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Son y están

«Nuestra sociedad se equivoca queriendo evitar la delincuencia solo con más prisión»

Amparo Morillo Arjona. Psicóloga de la Asociación Zaqueo para la Reinserción Social. Desde hace 12 años se afana, a pesar de la escasez de medios, en lograr una meta que debería ser prioridad política y de la opinión pública: que el mayor número posible de personas que pasan por las cárceles de Sevilla dejen de ser delincuentes y enderecen su vida de modo positivo, por su propio bien y por el de la sociedad.

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
03 nov 2019 / 08:54 h - Actualizado: 03 nov 2019 / 08:56 h.
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  • Amparo Morillo, en la casa de acogida de la Asociación Zaqueo, en la barriada sevillana de Valdezorras. / JESÚS BARRERA
    Amparo Morillo, en la casa de acogida de la Asociación Zaqueo, en la barriada sevillana de Valdezorras. / JESÚS BARRERA

Estupenda la paella que uno de los cuatro residentes de la Casa Abierta estaba preparando en el patio mientras otro de ellos me enseñaba habitaciones, aseos, despensas... En el salón se conversaba, y la televisión no estaba encendida. “Pasamos tantas horas viendo la tele en la cárcel que cuando estamos aquí de permiso lo que más deseamos es hablar con otras personas”. Testimonio a bote pronto en la sede de la Asociación Zaqueo para la Reinserción Social, entidad fundada en 1996 por la monja adoratriz Carmen Sánchez, al ver la mayor dificultad que padecían los hombres respecto a las mujeres para rehacer sus vidas tras cumplir sus condenas por mantener menos vínculos familiares. Zaqueo es ahora presidida por la procuradora Inmaculada Ruiz Lasida y tiene su principal base en la difícil labor que realiza, con reclusos en régimen penitenciario de segundo y tercer grado, la psicóloga sevillana Amparo Morillo, de 40 años, que reside en Sevilla Este con su pareja y tienen un hijo de año y medio de edad. Porque en la sociedad española actual se escucha muy poco la máxima de la escritora y pionera del feminismo Concepción Arenal: “Odia el delito y compadece al delincuente”.

¿Cuáles son sus raíces personales?

Mis padres están jubilados los dos. Han sido arquitectos. Me crié en el barrio de Santa Clara, estudié en el Colegio Santo Ángel de la Guarda. En mi adolescencia me planteaba dedicarme al arte. Me gustaban mucho la pintura, las manualidades. Pero me enfoqué hacia la carrera de Psicología y la labor social porque con 17 años empecé a colaborar en Cáritas como voluntaria. Empecé con un taller infantil para niños del Polígono San Pablo. Y después viví una gran experiencia viajando a Ecuador para estar allí tres meses trabajando con niños de la calle.

¿Sus primeros trabajos en Sevilla?

En programas de alfabetización en el Polígono Sur, con mujeres del barrio que no sabían ni leer ni escribir. En escuelas de verano en ese barrio y en Los Pajaritos. En centros educativos de Mairena del Aljarafe impartí formación sobre educación sexual, prevención de drogodependencia, prevención de trastornos de conducta alimentaria,...

¿Cuándo se vinculó a la Asociación Zaqueo?

En 2007, desde la Universidad Olavide me seleccionaron para hacer prácticas remuneradas en esta asociación, que entonces tenía su sede en Santa Clara, mi barrio, donde yo no residía ya. Y he seguido trabajando de modo permanente, nos trasladamos a Sevilla Este y después a Valdezorras, en una casa cedida por Cáritas, donde estamos muy a gusto. La integración con el vecindario es magnífica, muchos vecinos colaboran, incluso nos regalan alimentos, enseres...

¿Cuál es su principal cometido?

El pilar básico de la asociación es desarrollar el programa Casa Abierta, esta es una casa de acogida para los internos. El Código Penal establece que, para la reinserción social, tienen que ir saliendo de una forma gradual para readaptarse a la sociedad. Disfrutan de una serie de permisos y, después, podrían pasar a un tercer grado e, incluso, a una libertad condicional. Con una condición fundamental: que haya una tutela familiar. Si no tienen red social de apoyo, entramos nosotros en acción para hacernos cargo de esa acogida, y, en coordinación con la institución penitenciaria, que disfruten de los permisos en nuestra casa de acogida.

¿Cómo reforzó su formación para este reto?

