Son y están

«Los políticos son muy malos actores y mienten más que hablan, pero la política la hacemos todos desde la sociedad»

Carmen Gallardo. Actriz. Es uno de los puntales de Atalaya, compañía sevillana fundada hace 35 años y galardonada en 2008 con el Premio Nacional de Teatro. Encarna a personajes que son faros de la cultura universal, como La Celestina, Madre Coraje y Rey Lear. De los que conmueven y hacen pensar, como ella se confiesa conmovida con el egocentrismo de una sociedad que desatiende a los ancianos y a los hijos.

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
13 ene 2019 / 10:17 h - Actualizado: 13 ene 2019 / 10:21 h.
"Son y están"
  • «Los políticos son muy malos actores y mienten más que hablan, pero la política la hacemos todos desde la sociedad»

“En Atalaya tenemos que agradecernos ser una compañía estable y poder vivir del teatro. No solo la mayoría tenemos un sueldo, sino que además tenemos en Sevilla un espacio y una infraestructura como el Teatro TNT donde seguir investigando. Quedan muy pocas compañías estables en España, y por desgracia, se disuelven muchos grupos que no pueden subsistir. Somos un bajísimo tanto por ciento quienes lo logramos. La mayor parte de la gente del teatro tiene que buscarse el sustento de otra manera. Como muchísima que ha estudiado otras carreras y está trabajando en lo que no es lo suyo o ha de irse fuera de España”. Así se siente dentro y fuera de los escenarios la actriz Carmen Gallardo de Casas, representante de quienes participan en la creación cultural sin tener nada que ver con el arquetipo del divismo, la vanidad y el famoseo que buena parte de la sociedad, por desconocimiento, atribuye como etiqueta a todos quienes están en un ambiente de focos y aplausos.

Carmen Gallardo, de 53 años, también encarna a la Sevilla que es protagonista desde barrios sevillanos distintos a los del casco antiguo. Quien ha sido capaz de dar la talla junto a sus compañeros de Atalaya, encabezados por su director, Ricardo Iniesta, para ser el papel protagonista de Celestina, Madre Coraje y Rey Lear, vivió su infancia en el barrío Pío XII, reside al lado del Parque Miraflores y trabaja en Pino Montano, donde Atalaya tiene su sede, el Teatro TNT, que es también foco de formación y producción escénica como Centro Internacional de Investigación Teatral.

¿Cuáles son sus referencias más personales?

Mi padre era jefe técnico de obra. Mi madre era ama de casa. Tengo un hermano más pequeño. No estoy casada, tengo pareja y un hijo con 25 años. Mi hijo es artista plástico.

¿Por qué decantó su vida hacia el teatro?

Cuando yo era pequeña, en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús, en la calle Previsión, teníamos oportunidad de hacer obritas, representaciones, bailes de fin de curso, de navidad,... y yo siempre me apuntaba. Me encantaba todo lo que era cantar, bailar, actuar... Pero mi idea era estudiar Arquitectura. Empecé haciendo delineación. Luego, me metí en la Escuela de Artes Aplicadas. Y casualmente conocí a un muchacho que era actor y payaso... Y fuimos novios, con él me metí en el mundo del teatro. Hoy es un amigo al que quiero muchísimo.

¿Cuál fue la primera vez que ejerció de actriz ante el público?

En un colegio del barrio Parque Alcosa. Para sustituir a Gema López, una de las actrices de La Pupa, la compañía que después pasó a llamarse La Imperdible, y en sus comienzos hacía mucho teatro de calle. Se había lesionado en una muñeca y me llamaron, me conocía bien la obra porque había ido muchas veces a verlos actuar.

En las tentativas iniciales, ¿qué le reforzó para convencerse de que interpretar era lo suyo?

Me atraía mucho el mundo del espectáculo, pero no para hacerlo, me gustaba verlo. Me impresionó cuando vi en Sevilla a la compañía polaca Cricot 2, de Tadeusz Kantor, haciendo 'La clase muerta'. Me gustaba y me gusta todo tipo de estilo teatral que me pueda sorprender, enganchar y emocionar. Y me doy cuenta, de pronto, que me subo al escenario y también me gusta. Una vez que te metes, es como una enfermedad crónica, como una droga, ya no lo puedes dejar.

