Hacemos nuestras las palabras del investigador Manuel Babío Wall, autor de un libro básico titulado “Aproximación etnográfica del puerto y río de Sevilla en el siglo XVI”, cuando afirma que “Sevilla vive y ha vivido (1990) durante su historia como ciudad y comunidad de espaldas al río, o mejor dicho, a sus ríos. Y sin embargo, he aquí la paradoja, todo lo que Sevilla es, ha sido y será vendrá dado por su río y por los fastos que se iniciaron en su entorno”. Nosotros añadimos, más de veinticinco años después, que las circunstancias históricas justamente subrayadas por Manuel Babío Wall, han cambiado radicalmente desde la Exposición Universal de 1992.
En efecto, la ciudad ha vuelto a disfrutar de su río desde la desaparición del dogal ferroviario y la tapia de la calle Torneo, y con el desaterramiento del cauce en Chapina también ha vuelto a ver correr las aguas ahora por debajo del bellísimo puente del Cristo de la Expiración. En paralelo, las mejoras del puerto y las dársenas nuevas, la incorporación de una novísima esclusa, y las tareas de acondicionamiento del cauce de la ría, más la expansión de las zonas industriales, sitúan al puerto de Sevilla en cotas de atenciones administrativas como hacía muchísimos años que no se producía. A ello hay que unir la Corta de la Cartuja que completa el ciclo iniciado en 1795 con la Corta Merlina.
El Guadalquivir (Río Grande), base de Híspalis, mantiene las características de su origen remoto, y es río y ría, con los flujos de las mareas oceánicas, pleamar y bajamar en todo su cauce abierto desde Bonanza hasta la presa de Alcalá del Río.
La relación de Sevilla con el río va marcada por un intento de acercarse al mar. Y no por casualidad, sino porque a lo largo de muchos siglos Sevilla debió su esplendor a la circunstancia de contar con un magnifico puerto interior. Hace doscientos años, el recorrido del Guadalquivir desde Sevilla hasta la desembocadura de Bonanza era de ciento veinticuatro kilómetros, distancia que ha disminuido hasta setenta y nueve kilómetros, desde 1981. Seis cortas se han trazado en ese periodo, con la Intención de acercar nuestra ciudad al mar, aumentar la productividad de la tierra y disminuir los riesgos de desbordamientos. Hay que significar que hace dos mil años el recorrido del río se producía por lo que hoy es el centro de la ciudad. Ello nos da una idea de las importantes modificaciones que se realizaron a su paso por Sevilla. La historia de la ciudad, su esplendor y su decadencia van ligados al Guadalquivir.
Entre 1909-1926 (Moliní) y 1927-1950 (Brackenbury) se cambió el curso del río, con las cortas de Alfonso XIII y de la Vega de Triana, ampliando las obras hidráulicas de los siglos XVIII y XIX. La Corta de Alfonso XIII (Tablada) estaba incluida en el Plan Moliní que abarcó desde 1903 hasta 1926, y añadió al nuevo cauce una línea de muelles que amplió la zona de las Delicias por la margen izquierda. Las obras comenzaron en 1909 y terminaron en 1926. Entre 1795 y 1982 el cauce histórico del Guadalquivir registró nueve modificaciones con los objetivos de mejorar la navegación y defender a Sevilla de los efectos de las grandes inundaciones, azote ancestral de la ciudad y su alfoz.
OBRAS EN LAS MARISMAS
La mano del hombre ha modificado ya las características naturales de la marisma. Se buscaban tres objetivos distintos: mejorar las condiciones de desagüe del río, facilitar la navegación y aumentar la productividad de tan extensa superficie, que hasta entrado el siglo XX tenía un valor prácticamente nulo desde el punto de vista de la agricultura y muy escaso desde el de la ganadería.
Las obras para facilitar la navegación del Guadalquivir han consistido, fundamentalmente, en la supresión de las numerosas curvas que antes existían en la parte alta de la ría, mediante la apertura de cauces artificiales o cortas. Con esto se consiguió acortar la longitud a recorrer por los barcos y se facilitó la navegación al no obligar a las embarcaciones a pasar por trayectos en curva, muchas veces cerradas, donde además se sedimentaban los arrastres, con la consiguiente pérdida de calado.
