«Hay gente de compromiso o de postureo tanto en los de corbata como en los hippies»

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
04 mar 2017 / 21:42 h - Actualizado: 05 mar 2017 / 08:33 h.
"Son y están"
  • David Gómez en la calle San Luis, muy cerca de la Casa del Pumarejo, uno de los enclaves de su activismo social en Sevilla. / Jesús Barrera
    David Gómez en la calle San Luis, muy cerca de la Casa del Pumarejo, uno de los enclaves de su activismo social en Sevilla. / Jesús Barrera

«Siempre me ha gustado estar implicado en muchos temas, ayudar a estrechar lazos y tejer redes entre personas y colectivos que, en principio, están dedicados a un solo ámbito. Contribuir al encuentro entre ecologistas, feministas, defensores del patrimonio,... Proyectos ciudadanos que no suelen tener una excusa para conocerse, colaborar, enriquecerse mutuamente y, puntualmente, unir fuerzas». David Gómez Blázquez, 52 años de edad, es el hilandero que lleva más de tres décadas pespunteando movimientos alternativos desde el eje Alameda-San Luis-San Julián. La zona más degradada y depauperada del casco antiguo de Sevilla cuando nació en el Hospital de las Cinco Llagas, hoy Parlamento de Andalucía.

Es el mayor de tres hermanos de un padre que fue pastor evangélico, y madre ama de casa. Estudió y no concluyó la carrera de Arquitectura, donde se apasionó por los temas urbanísticos, materia en la que es un tenaz especialista. «Siempre me ha atraído más la gestión del territorio y de la ciudad que construir edificios. Para las cuestiones cívicas en las que he estado y estoy volcado, satisface ver cómo ha sido posible aunar el conocimiento técnico de muchas personas que se han implicado en temas de barrio. Así se entiende qué hay detrás de la letra pequeña de muchas normas y de muchos proyectos, para evitar que a la ciudadanía le quieran colar cuestiones inconfesables».

¿Alguna vivencia de juventud que le impulsara a movilizarse?

–En mi época de estudiante universitario, cuando vivía con mi abuela en un piso junto a La Barzola, me llamó la atención que le faltaba la tapa de registro a una de las farolas tipo autopista que había en una avenida junto a la barriada. A tan baja altura que cualquier niño podía meter la mano en ese hueco y estar en riesgo de quedar electrocutado. Pensé en ese peligro y averigüé a qué departamento del Ayuntamiento de Sevilla tenía que dirigirme para alertar. Lo hice, y les envié un escrito, pero pasaban las semanas y los meses, y aquello seguía igual, nadie acudía a remediarlo. Y me indigné tanto que se intensificó mi interés por cómo se gestiona la ciudad, cómo se gobierna, cómo se participa.

¿Y en el seno de la Escuela Superior de Arquitectura?

–Empezaron a interesarme mucho los temas de Urbanismo y Medio Ambiente gracias a un trabajo que me encargaron en la facultad sobre Castilleja de Guzmán, ese precioso y pequeño pueblo del Aljarafe, con sus cerros, y su territorio libre en los años 80 de esa colmatación de adosados que ya había en otras zonas de la comarca. Y también me gustó la asignatura de Derecho Urbanístico, empecé a descubrir cómo las normas son incumplidas por todo el mundo, incluso quienes las dictan.

A usted se le identifica con propuestas para la Alameda, el Pumarejo... ¿Y el resto de la ciudad?

–Hay multitud de barrios, y hay que reconocer que son pésimos. Cuando paseo por ellos para conocerlos, pienso: Vaya crimen que cometieron urbanistas y arquitectos durante varias generaciones hace 40, 50, 60 años. Vaya ciudad más fea. Es para correrlos a gorrazos. No es solamente una arquitectura bastante fea, sino un urbanismo más que discutible, el espacio público está hasta las trancas de coches. Todo convertido en aparcadero, sin zonas dignas para propiciar la sociabilidad.

¿Centrarse en el centro no es una tendencia excesiva en quienes se preocupan por mejorar Sevilla?

