Guiris y sevillanos que vuelven a casa

La caseta de Turismo de Sevilla se llena antes que las demás. Los turistas encuentran acomodo, ambiente y comida a buen precio

03 may 2017 / 08:09 h - Actualizado: 03 may 2017 / 08:12 h.
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  • Los hoteles y oficinas de turismo guían a quienes visitan la ciudad hasta la caseta de Pascual Márquez, 225. / Manuel Gómez
    Los hoteles y oficinas de turismo guían a quienes visitan la ciudad hasta la caseta de Pascual Márquez, 225. / Manuel Gómez

Cuando el resto de casetas apenas empiezan a abrir los toldos y a prepararse para el largo día, la de Turismo de Sevilla comienza a recibir a sus primeros visitantes, fácilmente reconocibles por su tez colorada, ojos claros y caras de despistados. Son las 12 del mediodía y ya empiezan a tomar la primera cervecita, o copa de manzanilla, con un plato de aceitunas bien aliñás y la clásica tortilla. Aunque poco a poco tras varios días de Feria.

Los primeros en llegar a Pascual Márquez 225, tras los camareros, fueron una pareja procedente de Inglaterra, pero no tan ingleses como se podría pensar por su acento y su vestimenta. Rosemary aguarda sentada mientras su marido pide en la barra. «Venimos de Inglaterra y no faltamos desde hace 10 o 11 años», cuenta en un español más que aceptable esta vecina de Leamington Spa (Birmingham). Claro que tiene una explicación. Su marido, «José Rubio Ruiz», es de Fuentes de Andalucía, «salí con 15 años y llevo allí más años que aquí», aunque regresa cada año.

José, que nos cuenta que en su casa tiene «geranios, madroño, olivos y un níspero ¡en el centro de Inglaterra!», está encantado con la caseta de Turismo de Sevilla: «No me gustan las casetas privadas porque te cobran lo que quieren –ayer por un frito variado y dos cafés más de 20 euros–, y aquí pagas lo normal, y es barato». Hospitalidad fontaniega, ofrece vino, tortilla y, sin la señora por delante, asegura que, aunque le gusta, no baila: «Ella no sabe y es muy celosa».

Desde luego los precios están bastante ajustados: siete euros la jarra de rebujito, plato de gambas cocidas a 10 euros, las blancas extra a 15 euros, langostinos desde 7,50 a 12 los tigres...

Los hoteles y la oficina de turismo son quienes les indican la existencia de la caseta, que en su parte exterior luce de sevillanas maneras, con sillas rojas y farolillos verdes y blanco, mientras que dentro, junto a la barra, son blancas, de plástico.

Una mujer perfectamente ataviada con un elegante traje de flamenca fotografía a un hombre sentado en una silla de enea. «Somos de Barcelona. Nos encanta el sur, la gente, la cultura, hemos veraneado mucho tiempo en Benalmádena y de este año no podía pasar que conociéramos la Feria», aseguran Francisco y Carmen. Curiosamente, conocen buena parte de Andalucía, «El Rocío, Huelva, Málaga, pero es el primer año que venimos a Sevilla, era nuestra asignatura pendiente». Ellos sí bailan sevillanas –«en Barcelona vamos a la Blanca Paloma a bailar»–, e incluso el traje lo compró allí. Tras dar una vuelta por el Real regresaron a comer a la caseta.

En otra mesa, un grupo de dos parejas de holandeses también visitaban por primera vez la Feria. Con mucha dificultad, pese a vivir cerca de Benidorm, explicaban que en el hotel Al-Andalus le indicaron que vinieran. Bien vestidas y con flores en el pelo Margotte y Linda estaban encantadas en su tercer día en el Real, aunque algo cansadas. «Yo quiero bailar, pero mi marido no», explica sonriente Linda, mientras que los maridos se escapan hacia la barra.

¿No venden caballos?

«¿Aquí no hay artesanos o comercio? ¿No venden caballos?». Quienes preguntan son una pareja de franceses, Sagnel Noel y Myriam, para quienes es la primera vez que vienen a la Feria, «aunque nos recorrimos la ruta de la Plata». De la existencia de la caseta se enteraron en la Oficina de Turismo, donde les señalaron en el mapa adonde tenían que dirigirse. La confusión tiene una explicación: «Estuvimos en la Feria de Zafra y pensamos que esta era igual, con mucho comercio, artesanía...».

Su afición a los toros ha traído hasta la Feria a un grupo de varios amigos de Madrid y de Zamora. «Venimos a los toros desde hace muchos años, pero no al recinto. Además, el año pasado íbamos a venir y llovió muchísimo, y al final no bajamos», cuenta la zamorana Ana, junto a la madrileña Enrica.

Aprovechando el último día festivo en la capital de España, están contentos de las corridas que están viendo en la Maestranza. «La de ayer estuvo muy bien –con las orejas cortadas por los hermanos Rivera Ordóñez–, iremos esta tarde y ya mañana volvemos a Madrid».

Como ellos, turistas con rasgos orientales, mexicanos, rusos... felices de encontrar un lugar en el que les hablen y les entiendan. Una Feria a su medida.