«La comunicación incesante causa nuevas formas de ceguera mental y censura»

Premio Anagrama de Ensayo. ‘El Entusiasmo’ es el libro con el que esta profesora de la Universidad de Sevilla, investigadora de nuestra sociedad-red, estimula el debate sobre la conformación de un mundo de expectativas que abocan a vivir múltiples precariedades

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
19 nov 2017 / 06:40 h - Actualizado: 21 nov 2017 / 19:57 h.
"Son y están"
  • Remedios Zafra, en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla, donde es profesora. / JESÚS BARRERA
    Remedios Zafra, en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla, donde es profesora. / JESÚS BARRERA

En Triana no solo hay bares y folclóricas, sino también mujeres intelectuales y feministas que ganan el Premio Anagrama de Ensayo, uno de los más prestigiosos en España. En Triana reside Remedios Zafra, cuyo galardonado libro ‘El Entusiasmo’ llegará en los próximos días a las librerías de todo el país y servirá de acicate para debatir sobre la suma de precariedades que, según su criterio, están condicionando y conformando nuestra sociedad en red. “Es una obligación de quienes nos dedicamos al pensamiento, poner el acento en la visión más crítica para especular sobre formas posibles de opresión simbólica, sobre la repetición de mundos que se produce de manera inadvertida”.

Nacida en Zuheros (Córdoba) hace 44 años, Remedios Zafra es profesora titular de la Universidad de Sevilla. Da clases en cuatro de sus sedes: Ciencias de la Educación, Bellas Artes, Ciencias de la Información y en la Escuela Internacional de Posgrado. “Estoy muy contenta por recibir un premio como el Anagrama. Su prestigio es muy superior a los 8.000 euros que te dan. Me ha llegado en una etapa en la que me tengo tan poco tiempo libre para escribir que lo hago de madrugada. ¡Cuántas noches en vela para enfocar mi pasión!”.

Háblenos de sus orígenes.

En Zuheros, mis padres, de familias sin estudios, han sabido ganarse el sustento recurriendo a diversas actividades a lo largo de los años: con la agricultura, con la albañilería, con la fontanería, con una tienda de ultramarinos. Estudié en el colegio de mi pueblo y en el instituto de Baena. Como muchos que fuimos niños en los años ochenta, todo mi bagaje formativo de ahora está basado en la magnífica educación pública que tuvimos en los colegios rurales, gracias a la implicación y espíritu renovador de los profesores con sus alumnos.

¿Cómo se forjó su personalidad durante su etapa como estudiante universitaria?

Me gustaban mucho las ciencias y las letras. En el instituto me plantée como un reto afrontar las ciencias, y obtuve matrícula de honor en COU. Eso me abrió las puertas para matricularme en Sevilla en Telecomunicación, era la primera promoción. Me encantaba la temática pero descubrí que la forma en la que se planteaban las ingenierías estaba para mí falta de creatividad. Pedí compaginarlo con hacer la carrera de Bellas Artes, pero tuve que optar y dejé ‘teleco’. Y tampoco me gustó cómo se impartía, apenas había opciones de reflexión crítica y pensamiento. Creo que son muy mejorables las formas de trabajar el arte en las universidades españolas. Todo lo que aprendí fue por las ganas de leer lo que no se explicaba en Bellas Artes. Me sentía enfadada con el sistema formativo, y fui muy activa en la representación estudiantil, en las asambleas y en acciones políticas.

¿Por qué derroteros optó para encontrar su camino?

Con un máster semipresencial en Creatividad, de la Universidad de Santiago de Compostela. Y me doctoré en Bellas Artes con una tesis sobre Arte, Internet y Colectividad. Una de las primeras tesis sobre ese tema, que a mí ya me apasionaba en los años 90. Después hice paralelamente la licenciatura de Antropología Social y Cultural en la UNED y un programa de doctorado en Filosofía Política. Pude afianzar mi vocación de ser docente e investigadora. Empecé en la Universidad Autónoma de Madrid y después me consolidé en la de Sevilla.

¿Se sigue sintiendo incomprendida en los ámbitos universitarios cuando aúna ingeniería y arte, tecnología y antropología?

