“La mayor revolución de mi vida ha sido crear escuelas donde solo había guerras”

José Javier Parladé Escobar, misionero comboniano en Sudán del Sur. Es un sevillano admirado a nivel internacional por su labor educativa y pacificadora desde hace 46 años en una de las zonas del mundo donde sobrevivir es más difícil

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
23 sep 2017 / 22:20 h - Actualizado: 23 sep 2017 / 22:23 h.
"Son y están","Entrevista"
  • El misionero sevillano José Javier Parladé, en un poblado de la región sursudanesa de Yirol. / El Correo
    El misionero sevillano José Javier Parladé, en un poblado de la región sursudanesa de Yirol. / El Correo

“¿Que cómo es mi vida? Una constante aventura. Y a mí me gustan las aventuras”. Con una vitalidad asombrosa, a sus 76 años, José Javier Parladé, nacido en Sevilla, vive a diario la pasión por ayudar a los demás. Y sus demás son cientos de miles de denkas, y de personas de otras tribus, que le respetan, le admiran y le buscan como hombre de paz y prosperidad. No se sorprendan que responda en plural a muchas preguntas de esta entrevista. Se siente tan implicado con la odisea colectiva de Sudán del Sur, el país más joven y el estado más precario del planeta, donde cuatro jinetes del apocalipsis (las guerras, las hambrunas, la codicia por el petróleo y la corrupción) convierten la supervivencia en un riesgo diario, que él hace suyas hasta las tinieblas morales de un lugar y de una época donde afronta a corazón abierto lo mejor y lo peor de la condición humana.

¿Desde hace muchos años se siente más sudanés que español?

Llegué a lo que todavía era Sudán en 1972, después de dos años estudiando la lengua árabe en la Universidad de Damasco (Siria). Me preparé para Sudán y los sudaneses, y he vivido con ellos durante décadas toda la tragedia de la guerra, interminable, durante la que también viví la experiencia de la prisión. Que no es nada comparado con lo que ellos padecieron y sufrieron. Después vivimos días de triunfo y esperanza. ¡Habíamos obtenido la independencia! En 2011 ya éramos Sudán del Sur. Pero la situación seguía siendo muy complicada porque las fronteras, que era donde apareció el petróleo, no habían sido bien delimitadas. Y en 2013 empezó otra guerra, con el Norte influyendo en un conflicto de todos contra todos. Los norteamericanos quieren obligarnos a hacer las elecciones en 2018. Creo que ciertamente algo cambiaría, pero no estamos preparados y realmente nos preguntamos si este tribalismo tan enorme y la corrupción tan extendida podrán ser corregidas.

Se nota que lo analiza y lo explica con la pasión de quien siente que es su lugar en el mundo.

Todo esto lo he vivido con la gente y lo hemos sufrido juntos. Juntos hemos tenido que escapar muchas veces y juntos nos hemos escondido cuando nos bombardeaban. Como comprenderá, después de todo esto, sientes que esta es en realidad tu familia y esta es tu tierra. También está el aspecto social: cuando voy a España me siento solo en medio de tantísima gente que va cada uno a lo suyo. Aquí me conocen todos, y ya vaya en moto como en coche, todos me gritan '¡Mayor dit!', que es mi nombre por estas tierras.

¿Desde cuándo logró que le sintieran como uno de los suyos y no como un extranjero?

Yo no hice nada, sencillamente he vivido con ellos, comido con ellos y trabajado en el campo con ellos. En Maban, cerca de la frontera con Etiopía, abrí la misión y viví 12 años solo con ellos. Esa ha sido la mejor experiencia que he vivido. Habitaba en una choza como ellos y compartía lo que recogíamos juntos, y después, en la única comida fuerte que se hace cada día, al atardecer, donde me enseñaron que comer en solitario no es bonito, nos reíamos juntos contando las aventuras que habíamos vivido. ¿Qué he hecho? Pues nada, quererlos y dejarme querer.

¿No ejercitó cómo aprender de ellos tanto o más de lo que ellos puedan aprender de usted?

