«La mediocridad y la catetez causan en España mucho gasto público improductivo»

José Antonio Cobeña, autor de la Estrategia de Política Digital de Andalucía. Logró la integración tecnológica completa de la sanidad, en manos del ciudadano mediante tarjeta con microchip. Su Plan Diraya fue multipremiado. Su vida es un zigzag de experiencias en pos de una misión

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
30 jul 2016 / 21:18 h - Actualizado: 30 jul 2016 / 22:18 h.
"Son y están"
  • José Antonio Cobeña, apasionado por la música, con el órgano que tiene en su domicilio, en Sevilla. / Manuel Gómez
    José Antonio Cobeña, apasionado por la música, con el órgano que tiene en su domicilio, en Sevilla. / Manuel Gómez

Por su blog lo conoceréis. Se titula ‘Cuaderno de inteligencia digital para buscar islas desconocidas’. Está presidido por la frase “El mundo solo tiene interés hacia adelante”, del teólogo francés Pierre Teilhard de Chardin. A lo largo de la entrevista, para explicar las vicisitudes de su vida, se reafirma varias veces en otra frase: “En el amor y en el sufrimiento se fueron aunando las voluntades”, es de la ‘Cantata de Santa Maria de Iquique’, del grupo musical chileno Quilapayún. Y su personalidad, antes y ahora, está impulsada por la “ardiente impaciencia que dará luz, justicia, dignidad a todos los hombres”, parafraseando a Rimbaud citado por Neruda. Y, camino de cumplir 70 años, está cursando estudios de piano y de violín, apasionado por tocar música de Mozart y de Vivaldi. Es José Antonio Cobeña, vecino de la sevillana calle Antioquía, al lado del Polígono San Pablo. Su esposa es trabajadora social, tienen un hijo que es ingeniero informático. Pocos directores generales ha tenido la Junta de Andalucía con una biografía como la suya.

¿Cuáles son sus orígenes en Sevilla?

Nací en Sevilla en 1947, en una casa que todavía está en pie, en la calle Jesús del Gran Poder, 111. Allí estaba la iglesia de la Purísima Concepción de los jesuitas. Soy hijo póstumo, mi padre murió con 27 años a causa de las secuelas de las gravísimas heridas que sufrió en la guerra civil cuando lo alistaron a combatir en el frente de Extremadura. Evacuado a Sevilla, y mutilado, en el hospital conoció a mi madre, enfermera. Se quedó viuda estando embarazada, yo iba a ser ese tercer hijo. La situación económica de mi madre era muy difícil, y cuando yo tenía cuatro años, a dos de los tres hermanos nos enviaron a vivir en Madrid con mis tíos, de posición social y económica muy acomodada. Y no pude volver a Sevilla ni ver a mi madre hasta que cumplí 17 años. Disfrutaba del discreto encanto de la burguesía, en el barrio de Salamanca, pero sufrí una tremenda deslocalización sentimental. Tenía comodidades pero no tenía la familia que necesitaba. Madrid sí me aportó muy buena formación porque estuve en un colegio mixto que era muy avanzado para la época: el Sagrado Corazón de Jesús.

¿Cómo cambia su vida cuando regresa a Sevilla?

Cuando tenía 17 años, yo quería ser diplomático, pero hago un giro copernicano en mi vida e ingreso en la Iglesia. Entré a estudiar en el Colegio Menor de Umbrete. Quería dedicarme a los demás, con toda la ilusión del mundo. Años después, sufrí una crisis ideológica. Estuve muy vinculado a movimientos y asociaciones en defensa de las libertades. Y me daba cuenta de que la Iglesia no daba respuesta a eso. Me fui a Italia, y en Roma me convencí. Durante más de un año estuve muy en contacto con los ambientes culturales y políticos (recuerdo cuánto me interesó conocer de primera mano todo el cine de Pasolini), y también tuve mucha relación con exiliados españoles como Rafael Alberti y María Teresa León. Al tiempo, mantenía mi vinculación con Sevilla, y publiqué artículos en ‘El Correo de Andalucía’, gracias a la generosidad de sus directores: José María Javierre y José María Requena.