–Es verdad que el 91% del patrimonio catalogado está dentro de la ‘almendra histórica’ de la ciudad. Pero también lo hay, y muy valioso, en otras zonas. Por ejemplo, la antigua fábrica de vidrio de La Trinidad, en la Avenida de Miraflores. O el puente de Alfonso XIII, que está desmontado y arrumbado. Participé en la puesta en marcha de la Asociación Adepa, junto a Pablo Ferrand, Joaquín Egea y otras personas de talante distinto que compartíamos la convicción de intentar evitar la continua destrucción del patrimonio urbano de valor histórico y cultural.

Hoy en día, ¿cómo ve la evolución de Adepa bajo el liderazgo de Joaquín Egea?

–El principal mérito de Adepa es atreverse a acudir a los tribunales para defender el cumplimiento de las leyes de protección del patrimonio. Muy pocas asociaciones cívicas, sea cual sea su temática, se lanzan a ese proceloso camino, en el que no sabes si te va a costar dinero, ni qué decidirán los jueces, ni cuándo podría haber una sentencia. Es una vía que se elige tras estar harto de hacer escritos y que no te hagan caso en las Administraciones Públicas. Buscar el amparo y la intervención de la Justicia sí causa nerviosismo en determinados ámbitos de la política y de los funcionarios. Porque se han acostumbrado a que las quejas y críticas por un hecho local con ribetes de escándalo suele tener eco en los medios de comunicación solamente durante uno, dos o tres días. Hasta que aflora la noticia sobre otra polémica, que tapa a la anterior, y así sucesivamente.

Enjuicie el funcionamiento de la Comisión Provincial de Patrimonio.

–Su opacidad es muy criticable. Y, como la Junta ha sido siempre gobernada por el PSOE, se utiliza para hacer la vista gorda ante los proyectos que interesan a ayuntamientos donde manda el PSOE, y en cambio se frenan o se es muy exigente con los que proceden de ayuntamientos gobernados por otros partidos. Por eso hay alcaldes del PP que les dicen: «Pasarme la mano como se las pasáis a los vuestros», cuando deberían decir: «Pasarle a los vuestros la misma lupa gorda que nos aplicáis a todos los demás». La falta de transparencia de esa comisión es tal que ni enseñaban las actas de sus reuniones. Ni los expedientes. ¡Decían que una asociación de defensa del patrimonio no era parte interesada! Una vez nos hartamos y nos personamos con un notario en la Delegación Provincial de Cultura, para levantar acta de que no se entregaba documentación. Los funcionarios empezaron a llamar a sus superiores, y en cuestión de minutos empezaron a aparecer los papeles que nunca se exponían. De vergüenza.

Todos los analistas coinciden en señalar los excesos cometidos en la época de la ‘burbuja inmobiliaria’. ¿La nueva etapa de crecimiento en el sector de la construcción va a estar vacunada de esos males?

–Mientras ha durado la crisis, tanto el territorio como el patrimonio y el medio ambiente han vivido años más tranquilos. Cuando vuelva a hincharse la burbuja inmobiliaria, cuando la sociedad vuelva a darle a la manivela, porque seguro que no hemos aprendido nada de lo que ha pasado, volveremos a los viejos hábitos, a intentar depredar, a intentar especular, y todos beneficiándose del chorreíllo... Da igual que lo que se construya sirva o no para que la gente lo habite. El caso es que haya movimiento.

¿De qué manera ha evolucionado su activismo?

–Con los años, me he hartado de hacer escritos, de llevarlos a los registros de los organismos municipales o autonómicos, de enviárselos a los responsables de un ámbito de competencia, para que acabaran guardados en los cajones o tirados a la papelera. Después de tantas horas delante del ordenador para esas cosas, se te pone cara de tonto, y fui evolucionando hacia un activismo más participativo, de llevar a cabo directamente lo que queremos. Un ejemplo: no solo reclamarle al Ayuntamiento que preserve y arregle la Casa del Pumarejo, sino comenzar a hacerlo, y crear lazos entre personas y colectivos que no se conocían para darle vida como espacio de carácter social. Sin menoscabo de que, para algunos temas importantes, siga elaborando escritos y llevándolos a los registros oficiales porque a posteriori es muy importante mostrar el sello de la fecha de entrega.

