Esta semana el diario Abc se despachaba con un titular rotundo: “Filología, Geografía, Turismo o Finanzas y Contabilidad, las titulaciones que nadie quiere en Sevilla”. El subtítulo de la información -firmada por Mercedes Benítez- tampoco era indiferente: “Humanidades o Ciencias Ambientales, entre las que es posible entrar sólo con una nota de 5”. He aquí al pelotón de los torpes, según el mercado y la sociedad en general.
Carreras de niñas
Cuando yo era mocito, filología, geografía y las humanidades en general se estudiaban en una facultad llamada Filosofía y Letras (aún queda alguna por ahí con ese nombre, en Zaragoza, por ejemplo). Esa facultad, en Sevilla y otras universidades, se desgajó en Facultad de Filología, Facultad de Geografía e Historia, Facultad de Filosofía, etc. A mí ya me tocó esa división que comenzó a principios de los años 70, yo soy del pelotón de los torpes porque estudié en la Facultad de Geografía e Historia aunque en mis tiempos -en los que no había selectividad- mi facultad estaba masificada, la gente era como más ingenua y romántica y no era raro que se apostara por lo que gustaba y podía proporcionarte riqueza interior en lugar de arrimarse por sistema a las carreras con salidas monetarias que por supuesto también se hacía, como ahora.
Historia era la facultad vanguardia del conocimiento en mis días de estudiante. Recuerdo a un señor que, entre clase y clase, entró a preguntarnos si nos importaba que un joven cantautor entonara una canción un momento ante nosotros. Ese cantautor se llamaba Carlos Cano y allí que nos interpretó un tema, creo que su canción a la bandera de Andalucía. Geografía e Historia solía mover al resto de las carreras en pro de una España democrática. Profesores insignes como los hermanos Patricio y Mariano Peñalver -docentes de filosofía- o Alfonso Lazo -Historia Contemporánea- nos dejaban a los subversivos que escondiéramos panfletos y ejemplares del periódico Mundo Obrero -órgano oficial del Partido Comunista- en las dependencias de sus departamentos. Fuera de la facultad, en el hoy Palacio de San Telmo, antiguo seminario, un cristiano por el socialismo, Paco Barco, nos conseguía libros prohibidos entonces, clásicos aún, que hoy a pocos les interesa, sólo nos gustaban al pelotón de los torpes que éramos minoría pero, a diferencia de hoy, una inmensa minoría con ilusiones y poder.
De todas formas, no podía uno quitarse el sambenito de pertenecer al pelotón de los torpes, sobre todo en esas personas tan fácticas que conducen el progreso. Había un señor millonario amigo de mi familia que un día me preguntó qué estudiaba: “Geografía e Historia”. Él respondió: “Bueno, eso es filosofía y letras, una carrera de niñas”. Los hombres del pelotón de los torpes también éramos, a los ojos de los machotes, unos mariquitas porque es que las niñas serían todas unas torpes. Según esto, mi facultad estaba llena de mariquitas porque había muchos tíos allí que de vez en cuando pasaban por las mazmorras de la comisaría de la Plaza de la Gavidia, les daban unas leches y los soltaban. En cuanto a las niñas, pienso en dos que de torpes no tenían nada, al revés, eran líderes para nosotros los mariquitas torpes: Pina López Gay, de la Joven Guardia Roja, y mi entrañable y querida Kechu Aramburu, a la que llamábamos “la troska” porque era trotskista. Pina, maoísta, que se nos murió muy pronto, Kechu más de Trotsky, tal vez la única mujer española que ha sido parlamentaria autonómica, diputada en Las Cortes y además europarlamentaria. Pasó por la Gavidia, como Pina, que cuando volvía a la facultad solía llevar alguna que otra tirita como recuerdo de los “besos” de los guardianes de la patria.
Fuera batallitas, ¿somos secundarios?
Al margen de batallitas de este abuelo que les habla, vayamos al “torpismo” actual. Bueno, antes, otra batallita. En mis tiempos decíamos: “el que vale, vale, y el que no, a empresariales”. Y lo decíamos los mariquitas torpes y las niñas inferiores a los machotes porque ser de Humanidades, a pesar de todo, tenía un caché y unas salidas profesionales. Una vez me dijo el profesor Manuel Romero Tallafigo, catedrático de Paleografía, que ellos en los congresos internacionales no se entendían en inglés sino el latín, los tíos sabían hasta latín, había un dicho que afirmaba: “Este sabe latín”, y se usaba para definir a la gente lista, o que se pasaba de lista o que era socarrona.