¿A qué se dedicó después?

Un amigo, psicólogo y profesor de Escuela de Trabajo Social en Huelva, al saber que volvía a España me animó a trabajar allí. Y en Huelva me impliqué mucho para ayudar a su desarrollo. Estaba convencido de que Huelva necesitaba mirar menos a las carabelas (pasado) y priorizar mucho más la educación (futuro). Lo primero: relanzar dicha Escuela, que corría riesgo de cierre. Me eligieron director por unanimidad. Y sin dejar de dar clases, lo hacía en las horas que nadie quería: o a las ocho de la mañana o a las tres de la tarde. Se creó una fundación para sustentarla, implicando a instituciones como el Ayuntamiento y el Gobierno Civil. Y fuimos muy atrevidos en su modelo de gestión, en 1978-79 aprobamos un estatuto del profesorado, y un sistema de evaluación para que los alumnos valoraran a los docentes, que podían perder la titularidad de la plaza si los alumnos argumentaban que no servía para nada.

¿Alguna otra iniciativa que enlazara con su vocación social?

Estuve al frente, como presidente del consejo de administración, de la creación, en 1982, del periódico ‘La Noticia de Huelva’. Veía necesario aunar voluntades políticas y sociales para el desarrollo de Huelva. Y, aunque mis enemigos me etiquetaban como el marxismo-leninismo más feroz, me reuní con todo tipo de personas. Por ejemplo, con Fraga Iribarne, lo recibí durante una visita suya a Huelva. Cuando me di cuenta de que el periódico no iba a consolidarse como un foco de libertades sino que podía ser fagocitado por determinadas siglas políticas, no colaboré en su desarrollo y se cerró en 1984. Convoqué un acto para explicar los motivos. Recuerdo una frase del periodista Pepe Fernández: “Habéis muerto por ser excesivamente libres”. Es verdad.

¿Cómo empezó en el ámbito de la gestión sanitaria?

En Huelva, de 1983 a 1987. Me eligieron en la Diputación para afrontar diversos cometidos, desde dirigir el Hospital Infantil de Ayamonte, a afrontar el cierre del Hospital Psiquiátrico, que estaba en pésima situación. El primero de España donde se hizo eso para iniciar la reforma psiquiátrica. Y también asumí la creación del primer centro provincial de atención a drogodependientes. Lo pasé muy mal durante esos años. Me acusaban de sacar los locos a la calle y de fomentar la toxicomanía. Necesité protección policial, me intervinieron el teléfono para protegerme de las amenazas. Entre la gestión de asuntos como esos, y todo lo que acarreaba mi impulso del periódico (en el que no cobraba nada, lo hacía por altruismo y en defensa de las libertades), por lo que también era objeto de ataques desde sectores empresariales y sociales con fuertes intereses en Huelva, mi coche fue asaltado 21 veces. A veces lo despeñaban a un terraplén y tenía que rescatarlo una grúa. Siempre estaré agradecido a Mapfre, siempre me renovaba las pólizas. Y también estaré siempre agradecido a la actitud respetuosa de personas como Pedro Rodríguez, quien fuera muchos años después alcalde de Huelva. Lo conocí como fotógrafo. Estamos en las antípodas ideológicas pero siempre ha habido cordialidad y afecto entre nosotros.

¿De qué manera evoluciona para convertirse en un precursor y adalid de la digitalización de la asistencia sanitaria?

Entré como directivo del Servicio Andaluz de Salud (SAS) en 1987, y en 1990 comencé a vislumbrar que el mundo iba hacia una revolución digital. Soy doctor en Psicología y doctor en Filosofía. Y estudié muchísimo para ponerme al día sobre esa ola tecnológica. En eso fue clave para mí leer a Nicholas Negroponte y toda su línea de pensamiento y experiencias desde el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). En 1997 empezamos a forjar en el SAS la inmersión digital de todo el sistema sanitario. Ya era subdirector general, y José Haro, el director general, me ofreció hacerme cargo del área tecnológica. Y le dije que aceptaba siempre y cuando también asumiera las telecomunicaciones. Porque los avances no se extienden si no es a través de los canales de comunicación.

