Cómo despegó desde la Universidad de Sevilla?
Estaba en el departamento de Automática, hablé con el catedrático Aníbal Ollero, le expliqué mi deseo de probarme fuera. Me encaminó a lograr a través del CSIC una beca de formación para ingenieros y doctorados, y en 2001 me fui a Madrid donde estaba recién fundado el Centro de Astrobiología, que había logrado crear Juan Pérez Mercader asociado a la NASA, lo que en aquel momento sonaba a ciencia ficción.
¿Cuál fue su primera gran experiencia en la investigación?
Desarrollar sistemas e instrumentos para perforar en Riotinto el subsuelo, caracterizar sus parámetros geobiológicos y buscar rastros de vida a nivel de microorganismos y bacterias. Era para preparar las misiones de la NASA a Marte, pues en la Tierra el hábitat de Riotinto, con un río tan cargado de metales solubles, es lo más parecido a las extremas condiciones del ‘planeta rojo’.
¿Al principio se sentía acomplejado junto a los expertos de la NASA?
Era muy joven e inexperto, con la sensación de estar con ellos casi de prestado. Poco a poco, me di cuenta de que la gran diferencia está en el dinero y apoyo que reciben. Sacamos adelante los desarrollos tecnológicos con soporte científico que se solicitaban y eso me dio mucha confianza. Entendí que los españoles podemos ser tan buenos como los mejores. Empecé a viajar a su sede en Estados Unidos para reuniones de coordinación y hacer pruebas con mis ‘cacharros’, después volvíamos a Riotinto para los ensayos definitivos, simulando que los sistemas de robótica, una vez aterrizado el vehículo en Marte, se desplegaban para perforar y analizar.
Usa mucho la expresión cacharrear.
Es habitual en mí emplear terminología coloquial para acercar a la gente en qué consisten los sistemas súper complejos que hacemos. Hacer divulgación a todo tipo de personas, pues con los impuestos de todos los contribuyentes se pagan estas investigaciones.
¿Qué vehículos enviados a Marte llevan herramientas tecnológicas en cuya creación ha participado?
Todas las misiones realizadas hasta ahora. Tuvimos la suerte de entrar en la primera, la Mars Science Labortory, con el robot ‘Curiosity’, que lleva REMS, es una estación metereológica. Y a partir de ahí estamos creando dispositivos para todas, haciendo estudios astrobiológicos. La segunda es InSight, ya en camino, que lleva nuestro instrumento Twins, y la tercera será la misión Mars 2020 Rover, con nuestro instrumento MEDA.
¿Cuánto tiempo han de dedicar para diseñar, fabricar y ensayar una de esas herramientas?
En la primera fueron necesarios cinco años. Para el ‘Curiosity’, empezamos en el 2005, y se lanzó en el 2011, llegando a Marte en 2012. Precisamente en el 2012 comenzó a prepararse la siguiente misión, InSight, y contacté directamente con el investigador principal, Bruce Banerdt, para mostrarle que ya tenía un instrumento metereológico como el dispuesto en el ‘Curiosity’ pero ya más evolucionado, para dar solución a la necesidad de medir la intensidad y la dirección del viento en Marte. Se le pusieron los ojos como platos, viendo que se ahorraba la inversión y la incertidumbre de crear un sistema que acaso no funcionara.
¿Y para la siguiente misión?
Tenemos un calendario muy estricto. La NASA me llamó en julio de 2014 para notificarme que estaba seleccionado MEDA, el instrumento que había presentado a la convocatoria. Tenemos que entregarlo en noviembre de este año 2018, para que lo integren en los laboratorios de California y sea lanzado en 2020. Llegará a Marte en 2021. Los ritmos son más lentos en la Agencia Espacial Europea, se suele tardar entre diez y doce años en desarrollar un instrumento para una misión.
¿Cómo es el proceso de selección?
La NASA hace una convocatoria abierta internacional por la que plantea una nueva misión espacial con unos determinados objetivos. Y abre un periodo para que se presenten propuestas de instrumentos que resuelvan esos objetivos, que den respuestas a la preguntas que se están planteando en esa convocatoria. Para la misión Mars 2020 Rover nos presentamos 57, de todo el mundo, con acreditada experiencia y solvencia técnica. Y los expertos de la NASA analizaron las 57, incluyendo la nuestra en representación de España, y seleccionó 7, entre ellas la nuestra.
¿No tenían que presentar un prototipo?
