Entre las calles Febo y Esperanza de Triana, en un escondido viario de almacenes, talleres y garajes, por donde nadie transitaba salvo que tuviera allí un local, ha brotado con espontaneidad un espacio cultural. Los libros son el punto de partida. Y su nombre es Colombre en homenaje al gran escritor italiano Dino Buzzati (1906-1972), cuyo cuento breve ‘El Colombre’, de fuerte carga simbólica, imagina un enigmático monstruo marino. “Al que nadie ha visto, como el callejón donde estamos, que cuenta encontrar cuando se acude por vez primera”. Lo dice Pedro Gozalbes Alonso, de 35 años, vecino del barrio de San Lorenzo, polivalente profesional de servicios editoriales: corrección, diseño, maquetación, traducción, informes de lectura, transcripción, redacción, etcétera. Es uno de los creadores de Espacio Cultural Colombre, en común con su amigo Rafael Delgado García.

Se conocieron como alumnos en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla. Rafael, ya licenciado, tomó un camino profesional más ligado a lo social, aplicando sus fundamentos literarios también en su labor como educador en centros de reforma juvenil. Ahora comparten una odisea (que incluye también ganarse el sustento vendiendo libros de segunda mano en calles, parques y playas) cuyo argumento no imaginaban porque lo están aportando muchas personas en una dinámica colaborativa, que tiene mucho de tomarle el pulso a la demanda de vivir la cultura con más proximidad y menos márketing.

Pedro Gozalbes es el tercero de los seis hijos de un matrimonio donde su padre sostenía a la familia como empleado de banca, y su madre trabajó algunos años como profesora de instituto. Vivió su infancia y adolescencia en el barrio Parque Miraflores, fue alumno del Colegio Altair durante todo el periodo de escolarización obligatoria, hizo la carrera de Filología Hispánica “porque era la oportunidad de estudiar lo que me fascinaba, la literatura española e hispanoamericana”. Sus primeros trabajos en el sector editorial le abrieron las puertas para estar varios años a las órdenes de Abelardo Linares en Editorial Renacimiento, desde su enorme sede en un polígono de Valencina, donde se gestiona cerca de un millón de libros antiguos o recientes. “Sigo colaborando con Renacimiento como ‘freelance’, he aprendido mucho allí, una experiencia muy gustosa, porque realizan ediciones muy cuidadas y porque se acerca a Abelardo Linares tanta gente de la cultura que eso te enriquece”.

¿Qué le impulsó a emprender por su cuenta y riesgo?

Cuando comienzas a automatizar una actividad que te apasiona, es síntoma de que pronto vas a incurrir en el tedio. Debes darte cuenta de eso para evitarlo y reinventarte con la pasión de una nueva aventura. Así veo la vida. Era el año 2011, cuando en España llevábamos ya mucho tiempo en un ambiente de crisis económica. Poner la radio o la televisión, leer un periódico, era sinónimo de estar bajo constantes informaciones y mensajes sobre la crisis, como un todo absoluto donde no hay sitio para la creatividad de la gente de a pie. Y conversando de todo esto con mi amigo Rafael Delgado, que también estaba vitalmente en proceso de plantearse un cambio de rumbo profesional, nos fuimos picando uno al otro y decidimos probarnos en la experiencia de vender en las calles libros de segunda mano y, de ese modo, relacionarnos con gente variopinta e insospechada.

¿Dónde se probaron?

En el mercadillo del Charco de la Pava. Allí nos íbamos a las seis de la mañana, cargados de cajas con libros de ocasión que habíamos ido reuniendo. La experiencia tenía un sesgo furtivo que nos gusta y nos enciende la bombilla para plantearnos proyectos. Porque a una librería de segunda mano solo entra un determinado tipo de personas, y se crea una clientela muy específica. Pero en la calle, y más en un mercadillo adonde la gente no acude con la idea prefijada de comprar libros, es enorme la diversidad de población con la que interactúas. Es una lección continua.

Colombre no está en un lugar de paso, sino todo lo contrario.