Tras el corte de Chapina, construido años después, esta zona se convirtió en una dársena que quedó fuera del cauce vivo del Guadalquivir. La corta de Tablada tuvo una gran importancia, ya que se crea, un nuevo puerto, con ochocientos metros de longitud, y el puente basculante de Alfonso XIII. Esto hizo que la mayor parte del tráfico marítimo de la capital se organizara en los nuevos muelles, de mejores características, alejándolos así del Paseo Colón y permitiendo el embellecimiento de este lugar.
Con estas construcciones y otras de menor entidad se ha conseguido que la distancia de Sevilla a la boca baja del brazo Este, que antes era de ochenta y un kilómetros haya quedado reducida a solo treinta y seis, de las que casi dos tercios corresponden a los cauces artificiales de las cortas. En ambas márgenes, las plantaciones de algodón y, sobre todo, arroz han tenido un éxito extraordinario a lo largo del siglo XX. El que la provincia de Sevilla sea hoy la de mayor producción arrocera de España se debe, entre otras cosas, a trabajo de contención y canalización de nuestro río. Unas veinticuatro mil hectáreas que lindan con el bajo Guadalquivir, en las marismas, están dedicadas a las plantaciones arroceras.
PASO POR SEVILLA
La Sevilla de los romanos, Híspalis, tenía su puerto en lo que hoy es la calle Sierpes. El Guadalquivir pasaba por lo que en la actualidad es el centro de la ciudad. Después se retiró hacia el Aljarafe y desde hace varios siglos ha conseguido acercarse a la población de tal forma que se hubiese introducido en ella de no habérselo impedido los responsables de su defensa. La ciudad se fundó y se desarrolló dentro del cauce de avenidas de un río extremadamente torrencial y por consiguiente con crecidas de caudal muy importantes que desaguaban mal, porque en los muchos kilómetros de la ría, de Sevilla hasta el mar, la pendiente es casi inexistente. Estas circunstancias desfavorables se agravaban por el hecho de que a la altura de Sevilla desembocaban el Tagarete, el Tamarguillo y el Guadaíra, también torren¬ciales y con avenidas capaces de provocar inundaciones. Distintas obras a lo largo del siglo XX han llegado a encauzar artificialmente al Guadaíra y al Tagarete y el Tamarguillo.
Todas estas construcciones han ido defendiendo a Sevilla y su puerto aún a costa de impedir que el río corriera por Chapina. La ciudad ha ido creciendo al mismo ritmo que se adaptaba a las necesidades de su tráfico naval. Así hemos visto cómo, hasta cinco veces, se alteraba sensiblemente el trayecto del Guadalquivir por Sevilla, y asistimos en 1981 a una sexta modificación, en la corta de la Cartuja.
De esta manera, la ciudad, que siempre vivió de cara a su río, entró en el siglo XXI apoyando una parte importante de su economía en el tráfico que discurra por el Guadalquivir y en la capacidad de su puerto, ahora defendido de las emergencias de los desbordamientos. Un puerto, por otra parte, que es el único interior que hay en España.
CORTE DE CHAPINADurante medio siglo, el curso vivo del río estuvo cortado en la zona de Chapina, hasta que la Exposición Universal de 1992 hizo posible el puente del Cristo de la Expiración y la recuperación del cauce. Fue un caso único en la historia del Guadalquivir. Luego, el ingeniero trianero Manzanares Japón logró con su puente adaptarse sin rechazo estético al hábitat natural de las zonas urbanas y arquitectónicas de ambas orillas, y al horizonte, hasta el punto de que parece que antes faltaba su presencia.
Y desde la Exposición Universal de 1992, el puente del Cristo de la Exposición hizo posible la vertebración de las dos orillas en el enclave histórico de Chapina.
A su vez, el puente de Isabel II coincide con el orto y el ocaso de una época básica de Sevilla, de renacimiento social, económico y cultural, después de un largo período de decadencia desde que en 1717 se trasladó la Casa de Contratación a Cádiz durante el reinado de Felipe V, primer monarca Borbón. Pero este tiempo de renacimiento sevillano, iniciado mediado los años cuarenta del siglo XIX, no pudo prosperar como consecuencia del llamado Desastre del 98, y sus antecedentes sociopolíticos, por lo que las grandes iniciativas socioeconómicas surgidas en la Sevilla Isabelina (1833-1868), quedaron frustradas por causas ajenas a la propia capital y su provincia.