Una adolescencia de sufrimiento y supervivencia ha sido su gran máster en ciencias de la vida, y ha forjado en él un talante de inagotable motivación y energía. Entre los 11 y los 16 años, Manuel Boza recibió un incesante apoyo de familiares, vecinos, profesores y compañeros de colegio, cuando se le descubrió un tumor y sus padres tuvieron que destinar todos sus ahorros a enviarlo al Memorial Hospital de Nueva York, de primer nivel en oncología, para que atajaran lo mejor posible el proceso cancerígeno. Tras dos años ingresado en dicho centro médico, y un lustro de hospitalizaciones y terapias, se asomó al umbral de la mayoría de edad con el firme deseo de estudiar ingeniería para mejorar los dispositivos ortopédicos que normalicen la sociabilidad de quienes han sufrido una amputación, en su caso la pierna izquierda.
Hoy en día, a sus 42 años, Manuel Boza puede decir con orgullo que es el pionero mundial en el diseño, producción y venta de fundas protésicas en 3D que lucen miles de personas en brazos o piernas como rasgo atractivo de su estilo y de su imagen en público o en privado. Unyq es su empresa, con sede en Cartuja. En una sala habilitada para la producción fabril, donde la temperatura ha de rondar siempre los 50 grados, funcionan de modo ininterrumpido durante las 24 horas del día sus 18 impresoras 3D para fabricar fundas (o ‘covers’) a la medida y gusto de cada persona que las pide. No hay ninguna estadística económica de exportaciones que pueda contabilizar la cantidad de sonrisas y de autoestima que Unyq genera en sus clientes.
Nació en Minas de Riotinto, de padre ingeniero de minas y madre criando a sus dos hermanas y a él, a su lado estuvo los dos años de tratamiento en Nueva York. Está casado con una ingeniera a la que conoció como compañera de clase en los años de carrera universitaria en Sevilla. Tienen tres hijos, residen cerca de la estación de Santa Justa.
—¿Cuál fue su primer empleo como ingeniero?
—De 1999 a 2001 en la empresa Telvent, de Abengoa, en el departamento de elaboración de estudios y ofertas para montar redes de telecomunicaciones, ya fuera para controlar una planta industrial, un gasoducto, etc., ya fuera aspirando a la adjudicación de un concurso público o a una contratación privada. Sobre todo por Suramérica. Aprendí muchísimo teniendo que discutir de cuestiones técnicas o de ofertas económicas con clientes, con proveedores,...
—¿Por qué decide crear su propia empresa en lugar de hacer carrera dentro de Abengoa?
—Sentía que había nacido para montar una empresa relacionada con las prótesis. Abengoa fue para mí una gran experiencia. Di el paso para mejorar mi formación, me fui a Madrid para hacer en el Instituto de Empresa un máster en dirección empresarial. Y como requisito pedían la creación de un proyecto de empresa. Vi que era el momento de intentar llevar a cabo mi sueño. Para introducirme en el sector protésico, contacté con fabricantes internacionales. Y llegué a un acuerdo con la empresa islandesa Össur, fundada por un amputado, que estaba buscando gente para expandirse por Europa. Primero fui su delegado en España y después amplié esa responsabilidad al sur de Europa. La etapa con Össur, de 2002 a 2006, también fue importante para mí, desarrollé mucho las habilidades comerciales y de marketing. Aún me faltaba saber más de desarrollo de producto aplicándole investigación (I+D) y a partir de ahí estructurar el desarrollo de negocio.
—¿Cómo solventó esa vertiente?
—Durante año y medio entré a trabajar como director de desarrollo de negocio en Grupo Forma 5, empresa sevillana con sede en el Polígono La Isla, uno de los mayores fabricantes de España en mobiliario de oficina. Y con proyección internacional. Yo buscaba una empresa con esas características, y ellos una persona de mi perfil para impulsar una línea de mobiliario adaptado a personas con necesidades especiales, tanto para geriátricos como para domicilios. En 2008, tras esa estupenda experiencia, ya decido tirarme solo a la piscina y crear mi empresa.
