“Los políticos ponen de moda palabras cuyo uso dura menos que unas chanclas”

Lola Pons Rodríguez / Profesora de Lengua Española en la Universidad de Sevilla y creadora del Grupo de Investigación Historia15. Es savia nueva para compaginar el rigor académico de excelencia internacional y la divulgación amena a través de libros, TV, radio, blog y redes sociales

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
22 abr 2017 / 20:59 h - Actualizado: 23 abr 2017 / 16:18 h.
"Son y están"
  • Lola Pons, investigadora y divulgadora de la Lengua Española a nivel internacional, vive en el barrio de San Lorenzo. / JESÚS BARRERA
    Lola Pons, investigadora y divulgadora de la Lengua Española a nivel internacional, vive en el barrio de San Lorenzo. / JESÚS BARRERA

Es una mujer capaz de ser a la vez científica de la filología y madre de vecindad. Capaz de articular a la vez redes de colaboración con universidades y con la gente de su barrio. Capaz de dedicarse intensamente a analizar los avatares del siglo XV y los postureos del siglo XXI. Capaz de ser interlocutora con la terminología de la excedencia académica de Oxford, y de hablar de la lengua con lenguaje claro y sencillo a las audiencias masivas (’Taller de Palabras’ en TVE y ‘Píldoras gramaticales’ en Canal Sur Radio). Para Lola Pons, sevillana de 40 años, todos los días son el Día del Libro. Y su divertido libro Una lengua muy larga va por la tercera edición. Y todos los días son una lección por vivir.

Nació en Barcelona porque su padre, ingeniero, estuvo destinado por Telefónica unos años en la capital catalana. Cuando aún era bebé, su familia ya retornó a Sevilla. Está casada con el tenor Emilio Gil, muy implicado en el ambiente coral y en la música antigua. Tienen un hijo de 6 seis años de edad, residen en el barrio de San Lorenzo, donde lleva afincada toda su vida. Estudió en el colegio de las Esclavas y en la Academia de Nebrija, de las Teresianas. “Con otros padres y madres estamos explicando a los responsables del Distrito Casco Antiguo que el centro no solo ha de ser un lugar apto para adultos y para turistas, sino también para los niños. Donde el parque infantil del Paseo Juan Carlos I ha de estar mejor cuidado. Donde la biblioteca pública, que es la de Torneo, no puede tener cerrada el aula infantil por falta de personal. En el centro ha de poder hacerse vida de barrio, vida de familia. No solo vida de turista”.

¿La Historia y la Lengua eran su vocación?

Sí, por eso estudié la carrera de Filología Hispánica. Y tuve la suerte de conocer a quien fue mi maestro, Manuel Ariza Viguera, fallecido en 2013. Con él me encaminé no solo a estudiar fuentes literarias sino también textos antiguos no literarios, ya sean cartas privadas, crónicas históricas, documentos notariales, etcétera. En ellos están las semillas de la mayoría de los cambios lingüísticos. Mi grupo de investigación lleva de nombre Historia15 como guiño a la revista Historia16, donde tantos españoles aprendimos a iniciarnos en el conocimiento de nuestra Historia.

¿Su grupo de investigación es tan interdisciplinar como internacional?

Sí, ambos criterios son básicos. Sin universalidad, la Universidad no tiene sentido. Tenemos lazos con universidades británicas, alemanas y francesas, y con españolas como la del País Vasco o la de Huelva. Hemos fichado a la norteamericana Roxana Recio, gran experta en traducción de textos del siglo XV. He buscado la colaboración de historiadores como Juan Luis Carriazo, de americanistas como Emilio Pérez Mallaína, entre otras especialidades.

¿Las vivencias en Oxford, dando clases en el curso 2008-2009, le reforzaron el mito sobre dicha universidad como cumbre del saber?

Sí, acudí con el mito construido en mi cabeza y me fui con el mito aún más elevado. Llegué tras dar clases de Dialectología en otra prestigiosa universidad, la de Tubinga (Alemania). Mi experiencia en la Universidad de Oxford fue muy satisfactoria. Por ejemplo, las relaciones que estableces con investigadores punteros de áreas muy lejanas a la tuya, desde la Óptica a la Biología. Y mi labor docente, dando clases de fonética histórica para un grupo de 15 alumnos, capaces de hacerme preguntas con mucho fundamento desde el primer día, que funcionaron como reto para la asignatura. He tenido la suerte de que mi director de investigación sea el español Juan Carlos Conde, profesor de Oxford y hoy en día referencia en el hispanismo a nivel internacional. Ahora es miembro de Historia15.