Las universidades españolas han mejorado mucho en su mentalidad, pero tienen que seguir eliminando compartimentos estancos y visiones anacrónicas en el encorsetamiento de los saberes. Hay mucha jerarquía y poca tolerancia hacia lo nuevo. Mucho apego al estatus y a seguir configurando el conocimiento desde la inercia. Cada vez más burocratización en la función del profesor, si quieres investigar has de hacerlo quitándole tiempo a tu vida privada. A mí me interesa mucho relacionar saberes de modo interdisciplinar. Me sentiría mejor ubicada en el sistema universitario si hubiera algo denominado Estudios Culturales, donde poder observar e investigar la cultura de la sociedad contemporánea.

¿Por qué es aún bajo el porcentaje de alumnas en algunas carreras técnicas?

Por el contexto familiar y social. Hace años hice una investigación para DeustoTech (Bilbao) sobre por qué incluso había retrocedido el porcentaje de mujeres. Y descubrí que en los años 90, cuando la carrera de Informática se llamaba licenciatura en Informática, llegó a haber un 54% de mujeres, es decir, más que hombres. Pero cuando se decidió para todas las universidades españolas que el nombre de la licenciatura fuera Ingeniería Informática, bajó en picado el número de alumnas matriculadas. Tal es la impronta de la palabra ‘ingeniería’ en las expectativas que tenemos sobre nosotros mismos a la edad de 17 o 18 años, y las que nos transmiten en nuestro entorno. Licenciatura sí, ingeniería no...

¿Su activismo como estudiante fue más cultural o político?

Para mí esa etapa de activismo estudiantil, de asambleas, movilizaciones, performances, fue un grandísimo aprendizaje, para hacerme muchas preguntas sobre el feminismo, la desigualdad social, la situación de las mujeres en el mundo. En segundo de carrera, en Bellas Artes, con otros compañeros, conscientes de las carencias de la facultad, desde el Aula de Cultura y desde la Delegación de Alumnos organizamos foros y actividades complementarias para acceder a personas que queríamos escuchar, para organizar talleres de vídeo, para empezar a utilizar ordenadores... Todo lo que no podíamos hacer en las clases. Y también me vinculé a la vertiente política, como delegada de facultad, como integrante del Consejo de Alumnos de la Universidad de Sevilla (Cadus) y como claustral.

¿Es o no verdad que quienes más protagonizan las movilizaciones tienen menos interés por estudiar y por la causa común, y buscan sobre todo hacer méritos para ser fichados por los partidos políticos?

Fue decepcionante ver cómo se repiten pautas en distintos movimientos asamblearios. Tuve propuestas de partidos políticos, las rechacé, yo no quería dedicarme a la política, y me disgustaba cómo se acercaban a nosotros, aprovechando nuestras reivindicaciones. Siempre he sospechado que nos medimos con las personas cercanas que se meten en los partidos políticos. Recientemente, con el 15-M, sentía cierta afinidad con las fases por las que pasan los momentos asamblearios y por las dificultades que tienen en los tiempos que corren. Y soy más exigente con la gente cercana que se ha metido en política, porque conozco su historia. Pero lo que más me preocupa es que, antes de internet, los movimientos asamblearios podían tener una cohesión, había un vínculo distinto. Pero, desde el apogeo de internet, los vínculos que parecen cohesionarnos son más ligeros.

Lo que definió el sociólogo Baumann como ‘pensamiento líquido’.

Exacto. Esa posibilidad espontánea de hacer coincidir en un momento determinado a miles de personas, que parece algo revolucionario, no significa nada si eso se desmorona en poco tiempo. Porque lo que cohesiona no es tanto la pertenencia a algo sino estar presente. La comparecencia y no la pertenencia. Es lo que describe a esas nuevas colectividades. Entonces, igual que ahora, pienso en mejorar el mundo si somos capaces de conformar nuevas y plurales colectividades. Como en la frase de Rosa Luxemburgo: “crear un mundo en el que seamos capaces de ser socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. En cambio, me echa para atrás cuando se incurre en instrumentalizar a la gente. Personas que se valen del inconformismo sobre algo para movilizar a un grupo y convertirlo en masa reivindicativa.

¿Cómo distinguir a las colectividades lúcidas de las irreflexivas?

