Memorial del Tamarguillo y (VI)

Sevilla fue castigada con trágicos sucesos entre 1961 y 1975, la etapa más dura de su vida

07 ago 2017 / 10:11 h - Actualizado: 07 ago 2017 / 10:12 h.
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{Entre 1961 y 1975, años que incluyen la década de los años 60 del pasado siglo XX, Sevilla sufrió la etapa más dura de su vida, la más dramática y trágica que pueda recordarse de su historia. Motivo más que suficiente para que la ciudad lo recuerde con un monumento público, un memorial que mantenga para siempre vivo el sacrificio enorme que supuso para la sociedad de su tiempo.

Ese memorial podría instalarse en la actual avenida del Tamarguillo o en la rotonda llamada Olímpica, frente al puente del Alamillo, o en otros lugares. Y debería tener varios cuarteles dedicados a los siguientes temas: víctimas mortales de los derrumbamientos de casas ruinosas y heridos; víctimas mortales de catástrofes sufridas durante la década y heridos; relación de los cincuenta y tres suburbios; relación de los veinticinco refugios; relación de las nuevas barriadas y núcleos urbanos construidos; relación de los grandes sucesos con víctimas durante la década...

1961. El año estuvo marcado por las catástrofes producidas por el accidente de un camión de peregrinos rocieros (21 de mayo); el desbordamiento del arroyo Tamarguillo (25 de noviembre) y la caída de una avioneta de la Operación Clavel (19 de diciembre), que sumieron a la ciudad en profunda consternación. Los que conocieron en su día el rosario de tragedias sufridas por los sevillanos en 1961, saben por experiencia propia hasta qué punto una ciudad se desmoraliza cuando es azotada por el destino de manera tan continuada.

En mayo se produjo la primera tragedia. A las tres de la madrugada del domingo 21, la calle Parras, en el barrio macareno, hervía de satisfacción: sesenta y tres personas se disponían a salir de romería al Santuario de la Virgen del Rocío. Muchos iban por primera vez. Las muchachas vestían trajes de volantes y cantaban y tocaban las palmas sin cesar. Hora y media después, el camión yacía destrozado en el barranco que circunda la tristemente célebre cuesta de Las Doblas, a la salida de Sanlúcar la Mayor por la antigua carretera nacional de Huelva. El balance final horrorizó a los sevillanos: veintidós muertos y cuarenta y un heridos, algunos gravísimos y con lesiones irreversibles. Nunca había sufrido la ciudad un accidente de carretera con tan trágicas consecuencias.

El sábado día 25, por fortuna durante las horas del día, a las 3.45 de la tarde, se produjo la rotura del muro de contención del Tamarguillo y originó la peor inundación del siglo. «Las aguas –titulaba ABC en su primera página– han llegado al corazón de Sevilla».

La ciudad se enfrentaba a la más dura prueba que había sufrido en el siglo. El accidente del Rocío había sido terrible, pero sin las circunstancias que rodearon a la Operación Clavel, en una ciudad esperanzada en el cambio de suerte, agradecida, exultante, con la solidaridad de España. Por dos veces en pocos meses, Sevilla recibía la condolencia del Santo Padre Juan XXIII.

1962. En un accidente aéreo en las proximidades de Carmona, resultaron dieciocho personas muertas. En 1962 sufrimos más inundaciones, como en los años siguientes de la década, promovidas por los desbordamientos del Guadalquivir por su margen derecha, o por los afluentes. El agua no llegó a la ciudad, pero la tuvo muy cerca; sí la alcanzarían las consecuencias económicas negativas en parte de la provincia. El año 1962 trajo también otros fenómenos meteorológicos: en agosto, una espectacular ola de calor, con 43,2 grados a la sombra...; en diciembre, las Navidades más frías que se recordaban, con tres grados bajo cero de mínima... También en diciembre, una tromba de agua azotó Utrera y provocó la muerte de tres personas y cuantiosos daños materiales, quedando doscientas familias sin hogar. Y antes, en octubre, se estrelló a escasa distancia del aeropuerto de San Pablo, en el término de Carmona, el avión de la línea regular Barcelona-Valencia-Sevilla, pereciendo sus dieciocho ocupantes.

1963. Los sevillanos, que desde el comienzo de la década de los años sesenta no paraban de sufrir sobresaltos, tenían aún presente el profundo dolor que había causado en 1963 la trágica muerte de tres niños al hundirse parte del techo de una clase del colegio del Santo Ángel, en la calle San José número 23. Fue el día 2 de marzo, sábado, al filo del mediodía, cuando la ciudad conoció la horrible noticia que produjo la natural conmoción en los padres y demás familiares de los niños presentes en el colegio.

Durante horas, la confusión fue enorme, pues los niños heridos fueron inmediatamente trasladados a los centros sanitarios, y muchos padres y familiares los recorrieron en busca de noticias sobre sus hijos. Junto a la alegría de saberlos sanos y salvo, o levemente lesionados, estuvo el dolor de quienes conocieron la trágica realidad de su muerte. Fueron los casos de los padres y familiares de tres chiquillos: Antonio José Anglada Mayoral, de cinco años de edad; Mauro Antonio Sánchez Gómez, de cuatro; y Rafael González Carretero, de seis. Media Sevilla fue al sepelio y entierro de las víctimas, con todas las autoridades civiles y militares al frente, en una jornada de duelo que afectó a toda la ciudad.