¿Sus alumnos siguen sus pasos por el extranjero?

Todos mis doctorandos han hecho estancias de investigación fuera de España. Me implico muchísimo en la formación de los alumnos, para su porvenir es importante que sean capaces de hacer muy bien muchas cosas. Por ejemplo, ahora tengo uno en Venecia trabajando sobre un texto traducido del italiano en el siglo XV, y otra en Birmingham en un proyecto sobre textos alfonsíes.

¿El Instituto Cervantes está contribuyendo bien a consolidar la importancia de la lengua y cultura españolas a nivel mundial?

Creo que sí, es nuestra mejor embajada cultural, el gran promotor de la expansión metódica del estudio del español, y de la cultura hispánica. Y también organiza exposiciones y actividades sobre catalán, euskera, gallego... Tanto en mi etapa alemana como en la británica, mis experiencias con el Instituto Cervantes fueron muy satisfactorias. Además, refrenda las que organizan otras instituciones, como la Universidad de Sevilla, donde se forman cada año a profesores de español como segunda lengua.

¿Qué le impulsó a trascender de los ámbitos académicos, para tener un blog en activo, y divulgar mediante libros como Una lengua muy larga?

Quiero romper los límites del aula, sacar el conocimiento a la calle y enseñar también a personas que son son filólogos. Por eso tengo un blog, y cuentas en Twitter, Instagram, Youtube, Facebook... La divulgación debería ser un deber de todos los científicos. Cualquier proyecto de investigación ha de tener asociada una actividad paralela de divulgación, y saber explicarla a cualquier persona para que la entienda. Nuestra labor de élite es sufragada por los españoles, tienen derecho a saber y aprovechar mi tiempo dedicado a investigación.

Pero usted sabe que la mayor parte de los profesores de universidades públicas no hacen eso.

Escribí Una lengua muy larga porque la sociedad española con un nivel medio de cultura, sabe algo de historia política, de historia del arte, de historia de la economía, etc., pero no tiene ni idea de historia de la lengua. Sin darse cuenta de que muchas veces conversa sobre palabras en uso o desuso, sobre cómo llamaba su abuelo a tal cosa y cómo se dice hoy,... Pensemos, por ejemplo, en cómo se aludía antes a un noviazgo: Mengano habla a Fulana. Ahora se dice: Mengano y Fulana están saliendo... El éxito del libro, no solo en España sino en países como Perú y México, me ha reafirmado en la idea de que la divulgación no solo es necesaria sino también muy grata para no circunscribirnos solo a círculos elitistas.

¿En sus clases también sienta cátedra como bloguera o es más académica en su forma de impartir docencia?

Curiosamente, no solo hay resistencia entre grupos de profesores a incorporar los medios digitales, sino que también la hay entre muchos alumnos, dicen estar habituados solo a que alguien les dicte apuntes. Mis clases se apartan bastante de ese modelo y tienen siempre apoyo de recursos digitales. Y les pido a los alumnos el esfuerzo de investigar por su cuenta, de leer en casa, de ver en Youtube un video sobre historia de la Reconquista para entender mejor el estudio del español. No creo en el concepto de ‘nativos digitales’ según la edad de nacimiento. Veo cómo muchos jóvenes que consumen medios digitales no saben, por ejemplo, trabajar con un documento en PDF. Y en la Universidad de hoy no solo hemos de transmitir mucho conocimiento sino también explicar la metodología de acceso digital a los conocimientos.

¿Cómo se combina hoy, para investigar, el acceso a manuscritos originales y el uso de sus copias digitalizadas?

