El afilador ambulante, un oficio tradicional en vías de extinción

Los pocos que quedan superan los 50 años de edad y no existe relevo generacional

18 ago 2021 / 18:53 h - Actualizado: 18 ago 2021 / 18:59 h.
  • El afilador ambulante, un oficio tradicional en vías de extinción

Cada vez es menos frecuente escuchar el sonido característico de la flauta que tocan los afiladores tradicionales cuando pasan por las calles de Sevilla. Van por los barrios y se anuncian con su inconfundible llamada: «El afilaooo, el afilaooo... «, para ofrecer sus servicios artesanales de afilado de cuchillos, tijeras, navajas y otros instrumentos cortantes. Es un oficio ambulante que el paso del tiempo ha convertido en minoritario y se ha envejecido, ya que los pocos afiladores que todavía quedan superan los 50 años de edad y no existe relevo generacional. Conversamos con Antonio García, de 58, y Jesús Germán, de 55, afiladores de Sevilla de toda la vida que nos cuentan la técnica del afilado y las supersticiones populares que sobre este colectivo aún perviven.

Estos dos afiladores aprendieron el oficio de sus padres, desde chicos observando el arte de un buen afilado que, según nos indican, consiste primero en vaciar el cuchillo y luego pulirlo. «Vaciarlo es quitar el filo, el material de la hoja; se hace de mayor a menor«, aclara Antonio. «Saber afilar no es fácil, es dificilísimo. Hay que tener temple y vista para un buen pulido y saber cuando el cuchillo está bien afilado», remata Jesús.

Recorren diariamente las calles, con su inconfundible melodía, anunciando a los vecinos su llegada por la zona, aunque sus principales clientes suelen ser los bares y restaurantes, también en menor medida las carnicerías y pescaderías. «Navidad y Año Nuevo es cuando se reactiva un poco nuestro trabajo, ya que la gente compra más embutido y jamón y se suelen afilar los cuchillos jamoneros», indica Jesús Germán.

El precio que cobran es a 3 euros el afilado, más económico en comparación con las cuchillerías que suelen llevar unos 6 euros. «Los 20 ó 25 euros diarios los saco. Antes iba por los pueblos, pero ya no puedo y sólo voy por la ciudad», dice Jesús. «Ahora para sacar el sueldo hay que andar todo el día. Yo voy por Sevilla y algunos pueblos del alrededor para sacar 30 euros. Hay veces que me tiro todo el día en la calle, hasta las 2 de la noche, en busca de mi pan», se queja Antonio.

Llevan muchos años recorriendo los barrios de Sevilla, tocando el pan flute o la pifia, como ellos denominan a la pequeña flauta de la que sale el distintivo sonido de los afiladores. Reconocen que cada vez hay menos afiladores ambulantes, es un oficio que se está perdiendo, en vías de extinción esta figura tradicional. «Calculo que habremos algo menos de 20 afiladores, antes había muchos más, pero este oficio está desapareciendo poco a poco. Mi padre murió con 87 años, afilando con una bicicleta y también se llevaban unos carritos. Ahora vamos con motos y llevamos incorporada la piedra de afilar», explica Antonio García.

El afilador ambulante, un oficio tradicional en vías de extinción

Por su parte Jesús Germán dice que toda su familia se ha dedicado a trabajar en esto: «Mi abuelo, que le llamaban El Pelao, era un buen afilador. Mi padre continuó el oficio y luego sus hijos. Somos una generación de muchos años. Los afiladores no hemos tenido apenas estudios y nos hemos dedicado a ayudar a nuestros padres; toda la vida en la calle trabajando. Mis hermanos y yo fuimos hace años hasta el Campo de Gibraltar, a la parte de Cádiz, porque había mucho trabajo para los afiladores».

Las razones de su paulatina desaparición son diversas: no hay relevo generacional porque ahora sus hijos y las personas jóvenes no quieren dedicarse a este trabajo y además existe una gran competencia por las tiendas de los chinos y las de reparación de calzados y afilados.

En este sentido, Jesús Germán cuenta que «estamos desapareciendo, somos cada vez menos porque somos ya mayores. Los jóvenes no quieren seguir este oficio, les da vergüenza ir con la moto, pero es un medio para ganarse la vida. A la juventud no les interesa, la mayoría sólo quieren el móvil y comer pizzas y hamburguesas. Además, nuestro oficio es artesanal, que necesita un esfuerzo manual, pero las nuevas maquinarias lo están sustituyendo. Recuerdo que antes, cuando las mujeres cosían en casa, nos hacían encargos para afilar las tijeras, ahora ya no».

Afirma Antonio García que «los chinos venden cuchillería a precios baratos porque la calidad es muy mala. Ya apenas hay cuchillos buenos porque no hay acero, ahora es acero dulce. Si es acero bueno el cuchillo aguanta lo que le echen. En cuanto lo meto en la hoja de afilar veo si es de calidad o no». Jesús Germán también va en la misma línea de su compañero, ya que comenta que «con esto de las tiendas de los chinos la calidad de los cuchillos es cada vez peor, son de calamina, de usar y tirar«.

Alrededor de la figura del afilador perviven ciertas supersticiones populares, sin fundamento alguno, relacionadas con la buena o mala suerte. En este sentido, preguntamos a Jesús Germán sobre este asunto y sonríe, asintiendo: «Sí, es verdad que alguna gente mantiene la costumbre, al escuchar la música del afilador, de ponerse un pañuelo en la cabeza porque dicen que da buena suerte. Pero también he oído lo contrario». También se dice que al paso del afilador las personas se sacudían la ropa para tirar la mala suerte o que se tientan la cabeza para atraer la buena suerte. En la zona de Galicia, donde hay tradición de buenos afiladores callejeros, su presencia se asocia a la venida de la lluvia. También en otros pueblos, cuando se escucha el pito de un humilde afilador que va por la calle ofreciendo sus servicios, acostumbran quedarse parados hasta que el sonido se aleja por la calle.

Jesús Germán cuenta que «los afiladores antiguos venían desde Galicia, de la parte de Orense, a tierras de Andalucía porque aquí había trabajo. Algunos llevaban a cuestas una rueda de coche de caballo». En efecto, es conocido que la patria de los afiladores es Orense y que la rueda se llevaba antiguamente sobre un palo.

Viejos oficios que desaparecen, antiguos trabajos que marcaron una época, personajes humildes y entrañables que paulatinamente dejan de verse por las ciudades y los pueblos. Ya que no existe generación de relevo que pueda continuar el oficio de los afiladores que, lentamente, van llegando a la edad de la jubilación.