¿Cuál fue el primer paso?

Autoconvencernos del cambio dentro de los servicios centrales, para poder después abordar toda la red sanitaria. Comenzamos un plan masivo de 300 cursos de ofimática simple y compleja a todo el personal de los servicios centrales, que duró varios meses. Pusimos en marcha el correo electrónico, inauguramos la página web del SAS. Y todo eso es la antesala de una jornada crucial: 25 de abril del año 2000. En el salón de actos del Hospital de Antequera, reunimos a directivos de toda Andalucía y presentamos por primera vez lo que iba a ser el proyecto Diraya. Y expliqué el significado de esa palabra: Diraya, que en árabe es conocimiento. La elegí en homenaje al gran médico y pensador cordobés Averroes, que decía: “En la vida es mucho mejor trabajar en el ámbito del conocimiento, del Diraya, que hacerlo en el del Rivaya, que es la tradición”.

¿Se topó con muchas resistencias tanto en el organigrama político como entre la profesión médica?

Las resistencias fueron enormes. Aquel día en Antequera, cuando terminó el acto, noté un gran escepticismo. Como si pensaran: “a este señor le ha dado un ataque digital, y habla de que la historia de salud va a ser del ciudadano y no del médico,...”. Pues todo se logró. Era un cambio enorme, suponía integrarlo todo y abandonar tentativas de otro tipo. Y crear una historia digital de salud de cada ciudadano, cuya titularidad fuera suya. Fue una labor excepcional de trabajo en equipo, conmigo hubo muchas personas convencidas de que, con valentía, era posible transformar mentalidades y sistemas. Y, cuando decidimos buscar en la Comisión Europea fondos para apoyar este gran proyecto, la acogida fue sensacional. Tanto interés deparó su puesta en marcha que en mayo de 2003 en Bruselas se concedió a Andalucía el premio europeo de estrategia digital de salud. Por delante no solo de cualquier región sino de cualquier país.

¿Fue su momento de gloria?

Nunca me ha gustado la fama y su fanfarria. Pero fue muy emotivo, al recoger el premio en Bruselas, dar una conferencia en el Salón Carlomagno de la Comisión Europea, y defender con ardor guerrero lo que se estaba haciendo en Andalucía. E hicimos una conexión en directo con niños pacientes del Hospital Virgen del Rocío, para mostrar la realidad del proyecto Mundo de Estrellas con el que se mejoró la calidad de vida de los niños y adolescentes en sus estancias hospitalarias, mediante el uso de tecnologías de la comunicación.

¿Por qué en España no se puso en común este modelo?

Diraya ha sido premiado en muchos ámbitos internacionales. En España, recibió la Cruz al Mérito Civil. Fui a recogerla con mucho orgullo, en nombre de Andalucía, de manos de Ana Pastor, por entonces ministra de Sanidad y ahora preside el Congreso de los Diputados. Ella fue muy afable, me parece una persona con criterio. Ese día hablé un buen rato con ella con el fin de proponerle una tarjeta única digital de salud para todos los españoles. Ya teníamos la andaluza, que era la primera con chip en todo el país desde un servicio público. Me dijo que sí, se llevó la propuesta a un consejo interterritorial de sanidad, acudí a esa reunión con mucho trabajo preparado sobre direccionamiento de redes para hacer ver a los representantes de las otras 16 autonomías cómo era fácil articularlo tecnológicamente mediante servidores de intercambio. Todos votaron que sí, pero nada se hizo. Había una apabullante tozudez, falta de visión política, mediocridad al poder, catetez. Y todo eso contribuye a que el gasto público improductivo sea mucho mayor.

¿En el Gobierno andaluz fue ganando peso para ser más un político que un gestor?

