Sube con frecuencia a atriles y escenarios a recoger premios por una labor de más de 30 años. Cada vez que se le ve caminar hacia el lugar en el que el representante de una institución le espera con una medalla, con una estatuilla o con un diploma siempre envueltos en el celofán de los aplausos, con el fundador de Proyecto Hombre caminan centenares de sombras que se hicieron luz y que luego brillarían para otros que fueron engullidos por la oscuridad de las adicciones.
Francisco Herrera, director general del Proyecto Hombre, decidió dar un paso al frente de la responsabilidad social a mediados de los años ochenta, cuando, como él mismo explica, «el mundo se dividía en dos: drogadictos y de los otros, y los drogadictos eran personas que estaban en la calle, que se inyectaban heroína, que tenían cara de yonquis, a los que les colgaban agujas de los brazos, que muchas veces tenían SIDA y muchos de los cuales habían pasado por la cárcel». Esa era la colección de estigmas imborrables con la que ya debían cargar toda su vida quienes consiguieran superarlo. Muchos, en cambio, tuvieron los arrestos de dejar atrás aquella epidemia, apoyándose en otros que ya habían iniciado el camino de la luz; que habían emprendido el proceso de reiniciar sus vidas partiendo de los cimientos de la persona. Y caminan con el fundador del proyecto, en alma, cada vez que se entrega un reconocimiento.
Han pasado 30 años. La fotografía de las adicciones es otra. Ya apenas hay perfiles demacrados, tirados en las esquinas de las ciudades, ni jeringuillas en el suelo. Pero en Proyecto Hombre apenas se habla de drogas, nunca fueron el principal asunto a abordar, en la medida en la que no son la causa, sino la consecuencia del problema que siempre se esconde tras el consumo: carencias afectivas, desestructuraciones familiares, ausencia o exceso de normas; de autoridad o de indiferencia, miedos, inseguridades, y en conclusión, incapacidad para luchar contra los peores enemigos, que son los que niegan la realidad de las personas.
Y si hay una etapa en la que esos problemas cobran una mayor relevancia es, desde luego, la adolescencia. Para combatirlos, Proyecto Joven nació con el siglo XXI y como una división dentro de la institución, con la misma filosofía de abordar las adicciones desde una perspectiva de comunidad en la que los propios afectados van transformándose en terapeutas, haciendo que los escalones que van subiendo hacia su reencuentro con una vida coherente sirvan también para que otros vayan ascendiendo. «Alguien que ha pasado por ahí te entiende, habla tu mismo lenguaje, conoce las sensaciones que tú has vivido. Su testimonio tiene mucho más valor», explica Jesús Herrera, subdirector de Proyecto Joven. El modelo de trabajo con adolescentes replica el sistema original de Proyecto Hombre, pero con un código adaptado a las necesidades específicas de una época en la que está cambiando la personalidad: de niño a adulto. Cuando el trabajo se realiza en Las Canteras, el centro de convivencia con el que cuenta la institución en Alcalá de Guadaíra, «se intenta que el día a día sea un ensayo de convivencia en una microsociedad en la que los chicos se puedan ir enfrentando a situaciones que también se pueden encontrar fuera», explica María Ángeles Fernández, directora de programas. Existen, en cambio, muchos casos en los que la intervención se produce sin que sea necesario cambiar el contexto de vida de los jóvenes que llegan a asumir el problema, mediante encuentros terapéuticos en los que participan junto a otros compañeros que ya se encuentran en una fase final de abordaje de su problema o incluso con aquellos que lo han superado.
La distribución de roles se realiza en función de las disciplina que cada una de las personas que se integran en el proyecto manejen, pero todas terminan realizando funciones de terapeutas. En ese sentido y en palabras del propio Herrera, fundador del programa de voluntariado, «el modelo se inspira en la máxima de Alcohólicos Anónimos que dice que a un alcohólico solo lo puede curar otro alcohólico, y en el ámbito de la droga, eso está subyacente».
De hecho, en Proyecto Joven ya se identifican numerosos casos en los que han sido otras las vías de escape de una realidad traumática para los adolescentes, como el abuso del teléfono móvil o la computadora que llega a producir el aislamiento de la persona, la desconexión del mundo físico y real. En muchos de esos casos, y según el análisis de María Ángeles Fernández, es la sobreprotección de los propios padres durante la infancia la que favorece la aparición de problemas para afrontar situaciones a la llegada de la edad adulta.
Al abandonar el centro de Las Canteras, el visitante ajeno tiene una rotunda y angustiosa sensación de fragilidad. Aún siendo el verdadero sentido de la existencia del programa terapéutico, lo que cobra menor relevancia es, precisamente, la incidencia de las adicciones, en la medida en la que han sido el camino por el que las personas que se integran en los programas de rehabilitación trataron de llenar un vacío de sus vidas; suplir unas carencias; huir de una realidad alejada de la paz.
Apoyo mutuo, crecimiento paralelo de personas que empatizan porque forman parte de parecidas circunstancias, y procedimientos rigurosos basados en el respeto y en el orden son las claves para salir adelante. Veinticinco años después, y a pesar de que haya cambiado el escenario social y el retrato del drogodependiente, Proyecto Hombre sigue ayudando a reiniciar vidas que perdieron sentido cuando lo buscaban en las drogas.