Cuando lo cogimos, no calculamos lo que ha sucedido. Tanto Rafael como yo vivimos en pisos de edificios sin ascensor, y, dedicándonos cada vez más a la venta de libros de ocasión, estábamos hartos de subir y bajar cajas por las escaleras. Buscando un local lo más barato posible, donde fuera comodísimo aparcar el coche, cargar y descargar, y nos sirviera como almacén, encontramos éste disponible en un callejón de Triana que no tiene vista comercial.

¿Qué les hizo cambiar de planes?

Nos gusta que cualquier lugar sea agradable y cómodo. Para trabajar en un almacén, no es lo mismo que esté adecentado y bonito a que sea cargante y caótico. Y, cuando empezamos a remozarlo, y a poner estanterías, y con la llegada de amigos que venían a saludarnos, fue surgiendo en nosotros la idea de prepararlo también como lugar de encuentro y actividad. Nos dimos a conocer vendiendo libros en Triana, a la sombra del ficus en el Altozano. Las ventas eran irrisorias, pero lo teníamos asumido porque estábamos creando un proyecto como si fuera un juego, en conversaciones con gente conocida o desconocida. Ya en octubre de 2012 vimos claro que nos apetecía hacer más cosas, convocamos a muchos amigos para una reunión en el local/callejón, y se intensificó el ofrecimiento de propuestas y de sinergias. Constituimos una asociación cultural y empezamos a programar y dar cabida a narración oral, conciertos, magia, microteatro, presentaciones de libros,...

En las ciudades más cosmopolitas se ve con mayor frecuencia que reconvierten zonas y locales concebidos originariamente para almacenes, depósitos, fábricas, tiendas, garajes...

Al principio, bromeábamos diciendo que parecía la trasera de los restaurantes neoyorquinos. En cualquier ciudad se crean espacios cuyo ambiente parece fruto de un milagro.

¿Cuál es la petición más usual que les comentan?

Compartir vivencias y relaciones, tanto culturales como personales, en un espacio pequeño y acogedor, donde como máximo caben 50 personas, y donde es usual participar de encuentros y actividades donde el ambiente es aún más íntimo, entre 8, 12, 15 o 20 personas, sentadas en los sofás o en las sillas, con un pequeño ambigú. Y puedes dialogar, por ejemplo, con esa pequeña compañía de teatro cuya actuación has visto a dos metros de distancia. Pensemos que hoy en día lo imperante en la vida cotidiana, y hasta niveles exagerados, es la comunicación digital, la conexión digital, todo lo que pivota alrededor de internet, de los mensajes. Por eso valoran más las experiencias culturales presenciales, cara a cara.

Quizá también atrae como contrapunto del macroconcierto y de otros formatos de eventos multitudinarios.

Lo que percibo es esto: Cuando se va a espacios culturales como el Teatro Lope de Vega, que están muy bien, lo usual es que los espectadores acudan con personas de su entorno (su pareja, sus amigos,...) y, cuando salen al término de la función, dialogan entre sí, comparten impresiones entre ellos, pero, por lo general, no interactúan con otras personas. En Colombre no solo conviven quienes ya se conocen previamente, sino que es más fácil relacionarse también con quienes han participado y/o acudido. En nuestras actividades, también son muy importantes el ‘prepartido’ y el ‘pospartido’. El espacio propicia quedarse y relacionarse, y perder el miedo a conversar con un músico, con un escritor,...

Además de un lugar al que acuden personas desde otras zonas, ¿qué lazos se están forjando con el vecindario de Triana?

Muchos y buenos. Al principio, Colombre se nutría de amigos que llevaban a sus amigos. Los círculos se van ensanchando y cada vez hay más habitantes del barrio que descubren el espacio porque alguien se lo recomienda, y se sienten cómodos, y lo tienen en cuenta para acudir a un concierto en acústico, o a una sesión literaria, o ver una película, o títeres, o magia, etc., en lugar de plantearse ir al centro para ello. Se nos acerca gente entre sí muy distinta, percibe que Colombre es un espacio neutro que no está escorado solo a un tipo de personas o a una manera de pensar. Abundan más quienes tienen entre 30 y 40 años, pero también aparece alguien de 80 años o jóvenes de 16 años de algún instituto cercano.

