“La Fundación Cajasol me ha dicho que la exposición ‘Murillo fotógrafo’, realizada por mí conjuntamente con José Antonio de Lamadrid, y producida con apoyo de dicha fundación dentro del programa conmemorativo del Año Murillo que coordina el Ayuntamiento de Sevilla, ha batido el récord de asistencia en su actual sede central, con 17.000 visitantes. La quiere llevar a otras ciudades de Andalucía. Y nosotros también queremos moverla fuera de Andalucía, aprovechando que salieron reportajes en todas las televisiones españolas. Espero encontrar un buen gestor cultural que nos ayude. Porque a nosotros se nos da mejor hacer fotografías que encargarnos de la producción y comercialización”. Lo confiesa Laura León, que desde hace muchos años ha roto moldes por atreverse a hacer fotoperiodismo de primer nivel en temas y lugares que por inercia parecían solo cosa de hombres.
—Hágame un álbum de su universo sevillano.
—Nací en Sevilla en 1976. Mi padre trabajaba en Telefónica y mi madre era enfermera. Ambos están ya jubilados. Tengo una hermana mayor, es profesora de universidad e historiadora. Vivo con mi pareja, padre de tres hijos, compartimos una casa de campo entre Alcalá de Guadaíra y Dos Hermanas. Ya en mi infancia me gustaba el silencio, me acostumbré cuando vivía con mis padres en una casa en la urbanización de Santa Clara. Estudié en varios colegios e institutos en el Polígono de San Pablo, Sevilla Este y Umbrete, terminé en el céntrico IES San Isidoro y entré en la carrera de Historia del Arte. La dejé en segundo curso para dedicarme por entero a la fotografía.—¿Le gustaba más hacer que estudiar?
—Me metí en Historia del Arte porque siempre había sido una estudiante óptima en las asignaturas de Letras. Pero, una vez dentro de la carrera, me aburría muchísimo en la universidad. No iba al ritmo que yo deseaba. Yo quería acción. Y decidí dedicarme a la fotografía, y que me iba a llevar por delante lo que hiciese falta. Tenía una curiosidad tremenda y le ponía especial atención a las situaciones sociales. En un momento determinado, empecé a hacer fotos por la calle. Y luego, estudiar fotografía e intentar aprender a hacer las cosas medianamente bien.—¿Recuerda su primera cámara?
—Una Vivitar que me regaló mi padre. Cámara reflex muy manual. Cuando empecé, no tenía ni idea. Los primeros carretes me los cargué porque no sabía ni sacarlos. Aprendí rápido todo lo técnico. Comencé a trabajar en periódicos y revistas en Sevilla, y moverme por España. Disfruté muchísimo cuando noté un salto en mi profesionalidad y empecé a tener la sensación de saber ya a manejar el lenguaje fotográfico.—¿Dónde cruzó su rubicón profesional y personal con cámaras en la mano?
—En Gaza, llegué en 2006. Ya entonces, tras rebelarse en dos ‘intifadas’, estaba la población palestina viviendo un enclaustramiento atroz. Ya era una cárcel a cielo abierto. Estuve muchos meses, a lo largo de varias etapas por Oriente Medio (Israel, Líbano, ‘Primavera árabe’...). Viví los bombardeos diarios, el corte de suministros,... Durísimo. Allí empecé a colaborar y publicar en medios internacionales.—Muchos fotoperiodistas intentan destacar en lugares como Gaza, que es de vez en cuando apertura informativa en noticiarios de medio mundo.
—Periodísticamente, es un lugar importante, porque en un momento determinado el mundo entero puede estar mirando qué sucede allí. A nivel personal, es súper intenso. Y no es nada fácil entrar. Israel ha de concederte los permisos, y filtran mucho la entrada de fotógrafos. Hubo veces en que solo estábamos un par de fotógrafos internacionales.—¿Cómo era su vida cotidiana en Gaza?
