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El tesoro inadvertido

Un patrimonio para todos los gustos... y disgustos. La misma Sevilla que asiste indiferente a la ruina de la Capilla de San José celebra la recuperación de San Luis de los Franceses. Es la eterna paradoja de una ciudad tan rica que no sabe lo que tiene

04 ene 2017 / 08:54 h - Actualizado: 03 ene 2017 / 21:49 h.
"Patrimonio","Temas de portada","Un patrimonio por cuidar"
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Comenzar un repaso de cuatro páginas al patrimonio histórico y cultural de Sevilla hablando de Steven Spielberg no es cosa gratuita; tiene un porqué. Entre las muchas cualidades que han convertido al genio de la barbita en un cineasta único destaca que le da la más importancia a lo que se insinúa o se presiente que a lo que se muestra a las claras. El silencio aterrador, roto por el sonido de la campana de una boya en el mar al atardecer, y no el tiburón blanco. Líneas negras que se van dibujando por la maleza rumbo a los protagonistas, y no los velocirraptores. Los enrojecidos rostros de terror de los combatientes contra los marcianos, y no lo que está sucediendo al otro lado de la colina, hacia donde ellos miran. Cualquier otro realizador, en su lugar, habría mostrado los muñecos hasta que se les hubiese visto la marca de Vulcanizados López. Es en esa contención, en esa dosificación de los tiempos, en ese amor por el presagio, por la señal y por la corazonada, donde el citado artista y Sevilla establecen su parentesco emocional. Sin el menor amago de chovinismo, hay que decir que Sevilla es para lo bueno y para lo malo, ojo una ciudad spielbergiana, hitchcockiana. Cualquier otra, dotada del patrimonio material de la capital de Andalucía, se mataría a hacer postales de sí misma y a venderse como mero acopio de monumentos extraordinarios. Y sin embargo, aquí se glorifica la expectativa más que el hecho. Por eso no hay ninguna rumba que diga que Sevilla tiene una torre preciosa y sí hay una que dice que tiene un color especial y una sevillana que anuncia que ya huele a feria. Y eso es, básicamente, lo primero que hay que decir de esta ciudad en materia de patrimonio: que sin esa sutileza, nada tiene sentido. Los extranjeros que vienen a ver Triana se marchan decepcionados, porque Triana no se puede ver. Valga como ejemplo.

Lo siguiente que conviene dejar claro es algo también muy cinematográfico y muy del género del suspense: que aquí no todo es lo que parece. Y no solo porque el río sea de mentira, sino porque hay muchos elementos patrimoniales que pasan inadvertidos a los ojos de quienes solo van por la calle con el detector de elementos góticos en la retina. Dicho con números: el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz tiene registrados, nada más que en la ciudad de Sevilla –provincia aparte– 136 elementos protegidos. Y eso, contando solo actividades de interés etnológico e inmuebles. Sin cuadros, sin esculturas, sin música. No todo es lo que parece, no. En parte, también porque muchas de las grandes joyas de la ciudad sencillamente están descuidadas, escondidas y hasta emparedadas, desde lienzos de muralla hasta el dormitorio de Isabel la Católica en el Convento de Madre de Dios, en lamentable estado de conservación y tapiado para que no roben, como advierte Angar Arquitectos en su web sobre los conventos sevillanos, donde lo spielbergiano cobra otro cariz.

Pero dada la vastedad y la diversidad de las joyas del patrimonio local, no hay forma de emitir un diagnóstico serio sobre su estado general. Depende del objeto de interés de cada cual. Si uno si fija, por ejemplo, en el legado de la Expo 92 un cuarto de siglo después, el estado podría calificarse de selvático tirando a amazónico, y no avanza más la jungla de jaramagos gracias a los miles de coches que, tomando las quebradas aceras y subidos por doquier, aplastan la expansión natural con sus neumáticos.

