El lado oculto de Bécquer

En las obras de Bécquer hay pistas que no debemos dejar pasar, todo un compendio de saber esotérico escondido entre sus ‘Rimas y Leyendas’ y que demuestran el gusto tácito por estos temas del gran autor sevillano

16 sep 2018 / 21:17 h - Actualizado: 18 sep 2018 / 09:55 h.
"La aventura del misterio"
  • El lado oculto de Bécquer

Si hay un escritor que encarna con perfección lo que es la literatura de misterio ese es, sin dudas, Gustavo Adolfo Bécquer. Si para los anglosajones son insustituibles Edgar A. Poe o H.P. Lovercraft en castellano su figura se realza cuando se conoce todo lo que ocultan sus Rimas y Leyendas, una dimensión desconocida que adquiere un nuevo valor viniendo siempre de su hábil pluma, con un vínculo al espiritismo o el ocultismo.

Bécquer, nuestro protagonista

Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida –Gustavo Adolfo Bécquer– nació en Sevilla en el 17 de febrero del año 1836, con el paso del tiempo pasaría a ser uno de los autores de la Literatura española más reconocibles más reconocidos y aclamados, por su estilo, por el concepto del romanticismo, por la profundidad de sus composiciones y relato, ha sido uno de los inspiradores de autores como Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado, pero también un pionero.

No tuvo una vida fácil pues quedó huérfano siendo un niño, pero jamás perdió la ilusión o la capacidad de soñar. Desde joven tuvo clara que su vocación iba a ser creativa, no sabía si dedicándose a la pintura o a la escritura, pero por ahí se orientaría. Un cambio importante fue el que se produjo cuando abandonó la capital andaluza y se trasladó a la Villa y Corte, a Madrid, ahí comenzaría el cambio en su vida y a tener contacto con los ambientes adecuados.

Su padre era el pintor José Domínguez Insausti, y firmaba sus obras con el apellido familiar: José Domínguez Bécquer, de origen flamenco, los Becker o Bécquer, se asentaron en Sevilla en el siglo XVI siendo su hermano Valeriano el que tomó el testigo pictórico de su progenitor. Nunca estuvo sobrado de dinero y vivió penurias, la bohemia de la época quedaba muy bien sobre el papel, en los ambientes culturales, pero vivirla día a día era compleja si no se tenía un capital que lo permitiera. Quizás por todo ello, por esas estrecheces económicas, enfermó de tuberculosis, una enfermedad que lo podía llevar a la muerte como sucedió cuando sólo contaba 34 años, el 22 de diciembre de 1870.

No pudo ver sus obras editadas pero serían inmortales y de no haber fallecido a tan temprana edad, posiblemente, sería de mayor trascendencia y alcance teniendo la inmortalidad ganada.

Pintó y también trabajó en la redacción de El Contemporáneo, allí escribió Cartas desde mi celda y Cartas Literarias o Historia de los Templos de España. Obras de teatro, poesías, leyendas, artículos, todo forma un conjunto de gran importancia. Pero sirvan estas pinceladas sólo para conocer un poco la vida de este genio eterno donde también se interesó por otros temas que, implícita o explícitamente, toca en sus obras como la vida tras la muerte, las apariciones, los fantasmas, los mensajes del más allá o el espiritismo que surgió en 1848.

Simbología oculta

En las obras de Bécquer hay pistas que no debemos dejar pasar, todo un compendio de saber esotérico escondido entre sus Rimas y Leyendas y que demuestran el gusto tácito por estos temas del gran autor sevillano. Fue uno de los estandartes de Romanticismo, viajó por toda España y se hizo eco de muchas historias populares que eran parte de la tradición oral. Es curioso comprobar como cuando llega la Noche de Halloween o el Día de Todos los Santos muchos se reúnen en torno a los cementerios y leen algunas obras del autor, incluso en algunos de los lugares de los que él escribió o que fueron protagonistas de sus relatos como la famosa Venta de los Gatos, el Parque de María Luisa, el Cementerio de San Fernando o el casco antiguo de la ciudad.