—Aprendí a chapurrear algunas palabras en árabe y eso me facilitó mucho el contacto. Además, como yo era la única chica fotógrafa, me conocían. Cuando yo cruzaba el paso fronterizo de Israel a Gaza, donde hay un ‘check point’ brutal y sofisticado, parece que estás en la NASA. Cuando llegaba al paso palestino, parecía Marruecos. No sentía peligro hacia mí. Vivía en un hotel que se supone que está respetado por los bombardeos israelíes, porque en él alojan a gente de fuera. Cuando la cosa se ponía complicada, por temas de capturas, de raptos, de secuestros, tenía que irme a vivir camuflada durante un tiempo, a un apartamento o a otro hotel. Comía bien, lo que hubiese. En Gaza, las penurias eran emocionales. Allí es donde se concentra lo peor del ser humano, y las consecuencias que provoca.—¿Cuando abandona un lugar como Gaza, siente la necesidad de mantener lazos para siempre con algunos de sus habitantes?
—Mantengo contacto con gente de allí, más que con personas en Barcelona, donde estuve viviendo después. Conoces tanto el dolor de la gente, y la impunidad de quien lo causa, que no quieres desvincularte ni olvidarles ni dejar de apoyarles. Hay una parte de esas vivencias que sí conviene olvidar y superar para que no te impida seguir adelante. Porque el estrés te puede llevar incluso a la enfermedad.—¿En qué viaje como reportera ha vivido las peripecias más peregrinas?
—En cualquiera de esos viajes, cada día es lo más alejado de la vida monótona. Puede surgir algo genial o algo grotesco. En Uzbekistán fue el mayor cúmulo de peripecias. Fui por mi cuenta para después venderle un reportaje a una revista noruega. Tras varios días haciendo fotos en Tashkent, quise ir a Moynaq, en la zona más desertizada del Mar de Aral. Por las calles buscaba alguien que nos pudiese llevar en coche, para un recorrido de más de ocho horas. Imposible entenderse mediante un idioma. Con el mapa por delante, y con señas, llegué a un acuerdo con un hombre. Aparece con un coche viejo que parecía de los años 70, y desde el comienzo del viaje, el coche hacía muchísimo ruido, como si estuviera circulando con una marcha inadecuada y forzada. Cuando perdimos la paciencia y le preguntamos qué pasaba, nos dijo que el coche estaba roto, no podía cambiar de marcha. Llegar fue una odisea. Y descubrimos que no había nadie. Estaba despoblado. Y tuvimos que dormir en el suelo de una casa. —¿Colaborar con el ‘New York Times’, el periódico más famoso del mundo, le ha permitido prosperar además de obtener prestigio?
—Llevo diez años trabajando para el ‘New York Times’, creo que en España no hay otra persona que haya mantenido tanto tiempo una colaboración con ellos. Nunca he alardeado de eso. Muchos compañeros ni lo sabían. No sé si otros medios internacionales me llaman porque ven mi nombre en sus páginas. Hasta hace año y medio, sacaba cada mes uno o dos reportajes en el ‘New York Times’. En un 70%, propuestas mías.—¿Es fácil convencerles con una sugerencia novedosa o tienen una idea muy preconcebida sobre lo que es España?.
—Conviven las dos tendencias. Para convencerles, hay que saber contar y vender las historias que se proponen. Y he vendido muchas ideas relacionadas con la economía, con la Semana Santa, con la cultura, con la vida en los pueblos,... El tema que más impacto logró fue la ocupación de una finca de la duquesa de Alba por parte del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), Por otro lado, es verdad que a veces te encargan temas que son muy de querer dar una imagen por cojones.—¿Cuáles son otros medios internacionales que la reclaman para publicar con ellos?
—Hay muchos: La agencia norteamericana Associated Press, ‘The Wall Street Journal’, la revista alemana ‘Der Spiegel’, el periódico francés ‘Le Monde’, entre otros.—¿Procura encontrar en la vida cotidiana de la sociedad la misma fuerza mediática que solo se le presupone a la actualidad de última hora?