¿Cómo empieza a articular un foco reivindicativo de ecología urbana en Sevilla?

–Hace más de 25 años impulsé la asociación Taller de Ecología Urbana, para ocuparnos de la habitabilidad del espacio público. Por ejemplo, la accesibilidad para discapacitados en el diseño de las aceras. Empecé cuando vi la calle Feria remodelada con dinero público y cómo una anciana intentaba, apoyándose en dos coches, subir a la acera superando la altura del bordillo. Habían hecho rampas pero estaban mal planteadas, no cumplían el decreto aprobado cinco años antes por el Gobierno andaluz para la eliminación de barreras arquitectónicas. Y las personas con diversidad funcional, con o sin sillas de ruedas, no usaban esas rampas porque se caían.

¿Esa micropolítica de proximidad le motiva especialmente?

–Con la asociación vecinal La Revuelta, en la que participo desde que la creamos hace ocho años, es uno de los temas que nos ocupa y preocupa. Hay un movimiento internacional de ciudades 8-80, para hacerlas transitables, seguras y agradable tanto para los niños de 8 años, edad en la que comienzan a salir solos a la calle para hacer recados como comprar el pan, como para los ancianos de 80 años que arrastran los pies. Un bordillo o escalón de excesivo tamaño puede complicarle mucho la vida. Al igual que en los hogares, detalles como instalar grifos de palanca y no de rosca, porque a la persona que le faltan dedos de la mano, o solo tiene un muñón, con la palanca sí puede manejarse.

¿Y en el ecologismo para el área metropolitana?

–Estuve muy en contacto con entidades ecologistas como Aedenat y CEPA, años más tarde crearon Ecologistas en Acción, con los que sigo colaborando. Uno de los temas que investigué y en el que hice muchas propuestas a las autoridades fue el problema de los escarpes y taludes en Camas, San Juan de Aznalfarache, etc. Por falta de reforestación y de cobertura vegetal, sufren mucha pérdida de tierra con las lluvias, sufren esos terrenos serios problemas de estabilidad y el arrastre colapsa zonas de esos municipios. Se propuso ajardinar esos escarpes y taludes, para fijar el terreno y para mitigar desde el punto de vista paisajístico esa imagen de marabunta de ladrillos cuando se sube desde el valle del Guadalquivir hacia el Aljarafe. Pero no han subsanado ese problema. Como siempre, la Junta de Andalucía se gasta el dinero en hacer catálogos sobre los temas, pero después no lleva a cabo las soluciones.

¿Participó en el proceso de debate para elaborar el actual Plan General de Ordenación Urbanística de Sevilla (PGOU)?

–Se empezó a elaborar en el año 2000, y, tanto desde Ecologistas en Acción como desde la Asociación Arquitectura y Compromiso Social, a la que también estaba vinculado, organizamos ese año unas jornadas abiertas a la participación y debate ciudadano para aportar propuestas ante el PGOU que se nos venía encima y anticiparnos. Se celebraron en la Escuela de Arquitectura y se abarrotaron. Después nos comentó el equipo directivo de la facultad que habían recibido presiones desde el Ayuntamiento, sobre todo desde la Gerencia de Urbanismo, gobernada por el Partido Andalucista, para que no se celebraran allí. ¡En lugar de alegrarse de que en cada sesión había más de 300 personas con interés por mejorar la ciudad!

¿Qué opina de la transformación y regeneración del sector Alameda-San Luis-San Julián mediante el Plan Urban?

–Participé con gran ilusión en el órgano de participación ciudadana que se creó, porque el proyecto pintaba muy bien. Pero fueron cuatro años muy frustrantes, donde comprobé el escaso respeto que desde la política municipal se tiene a la ciudadanía cuando se implica en comisiones de trabajo. Te hacen perder el tiempo, usan la participación ciudadana como coartada ante Europa. De entrada, se engañó a la ciudad diciendo que la Comisión Europea aportaba millones solo si se intervenía en los barrios degradados que estén en el casco antiguo de las ciudades. Pero otras ciudades españolas lo hicieron en barrios alejados del centro histórico. Y en Sevilla, la situación del Polígono Sur, Polígono Norte, Los Pajaritos, etc., ya era entonces mucho más grave que en mi barrio.

