Son y están

«El sistema académico no valora lo que se aporta al conocimiento dando clases en Youtube»

José Luis García del Castillo y López. Profesor de la Graduate School of Design de la Universidad de Harvard, consultor de diseño computacional y divulgador en Youtube desde ParametricCamp. Comenzó en Sevilla a especializarse en la innovación tecnológica aplicada al diseño y a la arquitectura, y dio el salto a Boston, donde lleva 10 años integrado en el ecosistema de la excelencia mundial y avanzando en su triple pasión por la elaboración de programación informática, por la creatividad artística y por la docencia mediante el conocimiento abierto.

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
30 ago 2022 / 04:12 h - Actualizado: 29 ago 2022 / 18:14 h.
"Son y están"
  • José Luis García del Castillo se ha especializado desde Boston en diseño computacional para la creatividad en la producción tanto de estructuras constructivas como de piezas artísticas.
    José Luis García del Castillo se ha especializado desde Boston en diseño computacional para la creatividad en la producción tanto de estructuras constructivas como de piezas artísticas.

“La satisfacción personal que recibo al ver a una persona crecer bajo mi tutela de educador, para mí es la manera en la que creo tener más impacto para cambiar el mundo a mejor. Y no he encontrado todavía otra actividad que me dé esa sensación de contribuir a la comunidad. A día de hoy, principalmente me considero un educador. Aún digo que soy arquitecto, pero en realidad no sé por qué”. José Luis García del Castillo y López es un andaluz cosmopolita que disfruta del crisol de cultura y conocimiento que hay en Boston, la ciudad norteamericana vertebrada como uno de los polos de liderazgo mundial en innovación. Donde no hay compartimentos estancos entre los saberes, las titulaciones y las habilidades, para unir a talentos de diversos itinerarios formativos e impulsarlos a innovar fuera de su particular zona de confort. Comenzó en Sevilla a descubrir el umbral de ese cambio disruptivo y lleva 10 años experimentándolo desde la Universidad de Harvard.

¿Cuáles son sus raíces biográficas?

Nací hace 40 años en Linares, ahí me crié. Luego, me fui a Sevilla a estudiar en la universidad y me quedé viviendo 12 años, hasta que me trasladé a Boston. Mi padre era empresario, tenía un comercio para vender artículos relacionados con agua, jardinería, piscina, regadío,... Mi madre ha trabajado como maestra, daba matemáticas y ciencias. La mayoría de mi familia vive entre Sevilla y Málaga. Mi hermana mayor lidera un laboratorio de materiales para aeronáutica, un hermano trabaja en una ingeniería y el otro para el sector de la construcción.

¿Desde la adolescencia sentía en su fuero interno esa dimensión polifacética?

De chaval quería ser informático. Y me gustaban las ciencias, las matemáticas, dibujar. En mi etapa de instituto me dio fuerte por el dibujo y opté por la carrera de Arquitectura en Sevilla porque me parecía que era una buena combinación de lo científico y lo artístico. Conforme transcurría la carrera me di cuenta de que diseñar edificios no era lo que más me gustaba, no tenía la pasión que veía en mis compañeros cuando me enseñaban sus proyectos.

¿Cuál fue su primer empleo?