Mucha gente creía que yo era persona de partido, pero en verdad nunca lo fui. Ni quise pertenecer ni tenía por qué serlo. Siempre encontré apoyo, confiaron en mí, sin estar avalado por ninguna sigla ni por ningún linaje político. Eso me valió para afrontar la soledad decisional. Esos puestos de alta responsabilidad comportan la soledad en la toma de decisiones. En eso fui valiente. Y aprendí a aplicar un adagio medieval: “En comunidades no exhibas habilidades”. Cuando una persona tiene reconocimiento por alguna habilidad, intenta machacarte una parte de tu propia organización. Cierto es que de 2000 a 2004 fueron cuatro años de una intensidad extrema. Era secretario general del SAS y lo mismo estaba para un roto que para un descosido. Igual estaba en Londres negociando con directivos de la aseguradora Lloyd’s para que compraran el riesgo de las incidencias del sistema de salud de una región más grande que cinco países de la Unión Europea, que iba a Canal Sur TV a dar la cara en un programa de Paco Lobatón ante una familia que denunciaba que su hijo había muerto en un hospital con gangrena gaseosa.

Después le encomendaron extender la transformación digital a otros ámbitos de la Junta de Andalucía.

Dejé en 2004 el SAS, Carmen Martínez Aguayo me ofreció incorporarme a la Consejería de Hacienda para la transformación digital del sistema tributario. La base de mi trabajo era la misma: establecer estrategias, procesos y resultados. De ahí nace el Centro de Información y de Atención Tributaria (Ciyat) que todavía funciona. Pero en la Junta había que ir mucho más allá: las revoluciones digitales no pueden ser sectorizadas, porque entonces se tiende a la guerra de guerrillas y a los reinos de taifa entre diversos organismos, lo que siempre he criticado. Cuando en 2012 se constituye la Dirección General de Política Digital y asumo su dirección, llega la gran oportunidad. Por vez primera se definen los principios de la política digital para toda la Junta como decisión de gobierno. El decreto que los establece, de junio de 2012, fue para mí un hito. Engloba incluso a todas las empresas públicas de la Junta.

¿Tuvo que vencer muchas reticencias?

En los primeros nueve meses como director general de Política Digital impulsé un completo trabajo de campo para examinar todo el funcionamiento digital de una macroorganización como la Junta. Sé que pisaba muchos callos. Pero era llamativa la cantidad de centros de procesos de datos, qué locura, qué gasto público.

¿Recibía más parabienes fuera de Andalucía que dentro de la Junta?

La Administración andaluza tenía prestigio a nivel internacional por algunas estrategias de servicios digitales al ciudadano. Era notorio, a ojos de los demás, que estaban bien basadas en una dimensión estratégica muy sólida. Yo no paraba de recibir invitaciones para acudir a foros y simposios (en Alemania, en México, en Irlanda, etc.), con el fin de explicar qué se hacía en Andalucía. Tuve que poner como límite salir solo una vez al mes al extranjero, no podía descuidar la enorme cantidad de trabajo por delante, por mor de atender tanta petición de dar conferencias.

¿Cómo sobrellevaba que, a nivel mediático, sobre todo con el escándalo de los ERE, se asociara Andalucía a corrupción?

Cuando iba a cualquier foro, dentro y fuera de España, yo daba la cara por la rectitud de la inmensa mayoría de las actuaciones en el seno de la Junta de Andalucía. Lo decía en los coloquios: “Pregúntenme, no se preocupen. Estoy dispuesto a contestar. No me escondo”. No he tenido una actitud vergonzante. Sí una actitud humilde, defendiendo la dignidad pública, y sabiendo que estaba en una Administración que tenía heridas de muerte.

¿Por qué presentó su renuncia?

Renuncié al cargo de director general en 2013, cuando llevaba solo 16 meses en el puesto y me había comprometido a acometer en 48 meses un gran cambio digital en la gestión de toda la Junta. El plan era definir y organizar en los dos primeros años toda la política digital, y comenzar a aplicarla en el tercer año de esa legislatura. Pero yo no estaba en los cargos a cualquier precio. Me dolió mucho cómo funcionó y cómo concluyó sin pena ni gloria la comisión de investigación en el Parlamento andaluz sobre el caso de los ERE. En mi blog está publicado el texto que escribí: ‘Palabras para una renuncia a petición propia’. Se tenía que haber sido mucho más valiente políticamente. En las conclusiones de dicha comisión, solo se hace responsables a Manuel Gómez, interventor general de la Junta de Andalucía, y al señor Guerrero, ex director general de la Consejería de Empleo. Pero tampoco se defendió que la mayor parte de los profesionales, altos cargos y dirigentes políticos de la Administración son personas dignas que a diario se afanan en pro del servicio público. No podía soportar el descrédito generalizado hacia todos, el extendido comentario de que “todos somos iguales”. No, radicalmente no.