Observo que es crítico con la gestión urbanística llevaba a cabo tanto por PSOE con IU como durante los pactos de PP y PA.

–Con Soledad Becerril de alcaldesa, y el PA mandando en Urbanismo, se vivió la paradoja de que intentaron construir un aparcamiento subterráneo enorme en la Alameda de Hércules, y a la vez era anfitriona de una conferencia euromediterránea de ciudades sostenibles. Lo que les importa es que el nombre de Sevilla suene, y que vengan congresistas de foros como ése para que duerman en nuestros hoteles y coman en nuestros restaurantes. Sin aplicar en la ciudad lo que se firma en las conclusiones de esas convenciones, ni siquiera creerse lo que se dice y se impulsa en esas reuniones. El párking de la Alameda no se hizo porque creamos una plataforma en la que se pusieron de acuerdo desde los vecinos de San Lorenzo hasta los ‘okupas’ de Castellar. Monteseirín y Zoido también estuvieron tentados de hacerlo.

¿Su defensa de la Casa del Pumarejo como bien patrimonial, y de sus moradores, es una consecuencia de su decepción por el Plan Urban?

–Quienes nos empeñamos en salvarla desde el año 2000 veníamos de ver cómo estaba triunfando la especulación en todo este sector de Sevilla gracias a la inversión en fondos públicos desde ese plan, que se empezó a ejecutar en 1996. Fueron 1.500 millones de pesetas de la época, el 70% de Europa y el 30% del Ayuntamiento. Con la excusa de mejorar las condiciones de vida de la población del barrio, se estaba expulsando a ese vecindario, dejando el espacio libre para captar a nuevos residentes con mayor poder adquisitivo. Una gran inversión pública en mejorar el equipamiento y las condiciones de habitabilidad dio paso a un aumento enorme de las rentas y alquileres de viviendas y locales. En cambio, en países como Francia, el poder político sí conseguía desde el ordenamiento jurídico que, en casos similares, se evitaran esas oleadas de expulsiones.

¿Qué hubiera hecho usted, de haber tenido mando en plaza?

–Lo que propusimos: había suficiente espacio en toda la zona para haber conciliado mantener a los viejos vecinos, aunque tuvieran que cambiar de vivienda, y dar paso a nueva población más acomodada. Era una época en la que la Administración tenía dinero. Muchos ancianos que venían a nosotros buscando auxilio, cuando los propietarios de las fincas forzaban que la Gerencia de Urbanismo les concediera la declaración de ruina, nos decían: «Lo peor no es tener que dejar la casa donde nací, sino tener que irme a la periferia de Sevilla, donde no conozco a nadie. Porque en mi barrio, cuando falto dos días de ir a la panadería, ya la panadera ha comentado mi ausencia a varios vecinos y me buscan para saber cómo estoy». Esa red social tejida durante tantos años sostiene la calidad de vida de muchas personas de renta modesta. Imaginemos cuánto se acorta la vida de una persona cuando te pegan, con 70 u 80 años de edad, un hachazo de ese tipo.

Ponga un ejemplo en sentido contrario.

–Hay barrios como Alcosa en los que los médicos del centro de salud comentan cómo ha mejorado la calidad de vida de muchos ancianos, que residen allí desde hace 40 años, desde que se han creado huertos urbanos y se han implicado en ellos. Les aporta ejercicio, motivación y compañía. Antes, iban mucho más a ver al médico de cabecera, sobre todo para contarles sus penas.

Veamos su barrio desde el otro punto de vista. ¿En qué le ha beneficiado la llegada de nuevos residentes, muchos de ellos jóvenes, con mayor nivel cultural y profesional?

–Es evidente que están protagonizando una revitalización. Y también entre ellos hay personas con vocación social, que impulsan nuevas formas de innovación urbana, como los coworking. Ahora es el barrio chic, el barrio de la creatividad, una especie de Soho de Sevilla. En las reuniones que estamos teniendo para celebrar en mayo la próxima edición de Barrio Abierto (una transformación de lo que eran las jornadas de puertas abiertas Sé parte del arte, sumando actividades en corralones, galerías, talleres artesanos, la Casa del Pumarejo, el Huerto del Rey Moro, etc.), salió la propuesta de organizar una exposición, un debate y un paseo por los corrales de vecinos perdidos. Y reflexionar hasta qué punto todo el ambiente cultureta, sin quererlo, está contribuyendo al continuo encarecimiento de las rentas y alquileres en la zona, lo que provocará que tenga que irse más gente.