—¿Con qué medios empezó?
—Con una mano delante y otra detrás. Convenciendo a la familia para que me avalara. Y haciéndoles ver que no estaba loco por dejar un empleo estable y, en lugar de ingresar, ponerme a gastar. Empecé en casa, con un ordenador, dándole forma a los productos que tenía en la cabeza, pensando quién podía diseñarlos, y retomando los contactos con los clientes europeos de mi etapa en Össur. En 2010 arrancó mi empresa, al principio se llamó LegsGo. Se implicó mucho mi hermana Laura, y por las tardes nos ayudaba mi esposa, que además aportaba en casa los ingresos seguros.
—¿Cuáles eran sus argumentos para convencer a familiares y amigos?
—Que yo había nacido para esto, que era ahora o nunca. A partir del segundo año ya se convencieron de que iba totalmente en serio. Estaba todo en marcha, contratamos a dos ingenieros, y a diseñadores, y una persona para logística, otra para marketing,...
—¿Cómo surge su relación con Eythor Bender para ser cofundadores de Unyq, él desde EEUU y usted desde Sevilla?
—Nos conocimos en Össur, diez años antes. Cuando pongo en marcha la creación de la empresa, estuve buscando distribuidores e inversores en Europa y EEUU. A finales de 2013, conversamos para que fuera nuestro distribuidor en exclusiva en EEUU, a la vez que él estaba dirigiendo otra empresa. De tanto hablar por Skype, de modo natural surgió plantearnos por qué no unirnos y ser los dos socios cofundadores. Yo tenía en Sevilla el saber hacer sobre el producto, la fabricación y la logística, y el equipo que lo hacía. Él tenía en San Francisco (California) la conexión con inversores y la capacidad de comercialización en un mercado potente. Somos complementarios y nos ha unido la pasión por lo que hacemos y por darle a los amputados un motivo para alegrarse.
—¿Cuántas veces están juntos a lo largo de un año?
—Muy pocas, hablamos muchísimo en videoconferencia. En cuatro años, él habrá viajado cuatro veces a Sevilla y yo otras tantas a EEUU. Seguimos igual de enganchados, y nos repartimos muy bien las tareas de dirección. En julio he ido para estar con el equipo de la oficina que hemos abierto en Charlotte (Carolina del Norte), y con Eythor hemos visto en California a clientes e inversores.
—¿Situar su sede en el Parque Empresarial Cartuja les aporta sinergia con otras empresas?
—Hay sinergias. Tanto en nuestros inicios en el edificio de la Tecnoincubadora Marie Curie, como ahora en el antiguo Pabellón de Italia. La primera sinergia importante es sentirte acompañado cuando estás montando una empresa, e intercambias consejos, dudas, preocupaciones, con otras personas que viven un reto similar. Todos hemos pasado por una fase de aprender a las duras y a las maduras sobre cómo acertar con el producto y cómo lograr los clientes. También te ayudan en Cartuja mediante experiencias de mentorización, y vas ampliando tu red de contactos, a partir de ahí han surgido colaboraciones a nivel técnico con otras empresas.
—Cuando una persona como usted tiene una visión de la empresa tan ligada a su propia biografía, ¿piensa siempre que tiene la razón, y le resulta difícil admitir que otras personas de su equipo pueden entender mejor los problemas y aportar mejores soluciones?
—Una de las claves del éxito de Unyq ha sido evitar incurrir en eso. Siempre he tenido claro que una cosa es la persistencia y la resiliencia para luchar y seguir adelante, y otra bien distinta la cerrazón a tener en cuenta los criterios de los demás y sus críticas. Desde el principio, he fichado a profesionales que podían aportar más que yo en diversas facetas. Y he sido receptivo a rodearme de quienes pueden alertarme de errores, proponerme alternativas, hacerme ver complicaciones o riesgos innecesarios. Todos somos equipo.
—¿Quiénes fueron sus primeros clientes?