—De ahí salen muchos de los reportajes que he publicado en los medios internacionales. Por ejemplo, sobre el tema de la inmigración he publicado tres en el ‘New York Times’ y solo uno de ellos fue como reacción a una masiva reacción de pateras. En las otras dos ocasiones, fueron historias propuestas por mí cuando el tema había dejado de ser novedoso y se cae de la agenda por desidia.—¿Cómo afronta la presión de realizar buenas fotos para resolver un encargo sobre un tema candente donde no sea nada fácil fotografiar a sus protagonistas?
—Son medios muy exigentes en la forma y en el fondo. Cuando te envían a un lugar para reportajear, no quieren recibir como respuesta que vuelves de vacío, porque te expones a que no cuenten más contigo. Y mi solución no es inventarme morbo. No cedo ante esa presión.—Dígame un ejemplo.
—Me enviaron a Algeciras para buscar a la familia de un chico que había cometido un atentado yihadista en un tren que salió de Amsterdam. Solo estaba el padre. Encerrado en su casa. Llamé, abrió la puerta, y cuando me vio con la cámara, se puso histérico. Con toda la razón del mundo. Entonces, le dije que yo no iba a hacer fotos. Mi compañero periodista le pidió hacerle algunas preguntas sin que le sacáramos fotos. Aceptó. El ‘New York Times’ se disgustó, y se lo expliqué: “No voy a hacerle fotos a una persona que no quiere y que no es directamente responsable del atentado. No colaboro con ese tipo de morbo”.—¿Cómo lo soluciona?
—Cuando las historias no se pueden materializar directamente, me afano en hacerles y enviarles buenas imágenes de recurso que les gusten. Por ejemplo, en Granada, cuando me encargaron el tema del abuso de menores por parte de un sacerdote. Si no logras que algunas personas acepten ser fotografiadas, tienes que buscar recursos con los que no se meta la pata. Con los editores de los medios internacionales, nunca me he sentido presionada para hacer algo cutre. La falta de ética y la chapuza la he visto más con los de España.—¿Cuál es el medio de comunicación español con el que ha trabajado mejor?
—El periódico ‘Público’. Yo estaba en Barcelona, desde donde viajaba a muchos países del mundo, y en su fundación como periódico de papel me ofrecieron trabajar desde Sevilla, haciendo un periodismo muy reportajeado, muy elaborado. Y bien pagado. Fueron unos años espectaculares. Hasta que se acabó.—Como tantos profesionales del periodismo, ¿su vida también se ha visto muy condicionada por la precarización?
—La condiciona, y mucho. Siempre me he mantenido a flote, pero he tenido alguna racha bastante dura. A nivel profesional ahora me va bien. En España, hay magníficos periodistas y fotógrafos. También en ciudades como Sevilla. Miro a mi alrededor y veo su nivelazo. Pero sufriendo la falta de medios para hacer bien su trabajo. Cuando en 2016 me concedieron el Premio Andalucía de Periodismo, lo dije en mi discurso: “Me parece increíble que una fotografía mía tenga menos valor para el director del periódico donde la estoy publicando que para un coleccionista que me la compra”.—¿Cómo empieza su carrera en las galerías de arte y salas de exposiciones?
—Mi primera incursión fue una exposición fotográfica en Madrid, en las salas del Canal de Isabel II. Necesitaba experimentar con el lenguaje para artístico para expresarme. Fue una breve incursión porque sentía que me estaba perdiendo vida en la calle, no me apetecía tanta introspección. Con el tiempo, hubo un punto de inflexión en mi carrera profesional, y el galerista sevillano Fernando Roldán me apoyó para exponer y me insistió en avanzar con la fotografía artística. Porque mi oficio, el fotoperiodismo, se estaba desangrando en la forma y en el fondo: poco trabajo y en muy malas condiciones. Y, además, sentí que estaba tocando techo con el lenguaje del fotoperiodismo, y necesitaba dar salida a más cosas que quiero expresar. Así arranca el proyecto ‘Murillo fotógrafo’.—¿Y no emana del fotoperiodismo, aunque tenga otro planteamiento estético?