Nunca. Si vienes en plan enseñante que tienes mucho que dar, seguramente vas a recibir poco. Pero si vienes a vivir con ellos y a descubrir una nueva manera de vivir tu fe y de compartirla con los otros, pues naturalmente algo vas dando, poco a poco, sin darte cuenta. Pero vas a ir asimilando también muchísimo. ¿Sabe lo que significa la alegría de toda una familia que va cantando y bailando para que todos sepan que ese día van a recoger por primera vez la cosecha de ese año, y después vuelven también cantando y van pasando por las casas de los conocidos para repartir parte de lo que han recogido, y ese día todos se reunirán en su casa para bailar y cantar? El resto de la cosecha se pone en el almacén para irlo comiendo durante el año.

¿Con ellos ha descubierto la alegría en su sentido más puro y espontáneo?

Hace escasos días volvió de vacaciones Jachek, un compañero mío polaco, y estaba impresionado por la situación de hambre que se encontró. Habían muerto de hambre tres ancianos en el mercado, y no se ve una salida de esta terrible situación. Pero me decía: “Lo que más me impresiona es que veo a mi alrededor a gente que, pese a lo que está sufriendo, saben reír y gozar de la vida, y me acogen con grandes abrazos y gran alegría. Yo me pasaría el día llorando”. Y le he dicho: “esto es Sudán del Sur y tú también te irás contagiando de esta sana alegría y este optimismo indestructible”.

A quienes se postulan como intelectuales, filósofos, teólogos, políticos, y hablan sobre cómo es el mundo sin haber experimentado un solo día como los de usted, ¿qué les diría si coincidieran en un coloquio?

A veces te entran ganas de reír. A los pobres solo se les puede comprender viviendo con ellos y como ellos, comiendo con ellos o pasando hambre como ellos. En mis 12 años en Mabán, yo tenía una choza, un colchón y se acabó. Durante una hambruna, llegó un sacerdote, enviado por el obispo, en un camión con alimentos, y me trajo dos sillas y una cama. Al poco tiempo, llegaron los guerrilleros y en su ataque se llevaron el colchón. Durante esos 12 años no tuve ni una bicicleta, recorría a pie kilómetros y kilómetros. Pero cuando llegué no había una sola comunidad cristiana y cuando me tuve que ir había 91 comunidades. Cada una con su escuela, con su cooperativa, con su organización para ayudar a los pobres. Todo llevado adelante por voluntarios. Allí sí que me acostumbré a llorar con los que lloraban y a reír con los que reían. A reír siempre al final porque el optimismo es lo que nunca se debe perder.

¿Cómo inició su misión en Yirol?

Estoy en Sudán desde hace 46 años, pero en Yirol solo desde hace 15, era durante la guerra y llegamos aquí tres sacerdotes, dos sursudaneses y yo. Lo primero fue construir tres chozas para vivir en ellas y enseguida preparar un gran agujero por tierra para refugiarnos cuando los aviones venían a bombardearnos. Hicimos el agujero bastante grande para que pudieran refugiarse también otras personas, pero venían los soldados cargados de granadas y con el fusil en las manos y también saltaban dentro, por lo que el refugio era casi más peligroso que los aviones. Nos decidimos a hacer otro donde no hubiera mucho espacio. También preparamos algunos bancos hechos con palos para poder sentarnos bajo un gran árbol, se convirtió en la primera escuela durante la semana y en la capilla los domingos. Aquello ha ido aumentando y donde había un centenar de alumnos ahora hay tres escuelas con más de 1.800 alumnos en cada una.

¿Quién le apoyó?

Reunimos a los jefes de tribus y a los ancianos para decirles que esta guerra ya había durado demasiado. Muchos jóvenes habían nacido en ella y en ella se iban a hacer viejos sin saber lo que es la esperanza en un futuro mejor. Así fue como se pensó en abrir las escuelas, como puerta a la esperanza. Les dije que no tenía dinero, por lo que si querían hacer algo tenía que ser voluntario, y así se empezó la primera escuela, bajo los árboles. A los pocos días llegaron para apoyarme los ancianos de otro poblado que sí habían construido la escuela en paja. A los pocos meses había ya 15 escuelas abiertas, y al año siguiente iniciamos el curso con 27 escuelas abiertas y 620 maestros, todos voluntarios. La mayor revolución pacífica que hubo. Estas 27 escuelas las hemos puesto en manos del gobierno, pero a mí me consideran todavía el padre y creador de todas, me siento orgulloso de ello.

¿Quiénes forman su equipo?

