Son y están

«Lograr para Sevilla la sede de LifeWatch fue ejemplo de consenso institucional y político»

Juan Miguel González Aranda. Director Tecnológico del Consorcio Europeo LifeWatch. Desde la sevillana Plaza de España coordina la vertebración de una red científica e informática internacional considerada estratégica para afrontar los retos del cambio climático a todos los niveles medioambientales, económicos, sociales y educativos

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
01 abr 2019 / 08:55 h - Actualizado: 01 abr 2019 / 09:56 h.
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  • Juan Miguel González Aranda, en la sede de la Casa de la Ciencia, en Sevilla / Jesús Barrera
    Juan Miguel González Aranda, en la sede de la Casa de la Ciencia, en Sevilla / Jesús Barrera

El video de presentación de LifeWatch comienza con un proverbio keniata: “No heredamos la Tierra de nuestros ancestros, la recibimos prestada de nuestros hijos”. Los turistas de cualquier lugar del mundo que pasean y se hacen fotos en Sevilla por la Plaza de España aún no saben que ahí tiene sus oficinas LifeWatch, la infraestructura digital europea para incrementar el conocimiento científico en biodiversidad. Para aportar herramientas tecnológicas que permitan investigar mejor el cambio climático y encontrar soluciones a algunos de sus efectos mediante investigaciones en red. Y el principal artífice de que España y Andalucía encabecen el consorcio, en el que otros países muy implicados son Holanda, Italia, Bélgica, Grecia y Eslovenia, se llama José Miguel González Aranda. Adscrito al Ministerio de Economía, Industria y Competitividad. Con una intensa trayectoria como representante de España en iniciativas europeas de innovación digital y de ciencia abierta. Doñana es una de sus pasiones, no en vano de 2010 a 2012 fue director técnico de los sistemas tecnológicos de investigación de la Reserva Biológica de Doñana.

¿Cuáles son sus raíces?

Nací en Rosal de la Frontera (Huelva), al lado de Portugal, y me siento muy orgulloso de haber sido nombrado en 2011 Hijo Predilecto por todo lo que colaboro para orientar su desarrollo mediante proyectos transfronterizos en línea con las estrategias de la Unión Europea. Provengo de dos sagas nacidas en Rosal de la Frontera: una de agricultores y otra de constructores. También me siento muy ligado a Priego de Córdoba, donde residimos durante 12 años, allí estudié en el Colegio Ángel Carrillo y en el Instituto Álvarez Cubero. Y comencé a vivir en Sevilla desde que hice la carrera de Telecomunicaciones en la Escuela Superior de Ingenieros Industriales. Una ciudad en la que me encanta participar de su calidad de vida y de su brillante comunidad de científicos e investigadores.

¿Cómo le gusta que le consideren?

Un ingeniero con vocación científica a quien no le gusta pavonearse sino trabajar con discreción. En la tecnología me gusta tanto el software como el hardware. Tanto lo virtual como lo físico. La sensorización, el tratamiento de datos, el 'cacharreo', la robótica...

¿Cuál fue su experiencia iniciática en la innovación?

Empecé a colaborar con el profesor Emilio Gómez González, en su grupo de Física Interdisciplinar Fundamentos y Aplicaciones. Un investigador sensacional, muy comprometido socialmente y en la innovación aplicada a la salud. A sus órdenes creamos mejoras para la calidad de vida de personas discapacitadas. Y, además, en colaboración con el Centro de Alto Rendimiento de Remo y Piragüismo, en Cartuja, cuando lo dirigía el añorado 'Anchoa' Muñoz, hicimos sistemas de sensorización para optimizar la biomecánica de remeros y piragüistas del equipo olímpico español, como la sevillana Beatriz Manchón, campeona del mundo. Y me fui convenciendo de que me apasionaban los sistemas complejos y la automatización.

¿Se especializó también en tecnologías de la información?

Conocer a eminencias como Sebastián Lozano y como Jesús Marco de Lucas (actual vicepresidente de CSIC) me ayudó mucho. Para mi tesis, dirigida por ellos, me adentré en las algorítmicas complejas y en lo que hoy se denomina 'machine learning'. Y me metí a fondo en el software libre, que en Andalucía tiene magníficos expertos.

¿Su primera participación en proyectos de cooperación internacional?

Cuando en 2004 me fichó para el CSIC el profesor Rafael Rodríguez Clemente, que era el delegado para Andalucía. Toda la ciencia española le debe mucho a él por todo lo que ayudó a introducir en España la participación en los Programas Marco de la Comisión Europea. Me propuso implicarme en la organización de un proyecto de cooperación internacional con 46 socios de países del Mediterráneo, tanto de Europa como Magreb, Oriente Medio y Turquía. El proyecto Melia (Mediterranean Dialogue on Integrated Water Management), para la gestión integral y sostenible de los recursos hídricos. También aprendí a ser capaz de involucrar juntos a Israel y Palestina, a Marruecos y Argelia,... No sé si es por mi origen fronterizo.

¿Qué habilidad es más necesaria para vertebrar la colaboración entre alemanes, tunecinos, belgas, egipcios...?