—Lo primero fue mantener la identidad de la empresa, pues tuvimos ofertas para adquirirnos, e intentos para que nuestra fabricación fuera ‘marca blanca’ de otras más grandes. Rechazamos ambas vías. El primer gran cliente fue la empresa alemana Medi, y después las españolas Orliman y Prim. Desde el principio ha sido muy buen cliente Grupo Ideo, tanto en Sevilla como para el resto de España.
—¿Y a nivel individual?
—Nos ayudó mucho todo lo que nos decían algunos usuarios, que estaban deseando enseñar sus prótesis y dejar de avergonzarse. Les encantaba nuestra propuesta de ‘cover’ personalizado. La persona con la que más congeniamos al principio es una italiana, Alexandra. Cuando en 2014 recibió nuestro primer envío, nos hizo llegar fotos luciéndolo en la playa, en la montaña,... Con sus colores favoritos, el rosa y el rojo. Y siempre con una sonrisa de oreja a oreja. Tan feliz se sentía que en Navidad nos mandó un ‘panettone’ como regalo y agradecimiento a todo el equipo por todo lo que había mejorado su vida.
—¿Cuál es la alianza más importante que han logrado en el sector protésico?
—Tenemos un acuerdo que es fundamental para nosotros: con el mayor fabricante de protésicos del mundo, la empresa alemana Ottobock. Tiene casi 8.000 trabajadores y en 2019 cumple un siglo de vida. Cuando Eythor y yo comenzamos a montar Unyq y empezamos a tener repercusión internacional, viajaron para vernos, ya nos conocíamos porque éramos su competencia desde Össur. Y nos dijeron: “Sabéis que en Ottobock hacemos las mejores prótesis a nivel biónico para todo tipo de amputaciones, y vosotros las vestís con un estilo único que nosotros no somos capaces de hacer. Nosotros fabricamos en serie y vosotros una a una. Vamos a unirnos”. Lo vimos claro: Blanco y en botella. Y tenemos una alianza que está funcionando muy bien, contamos con el apoyo de su red comercial y en clínicas.
—¿Qué tipo de inversores norteamericanos han logrado?
—No son los típicos ‘business angels’ que entran en una empresa para salir pocos años después, sino de los que tienen vocación de permanencia. También hemos captado como inversores a grupos industriales, como 3D Systems, uno de los mayores fabricantes de impresoras 3D a nivel mundial.
—¿Cuántas personas forman la plantilla, y cuál es la facturación de Unyq?
—Somos 27 en plantilla. De ellas, siete personas en EEUU, entre las oficinas de San Francisco y Charlotte, sobre todo para ventas y marketing. Y en Sevilla somos veinte, de los que cinco se dedican a venta y marketing en Europa y el resto abordan a nivel mundial el diseño, fabricación y logística. Toda la producción se hace y distribuye desde Sevilla. Este año superaremos el millón de euros en ventas.
—¿Cuál es el precio medio?
—Suele oscilar entre 300 y 1.200 euros, en función del material, de los acabados y del grado de personalización. Las cajas también están muy cuidadas, con un diseño estilizado, para acentuar el valor emocional de un objeto que es un regalo a ti mismo. Nos dio mucha repercusión mediática el que hicimos para Alex Minsky, quien es imagen de nuestra marca. Nos dijo: “Quiero que me hagáis el tatuaje que yo me haría en la pierna que no tengo”. Le hicimos un ‘cover’ con un ave fénix cuyas plumas van subiendo y se convierten en llamas. Lo lució en la Semana de la Moda en Nueva York.
—¿Cuántos ‘covers’ protésicos fabrican hoy en día?
—Un promedio de 130 a 150 cada mes. Ahora comenzamos a vender también otra línea de productos: corsés para quienes padecen escoliosis. El lanzamiento ha tenido buena acogida en Estados Unidos.
—¿En cuántos países venden?