¿Notó que es mayor la soledad cuando no se está en el poder?

El día 1 de octubre del 2013 puse fin a mi carrera. Fue a la vez presentar mi cese en el Consejo de Gobierno, entregar todos los equipos de que disponía como alto cargo (teléfono móvil, ordenador portátil, etc.), y, con 66 años, tramitar mi jubilación. Un cambio tremendo. De estar en la cresta de la ola, con un volumen enorme de actividad, a quedar en soledad, rodeado de silencio. Salvo los amigos y amigas del alma, a partir del día siguiente ya no me llamaba nadie.

¿La estrategia digital que articuló para que comenzara a aplicarse de 2014 a 2016, ha tenido continuidad?

No. Se ha mantenido técnicamente la ordenación administrativa de la política digital, pero se han paralizado casi todos los proyectos, en un contexto de crisis económica. Siguió adelante el GIRO (Gestión Integrada de los Recursos Organizativos), pero se ha perdido toda la visión estratégica. Y eso propicia que se consoliden las ‘islas’ digitales dentro de la Administración, y un mayor gasto. Porque la estrategia exige una inversión temporal para iniciar un proceso que, años después, da sus frutos mediante la economía de escala. Evidentemente, era un proyecto muy molesto para muchas personas, lo sé, y para muchas estructuras. Porque era desmontar muchos chiringuitos digitales. Cuando hay una estrategia integral, no puede haber treinta centros de atención a la ciudadanía, tiene que haber solo uno, superespecializado. Y sin automatizar la relación de la Administración con el ciudadano. Eso para mí era un principio crucial: siempre una persona (identificándose con su nombre y apellidos) atendiendo al ciudadano, no hacerlo mediante una máquina. Eso es proactividad, alta disponibilidad, servicio público. Y una diferencia enorme respecto a la gran cantidad de servicios de atención digital al usuario, despersonalizados, que son una continua fuente de quejas.

¿Su formación humanista le ayuda a no convertir la innovación tecnológica en dogma de fe?

No me interesan las revoluciones digitales que están solo en manos de tecnólogos. Negroponte dice en su emblemático libro ‘El mundo digital’, que los bits no son entes morales pero que los bits transforman una sociedad si los ponemos al servicio de la ciudadanía.

¿Cómo enjuicia la situación política actual?

El problema trasciende de Andalucía, es en toda España: Hay un deterioro social y político progresivo. Falta visión de Estado. También en política digital. Y ya no se soluciona con una estrategia local o regional. Tiene que ser una estrategia de Estado, de dimensión nacional. Lo defiendo desde mi blog. Molesta a muchas autonomías que se le diga eso, pero incurriría en una catetez digital si no lo digo. Cuando se persigue el interés general no te puedes quedar en la medianía del chiringuito digital, que es lo que se acostumbra a montar, dando bandazos. Y no solo es caro. Es inútil. Es para morir de éxito a nivel local.

¿No le han llamado para aprovechar sus experiencias y conocimientos?

Poco. En Madrid, en la Escuela Nacional de Sanidad, me invitaron para intervenir en el curso de alta dirección en sistemas de tecnología de la información. En Sevilla, en la Escuela Superior de Ingeniería Informática, me han llamado para impartir una clase de dos horas. Estoy dedicando mi tiempo a escribir en mi blog, y a aprender a tocar piano y violín.

¿Qué propone para frenar en Andalucía la fuga de jóvenes talentos?

Lo que planteé desde la política digital: generar proyectos de servicio público tan innovadores que se convierten también en creación de conocimiento público, y en convocatoria de concursos para desarrollarlo, lo que faculta a cientos de titulados. Por eso firmé desde la Consejería de Hacienda un convenio con la Universidad de Sevilla.