Lleva confinado José Miguel Núñez Moreno dos semanas más que la mayoría de los españoles, tal como nos cuenta por videoconferencia desde su habitación en la Casa Salesiana de la Trinidad, en Sevilla. Porque estaba en febrero en Turín, participando en el Capítulo General de la Congregación Salesiana, que se realiza una vez cada seis años con salesianos de todos los países del mundo, cuando en Italia se expandió el coronavirus y se decretó el estado de alarma. “Después de dos semanas recluido en Turín, precipitadamente volví a España por vía terrestre antes de que cerraran las fronteras, el transporte aéreo ya estaba anulado. Estuve la primera semana en Sevilla en total aislamiento por provenir de una zona de alto riesgo, cercana a la Lombardía, y con el fin de no arriesgar la salud de los chicos que están en casa. No podían hacerme la prueba del coronavirus pero días después sí me hicieron otras para detectar alguna alteración de las que ocurren con la infección. Afortunadamente, estoy libre del virus”.
José Miguel Núñez Moreno es uno de los salesianos de referencia en Sevilla. Ha realizado funciones de formador del noviciado, director del teologado, delegado inspectorial para la pastoral juvenil, vicario del inspector, inspector provincial de Andalucía, Canarias y Extremadura, y coordinador inspectorial de animación vocacional. Además, de 2008 a 2014 fue Consejero General para Europa Oeste de la congregación en Roma, con actividad en países como Francia, Italia, Bélgica y Portugal. Licenciado en Teología y Filosofía, es profesor en el Centro de Estudios Teológicos de Sevilla y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona. Autor de libros de pensamiento como 'Creer en el corazón de la ciudad, la fe que busca comprender', o 'A vueltas con Dios en tiempos complejos', y también de novelas como 'Pasó la noche, amor' y 'Te protegerán mis alas'. En 2014, a su regreso a Sevilla, decidió predicar con el ejemplo para profundizar la dimensión social de su actividad y puso en marcha que jóvenes inmigrantes mayores de 18 años residieran y se formaran con él y otros salesianos dentro de la Casa de la Trinidad.
¿Cuáles son sus raíces personales?
Nací en Mérida (Badajoz) en 1963. Mi padre ha trabajado como agente comercial en diversas empresas. Y mi madre, en casa. Somos cuatro hermanos. Desde pequeño estudié todo el periodo escolar en el colegio salesiano de Mérida.
¿Qué le impulsó a ser salesiano?
En Mérida tuve la suerte de conocer a salesianos tan auténticos y veraces que me entusiasmaron. Me influyó muy positivamente no solo la educación en mi casa sino el ambiente del colegio, la formación que recibí, la relación con otros chicos, el trabajo en el centro juvenil, el apostolado,... Poco a poco, maduró en mí el deseo de ser salesiano. Estuve destinado dos años en el colegio de Cádiz, fue una época preciosa y muy dinámica. Después, me enviaron a Roma para terminar mis estudios, y regresé en 1992, estuve en Sanlúcar la Mayor y Sevilla como formador, y a partir de entonces he desempeñado diversas funciones.
¿Por qué su iniciativa se llama Comunidad Bartolomé Blanco?
Le pusimos el nombre de un chico que es un ejemplo inspirador de persona hecha a sí misma. Bartolomé Blanco vivió en los años 30 del siglo pasado, en nuestra casa salesiana de Pozoblanco (Córdoba). Era huérfano, fue animador del oratorio y de la catequesis de la casa, y se formó para ser líder sindical porque tenía madera de liderazgo, desde su condición de obrero. Marcó una época hermosa en la historia de la casa salesiana de Pozoblanco. Fue asesinado cuando tenía 21 años de edad, fusilado por sus ideas cristianas, por su trabajo con los obreros y con los más pobres.
¿Qué objetivos se planteó con este proyecto?