Valoro las potencias de las nuevas colectividades, me parece muy inquietante cuando vemos a multitudes movidas que dejan las individualidades a un lado, y que parecen más dividuos que individuos. Porque creo que ahí lo que llamamos democracia se puede convertir en oclocracia. La democracia como gobierno de un pueblo formado por ciudadanos, o la oclocracia como gobierno de una muchedumbre. Cuidado. Me escama, me parece muy sospechoso. Me irrita, porque creo que ahí no hay pensamiento. Cuando se moviliza a la gente de manera irreflexiva, anulándose las individualidades y más movidos por sentimientos que por ideas, es muy fácil instrumentalizarlos y caer en el dogmatismo. Lo que vemos ahora en muchos sectores: el maniqueísmo de estás a un lado o estás al otro. Justo lo contrario de la colectividad que me gusta: personas que reivindican el pensamiento, el diálogo y las zonas intermedias entre los dos polos.

Impulsa o colabora en muchos proyectos e investigaciones en Bilbao, Barcelona, Madrid,.. ¿La movilidad le ha permitido consolidar su libertad de pensamiento?

Todos mis libros están relacionados con la idea de la emancipación. Salir del lugar en el que has nacido es fundamental para que una persona sea libre. Más aún para un creador. Ya sea un pueblo andaluz o una ciudad alemana. Conocer la diversidad humana enriquece y permite no caer en la polaridad de ‘los míos y los otros’. Y después ser libre para decidir si volver o no. Conexiones Improbables (Bilbao) y el Centro Cultural Contemporáneo de Barcelona son de los mejores lugares en España para hacer interactuar arte, ciencia, tecnología y género. Permiten investigar en lo que más me interesa hoy: cómo habitamos la dificultad de la época y cómo somos capaces de construirla y entenderla.

¿Qué experimentación de más mérito ha logrado en Sevilla?

En Sevilla, logré una interlocución maravillosa con el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) cuando era su director José Lebrero. Logré que se firmara un convenio entre la Universidad de Sevilla y el CAAC para crear la plataforma internacional Equisceroyuno, de investigación y práctica artística sobre identidad y cultura de redes. Convocamos a artistas, investigadores y científicos para que trabajaran, reflexionaran y publicaran sobre los retos de identidad en la cultura-red, en la cultura-internet.

¿Cómo vive el feminismo?

Tengo la suerte de haber creado muchas alianzas feministas y muchas alianzas de género, porque llevo mucho tiempo trabajando el tema. Para mí es algo personal más que profesional. Ser feminista es algo que me define y me gustaría que definiera a toda la Humanidad: trabajar por la igualdad. Durante veinte años me he especializado en dos focos: feminismo y políticas de la identidad, y la cultura-red. Todas mis publicaciones orbitan alrededor de estas temáticas: la situación de las mujeres en la cultura-red y la complejidad social del escenario en red.

La precariedad es el gran tema de su ensayo ‘El Entusiasmo’. Para analizarla y entenderla mejor, ¿no le falta la experiencia de trabajar en el sector privado? Porque usted tiene un empleo en la función pública y un sueldo garantizado.

Es cierto que gracias a esa prerrogativa puedo investigar y crear. Mi agradecimiento a las instituciones públicas por generar oportunidades para que las personas puedan optar a trabajos en los que la investigación y la creación ocupen un lugar destacado. Mi contrato es como personal docente investigador. Y mi compromiso es trabajar para mejorar el mundo y evitar que sea domesticado.

¿Qué enfoque novedoso aporta sobre la precariedad?

Por mi formación desde la Antropología Social, me interesar más observar lo pequeño y concreto que lo estadístico. Hablo de estudiantes y compañeros que viven en la precariedad. En mi libro ‘El Entusiasmo’ no solo me refiero a la precariedad económica, sino también a la precarización del tiempo, y de la creatividad. Por ejemplo, cómo se neutraliza gran parte del tiempo de investigadores y creadores en tareas y corsés que limitan la libertad y los tiempos de concentración. O las demandas de hiperproductividad basadas en méritos cuantitativos, donde es más importante ceñirte a un modelo de revista indexada o aparecer en un ránking, frente a la libertad de pensamiento que puede suponer hacer un trabajo donde haya un compromiso con aquello que estás diciendo.

Ponga ejemplos.