Si lo que interesa, por contra, es esa monumentalidad industrial y comercial de la que son referentes el Mercado de la Puerta de la Carne, la antigua Estación de San Bernardo, La Carbonería, las Reales Atarazanas y la Fábrica de Vidrio de la Trinidad, por no ir más lejos, el estado podría considerarse complicado y/o extravagante, tirando a deprimente y/o desolador. Si solo se fija uno en la Giralda y en la Catedral, Sevilla está para ponerse a bailar sevillanas. Una nueva constatación de la relatividad einsteiniana.

Protección

El 2 de noviembre de 1990, el centro histórico de Sevilla quedó protegido como bien de interés cultural con la categoría de conjunto histórico. Ello pretendía suponer una salvaguarda del viejo caserío hispalense, salpicado de palacetes, patios de vecinos, fachadas esplendorosas, callejones con duende e interiores de costumbrismo estremecedor. Cualquiera que haya visto en qué han quedado algunas antiguas escuelas, ciertos caserones y hasta soberbios palacios sometidos a rehabilitaciones de fantasía –véase Altamira, nada menos que sede de la Consejería de Cultura– habrá podido comprobar hasta qué punto se ha logrado el objetivo.

Tras fachadas reconstruidas al estilo original, como si aquí no hubiera pasado nada, se esconden moderneces hechas algunas de ellas al calor del boom inmobiliario y al grito de viva el diseño epatante que nada tienen que ver ni con la arquitectura ni con el espíritu de lo que se quiere preservar. Lo cual también forma parte, como se comentaba antes, de esa Sevilla que no es lo que parece y que en materia cinematográfica tal vez no sea ni de Spielberg ni de Hitchcock, pero sirve como decorado de sí misma, que es en lo que ha quedado.

Paralelamente, y puestos a ser justos, también hay que hablar de avances, como las obras de restauración de la Iglesia de Santa Catalina, pendiente de su tercera y definitiva fase y que el próximo 3 de junio cumplirá 13 años de cierre al público en lo que cabría calificar, con permiso de las Atarazanas, como el mayor culebrón cultural de la historia reciente de la ciudad. Al final, el Arzobispado se ha echado el asunto a las espaldas, a falta de ganas de seguir esperando colaboraciones de la autoridad civil, y con un desembolso superior a los dos millones de euros confía en abrir el templo de nuevo a finales de este año. Con lo cual se antoja que el asunto será materia de primera para el obligado resumen de 2017 en la prensa hispalense. Hasta entonces, habrá que rezar. Pero en otro sitio. Aunque si de lo que se quería hablar es de recuperaciones, se pueden citar dos o tres de importancia: San Luis de los Franceses, la apertura de la Capilla de Santa María de Jesús, en la Puerta de Jerez, y las visitas al Palacio de las Dueñas en busca del famoso limonero machadiano.

Hablando de limoneros machadianos que antes no se podían ver: Sevilla tiene la fortuna de poder sustentar su historia y su leyenda con magníficos edificios y lugares que siguen ahí en gran parte. Eso no sucede entodas las grandes ciudades: en la devastada Berlín, por ejemplo, ponen un cartel donde dice que ahí estuvo el búnker de Hitler y uno se lo tiene que imaginar con ayuda de unos paneles. Disponer de la materia prima de la historia es toda una suerte. El problema es que no siempre son accesibles estos tesoros. Uno no puede presentarse una mañana en la Torre de la Plata, dar los buenos días y disponerse a recorrerla armado de gallardía sin más limitación que su espíritu aventurero y su afán por conocer. Porque se encontrará con que aquello son oficinas del Ayuntamiento y el señor de seguridad se encargará de frustrar amablemente su expedición cultural. Tampoco puede uno darse un garbeo a su aire por el Palacio de Miguel de Mañara, sede de la Dirección General de Bienes Culturales. Hay una monumentalidad de uso restringido en esta ciudad, asunto que no parece inquietar al grueso de la población pero que sería muy de estudiar. Por cierto, y hablando de restricciones: aunque ya se ha citado en estas páginas con ocasión de otros asuntos, sigue pendiente que algún munícipe sevillano tenga a bien reclamar a la Catedral un día de estos la devolución a la ciudad del Patio de los Naranjos, que se le prestó para una exposición y si te vi no me acuerdo, o como quiera que se diga eso en latín.