Es posible a través de internet, y desde casa, localizar y estudiar documentos que pueden estar en cualquier biblioteca importante a miles de kilómetros de distancia. Esa enorme ventaja también comporta una desventaja, en comparación con lo que se hacía décadas atrás: se publican tantas y tantas investigaciones, hay tantas fuentes documentales, que es fundamental saber cotejar cuáles hay y cuáles son las más fiables. A mis doctorandos les inculco que las obras esenciales de sus investigaciones hay que seguir manejándolas físicamente, para coronar bien sus trabajos elaborados gracias a lo digital. Hay que ver y oler el papel antiguo, comprobar los tamaños, la grafía... A veces eso ocurre en bibliotecas modernas y confortables, a veces en lugares tan gélidos como la biblioteca del Monasterio de El Escorial, en diciembre y nevando fuera, donde los monjes me ponían un brasero porque me estaba ganando la santidad por el frío que pasaba, consultando vidas de santos escritas en el siglo XV, para mi trabajo de tesis doctoral.

¿Qué pasa por su mente cuando estudia libros españoles que son propiedad de instituciones norteamericanas y formaban parte de bibliotecas de ilustrados sevillanos que vivían muy cerca de su domicilio? Se habla mucho de los cuadros de Murillo que salieron de Sevilla, pero no de bibliotecas enteras que salieron de la ciudad.

Como los fondos de un gran bibliófilo, el duque de T’Serclaes, estaban en su casa de la calle Alfonso XII. Sí, es paradójico que, para consultar joyas de nuestra cultura medieval, mi grupo Historia15 tenga que contactar con la Hispanic Society de Nueva York. Pero sé que, si no los hubieran comprado esos magnates que a comienzos del siglo XX se fascinaron por la cultura española, muchos de esos manuscritos ya no existirían porque hubieran sido quemados, como tantos y tantos legajos, para calentarse en invierno, por parte de familias venidas a menos.

¿Qué criterio sigue para su ‘Taller de Palabras’ dentro del programa de televisión ‘La aventura del saber’, en TVE?

Es una experiencia muy positiva. Y, ya sea por la emisión en su horario, o por la televisión a la carta, me llegan muchas preguntas y muchos comentarios, sobre todo de televidentes hispanoamericanos. Por ejemplo, si he dicho que tal cosa ocurre en Andalucía, hay espectadores que me dicen: ‘Pues también ocurre en mi pueblo de Chile”. Confirma los lazos entre el español de Andalucía y el de América, y el poder que supone la lengua española como elemento cohesionador de una realidad territorial y política tan amplia como Iberoamérica. Un poder que quizá los españoles no perciben, que va mucho más allá de un poder de comunicación, es la cohesión cultural que ello implica.

¿Cómo se ha adaptado usted al estilo televisivo?

Trato de dar una visión descriptiva, explicativa y no muy normativa de la lengua. No me gusta ese tipo de perfil de charla sobre el español que consiste en reñir al hablante. Cuando te dedicas a la Historia de la Lengua te das cuenta que no tiene ningún sentido: lo que hoy es un cambio lingüístico o un cambio que se considera poco prestigioso, quizá dentro de unos años se convierta en un rasgo estándar. Estamos habituados los historiadores de la lengua a leer esas descripciones de los gramáticos antiguos que condenaban a la gente por diptongar, por decir ‘tierra’ en lugar de ‘terra’. Y obviamente, por mucho que alguien se enfadase, ese cambio se generalizó.

¿Le interesa estudiar las palabras que hoy en día se ponen de moda?

Claro, son cambios que emanan desde los medios de comunicación, desde personas que hablan mucho desde los medios o aparecen mucho en ellos. Algunas palabras que son fruto de una moda se incorporan al estándar, muchas pasan de moda. Por ejemplo, en los años ochenta se hablaba mucho de los ‘yupis’, era una palabra en boga. Hoy, en cambio, mis alumnos no saben qué son los ‘yupis’ porque no escuchan esa palabra. Por otro lado, están las que llamo ‘palabras chancletas’, que ponen de moda los políticos y duran menos que unas chanclas: ‘poner en valor’, ‘hoja de ruta’,... Ahora parece que cualquier cosa tiene una ‘hoja de ruta’...

Forman parte del ‘argumentario’ que usan los políticos. ¿Considera que está saturado de eufemismos?