¿Cuál ha sido la clave para que hayan logrado la catalogación de la Casa del Pumarejo como monumento, y a la vez la han convertido por la vía de los hechos consumados en centro social alternativo?

–Porque aprendimos que, con la debilidad de la sociedad civil sevillana, en lugar de intentar abarcarlo todo, era mejor centrarse en un objetivo. Y la Casa del Pumarejo, con su arquitectura y sus columnas de caoba es, dejando al margen las iglesias y conventos, el edificio civil de uso doméstico más emblemático del barrio. Le da nombre a la plaza, es un nodo social. Solo fue durante treinta años la casa de Don Pedro Pumarejo y su familia. Ha tenido usos tan variados como comercio, cárcel de mujeres durante la invasión francesa, la primera escuela de adultos en Sevilla, una pensión,... Y el vecino normal y corriente sí entiende el problema, y empatiza con él. A la vez, concitamos el interés y el apoyo de periodistas, abogados, antropólogos, arquitectos, etc. Todos han entendido y participado en las tres erres: reutilizar, revitalizar y rehabilitar.

Desde 2009 está elaborado con la Gerencia de Urbanismo un proyecto de rehabilitación integral de la Casa del Pumarejo, se cifró en 5,6 millones de euros. Y desde 2010 es de titularidad municipal. En los Presupuestos del Ayuntamiento para 2017 se han asignado 250.000 euros. ¿Comenzarán pronto las obras?

–Así debería ser, porque desde 2012 está clausurado el 60% del inmueble por mal estado y riesgo para la seguridad. Realojaron en el barrio de San Lorenzo a las pocas familias que aún quedaban viviendo en esa zona clausurada. Nosotros seguimos cuidando y manteniendo las zonas que utilizamos para la actividad de numerosas asociaciones. Cada año le doy una capa de pintura a la cubierta para que no haya filtraciones cuando llueva. A todas se les da cabida cuando piden espacio para reunirse, o para montar alguna actividad. Ya sean de una plataforma antidesahucios o de una asociación de belenistas. Lo que también costará trabajo es convencer a los partidos como IU para que cambien su mentalidad y entiendan que un lugar público puede ser gestionado de modo compartido y colaborativo. Que el único modelo de lo público no es que un funcionario abra a las 8 de la mañana y cierre a las 3 de la tarde.

En unos ámbitos le consideran a usted experto en urbanismo, en otros le tildan de okupa,... ¿Cómo sobrelleva su catálogo de etiquetas?

–Ya me da igual. Hay gente que me dice: «¿Qué haces con Adepa, si esa gente no tiene nada que ver con la del Huerto del Rey Moro?». Eso me ocurre por haber procurado ese cosido entre personas y entidades sociales de distinto tipo que pueden llegar a compartir valores comunes. Lo digo como lo veo: hay gente razonable entre quienes llevan zapatos y entre quienes llevan sandalias, y hay gente capulla en unos ámbitos y en otros. En todos hay personas muy meritorias y en todos hay postureo. En los de corbata y en los hippies.

¿También fue de los pioneros en la salvaguarda y socialización del Huerto del Rey Moro, en la calle Enladrillada?

–Sí, tengo el honor de haber sido de los primeros que saltaron la tapia, en 2004. El pasado 15 de febrero hemos celebrado allí el decimotercer aniversario de la primera actividad festiva que organizamos como espacio social compartido, y poniendo en marcha un huerto urbano. Es una zona de la ciudad donde fueron jóvenes hippies, a principios de los años 80, quienes salvaron los Jardines del Valle, que eran la antigua huerta del convento. Las monjas le habían vendido los terrenos a la promotora del Banco de Granada para que construyera 400 viviendas los primeros. La reivindicación de esos jóvenes pioneros del ecologismo sensibilizó al primer Ayuntamiento democrático, donde había concejales tan notables como el arquitecto y urbanista Javier Queraltó, y expropiaron los jardines para convertirlos en dominio público.