Ahora ya somos más en la misión. Primero se nos unieron cinco monjas de una congregación ugandesa, dos para trabajar en el hospital (una en la sección de leprosos y la otra en tuberculosis), dos en las escuelas y la encargada de la promoción de la mujer. En el hospital, que es muy grande, trabaja una ONG italiana de médicos. Todos formamos un equipo compenetrado. Y ahora somos cuatro misioneros combonianos: uno de Togo, otro de Ecuador, otro de Polonia y yo de España. Tres trabajamos en la pastoral, con muchos colaboradores nacidos en la zona, y el cuarto está especializado en pedagogía y se ocupa de la administración de las escuelas. Ahora el párroco es el Padre Pedro Tacuri, ecuatoriano. Al cumplir los 75 años me retiré de esa responsabilidad. Sigo trabajando prácticamente lo mismo, pero quiero hacer de abuelo como todo ser viviente.

¿A cuántas personas atienden?

Las escuelas tienen 5.600 alumnos y el jardín infantil 600 alumnos más. Los hospitales son dos y están llenos hasta los topes. No solo las camas están llenas sino que por todos lados hay colchones en el suelo con gente que atender. Hay un cirujano y cuatro doctores, están día y noche trabajando en el hospital. Recientemente fui a las 11 de la noche a visitar a un hombre que se había quemado y vi una fila de tres camas delante de la puerta de la sala operatoria esperando su turno. En la región tenemos 54 capillas que atender, algunas están muy lejos y en sitios difíciles de alcanzar, tanto por la inseguridad como por la lluvia que inunda todos los caminos. En cada capilla hay una escuela y en muchas un dispensario.

¿Se siente a veces sobrepasado por la demanda de auxilio?

Hace pocas noches llegué a mi cuarto bastante cansado pero me encontré con una familia esperándome. Hasta el abuelo estaba allí, todos delgadísimos, las piernas parecían palillos de dientes. Me dijeron que ya no podían resistir más el hambre. Son los momentos más duros para mí, cuando ya no tienes ninguna comida para ayudar y te encuentras con ese sufrimiento delante de ti. Te entran ganas de gritar contra tanta injusticia. Fui dentro y les di un poco de dinero, sabía que o les iba a servir de mucho pues la comida está carísima, y me senté con ellos. Me dijeron que lo que necesitaban era algo de comida para encontrar la fuerza que les permitiera volver a su hogar. Sentí vergüenza, impotencia y gran tristeza.

¿Qué educación se imparte en su red de escuelas? ¿Con qué recursos, y en qué idiomas?

La regulada por el ministerio de Educación, ahora está bastante bien establecida, antes de organizarse el Gobierno se seguía la de Kenia o Uganda. Los recursos son muy limitados. Hasta hace poco tiempo, solo el maestro tenía el libro y los alumnos seguían la lección con lo que el maestro escribía en la pizarra. Hoy en día suele haber un libro para cada dos o tres alumnos y un poco de material escolar. El idioma oficial en la escuela es el inglés, pero en los cuatro primeros cursos se estudia también la lengua tribal de la zona, que en nuestro caso es el denka. Me hubiera gustado enseñar también el árabe, estoy convencido de que les va a ser útil en el futuro. Pero después de tantos años de guerra y de las atrocidades que han pasado, han quedado muchos rencores y no quieren ni oír hablar de ello.

¿Tienen libertad de cátedra en lo relacionado con su historia y con su presente?

La historia de Sudán es una historia de cristianismo, que entró en Sudán apenas después de Cristo. Durante muchos siglos fue cristiano, hasta la invasión árabe desde el Norte. Pero en Sudán la historia que se enseña en las escuelas empieza con la invasión árabe, que fue mucho después. El nombre del país, Sudán, significa país de los negros, pues los verdaderos habitantes eran africanos. Es lo que siempre me ha gustado enseñar, que la historia es de ellos y tienen que sentir el orgullo de ser africanos. Siempre nos hemos sentido muy libres como educadores en Sudán del Sur y nunca hemos sentido que se dudase de nuestra fidelidad a este pueblo.

¿El otro Sudán es para usted otro bando?

En el Norte siempre estábamos bajo control y con miedo de ser acusados de algo, siempre se vivía con miedo porque cualquier pequeña equivocación nos podía traer montones de problemas. En el Norte se nos consideraba enemigos, hemos tenido que huir junto a la gente del Sur, hemos padecido muchas humillaciones junto a ellos, por eso sienten que nuestra mayor preocupación es su dignidad. Siempre los he respetado, me he considerado su amigo, y ahora que soy viejo, tengo razones para sentirme padre y para ellos es claro que realmente lo soy.