—Hasta ahora tenemos clientes en 40 países. El 50 por ciento de las ventas son en EEUU-Canadá. El restante 50 por ciento es en Europa, casi todo en Alemania, Francia, Italia y España. Se notan diferencias en la receptividad. En Alemania nos costó porque se fijaban más en la tecnología. En Italia fue al revés, atienden más al estilo que a lo tecnológico.
—¿Qué modelo les han demandado más?
—Uno que se ha vendido mucho es el Galaxy, con inspiración en el comic y en la era tecnológica, nos ha ayudado mucho a que la gente entienda las posibilidades de la impresión 3D en detalle, acabado y personalización del diseño. Que el único límite en la impresión 3D es la imaginación.
—¿Cómo incorporan la ciencia médica para que esos productos sean adecuados a las características físicas de cada paciente?
—Estamos incorporando el conocimiento y criterio de traumatólogos para que nos guíen en el desarrollo de productos que tienen funcionalidad, como el corsé para escoliosis. Antes, solo teníamos trato con las ortopedias y sus médicos expertos en rehabilitación.
—¿Han logrado acuerdos con entidades hospitalarias de relevancia en la atención a personas con amputación?
—Lo tenemos con el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed, con sede en Washington, que atiende en Estados Unidos a los veteranos de guerra con amputaciones y les aporta cualquier innovación que mejore su calidad de vida. En Italia, trabajamos mucho con el hospital civil más especializado a nivel europeo para el tratamiento a pacientes amputados, es el Centro Protesi Inail, en Vigorso di Budrio, cerca de Bolonia.
—El desarrollo de Unyq coincide con la mayor visibilidad del deporte paralímpico. ¿Les ha favorecido?
—Muchísimo. Cuando empezamos, éramos pocas las personas que en verano nos atrevíamos a ponernos pantalón corto y que se vieran las prótesis, con sus hierros y tornillos. Desde los Juegos de Londres 2012, se está normalizando la reputación social de la persona discapacitada que se ejercita en público, sea o no deportista. Ya se nos ve como personas con vida más o menos activa, que superamos retos, que sonreímos a pesar de la adversidad. Y con Unyq ayudamos a incorporar estilo a su imagen. No queremos enseñar hierro, sino estilo. Y a combinar colores y diseños con la ropa, las gafas, los zapatos... Es tan sencillo como quitarse una funda y ponerse otra.
—¿Cuál es su principal estrategia para los próximos años?
—La más estratégica es invertir para montar una ‘factoría digital’ con impresoras de alta producción. Llevamos nueve meses analizando las máquinas de última generación y negociando con los principales proveedores, para decidir con quién lo montamos. Si ahora tenemos impresoras que hacen un ‘cover’ cada 48 horas, el objetivo es tener máquinas capaces de fabricar nueve ‘cover’ cada 48 horas. Y diseñar ese espacio industrial para que también sirva como ‘showroom’, y acercar esa tecnología a la gente, ya sean empresas o familias. Nos gustaría instalarla en el Parque Tecnológico Cartuja y seguir dentro de él, invirtiendo en I+D. Estamos encantados por su ubicación, sus prestaciones, y los eventos que organizan para que los aprovechemos.
—¿Cómo intentan mantenerse por delante de empresas competidoras?
—La competencia ya se está despabilando y quiere copiarnos. Hemos sido los primeros y, para segur por delante, tenemos tres claves. La primera: continua mejora de los diseños. Detrás de cada diseño hay mucho trabajo. Nuestros diseñadores son capaces de hacer el diseño de un ‘cover’ en dos o tres horas. En la competencia, donde no tienen siete años de experiencia, están buscando diseñadores para que los hagan en dos o tres semanas. La segunda clave: invertiremos en una factoría digital para reducir el tiempo de entrega, y que pase de cuatro o cinco semanas a ser de dos o tres semanas. Y la tercera: que llegue a la ortopedia antes el ‘cover’ que la prótesis. Hemos visto cómo se han incrementado las ventas desde que lo logramos. Con esas ventajas mantendremos un par de años de margen respecto a la competencia.