Uno de los lugares más bellos lo encontramos en la llamada Glorieta de Bécquer donde nos encontramos con un conjunto escultórico que nos lo dicen todo. Está en un pedestal octogonal, el número 8 tan vinculado a los Templarios, donde tenemos al busto del poeta que nos recuerda su nacimiento y defunción, a su lado tres mujeres sentadas que son los tres estados del amor: el amor ilusionado, el amor poseído y el amor perdido y que dan vida a la rima de Bécquer El amor que pasa:

Los invisibles átomos del aire / en derredor palpitan y se inflaman, / el cielo se deshace en rayos de oro, / la tierra se estremece alborozada.

Oigo, flotando en olas de armonías, / rumor de besos y batir de alas; / mis párpados se cierran... ¿Qué sucede? / Dime.

¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!

Pero falta algo más, un detalle importante: una figura de bronce, moribunda, dolorida... Es el el amor herido junto a Cupido que da forma a aquello de el amor que hiere. Fue una iniciativa de los hermanos Álvarez Quintero y remata el conjunto de Collaut y Bechini un grupo de sauces llorones que ponen el broche perfecto a una obra perfecta que el propio Bécquer hubiera aplaudido.

‘Maese Pérez el organista’

Uno de sus relatos más especiales es el que nos habla de un suceso que tuvo lugar en el convento de Santa Inés, próximo a la plaza del Cristo de Burgos con especial significación en la ciudad. Relata como una noche, en el siglo XVI, Maese Pérez debía tocar en la tradicional Misa del Gallo. El excelente organista no hizo acto de presencia, la muerte le rondaba y una enfermedad era el preludio de la misma. Acudió en su lugar otro organista pero no se acercaba a la calidad del primero cuando, repentinamente, entró en volandas, llevado por sus seguidores, el viejo en enfermo músico. En su rostro la expresión de la cercana muerte y cuando comenzó a interpretar la pieza aquel órgano sonó mejor que nunca, era como si los propios ángeles inspiraran cada nota.

Un momento tan épico fue interrumpido con la última cuando un grito, el de su hija, alertaba sobre la muerte de Maese Pérez. Al año siguiente se buscaba quién tocara en la misa, su hija también podía pero por respeto no quería hacerlo, así esa noche no habría nadie frente al instrumento pero en el momento de la Consagración volvió a sonar el órgano mientras se podía ver y reconocer el estilo inconfundible de quién falleció un año antes. Las teclas se presionaban solas y el hecho fue totalmente paranormal sorprendiendo a cuantos estaban presentes en la misma. El espíritu de Maese se había manifestado para acudir a su cita anual. Ya no lo volvería a hacer más.

Los estudiosos de Bécquer ven en su figura el conocimiento esotérico sobre materias que se plasman en su obra y que delatan las inquietudes del autor sevillano, en Los elementales, La Corza blanca, La Dama blanca; igualmente el neognóstico en Trasmundo, Leyendas, Unus Mundus, Ondina–Ánima e, incluso en la importancia de tener una mujer como inspiración, como musa de sus pasos. También se le identifica como un miembro de órdenes masónicas o teosóficas, pero el algo perteneciente al terreno especulativo.

‘La Corza blanca’

En sus obras pone de manifiesto una serie de arquetipos –tan del gusto de Carl Gustav Jung– donde podemos encontrar el inconsciente colectivo, expertos como el catedrático Martín Almagro–Gorbea creía identificar influencias celtas en las leyendas como La Corza Blanca, localizada en la fuente de Los Álamos, en Beratón, también a seres sobrenaturales como ondinas y elfos, seres del imaginario popular dotados de características mágicas. En el relato habla de mujeres con poderes que se convierten en corzas y ciervas cual tradición celta, igual que en la tradición medieval se narraban como había apariciones de la Virgen junto a animales como ciervos o como estos seres sobrenaturales se transformaban en ellos. En Guigemar se lanza una saeta a una cierva blanca que tiene una enorme analogía con La Corza Blanca. Además el paralelismo existente con Sertorio es evidente pues narra como una corza blanca regalada se le aparecía en el sueño para decirle cuál sería su destino. Sertorio es asesinado en la tienda del traidor Perpenna, en ese momento la corza, que dormía en las proximidades, muere y se convierte en humo.

Símbolos como el corzo blanco, animal albino que indica de las cualidades paranormales, el humo, la reconversión, la pureza, el alma, la adivinación, todo se pone de manifiesto en un relato que esconde mucho más. Para Joan Estruch Tobella, la protagonista «asume y resume tres arquetipos femeninos: Constanza (mujer altiva y caprichosa), Azucena (mujer espiritual), y Corza–Ondina (mujer sensual y diabólica)».