Y las banderías y facciones dentro del Sur, ya sean tribales o mafiosas, ¿respetan sus escuelas? ¿Les respetan a ustedes y a quienes protegen?

En general, en nuestra zona se respetan las escuelas. La gente es muy agresiva, pero se respeta mucho a las mujeres y a los niños en caso de violencia. En otras circunstancias las mujeres sufren formar parte de una sociedad muy machista. A mí las bandas siempre me han respetado y he logrado que no mataran a quienes venían conmigo. Tratándose muchas veces de luchas tribales, es fácil que se quieran vengar de los de la otra tribu. Los denka son pastores y a menudo sucede que se roben las vacas los unos a los otros. Y es fácil que quieran vengarse. En estos momentos de mucha lluvia y gran hambre es peligroso viajar en coche porque puede suceder que te disparen.

¿Cómo colaboran las familias en la organización escolar?

Construir las escuelas fue obra de todos, y a los maestros, que eran voluntarios, la comunidad trataba de darles de comer. Después insistí a las familias en que si queríamos que la escuela tuviese futuro, tenía que ser autosuficiente, no podía vivir de donaciones, pues se cerrarían en cuanto se acabasen los donativos. Por ello, cada familia paga una cuota y el uniforme. Saben que se les carga con el mínimo posible. Y saben que la comida escolar que les damos a los niños de 19 escuelas, gracias a la asociación escocesa Mary's Meal, es providencial en este tiempo de hambruna.

Según los datos de Naciones Unidas, es el país del mundo con mayor porcentaje de población que tiene menos de 18 años. Y con mayor índice de niños no escolarizados.

Puedo hablar sobre todo de los denkas, la tribu con la que convivo desde hace 15 años. Ahora son seminómadas, parte de la familia permanece en las ciudades y allí cultivan. Sus hijos sí que van a la escuela. Les costó entrar en esta dinámica, pero ahora ya se acostumbraron y son raros los que se quedan fuera, las familias se sienten responsables de que estudien. Pero, por otro lado, los ancianos de la tribu eligen a los que se quedarán con el ganado y esos seguirán siendo nómadas y no pueden ir a la escuela. Algunos se rebelan y consiguen entrar en la escuela. También ocurre al revés, algunos deciden dejar la escuela y vivir en el campo con las vacas. Es algo que llevan dentro de una manera muy fuerte. Todos los denkas llevan el nombre de una vaca. Mi nombre de “Mayor dit” significa una vaca que no es ni muy roja ni muy negra. En nuestra tribu, la mitad de la población no está escolarizada. Muchos de los que estudian ahora un nivel superior han luchado fuertemente por tener la oportunidad de estudiar, tienen pasión por aprender.

¿Las familias aceptan el mensaje cristiano porque les conviene dado que ustedes apoyan las condiciones de vida de la población?

Los denkas tienen una idea muy clara de Dios, es muy parecida a la nuestra. Dios (Nhialic) es el creador de todo. Él creó al primer hombre (Garang) y a la primera mujer (Abuk). Por esto entran fácilmente en nuestro mensaje. El resto ya les cuesta mucho más entenderlo porque, según ellos, Dios les dio la responsabilidad de las vacas, por lo que tienen el derecho de reunir (robar) todas las que pueden para protegerlas. Y deben casarse con el mayor número de mujeres posible para tener muchos hijos que puedan proteger sus vacas... Yo nunca he intentado convertir gente. He vivido siempre mi fe, descubriendo con ellos poco a poco una nueva manera de vivir mi fe, quizás más humana y más auténtica. También me doy cuenta que ellos se van aproximando a la fe cristiana.

¿Qué valores comparten?

Nuestras iglesias están llenas, les atrae la paz, la amistad, el respeto a la dignidad de cada uno, la justicia... Después de tantísimos años de guerra y violencia, y de una corrupción desenfrenada, son valores que han adquirido aquí una importancia enorme. Nunca se me ha ocurrido pensar que se aproximen a mi fe porque les conviene. Quizás es a mí a quien me conviene, me recibieron cuando llegué y no sabía ni su lengua ni nada, me acogieron y me enseñaron.