Compañeros que están trabajando en la universidad absolutamente en precario. Casi pagando por trabajar, perdiendo dinero por trabajar. Y estudiantes cargados de vocación, como uno que cito en el inicio del libro, que me hablaba de cómo nos enseñan a que con fuerza de voluntad podemos conseguir todo lo que queramos, pero la sociedad contemporánea contribuye a crear grandísimas fuentes de frustración. Porque cuando se le generan muchas expectativas a los trabajos creativos, piensas que puedes dedicarte a eso. Pero la mayor parte de estas personas con vocación creativa terminan dedicándose a trabajar como becarios, o con contratos de prácticas, con trabajos temporales. Con la precariedad que también sufren los autónomos. Por el privilegio de tener un trabajo estable, dedicarles mi tiempo era una responsabilidad hacia ellos.

¿Y a las personas de su generación?

Hablo tanto de estudiantes con muchos proyectos que han tenido que salir del país o limitarse a esperar en una bolsa de trabajo, como otras personas que ya pasan de los cuarenta años, sobre todo mujeres. Mi libro está muy orientado a la precaria situación de las mujeres en los contextos culturales, creativos y académicos. Tienen que compaginar esos trabajos con los cuidados del hogar y de la familia. Más del 95% de las mujeres son las que se siguen dedicando a ellos.

¿Qué le cuentan los estudiantes?

En cada curso tengo cientos de estudiantes, tanto en facultades de la Universidad de Sevilla como en mis colaboraciones con la Universidad Española de Educación a Distancia (UNED). Y el primer trabajo que hacen es escribirnos su vida y su situación. Eso, en mi labor docente, nos permite contextualizar mejor qué quieren investigar y cómo plantear sus proyectos de innovación. Y para este libro, que me planteé como un ensayo más cercano a la novela, es una valiosa fuente documental. Además, aporto muchas observaciones de lo que veo y vivo a diario, procurando estar atenta y pasar desapercibida. Esos comentarios en cualquier lugar (en un vagón de Metro, en unos baños públicos,...) donde la gente dice lo que se piensa y no se los prepara previamente.

¿Se pierde esa espontaneidad cuando algún colectivo sabe que usted analiza y publica?

Lo mejor aflora en los momentos más relajados, en la pausa durante una actividad. Por ejemplo, lo que te comentan durante la comida en mis reuniones con asociaciones de mujeres, con alianzas feministas, con grupos de mujeres rurales, con colectivos de lesbianas, gays y transexuales, con estudiantes latinoamericanas que investigan la violencia de género, con gestores culturales, con la asociación de mujeres dedicadas a las artes visuales, etc.

¿Cómo logra no incurrir en la altivez intelectual y que la traten como a cualquier otra persona?

Yo observo y aprendo del mundo desde la convivencia igualitaria, no desde el experimento. En cierto sentido puede que mi pueblo sea una inspiración. Las personas que más me han enseñado sobre el lenguaje son los niños de mi pueblo. Protagonizan uno de mis libros: ‘Los que miran’. Hablar con ellos es fascinante porque te permite aprender de su naturalidad. Se aprende de todo el mundo en Zuheros porque me ven como una persona más. Mis padres, mis amigos de infancia, mis vecinos,... me hablan con naturalidad, no están en mis redes académicas. Yo tengo una gran dedicación a mi trabajo y procuro que las personas con las que puedo colaborar, ya sea en Sevilla, Málaga, Madrid, etc., siempre sea en contextos donde hay una relación entre iguales, y la conversación nos permita aprender a todos.

¿Cuál es la mayor paradoja de nuestra sociedad en red?

Todos nos hemos convertido en productores de información. De la linealidad de antaño, en la que unos pocos hablaban para muchos, ahora nos caracteriza el excedente de datos e información en el mundo en red. Hoy en día, el exceso es una de las categorías que caracteriza la red. Y ese exceso provoca nuevas formas de ceguera, nuevas formas de censura. Porque tenemos tantas cosas que ver, pero es tal la velocidad y la constante obsolescencia (lo que hoy se dice, mañana no será importante porque habrá algo que lo solape) que eso nos pierde.

No es lo mismo ceguera que censura.

Las industrias tecnológicas proporcionan facilitadores para organizar tal exceso de información, y crear valor. Una tecnología como la de Google es una grandísima creadora de valor, porque el posicionamiento al que deriva cuando buscamos determinadas palabras es el que termina existiendo en el mundo. Y en las redes se tiende a equiparar lo más visto como lo más valioso. Eso tiene mucho que ver con la oclocracia de la que hablábamos antes. Frente a otro tipo de criterios que exigen tiempo, o concentración o pausa, lo más visto es fácilmente cuantificable y operacionalizable.