Para un sevillano normal, el kit básico de la monumentalidad es el que queda recogido como Patrimonio de la Humanidad en la declaración de la Unesco de 11 de diciembre de 1987, a saber: la Catedral, el Alcázar y el Archivo de Indias. Súmesele a eso las iglesias antiguas y las preciosas construcciones de Aníbal González para la Exposición Iberoamericana de 1929 y vamos que nos matamos, dirán ellos. Pero la ciudad es más, permite otras visiones, otros disfrutes desde la perspectiva del patrimonio histórico, artístico y monumental. Un ejemplo: se hablaba antes del Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz. Pues bien, entre todos esos inmuebles se encuentra un conjunto de viviendas de Los Diez Mandamientos (el barrio, no la película) bajo la denominación de edificio del Movimiento Moderno. La Consejería de Cultura lo describe en los siguientes términos: «Está formado por diez bloques delimitando la barriada en su frente nordeste, y dibujando el encuentro entre la prolongación de la Avenida de Felipe II con la Avenida de la Paz, constituyendo, por su escala y su rotundidad, un poderoso hito visual en la zona. El proyecto es en primer lugar una reflexión sobre los tipos de vivienda colectiva que fueron utilizados de manera sistemática en la arquitectura nacida del Racionalismo y el Movimiento Moderno. Se adopta como modelo el bloque en H, conjunto de cuatro viviendas agrupadas en torno a un núcleo común de comunicaciones, con una inteligente descomposición al desarrollar con distinta altura las dos viviendas de un lado, de cinco plantas y abiertas hacia el interior del barrio, frente a las otras dos a manera de doble crujía, pegadas al trazado de la Avenida de la Paz, de diez plantas sobre los que asoman los núcleos de comunicación grapando las dos partes de cada pieza. Las viviendas que en cada torre se alinean a la Avenida de La Paz disfrutan a partir de la planta 5ª de inmejorables vistas hacia el sector suroeste de la ciudad, por situarse en una posición elevada respecto al resto del barrio. Con esta solución se mejora considerablemente la orientación y soleamiento del total de las viviendas además de ofrecer distintas escalas: la menor al interior de la barriada y la mayor a escala de la ciudad periférica entonces en formación. La proximidad entre las piezas más elevadas configura una muralla que delimita y caracteriza eficazmente la intervención. En esto se plasma formalmente la pretendida voluntad de funcionamiento autónomo del barrio respecto de la ciudad, dotado de equipamientos tales como grupo escolar, iglesia y mercado». Impresionante derroche interpretativo para los bloques que trazó el arquitecto Luis Recasens Méndez-Queipo de Llano en 1958. Y sigue la Junta explicando y ensalzando el conjunto de bloques, dando a entender con ello que la vista del paisano puede aprender a solazarse y a engrandecerse con prodigios que no siempre son las vidrieras, las gárgolas y los cimborrios. Pero que nadie lance las campanas al vuelo: como se encarga de precisar Cultura sobre Los Diez Mandamientos, «a nivel estructural, el conjunto se conserva en malas condiciones, habiendo sido necesarias en los últimos años sucesivas operaciones de consolidación que incluían incluso la ejecución de una nueva estructura y cimentación ante el riesgo de aluminosis que aquejaba al hormigón empleado en su ejecución y que ponía en serio peligro la integridad del conjunto, actualmente habitado». Es la maldición del patrimonio hispalense.