¿Cómo vivió la gestación de Atalaya?

Ricardo Iniesta llegó desde Madrid a Sevilla y quería formar un grupo de teatro experimental. Hizo dos talleres. Acudí al primero. No le interesó nada de lo que hice. A mí sí me interesaba mucho el tipo de trabajo y método que proponía Ricardo. Le pedí que me dejara hacer también el segundo taller, para aprender. Yo no tenía inicialmente intención de entrar en el grupo. Le gustó lo que hice y así comencé en 1983 en Atalaya. Con 18 años de edad. Y hasta ahora.

Con tantos años de vivencias en Atalaya, ¿cómo es la dinámica entre lo profesional y lo personal dentro de una compañía de teatro?

Es como una familia, totalmente. Se comparten muchas horas, se comparte comida, se comparte habitación, y se comparte escenario. Al cabo del año, creo que estoy más tiempo con mis compañeros de trabajo que con mi propio hijo y mi pareja.

Ser a la vez grupo teatral y centro de formación, ¿ha sido decisivo para su capacidad como intérprete?

Desde el principio, Atalaya se ha nutrido de muy buenos maestros en muchas disciplinas físicas, vocales, gestuales... Y cada uno de nosotros, a lo largo del tiempo, hemos adquirido esas diferentes habilidades para hacer nuestro propio entrenamiento personal como intérprete.

¿Sorprende fuera de Andalucía y de España que una compañía de Sevilla base firmemente su identidad en los conceptos teóricos y estéticos de los grandes renovadores germánicos y eslavos del teatro durante el siglo XX?

Hace dos años, con 'La Celestina', nos dieron en el Festival de Teatro de Moscú el premio al mejor espectáculo, y lo hacíamos en castellano. Quizá apreciaban que una compañía foránea hiciera teatro muy vinculado a Meyerhold o a Grotowski, y que allí eso se está perdiendo. Lo agradecían mucho, y aunque no entendieran el castellano, entendían la obra muy bien por el movimiento físico y por la musicalidad de la palabra.

Dígame referentes suyos en otras artes.

Me gustan todas las expresiones artísticas y me gustan muchos creadores. Por ejemplo, en pintura me gusta mucho Marc Chagall. En música, John Coltrane.

Como espectador, en cualquier espectáculo de Atalaya se percibe una fuerte sensación de trabajo en equipo, de teatro muy coral. ¿Qué le comentan en su gremio?

El trabajo en equipo para nosotros es muy importante. Aunque haya algún actor o actriz que tenga un personaje más protagonista, para nosotros el protagonista no es el Rey Lear, o la Celestina, sino el mensaje que queremos dar. Todos estamos al servicio de esa idea que queremos transmitir, es el verdadero protagonista.

¿Cómo se llevan de la mano Carmen Gallardo y Rey Lear? Una mujer y un hombre. Una actriz y uno de los personajes grandiosos del teatro de todos los tiempos.

Es para mí un ejercicio de concentración inimaginable, no porque sea masculino, porque es muchísimo texto para mí, y es complicado. Es un personaje muy grande. Tienen que pasar muchas funciones para que empiece a estar a gusto.

Los espectadores no perciben a los personajes como texto, sino como hechos y sentimientos en carne y hueso. ¿Cuál es la clave para hacerlos verosímiles?

En el verbo está la acción, y está la verdad del personaje. Para encontrar su dimensión orgánica, además, cuando estoy preparando un espectáculo, no paro de ver referencias, no solo teatrales, sino también por la calle. Estás en un proceso de buscar cómo nutrirte, fijándote en circunstancias inesperadas y espontáneas.

¿Dar vida a un personaje emblemático de la cultura literaria como Celestina marcó un antes y un después en su carrera?

Sí, porque hasta entonces yo no había hecho un personaje con tanta responsabilidad o con tanto texto. Siempre he estado más con personajes secundarios, incluso doblando personajes. Me lo he pasado muy bien y es muy enriquecedor para mí.