En la empresa Ayesa, trabajando en su departamento de ingeniería de estructuras, no en el de arquitectura. Estuve varios años dedicado sobre todo a las estructuras de los edificios-podio y del centro comercial vinculados a la Torre Pelli, donde Ayesa desarrollaba todo el proyecto. También estuve dedicado en Ayesa a proyectos de puentes en la India, y a la Ciudad de la Justicia de Córdoba, siempre en la vertiente estructural. Todo me resultó interesante, hasta que tres o cuatro años después noté que estaba llegando como a un tope, y tenía que optar entre especializarme en eso o cambiar de actividad. Además, me incomodaba que el cálculo de estructuras y el diseño de planos estaban mediatizados por las tecnologías disponibles para ese tipo de trabajos. Empecé a pensar que si el software de cálculo no lo podía hacer, era impensable hacerlo a mano por su enorme complejidad. Por lo que muy poco de lo que hacemos puede ser liderado con nuestra iniciativa profesional. Quien usa el AutoCAD está asumiendo decisiones de quien diseñó su software, 'heredamos' esas decisiones. Y surgió en ese momento en la Universidad de Sevilla una iniciativa que me interesó mucho: un máster en innovación tecnológica en diseño y en arquitectura, dirigido por Juan Carlos Gómez de Cózar. Coincidió con lo que ponía en marcha José Pérez de Lab desde el FabLab de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Y me matriculé, lo compaginaba con mi trabajo en Ayesa y me sirvió para profundizar en cómo el software o la tecnología computacional nos ayudan o nos impiden ser creativos.

¿A qué le llevó esa experiencia?

Fue crucial para mí. Descubrí que empezaba a haber una corriente de profesionales que utilizaban software de modo muy creativo. Por ejemplo para diseñar la geometría compleja de los edificios del arquitecto Frank Gehry (autor del Museo Guggenheim en Bilbao), con paneles cuyas curvaturas están diseñadas con algoritmos que combinan matemáticas, geometría, procesos computacionales e impresión 3D. Y también descubrí a mucha gente que utilizaba códigos para escribir piezas de software y hacer instalaciones, o proyecciones interactivas, o domótica, o fabricación con robots, etc. La cultura del fab-lab para recuperar la capacidad de que cualquier ser humano pueda ser innovador y fabricar, ayudado por la tecnología. Todo me pareció fascinante, era lo que buscaba y no encontraba cuando estaba en el instituto y quería ser informático pero decidí ser arquitecto. Decidí seguir profundizando, me dediqué a investigar, fui a varios congresos, di clases como profesor asistente en ese máster. Y repensé mi carrera profesional. Dejé el empleo que tenía, no iba a ser un arquitecto a la manera clásica, y opté por el camino del diseño computacional. Que mis principales herramientas fueran los ordenadores y los algoritmos.

¿En su entorno no le dijeron que había perdido la cabeza dejando un buen empleo?

Sí, es lo típico. Te dicen: “Estás loco...'. 'Eso no lo hace nadie...'. Y la pregunta más habitual: '¿En qué trabajos vas a aplicar eso del diseño computacional...?'. '¿Quién te va a contratar...?' Pero decidí elegir lo que me estaba apasionando. Había ahorrado dinero y me di la oportunidad de explorar. Aposté a ello hace 12 años, y no me ha ido mal. Lo primero fue intentar cursar un buen máster en diseño computacional. Aspiré al de Harvard, de dos años de duración, envié toda la documentación requerida y me admitieron. Así empecé en Estados Unidos. Con el objetivo de completar un máster y hacer el doctorado.

¿Qué le impresionó más en ese inicio?

La primera clase que tomé era 'Introducción al diseño computacional'. La impartía un profesor que después se convirtió en mi mentor, Panagiotis Michalatos. Un genio en este campo.

¿Compaginó los estudios con trabajos remunerados?

Mientras hacía el doctorado empecé a trabajar a tiempo parcial en Autodesk, la empresa creadora del programa de diseño AutoCAD. Entré en un equipo que intentaba ver el potencial de la inteligencia artificial para aumentar la capacidad de diseñar con herramientas de software. Cuando terminé el doctorado, entré a tiempo completo. Y durante el doctorado también trabajé como profesor adjunto en la Northeastern University en Boston, dando clases de programación creativa.

¿Cómo logró ser profesor en Harvard?