Sí, el argumentario político está repleto de expresiones como ‘nos ocupa y nos preocupa’. También ocurría en el siglo XIX. Cuando se quería aportar modernidad, se decía ‘voy a ver a esta persona psicológicamente’. Esa palabra no aporta ahora modernidad. Por otro lado, aludiendo a los eufemismos, hay un tendencia ingenua que considera que cambiando la lengua se cambia la realidad. Y se olvida, por ejemplo, que la lengua no es machista, lo son los hablantes. La sociedad cambia si la hacemos cambiar, no porque cambiemos la lengua.

Las palabras ‘posverdad’ y ‘populismo’ fueron elegidas como las más significativas de la actualidad mundial en 2015 y 2016.

Son conceptos peligrosos. Por mucho que nos podamos reír porque se llame ‘momento de ocio’ al recreo, y a los obreros se les llame operarios, todo eso nos exige un pensamiento crítico constante. La primera corrupción siempre es lingüística, como dijo Orwell. Cuando empiezas a llamar crecimiento cero a la falta de crecimiento, y desaceleración a lo que era crisis, cuidado con eso porque el manejo de las palabras es el primer elemento para falsear la realidad. O cuando los políticos hablan en forma impersonal: “Se va a hacer una obra...”, “se van a subir los impuestos...”, para evitar decir: “Voy a hacer’, ‘voy a proponer”, “voy a subir los impuestos”.

Si la lengua ha de ser manejada bien por cualquier persona, ¿por qué se considera herramienta únicamente ligada a las Humanidades?

Cuando doy charlas en colegios de Sevilla, al pedirme que convenza a algunos alumnos para que estudien carreras de Letras, me sorprende ese criterio. No concibo un arquitecto, un ingeniero, una astrónoma, una médica, etc., sin tener un conocimiento y uso impecable del español. Rico en léxico, rico en estructura sintáctica, rico en registros. Porque no hay pensamiento fuera de la lengua. Todo se hace con el lenguaje, desde las cosas más bellas a las miserias más rastreras.

¿Sobre qué temática está ahora dando clases?

Es una asignatura preciosa sobre el andaluz, explico la historia y la evolución, hasta la actualidad, del español hablado en Andalucía: sus rasgos fónicos, morfonsintácticos, léxicos. Entre mis alumnos hay también bastantes europeos que están como erasmus, también hacemos tareas fuera del aula. Por ejemplo, una visita guiada por la Sevilla lingüística, viendo las placas que tienen seseo antiguo, los lugares donde hay algo relevante para el habla andaluza...

¿Qué opina sobre los pronunciamientos políticos a lo largo de los últimos 40 años para darle rango al andaluz como algo más que una manera de hablar el español?

Tristemente, en esta cuestión del español hablado en Andalucía, aun existiendo libros de referencia sobre la materia, y estudiosos que hemos trabajado sobre ese asunto, hay otro discurso sobre el español en Andalucía que es completamente acientífico. Y se difunde transmitiendo datos que son completamente falsos. Tópicos como que el español en Andalucía está profundamente entroncado con el árabe, o que la pérdida de sonidos de nuestra forma de hablar tiene que ver con una cierta fonofagia típica de las zonas sureñas y por la climatología. Se dan por ciertas cuestiones absurdas que hacen mucho daño al conocimiento compartido por la sociedad. Desde la universidad tenemos el deber de promover un discurso científico serio y comprensible sobre el español en Andalucía.

¿Acaso en la Transición hacia la democracia era políticamente correcto estimular el nacionalismo andaluz con raigambre arábiga, y ahora es políticamente correcto marcar distancias de lo árabe por el miedo al yihadismo?

El mito de lo arábigoandaluz tuvo mucho éxito durante casi todo el siglo XX. En tiempos más recientes, recuerdo, en los años ochenta, iniciativas parlamentarias para promover el estudio del mozárabe andalusí, una lengua de lo que no sabemos casi nada ni los científicos de la lengua. Las jarchas, y poco más. Ese mito al que aludo se ha desinflado notablemente. Cualquier ideología que trate de defender cuestiones sobre la autonomía andaluza, que son muy legítimas, no debe construirse sobre el suelo de barro de presupuestos completamente acientíficos y falsos. Si queremos que los andaluces valoren su forma de hablar, tenemos que transmitirles un discurso serio sobre ese tema y no equivocarlos. Además, cuando un político andaluz habla de una manera en Madrid y de otra en Andalucía, estamos transmitiendo una visión sobre el andaluz perjudicial y nociva.