—¿La impresión 3D va a ser ya un dispositivo en los hogares aplicado al consumo y a la vida cotidiana, como se vaticina desde hace años?
—Creo que se empezará a generalizar dentro de unos cinco años. Desde hace 30 años hay expectativas sobre la aplicación de este avance tecnológico, patentado por vez primera en 1986. Y ha habido fluctuaciones en la curva de crecimiento de su implantación industrial o doméstica. En 2010, todos los grandes fabricantes creyeron que para 2015 iba a generalizarse tener en casa una impresora 3D, y volcaron sus inversiones hacia eso. Pero llegó 2015 y comprendieron que todavía no estaba madura ni la tecnología ni la sociedad. Porque no es fácil diseñar, imprimir y mejorar un objeto. Y dieron un paso atrás para volver a centrarse en las máquinas 3D para uso industrial, y ahí sí hay un gran crecimiento en las ventas.
—¿De qué manera cree que dentro de cinco años se popularizará la autoproducción en 3D?
—El gran reto es lograr que las utilicen personas sin conocimiento ni experiencia en programas de diseño y modelado tridimensional. Hasta ahora, hacía falta ser ingeniero o diseñador para poder utilizar esa herramienta. Para el futuro, se está avanzando en aplicaciones para que cualquier persona, con un iPad o con una tablet, con varios movimientos del dedo pueda diseñarse una pieza o modificar alguna cuyo modelo extraiga de internet, y que le sea fácil completar el proceso dándole al botón de impresión. Otros esfuerzos van encaminados a usar servicios de impresión 3D en la ‘nube’ de las redes informáticas, sin necesidad de tener una impresora en tu domicilio. Por ejemplo, diseñar una joya, o un marco, o una pequeña escultura, mandarlo a ese servicio de impresión, y que te envíen esa pieza a casa varios días después.
—Como ciudadano, ¿qué prioridad propone para mejorar Sevilla?
—Puede mejorar mucho con un cambio de actitud de la sociedad sevillana basado en dos claves. La primera: creerse que somos capaces de hacer cosas sobresalientes a nivel mundial. Que todo no viene de EEUU, ni de Alemania. Desde Sevilla podemos crear innovaciones de las que se beneficien muchas personas en todo el mundo. Eso es fundamental. Y la segunda: viajar y tener experiencias en el extranjero. Cada uno en la medida de sus posibilidades. Pero debe ser un objetivo de todos, a nivel individual, y como padres, y como empresarios. Para observar, para inspirarse, para tener actitud crítica, para ser más autónomos. Que nuestros hijos tengan esas capacidades.
—¿Ha sufrido muchas veces el prejuicio que induce a presuponer que los sevillanos no son punteros en innovación tecnológica?
—Muchas veces, casi a diario. Todo el mundo se queda sorprendido. Comenzando por muchos sevillanos. Cuando hablamos con alemanes, franceses, italianos, ingleses, escandinavos, etc., y les decimos dónde estamos, pestañean y preguntan: “¿Sois de Sevilla? ¿Estáis en Sevilla?” Cuando les explicas que en Sevilla hay dos escuelas de ingeniería bastante potentes, y un siglo de tradición en industria aeronáutica, empiezan a entender las capacidades que hay.
—Usted, y el resto de su equipo en Unyq, ¿perciben que en Sevilla cada vez hay más pymes tecnológicas de dimensión internacional? ¿Conocen a mucha gente como ustedes?
—Quienes trabajamos en Unyq sí lo percibimos, empezamos a tener más contactos y conversaciones con empresas y profesionales de muchos sectores que también han logrado desde Sevilla desarrollos espectaculares y venden en países importantes. En general, todos son poco conocidos porque están tan concentrados en su intenso ritmo del día a día, tan ilusionados con su trabajo, que no se dedican a propagar en su entorno lo que están haciendo. Siento admiración por quienes aplican tanto tesón y tanto empuje para sacar adelante como empresa su pasión creativa.