Mi mentor se tuvo que ir. Quedó una vacante en la universidad y me llamaron, conocían mi experiencia docente, que me encanta dar clases y que se me da bien comunicar en público. Quise compaginarlo con el trabajo en la empresa pero no pudo suceder. Y me decidí por las clases. Imparto 'Introducción al diseño computacional', además también doy clases avanzadas sobre aparatos e instalaciones en tanto que ofrecen una dimensión mediática: señales, datos, información y tecnología, y también doy un seminario avanzado sobre aplicaciones creativas que son fruto de la interacción entre seres humanos y máquinas. Mi labor incluye conocer a fondo el campo en el que me muevo, encontrar el conocimiento apropiado, sintetizarlo y empaquetarlo de modo que sea entendible para quien quiere empezar.

¿Es la actividad en la que se siente más realizado?

La razón principal por la que decidí hacer el doctorado era para trabajar como educador. El tema de la investigación me encanta, pero para mí, dar clases, todavía, a día de hoy, sigue siendo la manera en la que yo realmente me veo que tengo un impacto en la gente con la que trabajo. Cuando das clases, y cuando llegan alumnos que el día primero no saben hacer algo, y que, gracias a tu labor con ellos, el día final del curso saben programar, y han hecho un proyecto estupendo, y quieren coger más clases, y siguen motivados.

¿Qué caracteriza a los alumnos que tiene en Harvard?

La enorme motivación de alcanzar la excelencia y tener éxito con su talento. Son tantos los filtros que han de superar para acceder a una universidad del prestigio de Harvard, que constituyen una comunidad de estudiantes bastante buena, cuyo talento revierte en aportar más prestigio y se cierra el círculo virtuoso. Son alumnos que captan al vuelo las ideas, que tienen una tremenda capacidad de trabajo. Como los programas son muy abiertos y libres, para no solo tomar clases en el programa curricular de la maestría en la que se hayan matriculado, aprovechan lo que tienen a su alcance en otras facultades. Y también en otras universidades, como la del Massachussetts Institute of Technology, cuyo convenio con Harvard permite a cualquier alumno de cualquiera de las dos universidades asistir a clases. Eso les da una inmensa gama de opciones para combinar y sus posibilidades de formarse son fantásticas. En las clases más grandes tengo entre 70 y 80 alumnos, en los seminarios pequeños son entre 15 y 20.

¿Qué margen de maniobra tiene para elegir las materias que imparte, siendo además un ámbito donde se suceden rápidamente las innovaciones, las tendencias, las expectativas?

Si tuviera que calcularlo, tengo el 90% de libertad. En las clases que doy, como los programas son tan abiertos y tan libres, y como se recomienda a los alumnos que exploren, a los profesores se les recomienda que actualicen sus currículos y que repiensen sus clases de año en año. Dentro de la tecnología, como las cosas cambian tanto y tan rápido, cada dos o tres años el contenido de mis clases es completamente nuevo. Doy el seminario de interacción entre humanos y computadoras. Cuando empecé esas clases, estaban muy enfocadas a la robótica. Pero como la inteligencia artificial ha avanzado tantísimo, ahora el currículo es casi entero de inteligencia artificial. Y la Universidad de Harvard te demanda que estés al día. Y como los alumnos eligen las clases de entre toda la oferta que se ofrece cada año, hay competición entre los docentes, y también tenemos que innovar con nuestra oferta de materias. Educacionalmente funciona. Las clases que das tienen que ser atractivas, contemporáneas. Porque si no es así a los alumnos no les va a interesar y no las van a coger.

¿Abunda el número de empresas que se ofrecen a colaborar y buscan contar con alumnos para proyectos de investigación?

Es muy común la relación entre la universidad y las empresas. Algunas esponsorizan, y, según los casos, aportan gratis software, o ponen a disposición de los alumnos sus instalaciones para hacer allí talleres físicamente. Para muchas empresas es muy interesante promover innovación incorporando a universitarios, les permite experimentar ideas y perspectivas sin la limitación de verse obligados a generar beneficios industriales a corto plazo con un proyecto. He tenido colaboraciones de ese tipo con empresas grandes como Autodesk o Nvidia, y también con otros pequeñas igualmente interesantes. A todas les interesa además descubrir talentos, porque el mercado laboral en estos sectores es muy competitivo, les resulta difícil encontrar personas con habilidades tecnológicas y que sepan programar, con capacidad para aunar creatividad y precisión.