¿Cómo logran contribuir a la concordia entre personas y grupos de diferentes etnias?

No sé si logramos contribuir, porque los resultados son bastante pobres. En ese campo trabajamos muchísimo. El año pasado, todos los fines de semana, hacíamos un curso en los diferentes poblados para toda la comunidad, y para sus jefes de tribu, de gobierno y de comunidad. Parece que todos salen contentos e incluso a veces me piden estas reuniones para terminar con algún problema. Ellos me dicen que quieren vivir definitivamente en paz, y continúan repitiendo que se acabó, que no quieren un solo muerto más. Algo va entrando en sus mentes, pero la historia se vuelve siempre a repetir.

En los momentos de mayor tensión, ¿cómo es su labor de mediación?

Ante todo, no debemos intervenir directamente para pacificar, son ellos quienes deben hacerlo y hay que ayudarlos a sentir esa responsabilidad y a hacerlo de una manera pacífica. Lo nuestro es más bien la sensibilización de la gente, la violencia no puede ser nunca una solución y menos aún la venganza. Hablamos mucho de esto y creo que poco a poco irá entrando. Y también dejar la corrupción y empezar a actuar con justicia. Después de tantos años de guerra, nos hemos acostumbrado a usar la ley del más fuerte y eso no educa hacia una mentalidad de paz.

Dígame un ejemplo de incidente usual.

Hay policías y soldados que lo resuelven todo a la tremenda, al gusto del más fuerte. Tienes que pensarte bien acudir a ellos, porque te expones a perder lo que te han robado y también lo que te quedaba. En Kadula, un campo de refugiados donde todos son pobrísimos, logramos ayudarlos con un poco de comida. La comunidad decidió repartirla en partes iguales con los musulmanes y con los no cristianos. Pero al final no se pusieron de acuerdo, se pelearon, llamaron a la Policía, los agentes exigieron que les abrieran los almacenes, y requisaron ellos la comida para repartírsela, pegándoles una paliza a algunas personas que pedían la comida. Un catequista fue agredido, vino en mi búsqueda. Intervine yo, que cuando es necesario también sé gritar, pero ya habían desaparecido con los víveres, solo pude lograr que pusieran a otros policías.

Millones de sursudaneses han tenido que emigrar a otras zonas o a campos de refugiados de países limítrofes (Uganda, Kenia, Etiopía). Es el país del mundo con mayor porcentaje de familias disgregadas. ¿Qué pueden hacer desde la misión para resolver casos concretos?

Hubo un momento terrible antes de la independencia, en el que muchísima gente huyó. Tuvimos misiones en todos los campos de refugiados para tratar de acompañar y ayudar a quienes tuvieron que escapar. En algunas misiones de las que hubo que huir, se perdió todo lo que se había hecho en ellas. Después de la independencia, la población volvió llena de esperanza. Pero muchos pronto se fueron porque la vida aquí es demasiado difícil y ya no lograban acostumbrarse. Empezar de nuevo suponía trabajar el doble para construirse la choza, para desbrozar un terreno y cultivarlo, a riesgo de que fallen las lluvias y todo se eche a perder. Y para colmo estalló la guerra dentro de Sudán del Sur. Poblados y cultivos destruidos por completo, familias destruidas,, hambre generalizada, una paz inducida por la ONU pero que duró muy poco... Es impresionante convivir con personas que, en ese contexto, y pese a su debilidad física, siembran campos porque están convencidos de que solo podrán alimentarse de lo que siembren, dado que un saco de grano valía antes 15 libras y ahora se vende a 1.000 libras, jamás pueden pagar eso. En la misión de Yirol tenemos muchos refugiados, lo pasan fatal y se hace por ellos lo que se puede, que la mayoría de las veces no es mucho.

Al igual que en otros lugares del planeta, ¿se utilizan las creencias y las religiones como arietes para propiciar conflictos que justifiquen el uso de la violencia en la lucha por el poder y por el control de las materias primas como el petróleo?