Tanto para coordinar los programas euromediterráneos (Asbimed, Euromedanet,...) como en los latinoamericanos (Euralinet, Euranest...) entendí pronto que la ciencia colaborativa requiere escucharles mucho, ser humilde, no incurrir en una mentalidad colonialista, comprender que hay una gran diferencia en cuando a los medios técnicos que tienen a su alcance. Y que la gestión del tiempo es muy distinta a un lado y otro del Mediterráneo o del Atlántico. Creo que me ha ayudado ser andaluz, porque cuando nos quitamos los complejos de inferioridad al salir fuera (y yo me los quité defendiendo en Europa la excelencia del software libre que se hacía en Andalucía), tenemos el don de aunar voluntades.

Ponga un ejemplo.

Lo mucho que aprendí sobre ciencia y sobre humildad de eminentes expertos en agua y riego, en países como Jordania. ¡Lo que eran capaces de investigar teniendo solo un modem de 56K! Con personas así entendí que hay dos tipos de conocimientos: el explícito, que puedes sistematizar con una fórmula. Y el tácito, que es captar la esencia e intentar amoldarte, aplicando esa capacidad de abstracción a las circunstancias de ese medio.

¿Cuándo empieza a idearse Lifewatch?

Desde el año 2005 se propone en el seno de la Unión Europea fortalecer las infraestructuras de investigación para la biodiversidad del ecosistema es muy importante. El proyecto se terminó de diseñar en 2011, pero no se ha puesto en marcha hasta 2017 por la fortísima crisis económica. Ya está en marcha, hubo un punto de inflexión con la articulación del Foro Europeo de Infraestructuras Estratégicas, que son 42. De las cuales 20 son ERIC, siglas en inglés del Consorcio Europeo de Infraestructuras de Investigación. En España nos sentimos muy orgullosos de tener el apoyo de todas las formaciones políticas y de todas las instituciones científicas y universitarias. Y apoyo personal de gente muy importante que entiende la trascendencia de la iniciativa. Investigación científica accesible a todos para la gestión medioambiental y la participación de los ciudadanos.

¿Por qué está en Sevilla su sede principal?

Es un éxito de todos. Para que el Consejo Europeo tomara esa decisión se ha trabajado durante años en serio y con discreción. Todos a una, desde la administración nacional, la regional y la local, aunque hubiera cambios de gobierno y de partido político al frente. Y con el apoyo del CSIC, de la Universidad de Sevilla, de la Universidad Olavide. Y el respaldo del Instituto de Prospectiva Tecnológica de la Comisión Europea en Sevilla. Porque inicialmente LifeWatch iba a tener su sede central y tecnológica en Holanda.

¿Le enorgullece retornar así a Andalucía?

Me siento muy orgulloso de haber defendido las capacidades de Andalucía en primera línea de las estrategias de especialización inteligente en la innovación tecnológica aplicada al medioambiente. No en vano Andalucía encabeza el grupo europeo de investigación de excelencia en 'big data' aplicado a la agricultura. Y avanzar a hombros de gigantes como los biólogos Pedro Jordano y Miguel Delibes de Castro. Como Enrique Alonso García, miembro vitalicio permanente del Consejo de Estado. Como los catedráticos de informática Francisco Herrera (Universidad de Granada) y Antonio Ruiz (Universidad de Sevilla). Y hablar en el Parlamento Europeo ante el Comité de Conocimiento para la Innovación sobre cómo se debe hacer un uso eficiente de los fondos estructurales con las sinergias de políticas científicas. Mi mentalidad es ésta para alcanzar un objetivo: No hay que rendirse, hay que tirar para adelante. No hay que ser optimista, hay que ser entusiasta. Y en Andalucía cada vez hay más gente con muchas ganas de hacer cosas importantes.

La pregunta del millón. ¿De qué presupuesto disponen?

Tenemos un fondo de maniobra de 3,5 millones de euros al año. Si todo va bien, vamos a disponer de unos 20 millones anuales durante los próximos cinco años. Hay partidas procedentes de fondos europeos estructurales RIS3, de propuestas competitivas en el marco de Horizonte 2020. De las contribuciones de cada país, el 15% es dinero y el 85% es en especie aprovechando sus infraestructuras. En España nos aportan fondos el Gobierno central, las comunidades autónomas (en especial la Junta de Andalucía) y la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir.

¿A usted se le resiste alguna institución para aceptar colaborar?

Somos una entidad internacional y de modo ecuménico estamos intentando hacer lo mejor con todos y para todos. La colaboración multidisciplinar no es una fantasía. No es cuestión de dinero. Es el principal hito que queremos. Y se logra con entusiasmo y con buena voluntad.

¿Cómo va a crecer el organigrama de LifeWatch en Sevilla?