¿Cómo puso en marcha su serie de videos divulgativos?

En Andalucía, con mi hermano Fernando, en el año 2010. Detectamos que era muy poco conocido el uso de tecnología y de algoritmos para la creatividad. Se nos ocurrió organizar talleres, como workshops, para enseñar a programar, a usar nuevas tecnologías y hacer con ellas un proyecto en 3D. El verano de 2011 montamos los Parametric Camp, un taller presencial de una semana, lo hicimos en Sevilla, Málaga y Granada. Tuvo bastante éxito y lo repetimos dos años más. En 2012 lo realizamos también en ciudades de otros países, como París y Estambul. Cuando ya me asenté en Boston para las clases, otros trabajos y el doctorado, era muy complicado seguir organizando esos talleres de modo presencial en Europa. Cuando en 2020 estalló la pandemia covid y, como toda la gente, estuve dos meses encerrado en casa, ya fui capaz de sacar tiempo para hacer esos talleres de modo online en directo y después convertirlos en videos.

¿Con qué formato?

No hago videos sueltos, procuro que los videos desarrollen un tema y se acaban convirtiendo en un pequeño curso. Tuve en cuenta el modelo de una persona que sigo mucho: Daniel Shiffman, que tiene en Youtube un canal que se llama The Coding Train. Él se conecta en directo en Youtube, y da las clases en directo, manejando el ordenador para programar, y atendiendo los comentarios y peticiones que le llegan al chat por parte de alumnos. Sobre la marcha, van haciendo tal o cual cosa, con la misma inmediatez y espontaneidad que si estuvieran juntos en un aula. Todo eso me ayuda mucho a mejorar el contenido. Y después, lo edito, lo corto, y lo convierto en un video que sirve de tutorial. Además, tenemos un foro en Discord en el que nos comunicamos, y la gente se ayuda. Todo contribuye a crear comunidad alrededor de una actividad educativa. Es mucho más interesante que si yo simplemente me grabara un video, lo publicara y ya está.

¿También los aprovecha en sus clases dentro de la universidad?

Sí, son un valioso material de apoyo y permiten que me enfoque más en clase en explicar los conceptos que quiero enseñar. Y puedo delegar en que vean tal o cual video para aprender cómo se hace algo técnicamente. Los alumnos en Harvard aprecian positivamente esta dinámica, así ese tipo de cuestiones las pueden ver y repasar a su ritmo.

Sus videos en Youtube son de acceso libre. ¿Hasta dónde pueden llegar los modelos de conocimiento gratuito?

Creo muchísimo en el 'open knowledge', el conocimiento compartido y en abierto. En el mundo de la programación es muy común escribir códigos que luego publicas en abierto, y que otra gente lo reutiliza en sus programas. Es lo que se llama el software libre. Creo que las cosas que enseñamos en la universidad, o las que se publican en los libros, todos deberían tener acceso libre a ello. Por imperativos legales, no puedo hacer libre la formación que doy en la universidad. Pero sí hay ciertas cosas que puedo hacer libres a través de mi persona, en mi canal de Youtube, que no está asociado a la universidad. Nada de lo que yo enseño es un secreto, no es propiedad intelectual de alguien. Son conocimientos que cualquier persona podría encontrar si leyera los libros adecuados, si se metieran en ciertas páginas web.

¿Qué le preocupa más en el debate sobre la transferencia del conocimiento?