¿Nos cegamos con la trivialización o nos ciegan con la posverdad?

Esa equivalencia entre ojos y valores es bastante perversa porque te permite hacer confluir en un mismo lugar de visibilidad desde un asesinato terrorista, una revolución en las plazas, el video de unos perritos preciosos y el exabrupto de una persona enfadada en la plaza de un pueblo. Igualar lo más valioso a lo más visto anima a las personas en esa idea de convertirse ellos mismos en productores de cosas que sean muy vistas. Conseguir esa máxima visibilidad tiene que ver con la posverdad. Por la ceguera que provoca el exceso de datos. Y por el espejismo que se tiene habitando redes que presuponemos heterogéneas pero que en realidad se conforman por afinidad. Es muy fácil usar un botón para quitar a quien disiente o quien nos genera conflicto, o para que nos quiten a nosotros.

¿El populismo gana enteros al entender mejor esta inercia?

En Estados Unidos se ha analizado cómo muchos votantes de Trump sólo se informaban por lo que aparecía en sus propias redes, lo que reforzaba su visión predeterminada de la realidad. Y huyes hacia adelante con esa homogeneidad reforzada, es una verdad en la que te apoya una comunidad de iguales. No iguales emancipados, no iguales que se han documentado, sino personas que se han creído lo dicho por una persona y copiado por otro, y otro, y otro. Y esa cadena de apropiaciones y repeticiones te hace creerlo.

Explique su visión de la precariedad creativa.

La velocidad y el exceso son los dos factores que contribuyen a crear un escenario de precariedad cultural y de precariedad para los sujetos creativos. La precarización del valor de la información de calidad, sustituida de inmediato por algo nuevo que puede ser incierto, es un grandísimo peligro para la sociedad igualitaria. La pregunta es: cómo la sociedad contemporánea contribuye a crear espacios de igualdad, y espacios para imaginar e innovar, o cómo contribuye a repetir mundo. La velocidad contribuye a repetir mundo. Como decía el sociólogo Pierre Bourdieu, no hay pensamiento sin tiempo para pensar. Cuando estamos ante los medios que se apoyan en la velocidad, en la necesidad de publicar rápido y constantemente, es más fácil que esa velocidad funcione y sea operativa si se sustenta sobre ideas preconcebidas, porque las ideas que ya estaban en nosotros son las únicas capaces de tolerar esa velocidad. Eso consigue que utilicemos recursos o estereotipos que son fácilmente comprensibles.

El sistema educativo no evoluciona a esa velocidad para dotar a niños y mayores de técnicas y valores que les permitan vertebrar mejor su personalidad en este contexto de hipercomunicación que nos impacta.

Existe un desajuste importante entre lo que la educación está haciendo y lo que la sociedad necesita.

Nos encontramos situaciones en las que muchos profesores piensan que cuando se habla de redes estamos hablando de tecnología, y no se dan cuenta de que estamos hablando de pensamiento crítico. De educar personas que sean capaces de enfrentarse de una manera crítica, también creativa, a ese mundo. Los profesores tienen que enseñar a los alumnos a trabajar críticamente con esas tecnologías de la comunicación. Porque no solo son instrumentos, sino que se han convertido en un hábitat, en un escenario en el que viven.

¿Anhela un Renacimiento en el que haya tanta pasión por las Humanidades como por las Tecnologías?

Claro. Para llegar a eso, antes hay que cambiar el modelo universitario basado en un listado de asignaturas absolutamente cerradas, horarios cerrados, cuestiones muy cerradas, muy formales, con profesores muy precarizados, muy basada en contenidos, donde la filosofía y el arte cada vez pierden más lugar en favor de otro tipo de formación, como la economía. Esto contribuye a una formación más neoliberal, no de ciudadanos libres sino de consumidores o productores. No como ciudadanos libres capaces de enfrentarse y de tomar partido o no, de distanciarse o no de las masas que se generan en sus redes y de ser llevados o no por la inercia de los dogmatismos que empiezan a crecer. Las redes, en lugar de haber favorecido un mundo de mayor diversidad y emancipación, de momento, a nivel global, lo que advertimos es que el mundo está volviendo a recuperar sus dogmatismos, y recuerdan a formas fascistas.

La cultura y las culturas también han sido la base de tiranías identitarias.