Esto sucedía en el Norte, donde una guerra que era solo económica (el petróleo) la quisieron convertir en una guerra de religiones, y así los musulmanes, que nunca fueron fundamentalistas, terminaron siéndolo empujados por la política. Aquí, gracias a Dios, no hay problemas de religión. Los musulmanes son muy pocos, casi todos comerciantes extranjeros a los que interesa solo el dinero. Y la población es pagana, protestante o católica, somos todos amigos que hemos vivido y cooperado juntos durante una guerra larguísima. Por ahora, nadie ha logrado ponernos en conflicto por nuestras creencias, todos nos respetamos. En cambio el tribalismo sí es feroz, estuvimos demasiados años encerrados en nuestro terreno y nuestras culturas, y de esto se están aprovechando los que buscan el petróleo, tanto los individuos como las naciones.

¿Cómo es su ritmo de vida a diario?

Empieza todos los días a las seis de la mañana con la misa, y con unos momentos de oración y silencio muy importantes para mí. En ellos se interiorizan muchas cosas, se encuentra esa paz interior tan necesaria para empezar un nuevo día transmitiendo paz y serenidad. Porque después todo se va tambaleando, te pasas el día tratando de ayudar a resolver casos irresolubles, pero siempre tratando de transmitir esperanza. Porque, realmente, estoy convencido de que esto va a cambiar. Mi despacho tiene 15 sillas, además de la mía, y nunca hay una vacía. Apenas se va una persona, ya entra otra, y todos tienen su historia que contar, historias llenas de sufrimiento y pobreza. Son todos escuchados con mucho respeto y cariño. Muchas veces vienen ministros y otras autoridades, saben que en este despacho todos somos iguales y que la prioridad es de quien más desgracias tiene que contar. Algunos vienen con su problema por resolver, pero cuando empiezan a oír lo que los otros dicen, terminan callados porque comprenden que delante de tanto sufrimiento el de ellos es risible. Y así, entre reuniones y visitas se me va el día. Por la noche te vas a la cama reventado, todo este sufrimiento y toda esta injusticia la sientes encima como un peso enorme.

¿Ya viaja menos?

Cada viernes viajo para pasar el fin de semana en una de las 54 capillas, las tenemos repartidas entre los tres misioneros que trabajamos en la pastoral. Estoy tres días en cada capilla y se controla el trabajo de los catequistas, la escuela, el dispensario,... Vivo con ellos, como con ellos lo poco que pueden darte, y disfruto mucho esa convivencia. A veces se pasa un poco de miedo porque estás más desprotegido y te puedes encontrar dentro de algún ataque bélico o violento. Y siempre rodeado de mosquitos, se podrían coger a puñados, por lo visto les encanta mi sangre.

¿Cuál ha sido su último sobresalto?

El mes pasado en Adior, que está bastante lejos y es difícil de llegar con las lluvias que están cayendo. Me llevaron en el coche y por el camino nos quedamos empantanados en el fango. Tardamos dos horas en sacar el coche, bajo la lluvia y en medio del bosque. Cuando llegué, por la noche proyecté un video usando un pequeño generador que había llevado. A mitad de proyección, se oyeron tres o cuatro disparos y en un segundo me quedé solo, con la luz del proyector y con el ruido del generador llamaba totalmente la atención. Me senté a esperar cualquier cosa que pudiera pasar, pero toda la gente del poblado regresó, había sido una falsa alarma. Todos me aseguraron que ya no me volverían a dejar solo, pero sé que el miedo es tal que en un momento así me volverían a abandonar aunque después se arrepintieran.

¿De dónde saca las fuerzas de flaqueza para iniciar cada nueva jornada, sabedor de que está abocado a tremendos problemas?

Las encontramos en Dios. Esta es la vida que elegí, siempre me ha gustado. También influye mucho la pasión que sentimos por la gente. Ahora que soy ya viejo son más frecuentes los momentos de cansancio, y a veces también de pesimismo, pero nunca se me ocurriría cambiar esta vida por otra.

¿Tiene referencias de jóvenes que hayan pasado por sus escuelas y ahora sean ciudadanos del mundo?

Sé que en Londres hay tres que son profesores de universidad y en Italia hay dos que son médicos. Nuestra gente se ha dirigido más bien hacia EEUU, Canadá y sobre todo a Australia, donde durante algún tiempo aceptaron estudiantes y jóvenes que estaban en el campo de refugiados de Kakuma (Kenia). Desde Australia ayudan a sus familias. Ellos, en general, vienen para casarse pues prefieren hacerlo con alguna joven de aquí y después vuelven con ella a Australia. Naturalmente llegan vestidos con buena ropa, con corbata, y cuentan muchas cosas que dejan a los jóvenes de aquí extasiados y llenos de envidia. Aunque a veces se encuentran con algo muy distinto de lo que les habían dicho y con una vida mucho más difícil de lo que pensaban.