Me han supervisado muy buenos profesores del máster en terapia familiar y de sistemas que se imparte desde el Hospital Macarena, y en el que ahora también soy docente. Lo que más me impactaba, al principio, era tratar a gente de mi edad. Quieras o no, te identificas más, y veía la vida tan dura que han tenido... Jóvenes con problemas de drogadicción cuyas familias han tirado la toalla en una convivencia insostenible. Otros que han vivido casi siempre o en reformatorios o en prisiones. Yo tenía el recuerdo de haber conocido, en mi etapa juvenil, y en campamentos de verano, a niños amparados por el antiguo centro Talita Kum, y descubrir que eran mucho más víctimas que verdugos. Mientras los jóvenes como yo disfrutamos con una vida familiar que nos aporta tantas alegrías y oportunidades, ellos carecían de esos apoyos, de esos apegos. Es injusto que su origen, que no depende de ellos, les condicione con tanta dureza.

¿Cuántas personas trabajan en Zaqueo?

Dos personas contratadas: Guillermina, la monitora, que reside en esta casa, y yo. Contamos con la colaboración de doce voluntarios. Cuando yo comencé éramos cinco trabajadores. Con la crisis, disminuyeron mucho las ayudas públicas, pero hemos conseguido que siga viva. Nuestro presupuesto anual es ahora de solo 60.000 euros. Tenemos algunos socios benefactores. Y cada mes de marzo se organiza una gala benéfica en el restaurante La Raza. El presidente del Grupo La Raza, Pedro Sánchez Cuerda, está en la junta directiva de Zaqueo y también la presidió, es sobrino de la fundadora.

Al cabo del año, ¿a cuántas atienden?

En acogida a más de 40, siempre hombres, en la casa pueden estar a la vez ocho como máximo. No todos disfrutan de permisos en las mismas fechas. En la casa, se ocupan de todas las labores (cocinar, limpiar, ordenar...) supervisados por la monitora, que en la convivencia con ellos cumple una función básica de referente para que se sientan en familia. Además, también realizo grupos de terapia de reinserción social con personas que están en régimen de tercer grado, son entre 10 y 20 al año. Todo en coordinación con Instituciones Penitenciarias, incluyendo la selección de los internos. Un 70% son nacidos en España.

¿Tienen sinergias con otras entidades sociales para trabajar con la población reclusa?

Sí, aquí no se compite, se colabora desde la optimización de recursos. Somos entidades que tenemos que sobrevivir con lo mínimo y nos necesitamos las unas a las otras. A nivel estatal pertenecemos a una red de organizaciones del entorno social penitenciario, la Rosep. Y las que trabajamos en Sevilla hemos montado Enredes, de la que forman parte la Fundación Padre Leonardo Castillo, la Fundación Prolibertas, la ONG Solidarios para el Desarrollo, Aprose, la Federación Enlace, Asaenes, la Pastoral Penitenciaria, la Asociación de Mujeres María Laffitte, la Federación Liberación, la Fundación Padre Garralda Horizontes Abiertos y Adhara.

¿Qué objetivos se marca en su labor con cada una de las personas?

Empoderarlos. Hacer que crean en sí mismos. Si no son capaces de tener autoestima, es muy difícil que luchen por su evolución. Siempre por un cambio a mejor. Hay personas a las que les puedes exigir más y a otras menos, depende de su punto de partida. Pero siempre que haya un avance. Que tomen las riendas de su vida, el cambio es de ellos, suya ha de ser la fuerza de voluntad. Yo les acompaño en su proceso de cambio, para que superen los comportamientos antisociales incluso si lo pasan mal y cunde en ellos la amargura.

¿Cómo evitan las recaídas en las personas con más propensión a drogarse?

Los hay que hacen las estancias dentro de comunidades terapéuticas. Si la drogadicción es alcoholismo, con ellos interviene la Asociación Anclaje. Las recaídas son una amenaza sobre todo cuando la salud mental no es estable. Sorprende ver cómo hay personas que en poco tiempo pasan de lo más alto a lo más bajo. Y en cambio, otros muestran una situación menos pletórica y sí son capaces de mantenerse. Es muy importante que quienes recaen no tengan reparos en pedir ayuda. Ese es el primer paso para ir asentando en su fuero interno la solución definitiva para vencer la adicción.

Muchas personas tienden hoy en día a entablar relaciones incluso más por canales digitales que comenzando a conocerse cara a cara. ¿También quienes salen de la cárcel?

No. Están muy solos y muy alejados de esos hábitos. Muchos no saben utilizar un teléfono móvil o un ordenador. Cuando salen de prisión y comienzan a manejarlos, es para ellos una novedad extraordinaria.