El Arte y la Filosofía pueden hacer libres a las personas. Son las visiones reflexivas apartadas del modelo educativo porque requieren tiempo de pensamiento. En cambio, se prima la velocidad. Como dice Slavoj Zizek, necesitamos darle espacio a la subjetividad, al pensamiento que te permite salir de las identidades que has heredado o que tienes por contexto. Porque identidad es lo que la sociedad hace con nosotros. Y la subjetividad, gracias a las ventanas de la educación, es lo que nosotros hacemos con lo que la sociedad hace con nosotros.

¿Qué opina sobre el uso que se hace de las palabras ‘libertad’, ‘democracia’, ‘identidad’, ‘derechos’, ‘nación’, entre otras, en la crisis de Estado y de sociedad que vivimos en Cataluña?

Es un mundo de posverdad, una inercia en la que no tiene sentido dejarnos llevar, porque es una conversación basada en simplificaciones. Es muy maniquea, homogeneiza a toda la sociedad catalana como si todos fueran lo mismo. Y aplica el mismo reduccionismo a los demás españoles, como si fuéramos “los que estáis al otro lado”. Es un gran error, que intenta convertirnos en antagonistas unos de otros. También es un error considerar que toda Cataluña es independentismo, cuando no es así. El mismo error de intentar identificar que España solo es Madrid y solo es el partido que gobierna. E incluso identificarla con el fascismo de otra época, como están diciendo los más radicales. Hay que romper esas dicotomías y entrar en otras formas de diálogo.

¿Qué es para usted la identidad?

Es una cualidad que he heredado pero que voy modificando y voy eligiendo. Huyo de la identidad concebida como frontera. A mí no me gusta ni la frontera de Sevilla, ni la frontera de Andalucía, ni la frontera de España. Como mucho, por lo que supone cultural, social e intelectualmente, me gusta el proyecto Europa. Me haría sentirme definida. Pero no me siento identificada con las identidades fuertes. Y no quiero que si alguien se siente con una identidad fuerte, la intente reflejar en mí. Porque eso no es identificación. Es percutir en mí.

¿Nuestra sociedad está dopada por la continua oferta de entretenimiento?

Tenemos siempre una excusa para estar entretenidos. Habituados a tener una pantalla delante, sea la del ordenador o la del móvil, incluso en los tiempos de tránsito. Dispositivos y tecnologías que llegaron para resolver problemas, para ayudarnos, para comunicarnos, nos han generado nuevas necesidades que no son tangibles. Tienen que ver con el estar conectados. Y las máquinas ya nos interpelan para eso: “Hace mucho que no dices nada. Te ha pasado algo?”. “Hoy es el aniversario de tal. Le has felicitado?”... Nos hemos convertido en el producto de esas redes, las hacemos rentables habitándolas. Y ese mero habitar, con interacción sencilla (“me gusta”, “seguir”...) ya ha llegado a las televisiones, cada vez son más interactivas. Y atraen la atención para evadirnos con ficciones cotidianas, con las historias de los de al lado. Es tan atractivo para muchas personas que se dejan llevar.

¿Algún ejemplo?

Hace unos meses, en la presentación de un libro, una señora me pidió: “¿Por qué no escribes libros que me entretengan, porque es lo que necesitamos. Hay muchos problemas en el mundo. Yo necesito evasión, necesito entretenerme”. Y yo pensaba: “Señora, lo que quiero es perturbarla, que apague el interruptor, que rompa esa inercia y que usted se haga alguna pregunta”. Ese tipo de personas son muy fácilmente convertibles en masa manipulada.

También habría personas así hace un siglo, cuando lo que imperaba era el analfabetismo.

Comienzo el libro con reflexiones en esta línea porque me interesa identificar qué elementos son singulares de una época. Y en esta época neoliberal, es singular el hecho que los pobres hayan podido acceder a una educación pública y a un tipo de trabajo, el de ser creador, antes muy orientado a las clases pudientes. Quienes fuimos educados durante la Transición vimos la educación como una oportunidad de cambiar una herencia que nos sentenciaba a repetir el trabajo de nuestros padres, y ser solo amas de casa o solo agricultores y poder trabajar en otras cosas. Incluso poder trabajar como creadores, que era algo considerado inútil. No era bueno que los pobres crearan, debían estar ocupados en trabajar. Ahora los pobres no están ocupados en trabajar, pero están entretenidos con sus dispositivos móviles y con sus pantallas.