Hoy en día, entre los que usted trata, ¿son mayoría los que confían en sí mismos para prosperar en su tierra natal y hacer prosperar a su sociedad? ¿o es tan adversa la supervivencia que le cuesta convencerles para que no se vayan?

Si lograsen encontrar la oportunidad de viajar para emigrar, no la perderían. Los comprendo. Me he dedicado con todas mis fuerzas a abrir puertas de esperanza. Escuelas primarias, y en la escuela de secundaria tengo un internado para los que vienen de los poblados y carecen de alojamiento. Y tengo un gran campo donde todos los que no pueden pagarse la escuela trabajan y así la pagan y ganan lo que necesitan. Me parece importante que aprendan a ganarse lo que necesitan, un hombre no pordiosea sino que se lo gana. Pero quienes terminan sus estudios en la Universidad se topan con un bloqueo: los únicos empleos son del gobierno: maestros, policías, soldados, funcionarios. No hay una sola fábrica en todo el país. Un maestro gana 600 libras al mes y con eso no le alcanza para comprar alimentos y medicinas para una familia.

¿Cómo afronta ese dilema si le piden consejo sobre permanecer o huir?

Nunca he aconsejado a nadie huir, quizás soy demasiado optimista, pero estoy convencido de que podemos cambiar todo esto y somos nosotros los que debemos hacerlo, nunca he puesto en consideración huir de una situación difícil. Naturalmente, es diferente cuando la guerra o la violencia hacen imposible la vida, esto suele pasar por aquí. Y me pregunto: ¿seguiría pensando lo mismo si tuviera a mi alrededor 7 u 8 hijos muertos de hambre?

La libertad, la democracia, la justicia social, ¿son una quimera en países como Sudán del Sur? En el tablero de la geopolítica mundial, ¿sólo interesa como territorios que esquilmar?

Los occidentales creemos que lo sabemos todo, que todo lo arreglamos, pero norteamericanos, franceses e ingleses, con sus decisiones, han destruido Irak, Libia, Congo, Centroáfrica,... Sudán fue un estado creado por los ingleses, de ese desastre hemos salido después de 20 años de guerra. Tendría que haber visto usted a Sudán del Sur en su día de la independencia. Todo era esperanza y alegría, y no había ni un kilómetro de carretera asfaltada, ni líneas de electricidad o de teléfono. Todo estaba en el Norte, en el Sur estábamos en la Edad de Piedra.

¿En qué se ha mejorado?

En cuanto a libertad, esto es el paraíso en comparación con mi experiencia de muchos años bajo la autoridad del Norte. En cuanto a democracia y justicia social, tenemos mucho que aprender y ya estamos en ello, todos hemos hecho muchísimos cursos y se empiezan a sentir por aquí ciertas inquietudes en favor de esos valores. Pero, ¿no le parece que gran parte de la culpa no la tienen ellos? ¿Cuántos siglos hemos necesitado nosotros en España para llegar a lo que nos parece la democracia? ¿Y lo es de verdad?

¿Acaso en la época actual no son sobre todo responsabilidad de una sociedad sus logros y sus calvarios? Para recurrir a la guerra o a la paz, ¿influyen menos los factores internos que los intereses externos?

Tiene toda la razón en este momento, la guerra y la corrupción generalizada nos han llevado a esta hambruna que estamos viviendo y a esta explosión de violencia. ¿Quién tiene la culpa de que aquí no se sepa hacer otra cosa que la guerra? La mayoría de los jóvenes han nacido en la guerra y en ella han vivido hasta ahora. Una guerra entre dos líderes políticos del primer gobierno nacional pasó a ser una guerra entre sus dos tribus, y después se extendió a todas las tribus. A los dirigentes, por corruptos, ya nadie los cree, empezando por nosotros. Otros países no quieren colaborar con nosotros ni ayudarnos, porque su dinero desaparece nada más llegar y no se realiza ningún proyecto. Y las soluciones políticas siempre se proponen desde fuera del país y acaban siendo un desastre porque solo defienden los intereses de esos países. Todos nos sentimos atrapados en esta situación y realmente no sabemos cuándo se podrá salir de ella.