1964. El incendio de varias casetas de la Feria de Abril provoca la muerte de un guarda, el anciano de ochenta y siete años José García Suárez, y numerosos heridos. El domingo 15 de marzo de 1964, a las once y media de la noche, un violento seísmo afectó a gran parte de España, Portugal y Marruecos. En Sevilla, el terremoto causó temores y desperfectos en algunos edificios, pero no se produjeron víctimas. Los sevillanos, poco acostumbrados a estos fenómenos naturales, se echaron a la calle presos del miedo y estuvieron casi toda la noche y madrugada sin regresar a sus hogares. Poco a poco, volvió la calma. La incertidumbre fue enorme por causas de la incomunicación telefónica que siguió al seísmo, durante varias horas, por causa de la acumulación de llamadas simultáneas. Muchos sevillanos pasaron la noche en sus automóviles en la Plaza de España, en la avenida de la Palmera y otras zonas amplias de la periferia.

1967. La niña Ana María Gutiérrez Benítez, de quince meses de edad, fue la víctima mortal más joven de cuantas sufrió Sevilla entre 1961 y 1980 por causa de hundimientos de viviendas ruinosas. Esta criatura sería símbolo de una tragedia soportada por los sevillanos con ejemplar resignación.

1968. Incendio en los Almacenes Vilima, en la calle Lagar, muriendo dos bomberos (27 julio). Campaña para desratizar la ciudad, invadida por un millón de ratas. Los dos clubes sevillanos, Sevilla F.C. y Real Betis Balompié descendieron de Primera a Segunda División este año y fueron símbolos futbolísticos del estado de ánimo de una ciudad sumida en permanente crisis.

1969. El año fue marcado por un acontecimiento inusual: el terremoto ocurrido en la madrugada del 27 al 28 de febrero y que fue uno de los más intensos sufridos por la ciudad. Poco después, el día 2 de junio, se repitió el temblor de tierra pero con escasa intensidad. El movimiento sísmico de 1969 fue la puntilla para muchos de los antiguos edificios, que envejecieron diez años como consecuencia del temblor de tierra, y donde la gente vivía hacinada y en condiciones infrahumanas.

1972. Causó dolor y rechazo el asesinato de una niña de dos años y medio en la barriada de Los Diez Mandamientos. Otro suceso fue el triple crimen de Heliópolis, nunca aclarado y vinculado al escándalo del aceite de Reace, en Vigo.

1973. Arde el bar nocturno La Vaquita, en la calle Joaquín Costa, y mueren seis personas (19 enero).

1975. En un cortijo de Paradas se cometen cinco asesinatos (15 julio).

1978. Alcanzó relieve la utilización de pintadas de protesta en gran parte de la ciudad. Ocupaciones de fincas agrarias, manifestaciones, cortes de carreteras y de vías férreas, paros de maquinaria agrícola, incendios de cosechas, etc., fueron noticias cotidianas durante la segunda mitad de los años setenta en la capital y numerosos pueblos de la provincia sevillana, como en otros lugares de Andalucía.

En síntesis, estos fueron los sucesos más trascendentes, pero en realidad durante toda la década no dejaron de producirse hechos negativos. La Ciudad de los Refugios (1961-1977) vivió la más profunda metamorfosis del siglo XX... La catástrofe provocada por el arroyo Tamarguillo tuvo imprevisibles y decisivas consecuencias en la expansión urbana y en la construcción de viviendas, con impactos negativos y positivos en barrios y barriadas, en la población, las formas de vida... Cambiarían todas las bases tradicionales: económicas, sociales, políticas, religiosas... Y comenzó la ruptura generacional, junto a la formación de una nueva clase media sin pasado.

En 1961, cuando la ciudad sólo vivía para el presente, con la esperanza de sobrevivir, angustiada por las terribles consecuencias del desbordamiento del arroyo Tamarguillo, nadie podría pensar que aquella catástrofe marcaría un hito de referencia obligada en la transformación urbana de la ciudad, en el caserío y en las formas de vida de sus habitantes.

En aquel ambiente de tragedia, quién iba a imaginar que de la destrucción surgiera, por fin, una nueva ciudad, después de tantos años de espera. Una ciudad que superaría los más ambiciosos proyectos urbanos de la primera mitad del siglo. Quién iba a imaginar, también, que las flamantes barriadas, coincidieran con el deterioro sociológico y arquitectónico definitivo de barrios históricos, con la diáspora obligada de sus habitantes.

La revolución silenciosa forzó cambios de residencia y de formas de vivir, con el abandono continuado de corrales y vecindades, para acceder a los pisos recién construidos. El tránsito del barrio a la barriada fue siempre doloroso: primero, inundación, ruina de los edificios, derrumbamientos con víctimas, desahucios colectivos con enseres en mitad de las calles...; después, hacinamiento en los refugios, años de espera.

Los miles de familias que sufrieron aquel dramático proceso de pasar del corral o el suburbio al piso, previa estancia obligada durante años en los refugios, nunca podrían olvidar tan penosas experiencias. Los padres y madres de familias, y principalmente los hijos, quedarían marcados para siempre.