Los paleógrafos se entendían en latín y leían textos de la Edad Media y Moderna en latín, los leían y los traducían en sus cabezas al mismo tiempo; los leían como está usted leyendo ahora estas letras. Los leían y los leen, si lo sabré yo que me costó un mundo aprobar esa asignatura del último año de la carrera, claro es que era y soy torpe, eso se lo dan a alguien del doble grado en física y matemáticas y lo lee y transcribe antes de que termine de cantar un gallo. Luego te lo tira en la cara y te dice que eso no sirve para nada y que además un programa informático puede hacerlo todo puesto que todo en la vida son logaritmos.
Cualquiera afirma en estos momentos lo de “el que vale, vale, y el que no, a empresariales”. Por favor, el emprendimiento, oh, qué gran invento, puesto que yo no puedo ni quiero ofrecerle a usted un trabajo ni deseo meterlo en la Seguridad Social como trabajador por cuenta ajena, sea emprendedor, déjese de carreras inútiles, páguese su propio trabajo como autónomo aunque trabaje para mí. Y si todo le sale mal es porque usted no sirve, pertenece al pelotón de los torpes, es usted un mariquita. Aclaremos que por emprendimiento se entiende fundar una empresa a costa de lo que sea -la vida familiar, la estabilidad psíquica, el sosiego espiritual- y llegar a tener mucho dinero. A ver si nos enteramos: emprender no es ser músico, escultor ni poeta a menos que lo que usted haga tenga utilidad mercantil o esté en la órbita de un lobby o de un partido que lo promocione por ahí.
Hoy somos secundarios, en realidad siempre lo hemos sido, nuestras carreras universitarias de humanidades y ciencias sociales –sobre todo las primeras- eran para el sexo débil, para las mujeres, las de ciencias eran y son cosa de hombres, como el coñac Soberano en tiempos de Franco, aunque las tendencias cambien. La facultad en la que imparto clase comprende los estudios de periodismo, que son estudios “menores”, como la filología clásica, la filosofía presocrática o las Bellas Artes. No somos útiles a menos que se les pueda extraer a nuestras actividades rendimiento comercial.
Las mayores partidas públicas y privadas de dinero destinado a investigación van sobre todo a parar a manos tecnológicas, a los demás nos dan limosnas por no meternos en cámaras de gas ya que sería una actividad culturalmente horrorosa, como hacer lo propio con los millones de jubilados y viejos a los que hay que darles pensiones. Son, somos, un estorbo. El viñetista español Forges hizo célebre una de sus viñetas en la que un sujeto afirmaba: “Pienso, luego estorbo”. Naturalmente se refería a pensar en el sentido contrario al que prefiere la sociedad tecnocrática, como en 1985 la bautizó el investigador andaluz José María de los Santos en un libro que llevaba ese nombre. Esta es, abrumadoramente, la sociedad tecnológica, la de la nanociencia y los biobots, todo en el contexto del mundo de la Inteligencia Artificial (IA). Es una nueva y apasionante etapa de la Historia humana.
La paradoja es que, siendo tal vez una de las dos o tres etapas claves de lo que llevamos de Historia -junto a la revolución neolítica y agrícola, la revolución de la imprenta y las revoluciones industriales- marginamos a las materias humanísticas que la estudian y la interpretan, es decir, actuamos como pollos sin cabeza. En este sentido, para terminar, anotaré sólo un detalle. Un grupo de cirujanos que llevan a cabo una intervención quirúrgica milagrosa, un creador de IA que va a permitir a alguien que no veía, ver, o a alguien que no caminaba, caminar, todos ellos desarrollan un poema, una creación artística más valiosa que lo que se entiende por arte clásico y tradicional. Pero si estos nuevos creadores, estos nuevos artistas no saben de dónde vienen, qué sentido tienen sus vidas, cómo afrontar los problemas inherentes al ser humano, estarán castrados, incompletos, porque la IA no les va a sacar de todas sus angustias, y sus visiones tan parciales y acotadas no les dejan ver el bosque que es el mundo en el que viven. La IA no es aún superior a la capacidad sincrónica y estructural de un cerebro. Y no sé si lo será algún día.