‘El Rayo de Luna’

Desarrolla la historia de Manrique, un noble encerrado en sí mismo, solitario. Una noche vio a una dama encaminarse al monasterio de los Templarios, trató de alcanzarla pero no pudo. Llegó a una casa y al preguntar por quién vivía allí le respondieron que Alonso de Valdecuellos, montero mayor del rey. Volvió a ver a aquella dama y la siguió de nuevo para notar que, realmente, era un rayo de luna lo cual hace que nuestro protagonista piense que la vida es un engaño y que el amor era como aquel rayo de luna. Es este efecto, el del rayo y la luna, el que nos lleva a una simbología especial en todo el relato tan misterioso como sentimental «en este globo de nácar que ruda sobre las nubes habitan gentes...» , «...una luna blanca y serena en mitad del cielo azul», «...la luz de la luna rielaba chispeando...», «...la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo...», «....era un rayo de luna...».

El rayo de luna es el amor y la amada reflejado en los árboles: «aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más que un instante. Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas».

Es la persecución de los sueños, la fantasía, el desengaño, la frustración, la escenificación del romanticismo de la época en el héroe, lo subjetivo, la objetividad de unos hechos, el error de percepción, lo racional. Es un choque entre lo real y lo imaginario. Es el arquetipo de la luna y del ánima junguiana, Esther Harding en Los Misterios de la Mujer indicaba que en ritos tribales se creía que la mujer quedaba embarazada debido a los rayos de la luna, un concepto tan mágico como evocador.

Arquetipos

Es curioso por qué para los investigadores de lo misterioso una dama blanca es una suerte de aparición espectral que destaca por ser un fantasma que no interactúa con lo que le rodea y que suele hacer un recorrido cíclico por una casa o entorno. Se le llama así por las prendas que luce y por emitir una extraña evanescencia. No deja de ser otro arquetipo como ocurre en Los ojos verdes, la misma La Corza Blanca o El Monte de las ánimas.

En la leyenda El Caudillo de las manos rojas escribía: «¿Oís las hojas suspirar bajo la leve planta de una virgen? ¿Veis flotar entre las sombras los extremos de su diáfano chal y las orlas de su blanca túnica? Esperad y la contemplaréis al primer rayo de la solitaria viajera de la noche; esperad y conoceréis a Siannah, la prometida del poderoso Tippot–Delhi, la amante de su hermano, la virgen a quien los poetas de su nación comparan a la sonrisa de Bermach, que lució sobre el mundo cuando éste salió de sus manos...».

Las hadas, los duendes y otras criaturas tienen un peso específico dentro del concepto bécqueriano en el que también se retrata una parte del folclore.

Neognóstico

También se identifica a Bécquer como un neognóstico donde tres de sus leyendas, las más orientales, tienen influencia del dualismo, maniqueísmo y gnosticismo, en La Creación (poema indio), El Caudillo de las manos rojas (tradición india) y en Apólogo. En la primera de ellas podemos leer: «El amor es un caos de luz y de tinieblas; la mujer, una amalgama de perjurios y ternura; el hombre, un abismo de grandez y pequeñez; la vida, en fin, puede compararse a una larga cadena con eslabones de hierro y de oro».

Gustavo Adolfo narra la Creación como una cosmogonía pseudohindú con influencia gnóstica, según el estudioso Antón Risco: «El cuento parece una fiel transposición en una mitología hinduista de la explicación del origen del mundo que proponía un famoso gnóstico de la antigüedad, Saturniano de Antioquía». En la obra Apólogo la civilización atendería a una creación errónea por qué el dios Brahma, ebrio, así lo realizó. En El caudillo de las manos rojas hay elementos neomaniqueos en el simbolismo de la peregrinación por el Himalaya y el Tibet que es señal del crecimiento interno del rajá de Dakka, de Pulo, el protagonista.

Se podría explicar mucho más, sobre sus conocimientos en hermetismo o espiritismo pero como muestra un botón, el que les he relatado. No cabe dudas que su obra tiene la influencia de toda una tradición y conocimientos donde surgen toda clase de fenómenos y experiencias insólitas allá donde la razón nos habla de ese lado oculto de Bécquer y la corazón se deja llevar por las emociones del Romanticismo plasmado en negro sobre blanco.