La transformación que vivió Sevilla por la Expo’92 es innegable. Sobre todo si hablamos en materia de infraestructuras. También cambió a sus ciudadanos, que se empoderaron y tomaron conciencia de que Sevilla era un lugar de referencia en el mapamundi.
Pero hubo un elemento de la muestra universal que pese a ser revolucionario no ha tenido su reconocimiento ciudadano hasta ahora, cuando agradecemos que una ligera capa de agua micronizada cae sobre nosotros cuando tapeamos bajo el justiciero sol o las calurosas noches de verano. Es el microclima, que tuvo su origen en la Expo’92 de la mano de los catedráticos, ya jubilados, Ramón Velázquez Vila, Valeriano Ruiz Hernández y Jaime López de Asiaín Martín. Una innovación por la que ayer recibieron el primer galardón Compás de Sevilla, que otorga la Red Sevilla por el Clima.
Cuando se confirmó la capital hispalense como sede de la muestra universal, estos tres catedráticos –uno en Termotecnia, otro en Física y el último en Arquitectura– coincidieron en que si la ciudad ya era calurosa, en pleno verano la temperatura podía jugar en contra del evento. «En aquel momento nadie pensaba en esa consecuencia», pero ellos, como parte activa de la Universidad, tenían «la obligación» de proponer una solución al problema, reconoce Valeriano Ruiz.
Decidieron ponerse manos a la obra paradiseñar «el tratamiento energético de la Expo», apunta uno de sus padres. Optaron por ganar sombra plantando muchos árboles y colocando pérgolas estratégicamente. También atajaron la subida de temperatura a causa de la climatización de los pabellones –máquinas que, según sus cálculos, consumían de forma individual en torno a 40 megavatios– «sacando el calor de los aires del recinto utilizando agua bruta que se recogía de la dársena del río», explica Ruiz.
Pero fue el uso del agua micronizada, lo más llamativo del tratamiento planteado por los tres catedrático. Aunque Ruiz le quita mérito durante su explicación, el hecho de «mezclar aire seco con un poco de agua y dispersarla con micronizadores» fue una gran revolución, ya que consiguió bajar entre 10 y 12 grados la temperatura en algunas zonas del recinto.
Con el sistema ideado, decidieron enviarle una misiva a los responsables de la Expo’92 para explicarles el problema que habían detectado. Poco después, «gracias a que hubo personas sensibles al frente de la Exposición Universal», el director general de proyectos de la muestra, Ginés Aparicio, se ponía en contacto con ellos para iniciar la planificación.
Lo que no llegaron a imaginar los tres catedráticos jubilados es el impacto de su microclima. Reconocen que se imaginaron que iba a tener una repercusión «más inmediata a la Expo’92 y se iba a extender al resto de la ciudad», pero no ocurrió, para su «decepción». Sin embargo, más de dos décadas después, han surgido empresas que han aprovechado el sistema que idearon para refrescar las zonas de ocio de la ciudad.