Sevilla, no nos engañemos, es muy ingrata con quienes nacieron con su luz. No reconoce méritos, en vida o póstumamente, a quienes le regalaron talento, cultura, historia o bondades que se salen de lo convencional, de lo que parece hay que hacer en la vida.

Muchos sevillanos y sevillanas sobresalientes huyeron, no regresaron o fallecieron en el más infame anonimato del premio o siquiera cita por méritos contraídos con la ciudad. Sin embargo, se explaya con lisonjas, premios, palmaditas y abrazos a mediocres -¿con ego de diván?- del mundo cofrade, político, profesional o cultural. Alguno de los activos de estos sevillanísimos: son ‘buena gente’, tienen labia, dan dinero a la persona o colectivo adecuado. Y poco más. El olvido remata el premio indebido.

La muerte de Marisa Carrillo sólo mereció crónicas en medios locales en clave de obituario urgente. No ocultaban la valía, profesionalidad y talento de una locutora histórica de Radio Sevilla.

La cadena SER, a la que entregó su vida profesional, despachó su desaparición con un corto comunicado al que aportó fotos de archivo y audios de la locutora. Justificó su salida de la emisora invocando que se produjo para centrarse en cuidar a su madre. Las razones fueron otras. Entrañan ínfimo retorno a lo aportado a la cadena una mujer inigualable.

Felizmente, Pepe Fernández, al que acabó despidiendo la cadena líder tras entregar sus mejores años en informativos destapaba la genialidad de una mujer inolvidable ‘...Su voz de terciopelo, su perfecta dicción, su empatía comunicando desde un micrófono, sus dotes de actriz y, también, su exquisita formación la convirtieron en uno de los grandes fichajes de la vieja radio de la calle Rafael González Abreu. Allí compartiría el estrellato de la época con otra gran locutora venida de Radio Tánger, Elvira Velasco y una joven promesa salmantina llamada María Esperanza Sánchez; junto a ellas un plantel de figuras masculinas muy notables de la radio sevillana como Rafael Santisteban, Manolo Bará, Humberto Gacio, Pepín Cuesta, Pepe Sollo, Juan Bustos y un largo etcétera...’

El eslogan ‘naturalmente’ que añadía al indicativo de la emisora, sus palabras persuasivas, subyugantes en entrevistas, noticias y lo que fuera menester, más esa voz difícil de olvidar, hacían sentir a cualquiera lo más positivo. El oyente lo era de una persona importante. Hacía creíble, seria y cargada de rigor al oyente cualquier locución de Marisa Carrillo. Tenía un timbre personal, un registro que encantaba. Hizo pareja radiofónica con Bustos y trabajó con los escritores Antonio Burgos, José Mª de Mena y Manuel Barrios mas Juan Tribuna. En octubre de 1967 inició el programa ‘Sevilla 13.30’ con el inolvidable Manuel Alonso Vicedo.

Fue una locutora emblemática en la cadena SER entre los sesenta y noventa del pasado siglo. Los anunciantes exigían que fuera la voz de la Carrillo la que pusiera cercanía, fuerza y ternura a la publicidad que pagaban, haciendo cola, a una empresa que se hizo líder gracias a profesionales como Marisa Carrillo. La SER no le correspondió, en su última etapa.

Debo aclarar a los historiadores oficiales de ‘sevillanías’, tótems del periodismo local y sabelotodos ofendidos porque se les escapa su aporte, que conocí a Marisa a mediados de los ochenta. Ya era ‘imprescindible’, curtida en la antigua sede Unión Radio -donde hizo carrera el sanguinario conspirador lenguaraz Queipo-. Iba por allí convocado como portavoz del primer colectivo andaluz de detectives privados (AADP) tras firmar exitosos comunicados que los medios acogieron con interés por pioneros.

Carrillo era entonces una veterana locutora que imponía con su presencia. Se reservaba las mejores entrevistas. Tras observarme, desde las cristaleras de los estudios, decidió hacerme una por mis colaboraciones en este Correo de Andalucía. Ahí vindicaba dignidad y terreno profesional a un oficio demasiado estereotipado. A ella, no obstante, todo esto le parecía de película mala. Tuvo el infortunio de conocer la peor versión del oficio que encarnaba un chantajista ‘karateka’ que pululaba por la Alameda.

El día de la entrevista estaba nervioso, emocionado. Lo hacía ante todo un icono. Carrillo ponía el listón muy alto. Algo parecido compartí respondiendo preguntas a la inolvidable Concha García Campoy o las imprescindible locutoras sevillanas Susana Valdés y Eva Montesinos. A todas las conocí por la insistencia de divulgar el detective, lejano al mito

Carrillo atacó por dónde más se inquieta al detective: si cometen delitos, o invaden privacidades, para lograr su informe. La réplica fue acercar al reprobable sabueso con el paparazzi sin escrúpulos. Ese paralelismo es termómetro de la buena o mala práctica profesional. El resto es ética.

Carrillo pidió, tras aquella entrevista, hablar personalmente con un entonces investigador novel y voluntarioso. Constaté, por la bendición que dio la locutora, que salí airoso del periodismo de nivel que hacía Marisa Carrillo. No viene al caso compartir de qué hablábamos después, muchas veces, y qué quería saber de los detectives en privado una dama que nos falta a los sevillanos cuyo hueco es difícil de llenar.

Tampoco por qué me hice fan de una locutora que, como mujer, adelantó a muchos hombres en su oficio. Estuvo condicionada, según repetía con razón, por el machismo e intolerancia que sufrió por ‘solterona’. Pero Carrillo era una mujer libre que vivió en el franquismo hipócrita como pudo según me dijo con ese glamour de las mujeres que dejan huella. Tenía poderío y conciencia envidiable. La única boda de Carrillo fue con la radio.

Marisa Carrillo se merece mayor honra pública en Sevilla que las crónicas de sus colegas. Muchos compañeros de Marisa en Radio Sevilla honran con su nombre el callejero de la ciudad. La ciudad ingrata con sus hijos e hijas notables, quienes nos enriquecieron a todos, le debe mucho a esta mujer. La que abrió espacios insospechados a ese feminismo del siglo XXI que debe saber con orgullo que una congénere luchó por lo mismo en peores condiciones y sin haber recibido el laurel en vida. Ese aplauso perenne, discreto y sincero lo tiene Marisa Carrillo ya. Su cuerpo ha muerto pero su voz sigue entre generaciones de sevillanos y sevillanas que no olvidan su señorío en las ondas. Esa radio sigue encendida.