No, en la primera fase es como un examen en la universidad, explicas con un documento en papel cómo lo harás y cómo soluciona lo que ellos necesitan. Gran parte del peso lo tiene acreditar solvencia técnica a la hora de ser capaz de hacer lo que propones. Por eso es importante la experiencia previa con ellos, lo tienen muy en cuenta porque saben que eres fiable como equipo de trabajo. De igual modo, evalúan que la memoria presupuestaria sea razonable. Disponemos de 12 millones de euros a lo largo de 5 años. Si yo propusiera hacer un instrumento que costara 300 millones, saben que no tiene sentido porque no puedo conseguir tantos fondos.
¿Quién aporta los fondos?
España casi en su totalidad, más Finlandia, que contribuye con un par de sensores, y conseguí que la NASA contribuyera con una cámara que integramos en nuestro instrumento MEDA, siglas de Mars Environment Dynamics Analyzer.
Será muy interdisciplinar el equipo que usted coordina.
En el desarrollo de MEDA están trabajando 30 personas. Es crucial buscar los mejores expertos nacionales e internacionales para conformar ese equipo, porque no se trata única y exclusivamente de hacer un instrumento, sino después de sacarle el mayor partido. Requiere científicos de muchas disciplinas: biólogos, geólogos, atmosféricos, físicos... Y necesitas también a las mejores personas que puedas encontrar para poder materializar esos requisitos científicos: ingenieros electrónicos, ingenieros mecánicos, ingenieros en estructuras, ingenieros térmicos, ingenieros de software... Y que todos tengan una visión global. Después, entran de nuevo en la cadena los científicos, una vez que esté el dispositivo operando en Marte, para analizar toda esa información.
¿Fichar a los mejores está al alcance de su presupuesto?
El dinero no es ilimitado para contratar al mejor ingeniero electrónico, al mejor ingeniero mecánico, al mejor aeronáutico de fluidos... Por eso es clave poder encontrar a personas que tengan cierta versatilidad para poder hacer distintas cosas. Sobre todo jóvenes, a los que participar en el proyecto potencia su formación y su reputación para recibir ofertas de trabajo.
¿En qué han aprovechado mejor la experiencia real de su instrumento REMS trabajando en suelo marciano, para mejorar los siguientes?
Hemos extraído muchísimas lecciones para mejorar y cambiar, para que nuestro sensor sea cada vez más competitivo. Se está caracterizando el entorno ambiental de Marte, y su atmósfera, como nunca se había hecho. Con mediciones detalladas, precisas y prolongadas en el tiempo. Nos ha permitido evaluar en la humedad la importancia del ciclo del agua, y del polvo marciano, tan fino. Todo ello tiene una incidencia crucial en los planes de las grandes agencias espaciales para poner una tripulación humana en la superficie de ese planeta. No es trivial determinar cómo han de ser los habitáculos y los sistemas para ponerlos allí del modo más seguro posible.
¿Cuál es el retorno de estas inversiones, en transferencia de conocimiento?
Las instituciones y empresas que participan incluyen en sus porfolios las nuevas referencias que se van consiguiendo, en la enorme evolución de las telecomunicaciones. Por ejemplo, en nuestro caso, los circuitos integrados capaces de soportar condiciones de temperatura, radiación y presión tan adversas como las de la superficie de Marte. Es tecnología que se puede aplicar a satélites de telecomunicaciones de lo que se denomina la red de espacio profundo, que permiten comunicarnos con los vehículos o con los sistemas que están activos sobre la superficie de Marte.
¿Qué tiene en mente a medio y largo plazo?
Pensando en las necesidades de las misiones espaciales durante la próxima década, y cómo resolverlas haciendo prototipos y ensayos. Con los vínculos creados con instituciones europeas y norteamericanas, poder presentar propuestas en las que trabajemos en equipo para avanzar en la exploración del subsuelo. Cada vez parece más cercana la posibilidad de hallar vida en Marte, que estaría en el subsuelo. Es un sueño que quiero vivir: encontrar vida en otros planetas, y que esa búsqueda fuera de la Tierra nos sirva para mirarnos hacia adentro.
¿Y en sus sueños nunca se ha imaginado como astronauta en Marte manejando allí sus desarrollos tecnológicos?
No, nunca me lo he planteado ni en sueños. Me gustaría, sería impresionante. Pero hay muchas cosas que me unen al ‘suelo terráqueo’ más que ir para allá.
¿Cómo enjuicia la evolución de nuestro mundo?
Estamos viviendo una importante pérdida de valores, que conduce a miramos solo nuestro propio ombligo, no nos importe lo que pasa a nuestro alrededor, intolerancia respecto a quienes lo pasan mal, y que cada uno se las avíe como pueda. Ejemplos de eso en el planeta los tenemos a diario a la vista en televisión. Si, por contra, aplicamos el punto de vista de los astronautas, conforme se alejan de la Tierra la ven como la definió el poeta Omar Khayyam: “Somos una mota de polvo en el espacio”. Y en la Tierra dejaríamos de darnos tanta importancia, como si fuéramos el centro del universo, cuando no lo somos.