¿Y no ve usted en la sociedad también lo contrario: millones de personas que han logrado superar las infranqueables barreras de antaño y aprovechan las nuevas tecnologías para empoderarse y prosperar en una sociedad abierta?.

Muchas personas criticarán que la voz que predomina en el libro es la voz crítica, y es verdad. Porque mi interés ha sido profundizar en distintas aristas de la precariedad: la laboral, la económica, la vital... Porque predomina el activismo de salón: Darle a un ‘like’ para tener la conciencia tranquila. Esa falta de solidaridad tiene que ver con la competencia que se estimula en las empresas. A las personas en precario, becarios, estudiantes en prácticas, el entusiasmo es la forma de diferenciar a aquel que va a ser capaz de trabajar más generosamente. Y hay mucha competencia.

Tenemos muchos casos de personas que han de competir con sus amigos, y dejar de ser amigos.

¿Acaso el mundo no es mejor gracias a una innovación como internet?

Las personas que lean el libro en su totalidad verán que también hay momentos en los que se resalta la increíble potencia que tienen las redes para la emancipación y para la libertad. Yo parto de esa premisa. Soy una absoluta defensora de internet, y del trabajo online y de la vida en las redes. Vivo la gran parte de mi vida en las redes y encuentro ahí mucha emancipación. Pero enfatizo la parte más precaria. Por ejemplo: cómo el talento de convertir una afición en un trabajo, que ha caracterizado a los creadores de Facebook, Google, Youtube..... tiene una seña de identidad: todos ellos son hombres jóvenes. Es elevadísimo el porcentaje de hombres al frente de las empresas que ahora lideran y programan nuestra sociedad. Es enorme la masculinización de los trabajos ligados al prestigio. ¿Cuántas mujeres pobres conoce que también hayan convertido su talento en fuerza productiva y creativa?. Ese contexto ha relacionado aún más precariedad con feminización. Los trabajos precarios, los más flexibles, a tiempo parcial, han sido normalmente ocupados por las mujeres.

Esa discriminación, por desgracia, ya ocurría siglos atrás.

Exactamente. Hay cuestiones paralelas que coinciden en el tiempo. Internet es el gran artefacto contemporáneo, el gran punto de inflexión de la Humanidad por la potencia y las posibilidades de emancipación que se derivan de él. Pero hemos de observar las zonas de sombra y profundizar en las contradicciones.

Desde la perspectiva del paisaje y paisanaje cultural e intelectual español, ¿es una barrera producir análisis y reflexión intelectual desde Andalucía?

No, en mi caso. Porque perdí el acento y muchas veces me preguntan si soy madrileña, o si soy catalana. Pero percibo ese prejuicio, y me anticipo diciendo: “Soy del sur y trabajo en el sur”. Lo vivo como una obligación: romper el estereotipo que vincula a Andalucía y a los andaluces con unos temas, y no a otros. Yo no soy como esos tópicos. Y, cada vez más, los estudiantes con los que trabajo tampoco responden a ese tópico. Me gusta mucho resignificar que ser del sur no es un corsé, y somos una sociedad diversa.

Como ciudadana de Sevilla, ¿cuál es su punto de vista sobre la evolución de la ciudad y de la sociedad sevillana?

Me costó mucho integrarme en los años 90. Durante bastante tiempo era el lugar del que quería irme, porque no me gustaban determinadas cosas de la sociedad sevillana. Sin embargo, en los últimos años, me he reconciliado con la ciudad y adoro la forma en la que ha sabido modificarse. Las peatonalizaciones en el centro y la inversión en la red de carriles bici han convertido a Sevilla en una ciudad europea en su organización urbana y en su plasmación material. En ese sentido, hay más Europa en Sevilla que en Madrid. Además, hay una diversidad humana que rompe el cliché. Me impresiona la riqueza intelectual y cultural de los grupos socialmente más implicados, de los movimientos asociativos. Es algo que debieran ver desde fuera.

Y también desde dentro, ¿no?

En la medida que yo puedo, contribuyo a mostrar dentro y fuera de Sevilla esa imagen de sociedad diversa. Tenemos como desafío pendiente ser capaces de no quedarnos con el estereotipo que se une a una imagen identitaria muy fuerte, que atrae mucho al turismo, pero que también simplifica mucho la inmensa riqueza cultural y la diversidad que tiene esta sociedad.