Juan Ignacio Zoido, Madrid nunca estuvo tan cerca

Tras año y medio en la oposición, el PP premió la fidelidad del alcalde de los 20 concejales con la cartera de Interior. Trabaja en la Castellana pero él no se separa de Sevilla

25 dic 2016 / 20:47 h - Actualizado: 26 dic 2016 / 08:00 h.
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«Mi única aspiración fue perseguir lo mejor para la ciudad y para todos los sevillanos. Si he logrado ese propósito, moderadamente me doy por satisfecho. Si no ha sido así, pido disculpas». Estas fueron las palabras que un cabizbajo Juan Ignacio Zoido pronunció el 13 de junio de 2015 durante la toma de posesión de Juan Espadas como alcalde de Sevilla. Dicen quienes lo conocen que aquello fue un mazazo personal. Podía presumir de haber ganado tres elecciones municipales seguidas aunque solo una –la del resultado más amplio de la historia de la ciudad y los 20 concejales– le valiera para gobernar, de haber sacado al PP de un apuro cuando asumió la presidencia del partido en Andalucía tras la huida de Javier Arenas, incluso de haber cogido una escoba para barrer los barrios. Pero nada de eso fue suficiente para mantener la Alcaldía. Seguramente por eso nunca se recuperó de aquel revés por mucho que pasara el tiempo. O es que quizás, simplemente, no terminó de asumirlo.

En su particular destierro en la bancada de la oposición, Zoido dejó de ser ese político aguerrido que peleó voto a voto en las calles para convertirse en un dirigente de consenso que tendía constantemente la mano al alcalde. Aunque eso sí, todo debe reconocerse, sin mucho éxito. Entre otras cosas porque el socialista no tenía entre sus planes la idea de pactar con los populares en los grandes temas de la ciudad por mucho que públicamente aireara lo contrario. No era desde luego su hoja de ruta.

A Zoido la oposición se le hacía eterna y buscó una salida a su situación en el Ayuntamiento. El partido por el que tanto había trabajado y al que había sacado de más de un apuro agradeció su fidelidad nombrándolo ministro de Interior del nuevo gobierno de Mariano Rajoy y él, a su vez, premió a sus más leales colaboradores ofreciéndole la dirección general de la DGT a Gregorio Serrano y la jefatura de gabinete a Curro Pérez, su alcalde de Triana. Y todo porque triunfó la presión de María Dolores de Cospedal, su gran valedora, para que encontrara acomodo y pusiera fin a su etapa en Plaza Nueva, donde había aguantando año y medio estoicamente.

Pero lo que sobre el papel parecía una huida fue un hasta pronto. Y no será porque no lo advirtió. «La gente conoce mi pasión: por todos los poros de mi piel respiro compromiso por Sevilla». Y como tal no ha dejado de actuar. Desde su toma de posesión como ministro, Zoido no ha dejado de estar en la capital hispalense. Primero, para despedirse de los que fueron sus compañeros de corporación; luego para participar en actos del partido y hasta para dejar su voto a los compromisarios del congreso nacional de los populares. Incluso se atrevió a presentar una campaña nacional de apoyo al comercio en Navidad en la Plaza de San Francisco, justo al lado de la que había sido su casa política durante más de una década.

Su marcha supone el cierre definitivo de una etapa en la que los populares fueron capaces de revertir el rumbo socialista por el que navegaba la ciudad tras doce años de gestión de Sánchez Monteseirín. Su estilo político de cercanía, ese de dar la mano al que se le acercara y besar cariñosamente a las señoras de barrio, le valió una mayoría histórica que no le fue suficiente cuando, en el trono de Plaza Nueva, no fue capaz de cumplir con tanta promesa callejera. A pesar de ello no le faltan elogios desde su partido. «Es insustituible. El que quiera ser su doble se equivoca», dijo hace unos días Alberto Díaz, su sustituto en la portavocía.

Zoido se va, o eso dice, pero para la historia quedarán sus frases célebres, sus fotos diarias, su estilo cercano y su buen hacer para sacar al Ayuntamiento de la crisis económica con la que se encontró en 2011. Ya dijo Churchill que «la política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez». Pero Juan Ignacio en eso de resucitar ha resultado ser todo un profesional. Ahora, cuando la mayoría lo daba por muerto, ha acabado por ser ministro, cambiando la Plaza Nueva por la Castellana. Aunque Sevilla le tira tanto que compra los billetes del AVE por docenas.