¿En prisión son capaces de formarles para reinsertarse?

De todo hay, depende de la voluntad de cada persona. En prisión puedes aprender desde lo mejor hasta lo peor. Desde aprender un oficio a aprender a ser mejor delincuente. Hay gente a la que la prisión les ha salvado la vida porque estaban en estado de autodestrucción y la droga se los iba a llevar por delante, y les ha ayudado a recuperarse física y psicológicamente. Existen cursos de formación para el empleo, e iniciativas valiosas como el Programa Incorpora que promueve Fundación la Caixa.

De quienes son atendidos por ustedes en Zaqueo, ¿cuántos logran reinsertarse?

El cien por cien logra mejorar. Me doy con un canto en los dientes si no incurren en reincidencia delictiva. Porque la sociedad no puede a la vez colaborar poco y plantear como exigencia de baremo de reinserción que todos alcancen una vida normalizada de clase media, con familia, hijos y trabajo. Hay que analizar el grado de mejora en función de la situación de la que procede cada uno.

Explíquelo.

Mejorar es evolucionar, incorporar hábitos de higiene, ir consiguiendo trabajos, y sobre todo cambiar su mentalidad. Cuando ya están en la calle, y se ven ante una problemática que les supere, te piden ayuda, cosa que antes era impensable. Podrán hacerlo mejor o peor, podrán enfrentarse con más o menos recursos, pero son conscientes, reconocen que tienen un problema, y eso no es sencillo.

¿Qué le confiesan?

Afloran muchas inseguridades, muchos miedos. Llegan a considerar el patio carcelario como zona de confort cuando en realidad está llena de infelicidad. Y cuando están en la calle se sienten mirados aunque la gente no les mire. Se sienten inferiores por los estereotipos que se aplican a sí mismos. Trabajo con ellos para que entiendan que ellos como persona no son el problema, son las circunstancias que tienen a su alrededor. Si somos capaces de cambiar esas circunstancias, pueden vivir de otra manera. Y para afrontarlo, en los grupos de terapia les explico técnicas de autocontrol emocional para que sepan afrontar los problemas y no evadirlos. Y si tienen un momento de ira, de frustración, que sepan pararlo, que sepan dominar las emociones, que tengan en mente las consecuencias para ellos mismos y para otras personas.

¿Qué tipo de trabajos consiguen?

De mantenimiento, de limpieza, de hostelería, de carpintería metálica, de instaladores y montadores, en la construcción... Suelen ser trabajos de corta duración: 15 días, un mes, dos meses...

¿Les aconseja cómo y cuándo han de contar al prójimo que estuvieron en la cárcel?

Es una decisión de cada uno. Ni yo ni nadie le cuenta a todo el mundo cualquier cuestión de su vida. Les animo a que no se avergüencen de su pasado. Al contrario, que valoren su capacidad de sobreponerse a situaciones difíciles y, cuando lo digan, que vayan con la cabeza bien alta. Que cada uno perciba cuándo es el momento en el que sentirse cómodos para eso, y contarlo a personas y en contextos donde consideren que pueden estar más entendidos y apoyados. Y que sean capaces de no venirse abajo cuando les den la espalda. Han de entender que en la sociedad nadie tiene empatía con todas las personas, y buscamos relacionarnos con quien nos hace bien a la vez que evitar hacernos daño con quien nos da de lado.

¿Qué actividades hacen con ellos fuera de la casa?

En ocasiones, han colaborado en el reparto de donaciones a albergues municipales y a comedores sociales. Y vi que era para ellos tan satisfactorio, les servía para crecerse ayudando al prójimo, que creamos un programa de sensibilización al voluntariado. Por eso van a la sede del Banco de Alimentos y de modo gratuito participan en la preparación de los lotes de reparto. Lo disfrutan, se sienten útiles. También les encanta ir a centros de día para convivir con ancianos. Y en coordinación con centros educativos hemos ido con ellos a institutos, y se me han puesto los vellos de punta al escucharles cómo dan consejos a los alumnos.

¿Por ejemplo?

Les dicen: “Pensáis que vuestros padres son unos 'plastas', que os dan el 'coñazo' para que hagas tal cosa o no hagas tal otra. Ojalá hubiera yo tenido eso en mi vida”. Para los niños es aleccionador.

¿Y con universitarios?

