«A mi no me gusta llamarlos ‘menas’», fue de lo primero que dijo Ramón. «Decir ‘menas’ suena a banda, a delincuencia, pero detrás de esa palabra no hay otra cosa que un niño abandonado que, aunque tenga familia en su país, aquí sólo se tiene a sí mismo. Y posiblemente se haya jugado la vida para llegar». Ramón Rodríguez Gómez es algo así como un nexo de unión entre la Consejería de Igualdad, Políticas sociales y Conciliación de la Junta de Andalucía y los centros de acogida. El título ‘largo’, como él le llama, es el de coordinador de la mediación intercultural para la atención integral a menores inmigrantes en Andalucía.
Cuando habla recuerda, sobre todo, a aquellos menores con los que nunca llegará a trabajar. Muchos jóvenes que se embarcan en un interminable camino que, a veces, dejan sin concluir. Largas y peligrosas travesías en patera, o agarrados a la parte baja de un coche. Entre los que sí consiguen llegar, «miedo» es uno de los términos más repetidos al rememorar el viaje.
En pocas palabras, concluye Ramón, su trabajo consiste en velar por el futuro de los llamados ‘menas’, un término imponente pese a que detrás de él «sólo hay niños que se ven obligados a vivir como adultos». ¿O más bien, son adultos que hubiesen preferido seguir viviendo como niños?
«En Francia, por ejemplo, les llaman ‘isolat’ (aislado) porque es lo que son: niños que están solos». La palabra ‘mena’ se ha popularizado en el último año para referirse a los Menores Extranjeros No Acompañados, que llegan a Europa en busca de nuevas oportunidades y un futuro mejor.
El miedo ante un viaje arriesgado
Aunque no llegan a la mayoría de edad, han tenido que dejarlo todo para huir de la pobreza, la falta de oportunidades y puede que en ocasiones, también de la guerra. Andalucía es la puerta de entrada, y una vez que cruzan la frontera tienen tutela automática y pasan a ser responsabilidad del Estado. Aunque Marruecos y el Sáhara son los principales países de procedencia de los menores que llegan al sur del país, otros provienen de distintas zonas de África.
Una vez pisan tierras españolas y son localizados por la policía, el siguiente paso es recopilar toda la información posible para su identificación y, finalmente, pasan a manos de los centros de menores. Centros de acogida, como los que gestiona Ramón. «La gente cree que es fácil. Un 80 por ciento llega en patera, y el precio de un viaje como éste suele ser una fortuna para ellos. Pero muchos otros vienen agarrados a la parte baja de un coche. Y se mueren de miedo». El miedo, dice, es una de las palabras más repetidas por los niños que llegan a nuestro país. «Otro factor del que no se habla, porque no lo conocemos, es el de los niños que no consiguen llegar. ¿Cuántos de esos llamados ‘menas’ no llegan a serlo porque mueren en el camino?»
Un grupo de chicos hace un taller.
Niños o adultos, adultos o niños
Todos ellos son muy diferentes entre sí, vienen de sitios distintos y sin embargo hay varios rasgos que mantienen en común. El primero: vienen solos. «Su proyecto migratorio, además, no es el de un niño, sino el de un adulto. Llegan con un proyecto impuesto, con intenciones de buscarse la vida y aspirar a un futuro mejor. Pero pese a esa parte adulta, la mayoría no ha perdido ese componente adolescente, como si fuese una especie de aventura».
Pero la característica principal, o al menos las que más condiciona, es otra: vienen con fecha de caducidad. «‘Caducan’ a los 18 años. Hasta esa edad, todavía se les aplica la Ley de Protección al Menor, pero una vez superada la mayoría de edad ya no saben qué será de ellos. Vienen con un proyecto de vida que no siempre puede resolverse en pocos años. Muchas veces, la tramitación de la documentación puede tardar hasta 10 meses, y a los jóvenes que acaban de llegar con 17 años no les da tiempo».
Apenas un 8 por ciento de niñas
«Niñas hay muy pocas, al menos en Andalucía, pero su historia siempre es más dura». El trayecto migratorio en el caso de las chicas suele ser más dramático que el de sus compañeros. La mayoría, cuenta Ramón, han sido víctimas de trata. Maltratadas y también violadas, no siempre es fácil demostrar lo sucedido cuando llegan a territorio andaluz, y en esos casos no son tratadas bajo la ley específica para casos de trata.
En cada centro, prosigue Ramón, hay al menos un psicólogo, pues parte de los recursos están destinados a temas de salud mental. También hay mediadores que conocen el idioma, generalmente árabe o francés, «aunque estos chicos aprenden muy rápido el español». Es un equipo de educadores, que siempre provienen del campo de lo social, quien se encargan de su tutorización en el centro. Cuando están en edad de ser escolarizados, también asisten a clases en centros públicos, como el resto de chicos de su edad.
El centro menos desconocido, en Sevilla
En Sevilla, tan sólo hay un centro específico para ‘menas’. «Normalmente no se dice su ubicación, para proteger a los menores, pero aquí ya sabe todo el mundo dónde se encuentra». Ramón recuerda el incidente ocurrido el pasado 4 de noviembre protagonizado por varios dirigentes de Vox, entre quienes se encontraban el diputado en el Parlamento Andaluz, Francisco Serrano, y la también diputada en la Asamble de Madrid, Rocío Monasterio. Ambos se personaron ante el centro, recién abierto hace pocos meses, arremetiendo contra lo que consideran «manadas de menas» que «estropean la convivencia».
La diputada de Vox, Rocío Monasterio, en su visita al barrio sevillano.
De Madrid hasta Sevilla, Monasterio repudió la actividad del centro y apeló a la inseguridad que provocaba en sus calles, especialmente una vez que los menores cumplían la mayoría de edad y quedaban ‘libres’ y ‘sin custodia’. Ramón recuerda lo difícil que es que uno de estos jóvenes pueda seguir en las calles con libre albedrío una vez que se ha cumplido su ‘fecha de caducidad’. «Acciones como ésta contribuyen a crear ese vínculo que ya estamos tan acostumbrados a oír entre ‘menas’ y delincuencia’». Los propios vecinos del barrio fueron quienes recordaron a la diputada madrileña que allí no constaba ninguna denuncia por problemas de convivencia.
Ahora, la actuación de Monasterio está siendo investigada por la Fiscalía de Sevilla como presunto delito de odio. Poco ha llovido, además, desde el suicidio de Omar. Originario de Guinea, había llegado a un centro de menores en Barcelona hasta que unas pruebas óseas determinaron que era mayor de edad. Tras ser expulsado del centro, lo trasladaron a la casa de un paisano residente en un municipio a las afueras de la capital. Había perdido a su padre, desaparecido, y su madre murió antes de que él se embarcase en un viaje hacia Europa, desde Marruecos. Ahora, sin papeles, volvía a estar en situación de irregularidad. No aguantó mucho más. «Llevo muchos años en este trabajo, pero sigo llorando casi a diario», fue lo último que dijo Ramón.