¿Cómo llegó el Huerto del Rey Moro al siglo XXI sin ser convertido en zona de viviendas?

–Es casi milagroso que los terrenos de un huerto medieval hayan llegado a nuestra época sin construcciones encima. Todas las demás huertas del norte del casco antiguo fueron eliminadas, si hacemos excepción de las que están dentro de los conventos. En 2001 fue declarado monumento. Investigando, vimos que había un planeamiento urbanístico anterior a esa declaración de monumento que permitía construir 40 viviendas y mantener solo una parte como jardín arqueológico, porque ya sabían que había restos de antiguos usos hortelanos. Todo lo que se ha logrado hacer allí es gracias a la implicación de familias, entidades vecinales, colegios del barrio,... Un espacio que sirve a la vez como parque, como huerta, y como área de encuentro y actividades. En el PGOU de 2006, con Monteseirín, no conseguimos que se quitara esa previsión urbanística que podría permitir convertirlo en viviendas. Ahora que el alcalde Espadas habla de reprogramar el PGOU de la ciudad, y hay más conciencia ecológica, y está impulsando una red de huertos urbanos con participación vecinal, a su equipo de gobierno le hemos insistido en que elimine esa espada de Damocles sobre el Huerto del Rey Moro.

Tras la gran movilización social del 15M, y la configuración de partidos como Podemos, ¿se han sumado más personas a iniciativas ciudadanas como las que usted articula, o tienen sobre todo interés por hacer carrera política en ese o en otro partido?

–No he notado gran diferencia, si comparamos antes del 15M y después del 15M, en cuanto a implicación y participación. Sí compruebo que los más jóvenes se fían poco o nada de los políticos de los grandes partidos, y no dedican ni un minuto a elaborar y enviarles escritos. Ni a participar en comisiones para planes estratégicos. No tienen la más mínima confianza en que ese tipo de gestiones sirvan para algo. No confían en las promesas que lanzan quienes gobiernan o quienes están en la oposición. No les apetece nada realizar cualquier trámite con las instituciones, ni currar en relación con ellas. Pero los veteranos sabemos que esas labores pueden ser fundamentales para defender legalmente un espacio o un proyecto. Lo que sí hacen, y en lo que sí confían, es en lo que puedan llevar a cabo directamente como acción social. Por ejemplo, en relación con el Centro Vecinal Pumarejo, y con la Red de Decrecimiento Sevilla, para hacer realidad el uso de la moneda social, Puma, como sistema para intercambiar bienes y servicios. A falta de euros, intercambios. Cada vez hay más comercios del entorno que la están aceptando. Son tendencias que a algunas personas les parecerán antisistema, pero que irán asimilándose con naturalidad. Igual que hace un siglo parecían antisistema las primeras mujeres que se manifestaban reivindicando su derecho al voto. Igual que no hace falta ser ecologista para ir en bici por Sevilla, ya se ven a muchas personas en chaqueta que usan los carriles bici para ir a trabajar.

PERFIL: El despertar de su conciencia velando por los niños de La Barzola

Para David Gómez, hubo una vivencia de juventud que le marcó: «En mi época universitaria, vivía con mi abuela en un piso en La Barzola, me llamó la atención que le faltaba la tapa de registro a una de las farolas tipo autopista que había en una avenida. A tan baja altura que cualquier niño podía meter la mano en ese hueco y estar en riesgo de quedar electrocutado. Pensé en ese peligro y averigüé a qué departamento del Ayuntamiento tenía que dirigirme para alertar. Les envié un escrito, pero pasaban las semanas y los meses, y aquello seguía igual, nadie acudía a remediarlo. Y me indigné tanto que se intensificó mi interés por cómo se gestiona la ciudad. Empezaron a interesarme mucho los temas de Urbanismo y Medio Ambiente gracias a un trabajo que me encargaron sobre Castilleja de Guzmán. Y también me gustó la asignatura de Derecho Urbanístico, empecé a descubrir cómo las normas son incumplidas por todo el mundo, incluso quienes las dictan».