¿En todo ello pesa que se haya asociado el habla andaluza sobre todo al folclore y al chiste?

Suscribo lo que ha escrito varias veces Antonio Muñoz Molina sobre Andalucía. Cuando las instituciones promueven ‘lo popular’ como la identidad cultural, pensando que eso les da votos, puede ser muy peligroso. Los ciudadanos tenemos que ampliar horizontes y no quedarnos solo en el localismo. La cultura que escapa a una fácil primera comprensión es también cultura andaluza. Andalucía es también la música de Manuel Castillo, por citar un ejemplo, y no solo la copla. Y es un error pensar que las raíces andaluzas están exclusivamente en el folclore. A principios del siglo XIX, en 1813 un periodista sevillano escribió completamente en andaluz un periódico de contenido político, El Tío Tremenda, tras debatirse y aprobarse en Cádiz la primera Constitución. La colección completa de ese periódico anónimo está accesible en Google Books y en la Biblioteca Nacional. Google lo digitalizó de un ejemplar que está en la Universidad de Princeton (EEUU).

¿Cuál es el último libro que ha terminado de elaborar?

Es sobre cartas de la Guerra de la Independencia, lo que me ha llevado a trabajar, junto con mi compañero Alvaro Octavio de Toledo, sobre españoles del siglo XIX, y estudiar cómo eran la España del XIX y la Sevilla del XIX. Encontré muchas cartas enviadas a la Junta Suprema, que se establece en Sevilla como autoridad nacional frente a la invasión napoleónica, insta a que cualquier persona le escriba. Y hay cartas de manchegos, vascos, andaluces, madrileños, gallegos... Tanto de seminaristas como de comerciantes, tanto de aristócratas como de ilustrados, tanto de presos como de panaderos. Son un tesoro para conocer la intrahistoria de la vida de los españoles en esa época. Y un tesoro sobre el lenguaje de cada clase social, y sobre rasgos fónicos y léxicos en diversas zonas de España. Por ejemplo, la carta de un panadero explicando el contrabando de pan, y las acusaciones, con nombres y apellidos, entre panaderos de Alcalá de Guadaíra y de Triana.

¿Y su próxima investigación?

La Real Academia de la Lengua me ha encargado, para su colección Biblioteca Clásica, la edición de Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés, es de 1535. Obra muy interesante, recrea un diálogo entre diferentes personajes que hablan sobre cómo era el español de ese momento. Es un libro fundamental para entender cómo ha cambiado el español desde el Siglo de Oro hasta hoy. Me siento muy honrada por haber recibido ese encargo.

Con tantas actividades, ¿cómo concilia su vida familiar y su vida profesional?

Como todas las madres, con gran esfuerzo, planificando mucho la agenda y las ocupaciones. Siento el deber moral de mantener una carrera profesional como lo hacía antes de ser madre, y darle a mi propio hijo un ejemplo de que es posible la conciliación. Tengo apoyo porque varios familiares viven cerca de casa. Y me he obligado a seleccionar mucho qué cosas hago y a cuáles renuncio. En España, para mejorar la vida familiar, hay que reconsiderar los horarios laborales y aproximarnos al modelo europeo. No puede ser que tengamos reuniones convocadas a las siete de la tarde, que las tiendas cierren tardísimo, que se considere buen trabajador al que está en su oficina hasta las ocho, aunque quizá esté mirando Facebook.

Como ciudadana de Sevilla, ¿cuál es su visión sobre la evolución de la sociedad sevillana?

Me siento muy orgullosa de ser sevillana y de muchos de mis conciudadanos. Señalo dos asignaturas pendientes: Una es la falta de civismo en una parte de la ciudadanía. No puede ser que queramos tanto a la ciudad y, al mismo tiempo, tratemos tan mal los bienes comunes que todos hemos de disfrutar: instalaciones, infraestructuras, mobiliario urbano... Es deshonroso. Y la otra es la falta de un discurso claro desde las instituciones políticas sobre qué modelo de ciudad queremos. Corremos el riesgo de quedarnos en una ciudad de croqueta y velador.