El sistema académico para publicar y valorar lo que se publica es súper endogámico y no promueve para nada esta idea del conocimiento libre. Cuando una persona trabaja en una universidad, para progresar necesitas puntos y para obtenerlos te piden que consigas tener muchas publicaciones. Pero los baremos para conceder los puntos dependen de qué publicas y dónde lo publicas. Solo tienen en cuenta revistas donde has de pagar para que te acepten un artículo. Y tienes que darle a su editorial los derechos de propiedad intelectual. Por lo que ya no eres libre para ponerlo en tu página web o distribuirlo a los alumnos. Además, les cobra a quienes quieran acceder a ese artículo. Solo tienen acceso gratuito quienes están dentro de una universidad y cuentan con acceso a esas revistas a través de las suscripciones de las bibliotecas universitarias. Para personas de otro tipo que quieran leerlo, les pide una cuantía elevada. Eso causa que el conocimiento no esté circulando y a disposición de la gente. Ese sistema se ha convertido en un conjunto de barreras que encierran el conocimiento en silos donde solo la gente académica lee entre sí los artículos que publican unos y otros. Pero eso no permea al mundo real.

¿No le puntúa todo el contenido que crea y difunde por internet, y que aprovechan personas desde muchos países?

Es muy difícil que con esos baremos acepten una contribución de software libre o de conocimiento libre. Sus sistemas de puntuación no están incorporando estas nuevas formas contemporáneas que contribuyen al conocimiento. Habrá quien no valore lo que es un canal de Youtube, pero a muchas personas les cambia más la vida que un artículo científico publicado en una revista. En mi canal, veo que entre los suscriptores el primer país en audiencia es Estados Unidos, seguido muy de cerca por la India. Y muchas personas que me siguen desde la India me escriben: “Muchas gracias, José Luis, si no fuera por tus videos, yo no tendría acceso a nada de esto. Porque mi única opción es lo que encuentre gratis y libre”.

¿Puede ahora compaginar su labor docente con trabajos en empresas?

Sí, he creado una consultoría de diseño computacional, llevo año y medio haciéndolo. Empecé al ver que mucha gente contactaba conmigo al ver los videos en Youtube y me pedían solucionar problemas, o me pedían elaborar un software específico para una impresora. Ayudo a crear las bases computacionales para proyectos, principalmente en el campo creativo: fabricación de objetos en 3D, instalaciones artísticas, etc. Muchos de mis clientes son artistas.

¿Sigue disfrutando con la creación de código informático?

Totalmente. Eso no ha cambiado en los 12 años que llevo haciéndolo. Cuando tengo que sentarme a escribir código, flipo. La pasión se me nota en la cara. Lo veo una experiencia muy creativa, un tipo de proceso intelectual en el que las preguntas que te haces y las decisiones que tomas me parecen propias de una actividad muy creativa.

¿Qué tiene en mente para dedicarle tiempo y pasión durante los próximos años?

Quiero que crezca mi consultoría. Me gustaría seguir prosperando dentro de la Universidad de Harvard, y poder dar más tipos de clases. Además, me encantaría poder incluir mi clase de introducción al diseño computacional en una plataforma de conocimiento abierto, como EDX, creada junto con el MIT, y modelar una versión abierta de esa clase para que puedan acceder a ella desde todo el mundo, y no esté reducida solo a los pocos alumnos que tienen la oportunidad de entrar en Harvard.

Un consejo para que Andalucía avance mejor desde la formación y la innovación.

Me considero andaluz, por encima de mis vínculos jienenses, sevillanos y malagueños. Creo en los andaluces y creo en mi tierra, porque he conocido muchísimos andaluces de gran mérito, capaces de alcanzar cualquier meta. Debemos valorar que las universidades públicas, con matrículas baratas, permiten que no haya barreras económicas para acceder al conocimiento de grado superior. Porque en Estados Unidos muchos jóvenes tienen que contratar préstamos y están en deuda durante diez, quince o veinte años para pagar la matrícula. Lo que necesita mejorarse en las universidades españolas, también las andaluzas, es reducir la burocracia. Para acceder a una plaza de profesor, tienes que pasar por tantísimas acreditaciones, por tantísimos concursos, que es muy difícil para las personas que pueden aportar alto nivel en temas contemporáneos y de innovación. Es un sistema demasiado rígido que frena la regeneración.