Como suele hacer cada verano, Pilar Acevedo se marchó a primeros del mes de julio a disfrutar de sus vacaciones junto al resto de familia. Pero lo que no sospechaba es que esos días de felicidad y merecido descanso terminarían por convertirse en un auténtico martirio por la desagradable sorpresa que le esperaba en su regreso al hogar. «Cuando entré vi que el suelo del salón estaba lleno de cagarrutas de ratas. No me lo podía creer. Así que, sin pensarlo, cogí a mis dos hijos y me fui corriendo de la casa». Su caso es uno más de los que vienen denunciando los vecinos de la barriada de Ciudad Jardín en las últimas semanas, que incluso han tenido que articular remedios caseros para hacer frente a la presencia de estos roedores en sus calles y, lo que más les preocupa, en sus viviendas.
La situación de Pilar es algo más especial. Desde niña sufre una patología diagnosticada como fobia a las ratas, lo que le hace sentir auténtico pánico ante el solo hecho de pensar que uno de estos animales puede estar merodeando los alrededores de su vivienda. «De pequeña estudiaba en un colegio de monjas. Recuerdo que con 3 años me decían que si me portaba mal me encerrarían en una habitación que llamaban de las ratas. Desde entonces no puedo oír ni hablar de ellas y ahora se meten en mi casa». Incluso asegura que ha llegado a plantearse ir «a la consulta de un psicólogo» que le ayude a superar la situación.
Desde el día en el que vio a la primera rata en su salón, esta madre de familia hizo lo que consideró «más responsable» y decidió trasladarse a casa de su suegra. Pero aquella mudanza forzosa solo duró unos días, el tiempo justo para que el padre de Pilar lograra dar caza al roedor, utilizando para ello una escoba. «Mi hija me llamó y yo vine sin pensármelo. Estuve un par de horas persiguiendo a la rata hasta que fui capaz de matarla. Era de tamaño medio pero se escondía con una facilidad tremenda», recuerda José Acevedo. A partir de entonces, y durante algunos días, su marido repartió por la casa pequeñas dosis de harina con veneno para cerciorarse de que ya no había más roedores. «Vimos que no pasaba nada y decidimos regresar a casa», cuenta Pilar.
Pero su pesadilla no acabó ahí. Al poco tiempo, al abrir el arcón de su sofá, se confirmaron sus peores augurios. «Vi una cosa gris que se movía rápidamente de un lado para otro. Era una rata, otra vez». Superada por sus miedos, volvió a tomar la misma decisión: se fue con sus dos hijos, de 6 y 4 años, a casa de su suegra y llamó a su padre para que diera caza al roedor. «Tres horas estuve para matarla. Había hecho su nido en el cabecero del sofá y estaba allí metida», recuerda José, que volvió a hacer uso de la escoba para acabar con esta presencia extraña.
Este escenario obligó a Pilar a tomar una drástica decisión. «Limpiamos todo a fondo pero seguía temiendo que la rata pudiera volver a aparecer, así que opté por tirar a la basura todos los muebles del salón por el miedo a que nos pudieran contagiar alguna enfermedad». Esta inesperada invasión de su hogar le ha costado «casi 3.000 euros», pues se ha tenido que desprender del sofá, del mueble de la televisión y realizar una serie de obras de urgencia en su vivienda para taponar todas las posibles salidas de los roedores.
Pero a pesar de ello, todavía no tiene claro cuándo podrá volver a su hogar. «Aquí no puedo dormir. Tengo un arcón como el del sofá debajo de la cama y tengo pesadillas solo con pensar que allí también puedo encontrarme una rata». Un miedo que incluso ha contagiado a su hijo mayor, de 6 años, que también vio al roedor campar a sus anchas por la vivienda. «No sé si cuando acabe el verano estaré de vuelta, pero está claro que a esto hay que darle una solución. En septiembre empieza el colegio y no podemos seguir así», alerta. Por eso pide al Ayuntamiento que envíe a los técnicos del Zoosanitario para que le desraticen la casa y, lo más importante, que actúen en un barrio que está «dejado como nunca». Su único objetivo es poder recuperar una vida invadida ahora por las ratas.