Colaboramos con muchos estudiantes y profesores. Por ejemplo, en el departamento de Criminología de la Universidad de Sevilla estuvieron hablando de su situación. Están por la labor de aportar a todo quien lo solicite. Hace poco, una estudiante de Arquitectura vino a la casa de acogida para hablar con varios de ellos porque su trabajo de fin de grado es cómo influyen arquitectónicamente las cárceles en la personalidad o en la vida de los presos. Y también han acudido a entrevistarlos estudiantes de Periodismo, de Psicología,...

¿Qué le cuentan de lo que hacen en la ciudad?

Necesitan pasear, ver horizonte, adquirir una visión espacial de la que carecen entre los muros de prisión. En los primeros días, confiesan que les desconciertan los carriles bici en su proximidad con las aceras. Se acostumbran a hacer trámites, a legalizar su situación, empadronarse, a ir a la oficina de empleo, elaborar su curriculum, a renovar el DNI, votar, etc. A las diez de la noche es la hora límite para regresar a la casa, donde normalmente almuerzan y cenan juntos.

¿También trabajan con reclusos de avanzada edad?

Sí. El último que he atendido salió de prisión con 82 años. Nos costó mucho esfuerzo conseguir para él una plaza en una residencia de ancianos de algún municipio de la provincia de Sevilla.

¿Es usual que, años después de la excarcelación, recurran a ustedes para resolver problemas?

Tengo contacto con muchos de ellos. Se establece una vinculación afectiva. Algunos vienen a vernos a la casa porque necesitan ayuda, o porque necesitan dialogar, puede que estén ofuscados, no ven claro qué hacer, y les viene bien conversar, ordenan sus ideas, se sienten arropados. Pero también acuden por motivos positivos. Me han presentado a sus familias, y uno me pidió que fuera madrina de su boda por lo civil, fue una experiencia de la que me siento orgullosa.

¿Habla con ellos sobre noticias que están al alcance de todos a través de los medios de comunicación, sobre actos delictivos, juicios, condenas, encarcelamientos, o sobre el debate que existe para aplicar la prisión permanente revisable?

Fomentamos el pensamiento crítico para opinar y debatir. Muchas veces, les planteamos dilemas morales. Por ejemplo, qué pasa si descubres que un vecino es una persona delincuente en busca y captura. ¿Lo denunciarías? Y trabajamos con ellos para renoverles en su fuero interno y que empiecen a tomar conciencia de que en ellos ha de prevalecer una nueva escala de valores. Donde es básico que superen la culpabilidad, porque es la tentación que no les deja avanzar. Darle vueltas al círculo vicioso de la culpa, a pensar “yo soy malo”, “yo hice daño a esa persona”. Tienen que asumir su responsabilidad, y, a partir de ahí, cambiar, evolucionar. Y tienen que mirar hacia adelante para que su historia no se repita.

¿La sociedad española está olvidando los principios constitucionales que abogan por la prevención de los delitos y la reinserción de quienes delinquen? En el debate social y político, 40 años después de la Constitución de 1978, todo el foco está puesto en el endurecimiento de las penas.

Pagan justos por pecadores. Porque la mayor de las personas que van a la cárcel no son criminales ni perpetran acciones horribles. Y como sociedad nos estamos equivocando pensando que todo consiste en que todos estén encerrados el mayor número de años posible. Cuando deberíamos centrarnos en evitar, con más inversión en educación, en que caigan en la exclusión social y la marginalidad que arrastra hacia la delincuencia. Y también deberíamos priorizar la labor de reinserción para evitar que cometan otros delitos en el futuro. Cuántos problemas nos ahorraríamos si logramos reducir esa dinámica.

¿Qué opina sobre el miedo a quienes eran menores inmigrantes acogidos?

Yo he tenido a adultos que han llegado a Sevilla con 13 años de edad y habían sufrido situaciones horrorosas dentro de nuestra ciudad, todo tipo de abusos. Acumulan tantas vivencias terribles, tienen tantas dificultades para abrirse camino, que entran en prisión, se les entrega una orden de expulsión para que regresen a su país de origen, donde ya no tienen familia, cuando en realidad tienen ya más vinculación a España que a su lugar de nacimiento. Las campañas contra los menores inmigrantes me parecen una barbaridad.

¿Qué aconsejaría a las autoridades para prevenir mejor que no se incurra en la delincuencia y para reinsertar mejor a quien ha sido condenado?

Trabajar mucho más con las familias. Confío plenamente en la eficacia del trabajo con familias porque constato cuánto nos influyen las vivencias y relaciones con nuestras familias. Crearía muchas más escuelas de padres, haría mucha más mediación familiar, también en los conflictos, en las separaciones... Porque influyen en los menores, que llegarán a ser adultos con esos conflictos a cuestas.