Ahora mismos somos seis personas. En una primera etapa de crecimiento llegaremos a ser veinte. Y en los próximos años aumentará el personal, capitalizando proyectos de investigación. Además, si la sociedad andaluza lo aprovecha, vamos a crear mucho valor por vía indirecta. Por ejemplo, pymes que combinen herramientas tecnológicas y datos de medio ambiente. Pueden aprovechar la colaboración entablada con Andalucía SmartCity en Málaga y Sevilla para generar una base de datos con parámetros bióticos y abióticos. El mundo físico necesita ser medible.

¿Con qué tecnologías?

Aunando múltiples sensores, imágenes por satélite, mediciones gracias a drones, 'big data', 'deep learning', 'blockchain'... Estamos creando un sistema LifeBlock para conectar los servicios ecosistémicos y los datos aportados por gestores medioambientales y por ciudadanos. Para garantizar la trazabilidad de esos datos. Y que a cualquier experto que necesite datos de una confederación hidrográfica, de un parque natural, le sea muy sencillo establecer mecanismos de colaboración.

¿En la Plaza de España tienen toda su infraestructura?

No, tenemos máquinas también en Málaga, Cantabria, Elche, Huelva... Es un modelo de infraestructura en la 'nube' y desde el equipo español damos servicio a toda la red LifeWatch de Europa.

¿Qué objetivos les marcan desde la Comisión Europea?

Ciencia de vanguardia para gestionar la toma de decisiones en biodiversidad. Identificar las mejores prácticas e incorporarlas como contribución en especie, a través de un 'cloud' homogeneizado. Y contribuir al cambio de comportamientos de la sociedad, poniendo a su disposición conocimientos y herramientas. Todo con un uso muy eficiente de los recursos públicos. El mensaje es: “Utiliza lo que ya existe, une de modo transversal toda la infraestructura en la que hemos invertido durante muchos años, y con una visión estratégica global coge y adapta todo lo que puede acelerar el cambio de la sociedad”.

¿Cómo están vertebrando la convergencia en el acceso al conocimiento científico?

Con la European Open Science Cloud, el establecimiento de la 'nube' de datos en abierto. Todo estudio pagado en Europa con dinero público, incluidas las tesis, tiene que estar accesible al menos después de dos años. No puede quedarse en un cajón, ni en un ordenador, ni en un 'pendrive'. Y cualquier ciudadano del mundo, mejor aún si es europeo, tiene la opción de aprovechar esos datos para sus investigaciones. Por ejemplo, en nuestra web LifeWatch.eu hay de modo libre y gratuito un laboratorio virtual sobre especies invasoras.

Una referencia de aplicación de esos modelos de laboratorio virtual.

Se está usando y cooperando intensamente para afrontar el problema de la 'xylella fastidiosa' que amenaza la supervivencia del olivar en países como Italia y España. Para ello, unificamos los datos, garantizamos la interoperabilidad de los datos en abierto, su clasificación científica sea cual sea su origen y hacemos modelos predictivos para estudiar los futuros escenarios medioambientales y socioeconómicos por cómo va a expandirse o no la 'xylella fastidiosa' en el olivar. Igual con la seca de la encina, a la que aún no se ha encontrado la solución. ¿Y si la logra alguien de Senegal, o de Argentina, gracias a que ha podido usar también esa información?

¿Qué están haciendo ante el enorme problema de los microplásticos?

Estamos intentando desarrollar nanosensores para la detección de micro y nanoplásticos. Con el Instituto Ibérico de Nanotecnología, que está en Braga (Portugal). Y otras investigaciones con la implicación de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir.

¿Ha emergido como la amenaza medioambiental más alarmante?

Simboliza el serio riesgo de colapso de nuestro ecosistema. Los desequilibrios tienen un límite. Europa ya ha decidido que en 2022 ha de estar reducido drásticamente el uso de plástico para envasar. No se trata de demonizar el pasado. El plástico permitió durante décadas múltiples opciones para salir de la posguerra y del hambre. Ahora toca cambiar. Y rápidamente. O acabamos con eso o acaba con nosotros. La Naturaleza ya nos ha dicho: “Hasta aquí hemos llegado”. El enorme volumen de microplástico está aumentando la acidificación en los océanos y afecta al proceso de la cadena trófica en los mares. Si se frena la generación de plancton, habrá muchos menos peces. Y menos aves pescadoras...

Explique algún ejemplo en el que la ciudadanía pueda colaborar en la obtención de datos.

Uno que ya hemos montado en Navarra y queremos llevar a cabo en Andalucía. Ofrecer sensores para instalarlos en las bicicletas de quienes hagan rutas por parajes naturales, y así tomar muestras de contaminación atmosférica, de pólenes, etc. Eso es ciencia ciudadana. Pensemos, por ejemplo, en los niños que pueden tener problemas respiratorios o de alergias.

¿Qué otro cambio le gustaría propiciar a corto plazo?

Que las escuelas-taller y los centros de formación profesional incorporen programas de seguimiento del cambio climático mediante el uso de sensores y así evolucionen para ofrecer empleos acordes con los nuevos modelos socioeconómicos. Nuestros compañeros de LifeWatch en Lecce (Italia) han organizado un plan de formación profesional basado en el paradigma de los servicios ecosistémicos. Eso va a interesar a muchas empresas.