¿Cómo intentan ser autosuficientes?

Quienes simpatizan con Colombre y se han asociado (ya son 90 personas) aportan una cuota que es casi simbólica: ocho euros al año. A cambio tienen descuentos en la compra de libros, y en los talleres que se imparten. La mayor parte de las colaboraciones se basan en participar de modo gratuito como protagonistas de actividades. La gente valora nuestra receptividad a propuestas que sean buenas, para organizar un diálogo en torno a un libro, o un recital, o un maridaje de cine y gastronomía,...

En cualquier barrio se da por seguro que hay bares y que son espacios de sociabilidad. ¿Con la misma normalidad no deberían existir en todos los barrios sus ‘colombres’?

Sí, en algunos de Sevilla los hay. Y no deben entenderse como espacios ‘alternativos’ sino bien asentados, porque muchas personas asocian lo ‘alternativo’ a sinónimo de ‘temporal’. Lo mejor que ocurre en el nuestro es que la gente se siente como en su casa, a la vez que son entre sí diferentes. Eso descoloca a algunos, hasta que se acostumbran. Esa es la idiosincrasia y la gracia: huir de las etiquetas. De cualquier evento surgen multitud de sugerencias para hacer otras cosas. A nosotros nos toca filtrar para mantener el criterio.

Además de gratificante aventura personal, ¿logra ganarse el sustento económico?

Poco a poco vamos a ir mejorando eso, que descuidas cuando te lanzas de lleno a una actividad en la que hay mucho de pasión. Mantenemos la dinámica de hacer de vez en cuando venta ambulante, lo avisamos por redes sociales. Por ejemplo, este verano nos pusimos una noche junto al cine de verano que se montó en el Parque de María Luisa.

Hay otras iniciativas en Sevilla de sacar a la calle los libros, como el Zoco de Libros que se realiza en la Alameda de Hércules el segundo sábado de cada mes.

Y a quienes participan les sirve para estrechar lazos entre sí, y para darse a conocer a muchas personas. Todo ello es importante porque el sector del libro (editoriales, librerías,...) es muy débil y frágil. En Sevilla hay que ir a más en esa línea, a algo más sólido como es, por ejemplo, el mercado de libros en Barcelona, cada domingo por la mañana, en el Mercado de Sant Antoni. Es precioso, bajo unos grandes toldos.

En Sevilla podría montarse, por ejemplo, en un paseo fluvial.

Sí, en el Paseo de la O, en la orilla de Triana, donde ya se realiza un Paseo del Arte con artistas que exponen para vender sus obras. Pintura y literatura podrían reforzarse mutuamente para atraer la afluencia de gente.

¿Cuál es la actividad de Colombre con mayor seguimiento?

El certamen de relatos breves, el 1 de septiembre acaba el plazo de envío de originales para participar en la tercera edición. En nuestra faceta de editores, y atendiendo la propuesta de simpatizantes de Colombre para organizar ese concurso, cuando convocamos la primera edición pensamos que iba a tener una trascendencia local, más aún porque la asignación económica es casi simbólica... Y nos llegaron relatos de 400 personas, la cuarta parte desde países de América Latina. Nos desbordó tanto interés en participar.

¿Hacia qué va a evolucionar Colombre?

Consolidar tres vertientes: espacio de actividades culturales, librería (tanto física como mediante página web) y editorial. La primera línea, la de espacio cultural, es la que ha madurado más, y se ha creado ya una comunidad de personas interesadas que acuden y son parte de su funcionamiento y su ambiente. La función de librería irá a más, con todas las estanterías que hemos montado para tener muchos libros a la vista. Y en la de editorial, irá arrancando la publicación en diversos géneros: narrativa, poesía, relatos breves, viajes... El próximo que vamos a presentar es ‘Piel roja’, relatos breves del colombiano Jhon Ardila, que vive en Sevilla.