¿Desde dónde reciben más ayuda material o económica? ¿Desde la ONG Amsudan, creada en España en 2005 para apoyar su misión?

Cuando me cambiaron de destino en Sudán, comprendí que no es bueno dejar atrás un lugar sin que tenga estructuras para vertebrar su desarrollo. Y en unas vacaciones en Andalucía, me encontré con amigos que de inmediato se animaron a unirse y trabajar conmigo desde España. Crearon Amsudan como ONG comprometida a ayudar a las misiones en Sudán del Sur. Con ellos hemos trabajado mucho en Yirol, Rumbek y otros sitios, sobre todo con escuelas, que es lo más importante si queremos ayudar a alcanzar la paz. También me ayudan desde Bilbao, donde tengo grandes amigos, que trabajaban en la antigua siderurgia, y con los que pongo en pie pequeños proyectos.

Algunos españoles, también en su Sevilla natal, conocen directa o indirectamente su encomiable labor. Y participan en cenas que se organizan con el reclamo de destinar dinero para su misión. ¿Entiende moralmente esas fiestas a beneficio de quienes pasan hambre?

Amsudan tiene bastantes actividades, y una de ellas son los eventos. Yo estuve en el que hicieron este año en Sevilla y me gustó mucho, se reunieron muchas familias, todas con el mismo objetivo. Trabajaban para una veintena de cocineros, todos voluntarios, y llevaron los ingredientes de la comida que guisaron. Fue un día muy entrañable y yo también lo gocé. ¿Era necesario llorar para ayudar a la gente? Es amoral cuando lo que se recauda se gasta en diversión, o cuando no llega a su destino. Pero estos amigos lo envían todo, y ellos se pagan todos los gastos, todos los viajes.

¿Quiénes son los José Javier Parladé del futuro?

Los combonianos somos una congregación internacional de sacerdotes y monjas, y misioneros laicos tanto hombres como mujeres. Antes éramos casi todos europeos, pero ahora cada vez más son de América Latina y sobre todo africanos. Es lo que siempre nos dijo Daniel Comboni: hay que salvar Africa con África. Nuestra misión es preparar a los africanos a sentir esta llamada. Sí, creo y sueño que el futuro José Javier Parladé va a ser africano. Y en muchos casos mujeres. Y quizás menos curas y monjas pero si más misioneros.

¿Cómo fue su infancia y adolescencia en Sevilla?

Fue muy feliz y sencilla, éramos 15 hermanos y vivíamos en el campo. Me imagino que no fue nada fácil para mis padres sacar adelante a tantos hijos. Nos enseñaron a querernos y ayudarnos los unos a los otros, los mayores tenían que responsabilizarse de los más pequeños. Y nos enseñaron también a gozar de la vida con sencillez, sin grandes necesidades. Ahora somos ya todos viejos y seguimos siendo un bloque, unidísimos y siempre muy pendientes los unos de los otros.

En Sevilla el apellido Parladé abría puertas en los círculos empresariales y en las influencias sociales. ¿Cómo se decantó por ser misionero en África?

Siempre soñé ser misionero, y fui sintiendo cada vez más fuerte esta llamada. He hecho en mi vida lo que me gustaba.

Durante su juventud, en España se vivían las tensiones entre la dictadura franquista y los movimientos católicos de base que, inspirados en el Concilio Vaticano II, querían marcar distancia con el régimen y con el nacionalcatolicismo de la posguerra. ¿Cómo vivió aquel periodo y cómo le influyó?

Para todos nosotros fueron momentos de fuerte tensión, sobre todo para los que estábamos en los seminarios. Se sentía mucho la necesidad de defender a los pobres, y los derechos de los obreros. Más de uno tuvo problemas, se nos acusaba de comunista... A muchos de mis compañeros seminaristas todo esto los dirigió después por caminos distintos.

¿Sus lecturas de cabecera siguen siendo las mismas que hace 50 años?

Con el tiempo uno cambia y cambian también los gustos. Durante muchos años me apasionaba la teología de la liberación y también he leído mucho de la teología africana. Ahora leo más lo que yo llamo teología de la misericordia o de la compasión. Cada vez me atrae más ese Cristo tan humano y cercano que nos presenta el Evangelio.