¿Cómo enriquece convivir durante años con los personajes y encarnar el bien, el mal, el dolor, el amor, la libertad, la tiranía, el heroísmo, la sinrazón...?

A mí lo que más me enriquece de cada uno es el aprendizaje. Te das cuenta de que cada vez que afrontas uno nuevo, tienes mucho que aprender. Cada personaje puede tener muchas características de la condición humana, son las que tenemos todas las personas. Todos somos capaces de hacer todo. Somos capaces de amar y de odiar. Todos tenemos todas las máscaras dentro. El escenario te da la oportunidad de sacarlas y disfrutar con eso. Muchas veces en la vida real no serías capaz de hacerlo porque te frenas, te controlas. El escenario te da la oportunidad de gritar al mundo muchas cosas. Y, por supuesto, hacer que el espectador se vaya a su casa pensando y que esté activo. Remover las conciencias de la gente es lo interesante del teatro.

¿A usted también le remueve la conciencia?

No solo estar en el escenario planteando ciertos temas, sino también todo lo que veo al cabo del día, y lo que oigo, lo que veo...

Como ciudadana, ¿qué temas le llaman la atención?

Lo que más me preocupa es la educación. Cómo nos estamos educando, cómo no somos capaces de desaprender lo aprendido. Cómo no somos capaces de salir de nuestra zona de confort para aprender. Cómo no somos capaces de ponernos en la piel del otro. Me preocupa mucho la poca capacidad de empatizar, lo poco solidarios que somos, lo egocentristas que somos. Y todo eso está al orden del día, sobre todo en la política. Pero no olvidemos que la política la hacemos desde la sociedad todas las personas día a día, no solamente los políticos. De hecho, a los políticos los votamos nosotros.

¿Qué piensa cuando se dice que en la política actual hay mucha escenificación y que los políticos hacen mucho teatro?

Pues que son muy malos actores. Mienten más que hablan. Nosotros, a través de los personajes, intentamos buscar la verdad. La mayoría de los políticos tienen muy poca verdad. Son muy malos actores.

¿Qué utopía merece hoy ser interiorizada?

Que la esencia del ser humano es el ser humano desnudo, sin nada. La utopía es no necesitar más de lo que tenemos o lo que somos. Cuando nos demos cuenta de eso, seremos más esencia, más puros.

Y como ciudadana de Sevilla, ¿qué le gusta más y menos?

Sevilla me gusta porque es donde me he criado, me gusta mucho la luz y la gente de Sevilla. Lo que no me gusta es el exceso de sevillanía. Volcarse más con el fútbol, la Semana Santa y la Feria que con otras cosas más importantes.

¿Por ejemplo?

Mirar más por nuestros mayores. Los tenemos cada vez más olvidados. Y no hablo solo de salir a la calle a pedir mejores pensiones. Hablo de que nuestros mayores nos estorban y están en las residencias porque tenemos muchas cosas que hacer. Cuando ellos se han quedado con sus hijos, y también con los nietos, y lo han llevado todo para adelante. Pero, de pronto, no tenemos tiempo para ellos. Por desgracia, no tengo ya en vida a mi padre y a mi madre. Pero es un tema que me preocupa mucho en la sociedad de hoy. Nos estorban los mayores. Y también los niños.

¿De qué manera?

Cada vez se juega menos con los hijos. Para que se entretengan y no se molesten, desde muy pequeños les damos móviles, tabletas, videojuegos, consolas, o que se pongan a ver la tele... Es una pena, no jugar con ellos supone estar mermando la imaginación de los niños, que son nuestro futuro. No les dedicamos tiempo, no nos damos cuenta de que nos estamos perdiendo lo mejor, y cuando pasan los años y se quieren ir de casa, entonces nos entra el síndrome del nido vacío.

¿Con qué palabra definiría a nuestra sociedad?

Egocentrista. Nos importa muy poco la persona de al lado. Antes, con nuestro vecino nos llevábamos de otra manera. No solo nos saludábamos más, compartíamos más cosas. Ahora, casi no nos conocemos, aunque llevemos viviendo 30 años en el mismo bloque de pisos. Es una pena.