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Entre la angustia, el duelo y la esperanza

Las familias de los desaparecidos ‘aprenden’ a convivir con la ausencia. La búsqueda de pistas es continua pese al transcurso de los años. «Se vive sin ganas de vivir», dice la madre de David Guevara, ‘el niño pintor’ de Málaga.

21 oct 2016 / 07:00 h - Actualizado: 20 oct 2016 / 09:35 h.
"Alerta desaparecidos"
  • Panorámica general de una concentración organizada en el mes de abril de 2006 por los compañeros de instituto de Josué Monge para pedir su regreso inmediato. / El Correo
    Panorámica general de una concentración organizada en el mes de abril de 2006 por los compañeros de instituto de Josué Monge para pedir su regreso inmediato. / El Correo
  • Antonia Guevara, la madre del niño pintor de Málaga, el día en el que fue declarado fallecido. / Francis Silva (Sur)
    Antonia Guevara, la madre del niño pintor de Málaga, el día en el que fue declarado fallecido. / Francis Silva (Sur)

Habla con la voz tenue y el alma rota. Es María Isabel García Chamizo, la madre de Josué Monge, el chico que desapareció en Dos Hermanas el 10 de abril de 2006. Aquel día, Josué, de 13 años, se desplazó en bicicleta desde el domicilio familiar de la barriada de Huerta Sola hasta Vistazul para visitar a un amigo, aunque jamás alcanzó su destino. La angustia creció cuando el padre, Antonio Monge, se esfumó días después en extrañas circunstancias. La Policía dictaminó una orden de busca y captura del progenitor, desde primera hora el principal sospechoso. Hoy, diez años después de aquella pesadilla, la madre convive con sus otros dos hijos y el dolor y la angustia.

«El día a día es muy difícil de llevar», confiesa. Una década de ausencia que ha calado en el corazón de una madre que, sin embargo, aún vive con la esperanza del abrazo del reencuentro. «Yo pienso que mi hijo no está con vida, pero la esperanza como madre nunca se pierde», aclara en un alarde de fortaleza mental. Josué era el mediano de tres hermanos. María Isabel, que se divorció de su marido después del episodio, se mudó a un nuevo hogar para mantener unida a una familia en la que ha ejercido de padre y madre de sus otros dos hijos, de 21 y 30 años en la actualidad. «Jamás los he implicado a ellos en este asunto. En casa llevamos la pena por dentro porque yo apenas hablo del tema», detalla. «Todos vivimos en un estado de permanente tristeza», lamenta antes de elogiar a «mi familia y mis amistades por su apoyo».

Un caso más reciente es el de Manuela Chavero, una mujer de 42 años cuya pista se perdió en su casa de Monesterio (Badajoz) la madrugada del 5 de julio. El padre de sus hijos reside en Las Pajanosas y su hermana mayor y portavoz de la familia, Emilia, en La Rinconada. «Son 109 días de dolor y pena», asegura Emilia Chavero con la sensación de mantener la luz de la esperanza por sus padres, de 79 y 72 años. Las secuelas apenas han aparecido por el escaso tiempo transcurrido desde la noche de la desaparición, aunque los familiares ya han sido tratados por psicólogos. «Te dicen que sigas con tu vida, pero es muy difícil», comenta. La familia se reunió el pasado fin de semana para realizar una batida en los alrededores de la localidad extremeña. La casa en la que residía Manoli, el apelativo cariñoso que recibía, despertó con las luces y la televisión encendidas.

Angustia diaria

«Son muchas preguntas», confiesa. «Sientes inquietud y agobio porque pasa el tiempo y sigues sin saber nada», dice antes de agradecer la labor de los investigadores. «Siempre están disponibles para nosotros», ensalza. El grupo de trabajo que dirige la investigación trasladó su centro de operaciones de Madrid a Zafra para agilizar el proceso de inspección del territorio. El juez ha decretado secreto de sumario, una decisión que la familia respeta. «En la batida que hicimos vinieron familiares de otros desaparecidos y nos decían que ojalá ellos hubieran tenido nuestra fuerza para generar la presión que estamos generando. No nos vamos a rendir hasta que no sepamos dónde está mi hermana», advierte en un claro mensaje de unidad familiar.