¿Vernos desde el espacio ayudaría a entender que ya disponemos de recursos en la Tierra para eliminar el problema del hambre?
Es buen punto de vista para mirarnos a nosotros mismos como Humanidad y concienciarnos sobre cómo remediar la falta de interés para solucionar un problema tan importante y global.
Imagino que conocerá al ex astronauta Pedro Duque, ahora ministro de Ciencia, Innovación y Universidades.
Sí, he hablado con él tres o cuatro veces. En la comunidad de la ciencia y la innovación tenemos puestas muchas esperanzas en él. No solo para lo espacial, sino para todo. El ámbito de los investigadores necesita en España una remodelación en muchos aspectos. Él es sensible a ello porque ha participado activamente de esta vida nuestra. A ver si le dejan hacer. Quiere colocar en órbita a la España de la investigación.
Ha utilizado la palabra ‘remodelación’. Deduzco que pone más énfasis en mejorar la organización que en pedir más dinero.
Sí, porque en España hay mucho talento, y tengo múltiples opciones para afirmar que sobresale en comparación con el procedente de Francia, Italia, etcétera. Pero el sistema burocrático español de la política de investigación es tan complejo que resulta muy difícil hacer cosas. A pesar de eso, las hacemos, incluso participando en las misiones a Marte. Pero no podemos olvidar que si tuviéramos una estructura que favoreciera la innovación, se harían más cosas y de más envergadura.
Aterrizando en Sevilla, ¿cuál es ahora su perspectiva sobre el estado de los ámbitos de investigación y sobre el interés empresarial en vincularse a la ciencia y tecnología?
La tentación para quien investiga en España, no solo en Sevilla, es irse al extranjero porque el entorno es más favorable para desarrollarse profesionalmente. Sobre todo cuando eres más joven y no tienes ataduras. Eso hace que se pierda mucho talento, que después es difícil recuperar. Siempre he sentido ese dilema. Mi primer objetivo es tratar de hacer en España lo que me gusta como investigador. Es muy lento, cuesta muchísimo, duele remar contracorriente para hacer cosas innovadoras. Si lo consigues, es muy gratificante.
¿Ese dilema le acarrea mucho desgaste emocional?
Para mí sería rápido tomar la decisión de aceptar las ofertas que tengo para asentarme de modo permanente en Estados Unidos. Pero no es la solución que busco. Quiero ayudar y arrimar el hombro a que estos trabajos se hagan en nuestra tierra. En España, Andalucía, Sevilla. Cuando recibí hace unos días el Premio Andaluz de las Telecomunicaciones, y me encontré en el acto a personas que tienen esa misma visión, para mí eso resulta muy valioso, sentir que lo que haces contribuye a mejorar tu país.
En 2019, Sevilla tendrá el rango de capital de la Comunidad de Ciudades Ariane, con mayor o menor vinculación a la actividad aeroespacial. Si le pidieran su opinión, ¿qué aconsejaría hacer para potenciar en Sevilla este sector?
Pongo el ejemplo de lo que hace poco tiempo hice en México cuando me solicitaron asesoramiento. Lo primero: tener los pies en el suelo y plantear estrategias razonables. En este campo es fácil caer en la tentación de plantear políticamente proyectos demasiado utópicos, cuyo resultado acaba siendo pérdida de dinero y desmotivación. No tiene sentido establecer un plan de desarrollo a veinte años vista con objetivos inalcanzables. Es un error usual. Y se gasta el dinero que falta para atender otras prioridades. Hay que articular utopías realistas, potenciando capacidades y aunando a todos los agentes para evolucionar juntos: Administraciones Públicas regionales y locales, universidades, empresas, profesionales.
¿Qué le recomienda a los jóvenes que se le acercan por su prestigio?
Trabajar duro y no tener miedo a equivocarse. Todos nos equivocamos y fracasamos. Pero si sabes levantarte y seguir hacia adelante, apretando los dientes, seguro que eso deja un poso en ti para mejorar. Sea cual sea el ámbito al que te dediques, pon toda la pasión en ello y no tengas miedo a caerte. Es verdad que yo tuve la suerte de estar en el lugar adecuado en el momento preciso para poder tener apoyos importantes que te animan a seguir adelante. Pero lo que llaman suerte es esforzarte y saber aprovechar las oportunidades.