«La Iglesia debe aprovechar la religiosidad popular en Andalucía»

No teme que Nicolás Maduro vea en sus palabras un atentado a la autoridad porque, afirma, su país vive una nueva forma de dictadura en la que hay libertad de expresión. Por esto ha aprovechado su estancia en Sevilla para denunciar la situación de su pueblo

05 feb 2018 / 20:20 h - Actualizado: 06 feb 2018 / 12:28 h.
"Religión"
  • Monseñor Reinaldo del Prette, arzobispo de la Arquidiócesis de Valencia (Venezuela), ayer en el Patio de los Naranjos del Salvador. / Jesús Barrera
    Monseñor Reinaldo del Prette, arzobispo de la Arquidiócesis de Valencia (Venezuela), ayer en el Patio de los Naranjos del Salvador. / Jesús Barrera

En los últimos años, cuatro millones de venezolanos han dejado su país. El 58 por ciento de las familias tienen al menos un miembro fuera. Estos son los datos más elocuentes de la situación que viven los venezolanos bajo el Gobierno de Nicolás Maduro a ojos del arzobispo de Valencia, en el estado de Carabobo, y, de hecho, lo que ha traído a monseñor Reinaldo del Prette (Valencia, Venezuela, 1952) a Sevilla estos días: su sobrino Jorge Luis –uno de los nueve que tiene y de los cuatro que han emigrado– se vino a la plaza del Salvador a vivir. En su visita, tras el encuentro episcopal anual en Lisboa, ha oficiado misa en el santuario del Rocío, en la Macarena y en la Esperanza de Triana, ya sabe que «no es cuestión de enfadar a ninguna».

Impresionado por la devoción que despiertan, monseñor Reinaldo del Prette admite que la religiosidad popular es la base que debe llevar a «profundizar en el amor a la Virgen y a Cristo», «una religiosidad popular de la que la Iglesia debe sacar provecho en Andalucía y en Venezuela». No en vano, viajó estos días hasta Antequera para conocer a la Virgen del Socorro, «la imagen que más devoción despierta» en esta localidad malagueña y que comparte advocación con la patrona de su arquidiócesis, Valencia (Venezuela), ciudad en la que, además, nació. Una imagen, la de su patrona con origen andaluz, según detalla: «La cofradía del Espíritu Santo, existente hace tres siglos en la actual Iglesia Catedral de Valencia, pidió una imagen de la Virgen del Socorro a España, pero al abrir la caja se extrañaron de que fuera una dolorosa. ‘No pedimos una dolorosa’, pero la Virgen del Socorro de Antequera es una dolorosa, como tantas otras en Andalucía. Al fin y al cabo es la Virgen con ese bautismo que le da el pueblo creyente».

—¿Tiene esperanzas en que la situación en Venezuela cambie?

—Hay un dicho español que dice que la esperanza es lo último que se pierde. Es lamentable que hayamos llegado a las condiciones socioeconómicas y políticas en las que nos encontramos. Digo esto porque el Gobierno no da muestras de que querer encarar los problemas.

—¿En qué sentido?

—Se ha venido deteriorando la economía en todas las áreas: el costo de la vida es inalcanzable, pero es que la escasez de productos, la escasez de medicina, cada día es más grave. Y uno no ve que haya medidas económicas para solucionar el asunto. Todo se queda en medidas políticas. Pero decimos, si gobiernos socialistas como el de Venezuela, el gobierno revolucionario socialista del siglo XXI, que predicó y anunció el presidente Chávez y con el que ha continuado Maduro, ¿por qué a nosotros no nos da resultado? ¿No era socialista Ecuador con Correa? ¿No es socialista Bolivia con Evo Morales? ¿No es socialista Nicaragua con Daniel Ortega? Estos tres países, con situación económica mucho más distante que la de Venezuela, que tiene un petróleo que vende a 100 dólares el barril, la población no se ha empobrecido como en nuestro caso. No veo en la prensa de Bolivia, Nicaragua o Ecuador que haya colas para buscar un saquito de harina... ¿Qué pasa? Pregúntele, presidente, a los tres presidentes amigos qué han hecho con la economía del país porque no sufren lo que estamos sufriendo los venezolanos. La pregunta se queda sin respuesta.

—¿No ha habido posibilidad de diálogo?