Es un proyecto que hemos iniciado en el 2014, de acogida, acompañamiento y maduración de chicos en situación de riesgo, particularmente inmigrantes, y ya con mayoría de edad. Ha sido una de las primeras experiencias en España en la que la propia comunidad se convierte en casa de acogida. No es que tengamos una casa a la que vamos a trabajar, sino que acogemos a los chicos en nuestra casa. Sin formar parte este proyecto de la actividad del colegio. Es una iniciativa pionera, audaz, porque somos los educadores de chicos con los que convivimos y a los que acompañamos también como padres, como psicólogos, hacemos un poco de todo. Para que los chicos crezcan como personas en un ambiente de confianza donde abrir sus corazones y eso permite intervenir educativamente para ayudarles a madurar.
¿Cuántos salesianos participan?
Somos cuatro. Paco Jaldo, que es un salesiano muy joven y dinámico, lleva conmigo el peso fundamental del proyecto. Y dos salesianos mayores, que ejercen un papel especial dentro de la casa, Miguel Ángel Nuin y Ximo Ventura. Dos personas buenísimas, que son como los abuelos de los chicos. Se hacen querer, acuden a ellos con un cariño grande, y generan un ambiente familiar muy positivo. Los chavales los adoran.
¿Qué trabajan más con ellos?
Tres vertientes. La primera es la sanación de heridas psicológicas que dificultan su crecimiento personal. La segunda, capacitación laboral. Recuperarlos para que vuelvan al sistema educativo reglado: la secundaria de adultos, los ciclos de grado medio, la FP Básica... A cada uno le vamos proponiendo un itinerario muy personalizado para intentar recuperar en ellos su capacidad de estudios y de formación continua. Y la tercera línea es la inserción laboral. Tenemos una red de empresarios con los que intentamos ir introduciendo a los chicos en el mercado laboral y que puedan conseguir su autonomía plena, que es uno de los objetivos del programa.
¿Este proyecto es reflejo de que el sistema de protección y acogida de menores no resuelve su llegada a la mayoría de edad?
Cuando cumplen 18 años, y salen de la tutela del sistema público de protección, no son autosuficientes ni capaces de vivir autónomamente. Quedan literalmente en la calle. No hay recursos públicos suficientes para atenderlos. Por eso hace varios años empezamos con algunos pisos donde iniciarse, autogestionados por la Fundación Don Bosco, y después hemos comenzado este proyecto no con pisos sino constituyendo nuestra propia comunidad como casa de acogida. El 80% de los chicos son propuestos por la fundación para que continúen con nosotros su maduración. Otros los hemos acogido estando en situaciones urgentes de resolver, en la complejidad de encontrarse en la calle.
¿Qué nacionalidades predominan?
La mayoría son marroquíes, a continuación de otros países africanos como Camerún, Mali, Ghana, Liberia, Kenia. Y también algunos latinoamericanos, de Colombia. En general, una de las primeras cuestiones que intentamos paliar es el escaso nivel en el dominio de la lengua española. Aunque llevan varios años en España, en calidad de menores, y algunos han hecho algún año de Secundaria o de FP Básica, son capaces de hacerse comprender hablando, pero les faltan fundamentos para evitar que la lengua sea una barrera a la hora de escribir, leer y hablar lo más correctamente posible.
¿Cuáles suelen ser los traumas que sanar?
Todo lo relacionado con la travesía del Estrecho en pateras, les provoca tanto miedo y dolor que les deja muy marcados. También situaciones de pobreza, en algunos casos extrema, de las que provienen desde contextos muy desfavorecidos. Infancias truncadas, en algún caso huida de la guerra, muerte de seres queridos, orfandad, abandonados por sus padres, o abandonar a la familia,... Por eso es decisivo convertirnos en sus adultos de confianza y referencia para que se desbloqueen y desde ahí intervenir con mucha delicadeza educativamente para madurar y acompañar un tramo decisivo, entre los 19 y los 23-24 años, con el fin de que los chicos puedan afrontar la vida no solo con dignidad sino con equilibrio personal.
¿Qué pautas han de cumplir para formar parte de la comunidad? Son mayores de edad.
