La movida de la hora de dormir

Ocio juvenil. La Ley Antibotellona, aprobada hace ahora diez años, no ha logrado diluir el fenómeno de jóvenes bebiendo alcohol en la calle. La práctica ha resurgido en enclaves del centro, Los Remedios y junto al río

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
06 oct 2016 / 07:00 h - Actualizado: 06 oct 2016 / 10:26 h.
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4 de la madrugada del viernes. Los gritos y las voces de jóvenes que se concentran en la puerta de los bares de la calle Pérez Galdós no dejan pegar ojo a sus vecinos. El aparato medidor de ruidos marca hasta 90 decibelios, más del triple de lo permitido en esa franja horaria por la Organización Mundial de la Salud (OMS). «Aquí no hay quien duerma. Esto es una verbena constante. Hay gente que tiene que tomar pastillas para poder descansar y otras que pasan calor porque tienen que cerrar las ventanas...» Es el calvario diario de la Alfalfa, uno de los principales focos del fenómeno de la movida nocturna en esta ciudad. Pese a las ordenanzas municipales y la Ley Antibotellona –de la que este mes de octubre se cumplen diez años de su aprobación en el Parlamento andaluz–, el fenómeno persiste y, en algunos casos, no se ha logrado un equilibrio entre ocio juvenil y derecho al descanso.

Antonio es el seudónimo de un vecino de la calle Pérez Galdós que prefiere ocultar su identidad para «no tener problemas con el ambiente que se genera en la calle» y con los dueños de los locales, con los que, confiesa, ha llegado a tener «algún enfrentamiento». Asegura que él y muchos vecinos pasan «toda la semana con el temor» de cómo será el fin de semana: «¿A qué hora podremos dormir? ¿Cuántos jóvenes vendrán? ¿Habrá vandalismo? ¿Vendrá vigilancia?...» Preguntas que angustian también a Concha, residente de la calle Don Alonso El Sabio, una de las bocacalles de esta ruta de la discordia. Su hartazgo y «frustración ante la impunidad que tienen», le ha llevado a huir de la zona, pensando sobre todo en su hijo de ocho años: «Me estoy planteando mudarme porque aquí no se puede vivir con una familia. Me temo que en un par de años, si no se remedia esto, el centro volverá a quedarse vacío como ya ocurriera en los años setenta».

Fuera, en la calle, justo debajo del balcón de Concha, un grupo de jóvenes, con copas en la mano, hablan a voz en grito y en un estado de embriaguez más que evidente. «No son muchos, apenas seis pero hacen un ruido como si fueran 800», apuntan antes de cerrar la ventana. No hace falta que lo jure Concha. En el interior de su casa, el ruido es insoportable y puede hasta con el sueño pesado del más pequeño de la casa: «Es la primera vez que se despierta con tanto jaleo. Esto ya es pasar el límite. Él dice que son jóvenes haciendo tonterías en la calle. En cierta medida, es una manera de educarle para que no termine perteneciendo a esa manada cuando sea mayor», se sincera esta vecina.

La senda de la movida en la ciudad sigue por otros derroteros del centro: la plaza de la Pescadería, el barrio del Arenal, la Alameda en días de celebración, las inmediaciones de la estación de Blas Infante en los Remedios, el enclave de la Chata junto al río, los jardines del Líbano, la explanada del parque de María Luisa cercana a bares de copas de moda... En este último punto, más que los vecinos son los conductores que cruzan la avenida de la Palmera los que sufren las consecuencias de las concentraciones de jóvenes, especialmente los jueves, viernes y sábado: «Cruzan sin mirar, cargados de bolsas y, a veces, también de copas... Es un peligro porque es una concentración masiva de personas, que por menos, en otros sitios, se cuenta con presencia policial... Aquí además está el atenuante del alcohol y todo lo demás», lamenta José, un empleado de Dos Hermanas que reside en la ciudad y que cada noche pasa por este punto cuando termina su jornada laboral de madrugada.

Bares concienciados

Algunas voces han llegado a responsabilizar de esta situación a los bares, en concreto, a aquellos que vulneran la legalidad con la hora de cierre y los veladores. Sin embargo, la Asociación de los Bares del Centro ha defendido que en los últimos meses «se ha avanzado mucho» aunque, si bien, reconoce que «es un difícil que todo sea al cien por cien». «Es vital el cumplimiento de las ordenanzas municipales y también de la ley andaluza que trata de controlar la botellona», ha aseverado el responsable de la Asociación de los Bares del Centro, Luis Garrido.

Sobre cómo conjugar ocio y descanso, el sector insiste en que «se están buscando soluciones» aunque lo ideal «es encontrar un equilibrio entre bares y vecinos», pues están de acuerdo en que hay que respetar el derecho al descanso «pero también el derecho al ocio, protegiendo estos negocios, que suponen un alto porcentaje de la economía local a través del turismo y la hostelería». Garrido reconoce también que siempre habrá problemas con los vecinos pero que en esos casos «el Ayuntamiento tiene las armas suficientes para atajarlo con el cumplimiento estricto de las ordenanzas municipales».

Pero la actuación de las administraciones no siempre convence a los afectados. Hace dos años los vecinos de la Alfalfa se constituyeron en una plataforma ciudadana para defender su derecho al descanso. Desde entonces han sido implacables con la movida en esta zona acústicamente saturada (ZAS). Están convencidos de la necesidad de «un dispositivo policial permanente» que haga cumplir las normas a jóvenes y también a hosteleros. Solo así, explican, se evitarían casos de vandalismo, como el vivido hace unas semanas cuando cinco jóvenes arrancaron de cuajo dos señales de tráfico. «Ya no solo son ruidos, orines, vómitos y suciedad, sino también ataques al mobiliario urbano en un entorno en el que está una residencia de ancianos». También proponen que se coloquen carteles alertando de las multas que conlleva determinados comportamientos en la calle. Aquí hay que recordar que la Ley Antibotellón otorga a los ayuntamientos potestad sancionadora con multas que van de los 600 euros para las faltas leves a los 60.000 en caso de falta muy grave, y hasta la opción de decretar la suspensión de las licencias de apertura. Un problema que, lejos de solucionarse, continua quitando el sueño a más de uno.