—El bagaje fotoperiodístico está en la base de esta expresión más artística. Porque ponemos el foco en cuestiones sociales. El objetivo final de ‘Murillo fotógrafo’ no es la plasticidad, sino la denuncia social. Los personajes son personas reales, no se les paga por posar, participan de un proyecto con vocación documentalista. No son modelos para una campaña de publicidad.—¿Se ignora que la mayor aportación creativa y cultural de un fotoperiodista, para suscitar emoción y reflexión, es la enorme carga de mundología que lleva dentro en su fuero interno por su modo de vida, en comparación con la mayor parte de los pintores, músicos, escritores, cineastas...?
—Claro. La fotografía ha sido una hermana menor dentro del periodismo, en comparación con el valor que se da a la escritura. Y una hermana menor en los museos si la comparamos con la pintura. Ahora se está viviendo un momento dulce para la fotografía en el ámbito artístico. Pero todavía queda mucho camino por andar. La sociedad ha de evolucionar para aprender mejor su lenguaje y apreciar más su valor. Da igual si lo que quieres contar es algo abstracto, o algo que está ocurriendo. Lo que estás viendo sale desde dentro, porque es una elección y una selección para fotografiar.—¿Probó a ver su exposición ‘Murillo fotógrafo’ como si fuera una espectadora más, para conocer los comportamentos del público y escuchar sus comentarios?
—No lo he conseguido. Imposible para mí cortar el cordón umbilical de ser y sentirme en las salas como la parturienta de la exposición.—¿Seguirá haciendo tándem con José Antonio de Lamadrid para otro proyecto en la misma línea?
—Sí. Cada uno de nosotros lleva su carrera por separado, intentando ganar dinero para invertir parte de las ganancias en disponer de equipos que utilizar en un proyecto conjunto de más envergadura que el de Murillo y en la misma línea. Queremos darle continuidad a esta línea creativa. Ya lo tenemos en mente, ahora se trata de lograr que esté garantizada su financiación. De lo contrario, es imposible hacerlo.—Cuando se interesa un coleccionista por sus fotos para comprarlas, tanto una sola como una serie, ¿qué cifras se manejan para su adquisición?
—Desde 200 euros hasta 5.000 euros.—¿Cómo se remunera su trabajo de fotoperiodista para periódicos y revistas internacionales?
—Los presupuestos cambian mucho, según el medio, el tema y el viaje. Desde 400 o 500 euros por día de trabajo, a 700 u 800 euros por día.—¿Tiene otras vías de ingresos?
—Sí, recibo muchos encargos para hacer retratos, y también sobre interiorismo, que me encanta y está mejor pagado.—¿Qué fotos le gustaría hacer y aún no son posibles?
—Fotografiar el mundo de los sueños. La imagen de un sueño, fotografiarla exactamente. Hubo una época en la que me obsesioné y me dije que algún día haría una serie fotografiando mis sueños.Como ciudadana de Sevilla y trotamundos, ¿cuál es su punto de vista sobre la evolución de la sociedad sevillana?
Positivo, porque veo a emprendedores empujando hacia la modernización de la ciudad. Son algunos destellos esperanzadores en una ciudad bastante clasista que insiste en vivir de la construcción, el turismo y los servicios. Hay mucha pobreza pero en la población hay mucho potencial. La crisis ha estimulado en Sevilla la creatividad, como en Argentina cuando sufrió el ‘corralito’ financiero y en plena desesperación la gente se volvió muy creativa. En Sevilla se nota ese impulso por ejemplo en la artesanía, tanto hacerla como comercializarla.
—¿Qué pregunta no le he formulado y echa en falta en esta entrevista?
—A cualquier persona siempre hay que preguntarle si es feliz. Siempre me he fijado en eso. Y he echado de menos esa pregunta en todos los contextos de la vida. Porque la gente acostumbra a decir el “Qué pasa? Cómo estás?”. Y nadie lo pregunta de verdad, y nadie lo contesta de verdad. Cuando se plantea de verdad, te puede sorprender mucho la respuesta. La de esa persona que ha escrito el gran libro de su vida pero piensa en el suicidio. O las personas que lo han perdido todo y son capaces de decirte que siguen teniendo lo más importante. La vida hay que descubrirla con preguntas.