Tenemos muy pocas normas porque nuestra propuesta está basada en dos pilares: en la libertad y la responsabilidad. Intentamos marcar a fuego en el corazón de los chicos estos dos valores. La libertad, en el sentido de que nadie va a estar detrás mirando qué hace, cómo hace y cuándo lo hace. Y la responsabilidad, porque cada uno es dueño de sí mismo, de su propio proyecto vital, de su presente, de su futuro. Nosotros marcamos una propuesta personalizada para cada uno. Con sus horarios, tienen que ir a clase, a sus talleres, a sus trabajos... Tenemos momentos comunes cada día, de encuentro, como la comida y la cena. Algunos momentos formativos a lo largo de la semana, donde proponemos temas alternativos como grupo y para hacer crecer el autoconocimiento, valores como el trabajo, la justicia, sentirse corresponsables de la realidad... Funcionamos bastante bien. Después de seis años, no tengo que reseñar ninguna problemática particularmente negativa, donde hayamos tenido que intervenir draconianamente. El trabajo personal hace mucho, el encuentro con cada uno, generarle confianza,... El sistema preventivo que nos enseñó Don Bosco funciona, y especialmente con chicos en situación desfavorecida.
¿Cómo logran ese grado de confianza?
Generando un ambiente positivo, de familia, como adultos de referencia que desbloquean recelos, que ayudan a madurar y a asumir las propias responsabilidades. Aplicamos mucha paciencia, la paciencia del educador. En el 99 % de los casos ha funcionado. A veces con plazos más largos, a veces más cortos. Algunos necesitan más conversaciones, más motivación, más sostenerlos. Está funcionando, y la prueba es que la mayor parte de los chicos, cuando terminan su ciclo, encuentran trabajo y están viviendo con dignidad, la mayoría en Andalucía, insertados en la realidad social.
¿Cuánto tiempo están en la comunidad?
Depende de los procesos de cada uno, no tenemos un límite. El que menos ha estado nueve meses. Y el que más, cuatro años. Lo ideal son un par de años para cumplir algunos objetivos. Pero depende de la situación de cada uno. Nosotros no nos hemos marcado un límite porque entendemos que la realidad de cada chico es diferente. Y hemos ido evolucionando. A los primeros chicos que llegaron los dirigimos directamente al empleo. Después, nos dimos cuenta de que era necesaria una formación previa. Y los tiempos se han ido progresivamente alargando por eso.
¿Qué tipo de trabajos han conseguido?
Cada uno según la especialidad que ha hecho. Tenemos mecánicos de coches, chicos que están trabajando en coordinación de grupos de producción industrial. Chavales que están en electricidad, uno ha terminado un ciclo de grado superior en electricidad. Uno de los chavales, latinoamericano, logramos que fuera a la universidad y ha terminado un grado de Trabajo Social, es educador de chicos en situación desfavorecida. Tenemos otros que están en el ámbito de la hostelería, de la cocina, de la restauración. Algunos especializándose en un grado medio de emergencias sanitarias. Un poco de todo.
¿Cuántos están ahora con ustedes, y además confinados?
Ahora mismo son catorce, más los cuatro educadores. Estamos al límite porque la casa tiene también sus capacidades, y sobre todo porque la economía no nos permite ir más allá. Nosotros no tenemos ningún tipo de recursos públicos. Vivimos del trabajo de los cuatro como educadores. Y de la solidaridad de algunas personas que se han enamorado del proyecto y nos están ayudando. Es pura providencia cotidiana en la que vivimos. Ahora que estamos juntos dieciocho personas, todos los días para salir adelante, la situación es complicada. Gracias a Dios, vamos tirando para adelante. En situaciones normales, cuando de lunes a viernes por las mañanas estamos todos en clases o trabajando, una señora nos echa una mano para las comidas, y los fines de semana lo hacemos nosotros, nos organizamos por turnos. En este periodo de confinamiento, nos apañamos sin ayuda externa. Estos días soy yo quien estoy cocinando.
¿Es factible la mediación intercultural para que la identidad de un joven europeo, africano o latinoamericano se nutra de los valores democráticos, entendidos como derechos y libertades de inspiración universal, y no de hegemonía nacional?
