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La memoria de las pulgas

Desván oficial de la ciudad, el mercadillo de la calle Feria conserva una imagen popular alejada del tópico moderno

12 ene 2017 / 21:57 h - Actualizado: 12 ene 2017 / 22:27 h.
"Tradiciones","Temas de portada","Segunda mano"
  • Foto antigua del mercadillo de la calle Feria sobre los raíles del tranvía a comienzos del siglo pasado. / Tussam
    Foto antigua del mercadillo de la calle Feria sobre los raíles del tranvía a comienzos del siglo pasado. / Tussam
  • Artículos antiguos, usados e insospechados comparten manta. / El Correo
    Artículos antiguos, usados e insospechados comparten manta. / El Correo

Decían el otro día en una revista con muchos colorines que a saber la cantidad de dinosaurios congelados, microbios letales y restos de civilizaciones perdidas pueden aflorar con el calentamiento nórdico ahora que el mundo ha decidido achicharrarse. Inquietante suposición. Que a nadie le extrañe si en algún islote perdido bajo la soberanía noruega aparece también un mercadillo como el Jueves, verdadero fósil viviente de una Sevilla que no sabe lo que es el hielo más allá de sus veladores pero que también se extinguió hace mucho, mucho tiempo. Así que está por ver cuánto más durará esta reminiscencia medieval con regusto vintage, esta obsolescencia desprogramada, este desplante chulesco a la modernidad que cada jueves extiende, entre Regina y Correduría, doscientas mesas, mantas, sombrillas y sábanas en las que exponer al elemento popular las mercancías más inverosímiles y vetustas.

Ahora está más organizado y tiene su asociación y todo, pero hace unas pocas décadas –no muchas–, el Jueves tenía lo que en algunos foros llaman aire bohemio y en otros, directamente, mala pinta. En los tiempos mozos de quien esto escribe, este mercado de pulgas era la viva estampa de una emboscada a Indiana Jones. No lo habrían matado –al fin y al cabo, esto es Sevilla–, pero le habrían quitado el sombrero y mil duros. Hoy, el Jueves mantiene –queriendo– esa estética rancia, pedestre, cutre y cañí que le sirve en bandeja el marketing por contraste en estos tiempos de rutilantes centros comerciales con aparcamiento debajo, mucho cristal, mucho estrés y mucha higiene y detectores electrónicos de mangantes en cada puerta.

Desde restos humanos hasta cuadros de Murillo, pasando por toda clase de cachivaches espeluznantes, el Jueves lleva desde su nacimiento en tiempos de la reconquista de Sevilla dando sorpresas en su condición de desván oficial de la ciudad. Dispuestos alrededor de Montesión, los tenderetes son la memoria del mismísimo nombre de la calle, que es Feria, o sea, mercado. Pasados los tiempos ingenuos en que algún afortunado podía toparse con un Corazón de Jesús de la escuela de Martínez Montañés por tres gordas, cada vez quedan menos tesoros por descubrir y el territorio de los avispados se ha estrechado considerablemente. A decir verdad, se ha estrechado el territorio de todo el mundo, porque por allí no hay quien camine, entre que se tropieza uno con la Singer de doña Inés, que queda atrapado en el andar mortecino del impávido buscador de vinilos de Peret con el sello de Mirinda y que tiene que prestarle medio adoquín a un galopín con colilla en la boca que va llevando de la mano una moto. Ahí se hace uno un selfie y sale detrás.

En resumen: no es lugar para gente apresurada, ni siquiera para transeúntes. Los jueves por la mañana, ese trozo de la calle Feria está reservado para la reivindicación y la práctica de la molicie, y los paisanos que por allí concurren se plantan ante los puestos igual que los veraneantes de Matalascañas se plantan ante el Tapón: con las manos en la espalda, mirando el panorama, enajenados de todo quehacer y pensando en la inmensidad. Otros, tras salir de su estupor, curiosean y juegan a regatear algún precio con el vendedor, que es una actividad muy vistosa y entretenida, en particular si la rareza del artículo es elevada o aparenta escaso valor, como una escupidera desportillada o un tornillo de traviesa de tren convenientemente oxidado. El Jueves no sería lo mismo si todo cuanto se vendiera allí fuese útil o provechoso, y lo que tiene de mágico es precisamente su predisposición al bártulo, el cachivache, el cachirulo, el trasto, el armatoste. Ni que decir tiene que el plato fuerte de este fenómeno son las antigüedades. Pero, sobre todo, lo que da sentido al Jueves es el lugar por el que se extiende; el viejo barrio de la Alameda y la Feria, cuyo espíritu también forma parte del fósil hispalense. Sin éxito se ha tratado alguna vez de trasladar el mercadillo a otro lugar, con todos sus chismes, con sus vendedores de siempre y también con su moraleja: que es un error tirar las cosas. Eso también lo saben en eBay, claro, pero por allí jamás iría Indiana Jones.