Las palabras sensitivas más repetidas por las familias de los desaparecidos son angustia y desasosiego, aunque entre las madres surge una conexión común, la esperanza. La madre que más tiempo ha sufrido en silencio la ausencia ha sido Antonia Guevara. Su hijo, David Guerrero Guevara, el niño pintor de Málaga en el imaginario colectivo, figura en los anales como el desaparecido que más tiempo ha permanecido oculto bajo la sombra de la duda y la intriga. Antonia Guevara relata, apenas unos días después de que su vástago haya sido declarado muerto por un juez para solucionar el problema de una herencia, que «David está vivo para mí». «Yo lo veo y lo siento en cada momento», añade desde su piso de la populosa barriada Huelin de Málaga. «Yo ya lo he dicho todo. Prefiero no hablar más», balbucea apenas unos instantes de rectificar. «Bueno, pero que no sean muchas preguntas, por favor, que quiero descansar», se excusa como si ya no hubiese palabras de consuelo para una mujer que ya ha enviudado.

La pista del niño pintor se pierde para siempre un 6 de abril de 1987 después de que abandonara su hogar y no acudiera a una exposición de pintura en la galería de arte La Maison, donde un cuadro suyo del Santísimo Cristo de la Buena Muerte presidía uno de los pasillos. «La rutina diaria es normal. Hago mis mandados y me dedico a las labores de mi casa. Vivo sin ganas y sin ilusión, pero hay que vivir», admite. Antonia Guevara conserva intacta la esperanza de abrazar de nuevo a su hijo. «Mientras no se demuestre lo contrario él sigue vivo», asegura 29 años después de que abandonara su casa para siempre. Un hogar que custodia sus pinturas y cuyas paredes están decoradas con sus obras.

El dolor de los ancianos

Uno de los últimos casos de desapariciones inquietantes registradas en la provincia de Sevilla fue la de Manuel Sojo Guillén, cuya pista se perdió en Pedrera el 14 de diciembre de 2013. Su hermano Francisco, que desde entonces sufre ansiedad y estrés, trata de mantener su rutina diaria. «Yo, al menos, tengo mi trabajo, pero mi madre –de 83 años– sí está fatal», asevera. Según los expertos, los episodios de este tipo afectan en mayor medida a aquellas personas de más edad. «Ella vive conmigo y sus hermanas y vecinas tratan de no dejarla sola, pero a la calle no sale absolutamente nada», insiste. El caso, declarado bajo secreto de sumario, ha roto la felicidad de un hogar que Manuel abandonó sin su dosis de insulina necesaria a causa de su diabetes. «Mi madre y yo hablamos mucho del tema. Esto es muy duro. No se puede olvidar en ningún momento», lamenta.

El dolor compartido y la angustia como nexo común entre quienes sienten a diario la ausencia de un ser querido. La esperanza de las familias en que al final sólo sea una pesadilla y el consuelo de que, de alguna forma, nadie muere mientras viva eternamente en el corazón de una madre.

El extraño caso del ermitaño de Cazalla de la Sierra

Los nombres de Carlos Sánchez Ortiz de Salazar, Alejandro López Comes o Ana Franco Salguero no aparecen en la triste lista de desapariciones famosas. Los casos de Diana Quer o Manuela Chavero han sido protagonistas en los telediarios en los últimos meses, aunque algunas familias conviven con la ausencia en la más absoluta intimidad. El episodio más intrigante es el de Carlos Sánchez Ortiz de Salazar, un joven de origen vasco y residente en Cazalla de la Sierra que desapareció el 13 de abril de 1998. Su familia, con la que El Correo de Andalucía no ha logrado contactar debido al celo de preservar su intimidad, ha tratado de aportar luz, aunque no fue hasta el pasado mes de noviembre de 2015 cuando, de repente, surgió una pista fiable en Italia.

Declarado oficialmente muerto, Sánchez Ortiz de Salazar fue presuntamente fotografiado por dos buscadores de setas que caminaban por un monte cercano a Scarlino, una pequeña localidad de la Toscana. Interrogado por los motivos de su presencia en el bosque, el ermitaño mostró un carnet de la biblioteca y otro de la Facultad de Medicina de Sevilla, según publicó Il Corriere della Sera. Sus padres y una hermana viajaron a Italia para vivir el reencuentro, aunque el hombre había desaparecido nuevamente. El nombre de Carlos no aparece en el registro español de personas desaparecidas ni en los archivos de la Interpol, una circunstancia que, unida a la legislación vigente del país transalpino para mayores de edad sin paradero conocido, dificulta las labores de búsqueda de un hombre de origen vasco y residente en Cazalla de la Sierra, el lugar en el que aún permanecen sus allegados.