Una de las experiencias más bonitas que estamos viviendo en la casa es la interculturalidad. Convivimos musulmanes, católicos, evangélicos y personas que no creen. Hay un respeto inmenso, una capacidad muy importante de diálogo y valoración de lo diferente. Mientras que estamos en un mundo que levanta muros para que no pasen los del sur, en nuestra casa el icono es el puente. Estamos tendiendo puentes, abriendo ventanas. Dialogar, conocer, valorar, comprender, es algo muy bonito, tiene un valor enorme. Estamos ofreciendo a la sociedad una señal de que es posible convivir, entendernos, querernos, valorarnos,... Nos sentimos bien juntos. Convivimos y compartimos. Los chavales, sin excepción, valoran el país donde están, sin olvidar sus raíces, y valoran la apertura de miras de la democracia occidental. Este reconocimiento recíproco, del otro, de lo diferente, es muy positivo.
¿Teme que la gran cantidad de consecuencias económicas, políticas y sociales a raíz de esta pandemia pueden dificultar muchísimo el apoyo a proyectos como la Comunidad Bartolomé Blanco? O, al contrario, ¿el empobrecimiento de más sectores de la población propiciará que muchos ciudadanos decidan ser más solidarios con el prójimo?
Estas crisis despiertan en nosotros a veces lo mejor y, a veces, lo peor. Se ve, en países como España e Italia, quienes mantienen como postura política seguir cerrando fronteras, diciendo que “hemos de preservarnos de aquellos que vienen a robarnos nuestro trabajo y a contaminarnos de otras culturas que no son las nuestras...”. Este discurso, lamentablemente, está instalado en un sector de la sociedad. Y pienso que la crisis podrá agravar este tipo de postura. Pero, por otro lado, también crece una corriente de solidaridad muy grande, que se despierta y se acentúa todavía más, si cabe, en situaciones límites como la que estamos viviendo. Afortunadamente, me muevo en un entorno donde veo que la corriente solidaria es muy potente. La cercanía, el afecto y la sensibilidad de miles y miles de personas facilitan el trabajo que organizaciones no gubernamentales, y que la propia Iglesia, estamos haciendo de acogida, de promoción y de inserción de las personas en la realidad cultural y social. Pienso que la crisis actual podrá acentuar también esa corriente de cercanía con los más desfavorecidos.
¿Qué debe cambiar en ese choque de tendencias antagónicas?
Tendrá que cambiar el modo de entender la economía. El capitalismo salvaje en el que vivimos ha de revisarse para que a nuestro alrededor no siempre sufran los mismos: los últimos, los más abandonados, los más vulnerables, los que no les importan a casi nadie. Hemos de construir entre todos una sociedad más inclusiva, donde tengan cabida todas las personas. Especialmente los que menos recursos tienen y los que menos posibilidades de promoción disponían a su alcance. Espero que esta crisis pueda ayudarnos a concienciarnos cada vez más. Y, al salir de ella, podamos seguir trabajando por una sociedad mejor.
Cuando la crisis se cronifique y se multipliquen las dificultades para subsistir dignamente, ¿persistirán estas redes colaborativas que ahora se están conformando, o se diluirán en un sálvese quien pueda?
Creo que durante la crisis esa corriente colaborativa va a persistir y pervivir porque nos regenera como país, como ciudad, como personas. Y augura, no solo en tiempos de pandemias, sino en tiempos de cotidianeidad, sacar lo mejor de nosotros mismos tanto para echar una mano a mi vecino como a quien está más lejos y tiene dificultades. Deseo de todo corazón que se prolongue esa sensibilidad.
Como ciudadano de Sevilla, y con su perspectiva de haber residido en otros muchos lugares, ¿cómo percibe la evolución de la sociedad sevillana?
Me encuentro muy cómodo en Sevilla. Me siento sevillano de adopción. Si tuviera que escoger una ciudad para vivir, elegiría Sevilla. La mayoría de mis amigos están en Sevilla. En los ámbitos sociales, de la cooperación, de la inmigración, es muy abierta, plural, solidaria y acogedora. Hay un sentido importante de la responsabilidad social, de lucha por la justicia y la igualdad. Me han abierto cauces que me permiten percibir con más intensidad lo que estoy diciendo.