—Hace más de un año y medio estábamos trabajando por el diálogo. Gobierno y oposición intentaron sentarse en una mesa y pidieron que la Santa Sede interviniera como facilitador del diálogo. Hubo cuatro puntos sobre la mesa. No se llegó a nada. Los puntos eran: liberar a los presos políticos, que entonces eran más de 400; el segundo, abrir un canal para la ayuda humanitaria que llegara a través de ONG, entre ellas Cáritas de Venezuela, para que tuviéramos alimentos, pero sobre todo medicina, pero no hubo manera porque esto suponía reconocer el fracaso de sus políticas económicas; que reconocieran a la Asamblea Nacional electa por el pueblo con mayoría de la oposición, no: montaron la ANC (Asamblea Nacional Constituyente), un suprapoder que está tomando decisiones en todas las áreas. La Asamblea Nacional está arrinconada... y así se negaron a todos los puntos que recogía la carta que el cardenal Pietro Carolina, secretario de Estado del Papa, le envió el 6 de diciembre de 2015 a Maduro como requisito para sentarse a hablar. Ahora se han vuelto a reunir y no se ha llegado a nada. Vuelven los cuatro puntos, sobre todo el electoral, porque el Consejo Nacional Electoral ya prescribió hace tiempo y no hay manera de ponerse de acuerdo para renovar las autoridades que lo forman. Y hay que revisar muchas instituciones más para que las presidenciales sean unas elecciones, libres, democráticas y transparentes. No hay manera. Se levantó la mesa sin nada. El pueblo está cansado de no ver resultado en nada. Y esto es lo que nos preocupa. Por esto en la última exhortación de los obispos, la del 6 de enero de este año, apelamos para que haya una solución pacífica, para que no vayamos a la confrontación: si la soberanía reside en el pueblo, consultemos al pueblo si quiere este sistema o lo quieren cambiar.

—¿Habría garantías democráticas?

—Es un referéndum y creo que sería más difícil de manipular. ¡Que diga el pueblo, vamos a preguntarle! ‘No’. Siempre es no.

—¿Tiene la sensación de vivir en una dictadura?

—Por supuesto. Claro. Pero un sistema totalitario como el que estamos viviendo no es semejante a las dictaduras que hemos conocido: no es la dictadura de Pinochet en Chile, la de Franco en España o la de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, no, no... porque hay visos de democracia con elecciones, con libertad de opinión... aunque a algunos los detengan selectivamente. Es un neototalitarismo: todos los poderes están supeditados al presidente y ahí falla la democracia.

—¿Qué le parece el papel de la comunidad internacional?

—Ha entendido perfectamente el drama que estamos viviendo. La primera fue la UEA [Unión de Estados Americanos], el secretario de Estado, Almagro, siempre ha sido muy contundente en decir que el régimen venezolano no es democrático y que, a pesar de que no ha habido una intervención de los países de la UEA –porque el presidente Chávez, con el dinero del petróleo, se ganó apoyos de algunas islas del Caribe–, el global de los países latinoamericanos, como los del Norte, están en la misma línea. Y la sanción de la UE a siete altos funcionarios del Gobierno son signos que muestran que el Gobierno se está quedando aislado. Cada día son menos los países que lo apoyan y lo hacen porque hay razones económicas por el intercambio comercial: a Rusia y China les debemos el oro y el moro. Con ellos hemos intercambiado mucho. Y Maduro ha entregado muchas concesiones por préstamos de estos países a Venezuela.

—¿Por qué las relaciones de Venezuela con España son tan difíciles?

—Quizás España, por nuestra historia común, ve con mayor objetividad la situación. Para nadie es un secreto que para un canario Venezuela es la octava isla, así la llaman. Y España en general ha tenido una relación magnífica con el país. Al meter la crítica, las relaciones saltan por los aires. Y fue muy lamentable la expulsión del país del embajador español y, consecuentemente, como es propio en el campo diplomático, se le ordenó que se retirara al embajador de Venezuela en Madrid. Pero, igual que con Colombia, las relaciones fluctúan –Santos era su «nuevo mejor amigo» y ahora no se hablan–, y así con España, en función de si hablan mal o si hay una razón, aunque sea comercial, para hablar bien. La comunidad internacional ha hecho presión por la posición que han tomado.

¿Cuál es el papel de la Iglesia, más allá de aquel intento de mediación?

—Desde que el presidente Chávez empezó a dar ese giro hacia el socialismo cuando la unió a Cuba, hizo que la Iglesia empezase a hacerle críticas al Gobierno porque los derroteros que tomaba no iba a traer beneficios al país en líneas generales, en ese momento dejamos de ser referencia de intermediación para el Gobierno de Chávez, igual que para el de Maduro, porque tenemos una posición crítica, analítica de las cosas... Nos dice que la Conferencia Episcopal es un partido político de derecha o algo por el género. Siempre estamos dispuestos, aunque reconocemos que de parte del Gobierno hacia nosotros no hay la suficiente confianza para que la Iglesia institucional pueda servir en algún momento de factor de intermediación para el diálogo. Pero estamos fuera de esa posibilidad.