Los caminos que mantienen viva
la Semana Santa

Fe. Miles de sevillanos ingresan en las diferentes hermandades por tradición familiar, aunque otros lo hacen por iniciativa propia y por pura devoción

06 oct 2016 / 07:00 h - Actualizado: 06 oct 2016 / 09:03 h.
"Cofradías","Sevilla joven"
  • Los caminos que mantienen viva <br />la Semana Santa
  • Una niña del Buen Fin mira con asombro el pasado Miércoles Santo. / Manuel Gómez
    Una niña del Buen Fin mira con asombro el pasado Miércoles Santo. / Manuel Gómez
  • Los caminos que mantienen viva <br />la Semana Santa
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Sevilla es una ciudad de tradiciones. La Semana Santa es pura tradición cristiana. Sus cofrades son los primeros a quienes les gusta guardarlas aunque en muchas casos el inmovilismo llegue a ser contraproducente y aquella voz de un capataz de «¡que no se mueva un varal!» se puede volver en contra de la propia imagen de la ciudad y de sus habitantes.

Sin embargo, la tradición también sirve para conservar usos y costumbres que, en este caso, tienen un atractivo internacional. Miles de personas llegan todos los años a la capital andaluza para conocer la Semana Santa, algo que resultaría imposible si los sevillanos no mantuvieran viva esta tradición de rememorar de esta forma la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, que realmente es de lo que se trata aunque por culpa de algunas modas que algunos se quedan en lo meramente superficial.

Y hay tantas formas de vivir la Semana Santa como cofrades hay en la ciudad. Cada casa, cada, familia, cada nazareno y cada monaguillo es una historia distinta. Unos llegaron a su hermandad por pura tradición familiar, y puede que sean ya varias las generaciones realizando la estación de penitencia detrás del mismo Cristo o la misma dolorosa.

Así es el caso de José Luis Trujillo, cofrade sevillano que pertenece a las nóminas de Dulce Nombre, Gran Poder, Quinta Angustia, Rocío de Triana y Pastora de San Antonio. Aunque su lista es amplia las que más siente son las dos primeras, y casualmente le llegaron las dos por vía materna. «El Gran Poder nos viene por mi abuela materna mientras que el Dulce Nombre era la cofradía de mi abuelo materno. Por parte de mi padre no heredamos la tradición por alguna cofradía ya que él nació en Larache (Marruecos) cuando la ciudad estaba bajo bandera española». Su padre se trasladó a Sevilla con ocho años y cuando se casó sí se inscribió tanto en el Dulce Nombre como en el Gran Poder, «ahí no había la posibilidad de debate familiar», bromea José Luis al tiempo que saca pecho de su progenitor: «Fue fundador de la cuadrilla de costaleros de la Bofetá y durante 15 años sacó al Señor del Gran Poder».

Aunque pareza que puede ser el clásico sevillano que está todo el año pensando en la Semana Santa, José Luis explica que con el paso de los años uno se da cuenta realmente de que «donde están los sentimiento» es en las hermandades con la que une tiene más vínculo y ha compartido viviencias. «Lógicamente, las cosas que afectan en mi hermandad me interesan y afectan que si ocurren en otra hermandad con la que no tengo relación directa».

Y todo lo que aprendió José Luis de sus padres intenta ahora que lo aprendan sus hijas, cuyos nombre denotan claramente las devociones de su casa: María del Dulce Nombre, Ana y María del Rocío. Las niñas, de 7, 5 y 2 años de edad, disfrutan con las cofradías, salen con la naveta delante de Jesús ante Anás y participan también en el camino de los niños de Triana. Con esta simiente, en la familia Trujillo hay cofradías y tradiciones para varias generaciones.

Voluntad propia

Un caso contrario es el de un joven cofrade Manuel Ángel Cordón, que con 13 años decidió hacerse hermano de la Amargura de Dos Hermanas sin que hubiera en su casa tradición cofrade. «Mis padres no son muy cofrades, íbamos a ver las cofradías pero si no se iba tampoco pasaba nada», explica Cordón, de 26 años y socio de la empresa especializada en software 10Code. Me llamaba mucho la atención el paso de la Amargura cuando iba a verlo con mi abuela Josefa, que es una Piedad, y me hice hermano. «Estuve primero en el grupo joven y salí como acólito. De nazareno nunca logré salir porque nos llovío varios años seguidos y nos quedamos en la capilla. Y cuando cumplí 18 años empecé a salir de costalero y hasta hoy día», relata el cofrade nazareno, que aunque ahora tiene menos tiempo por culpa de su empresa, añora todas esas tardes y noches que pasaban como si fueran una familia. «Allí en la hermandad he colaborado en todo lo que buenamente he podido. He ayudado en labores de priostía montando los altares, limpiando plata o haciendo de monaguillo en las misas y cultos. Y salgo de costalero porque es mi hermandad, otros son aficionados al costal y sacan cualquiera, Mi caso es distinto, yo soy cofrade de mi hermandad y es la única que saco», concluye Cordón.

Valores cristianos

Por la vía paterna también le llegó la devoción a Fernando Carrasco Moro por la hermandad de la Lanzada. Su padre se inscribió en 1973 y él ingreso justo al nacer, en 1974. Como vivía muy cerca de San Martín, se puede decir que echó allí los dientes y prácticamente, sus hijos –Ana y Fernando están creciendo en la hermandad. Tanto él como su mujer, Ana Valme –que se hizo hermana de La Lanzada cuando todavía eran novios–, intentan enseñar a sus hijos que la Semana Santa no son sólo pasos, cornetas y tambores, sino que todo tiene un sentido religioso y es una tradición católico. «Mi hijo pequeño sabe que cuando se entra en una iglesia hay que buscar el Santísimo y arrodillarse». Hay futuro. Sigue la tradición.