Esta posibilidad de asomarse a otras singularidades, a otros conceptos de arte, a otros tiempos más modernos pero con la misma inquietud cultural que cuando se contempla una capilla gótica o un pórtico barroco, tiene como otro de sus hitos fundamentales la Estación de Autobuses del Prado de San Sebastián. También la Estación de Plaza de Armas, el Cuartel de la Gavidia, el complejo fabril de Hytasa, los bloques de la Estrella en Manuel Siurot, el edificio de Cabo Persianas (en San Pablo esquina con la Magdalena, «símbolo de la desprejuiciada inserción de los objetos modernos en los centros históricos, a partir de una composición dual en la que las plantas destinadas a viviendas se segregan del basamento comercial», dice la Junta) y hasta el del Instituto Anatómico Forense, todos ellos catalogados y protegidos. En la base de datos Docomomo, del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, se ofrece una información tan interesante y detallada sobre estos y otros inmuebles que cualquier paisano interesado en el tema se lo pasaría en grande echándole un vistazo y descubriendo lo que sus ojos no habían osado ver hasta entonces.

Concienciados

No son los únicos que se interesan por las joyas que la historia ha ido dejando a su paso. En Sevilla es toda una garantía la existencia de Adepa, celador permanente de la monumentalidad andaluza y sevillana ante los olvidos, abusos, estropicios, bellaquerías y atentados cometidos contra ella. Asimismo, desde hace cuarenta años, la asociación Hispania Nostra vela por la salvaguarda y defensa del patrimonio cultural y natural y elabora su famosa Lista Roja. En ella figuran los elementos que a su juicio se encuentran sometidos a riesgo de desaparición, destrucción o alteración esencial de sus valores, al objeto de darlos a conocer y lograr su consolidación o restauración. En el caso de Sevilla capital, dicha lista incluye dos nombres: el ya clásico de las Reales Atarazanas y la Capilla de San José. Existe, por cierto, una Asociación Pro-Restauración de la Capilla de San José (Areca) dedicada, según indican sus responsables, a recaudar los fondos necesarios para la restauración de los bienes muebles de ese templo. Está formada, explican, por diferentes particulares y profesionales procedentes de diversos ámbitos de la sociedad sevillana que, de forma altruista, prestan su trabajo, su tiempo y su apoyo para la consecución de dicho objetivo. Además, impulsan trabajos científicos e investigaciones históricas, procuran que la gente sepa qué clase de maravilla es ese recinto barroco de la calle Jovellanos y lo importante de su conservación y organizan conferencias, cursos, conciertos y visitas. Quiérese decir con ello que además de gozar de una amplia masa popular que sabe reconocer la belleza del patrimonio de su ciudad, a esta ciudad no le faltan vecinos dispuestos a luchar por defenderlo. Lo que suceda con su labor y el caso que la autoridad les haga forma parte también de ese largometraje de suspense, ocasionalmente aterrador y jurásico, que es Sevilla.

Quienes no se hayan quedado saciados con la contemplación de los bloques de Los Diez Mandamientos tienen ahí también la Casa Duclós en la calle Ceán Bermúdez, detrás de Ciudad Jardín; y la Casa Lastrucci, con sus curiosos antepechos y vitrales en la esquina de Álvarez Quintero con la Cuesta del Rosario. El Círculo de Labradores guarda el patio del antiguo Convento de San Acacio, y en el Palacio de la Condesa de Lebrija calle Cuna está media Itálica. El Corral del Conde y el de San José, la Casa Fabiola, la de Pilatos, la de Olea y la de los Pinelo; el Humilladero de la Cruz del Campo, pero también el de San Onofre en San Jerónimo; las iglesias, los conventos y los viejos hospitales; el poco conocido Almacén de Maderas del Rey y la antigua Universidad de Mareantes o Casa de las Columnas; el centro de cabo a rabo, los parques y jardines históricos, la Sevilla de Aníbal González, las cofradías... y, sobre todo, lo que no se dice y solo se intuye o se presiente. Lo que hace a Sevilla de película.