Domingo Tejera de Quesada (Las Palmas de Gran Canarias, 28 de marzo de 1881-Sevilla, 11 de junio de 1944). Como es natural, el paso del tiempo difumina la memoria colectiva y lo normal es que la sociedad en general y las actuales generaciones de periodistas en particular, no sepan quién fue Domingo Tejera, qué papel jugó en la historia sevillana y española. Nuestro deber es recordarlo, por gratitud a quien hizo del periodismo ejercicio heroico de las virtudes cristianas, en dramáticas circunstancias de tiempo y lugar. Fue Domingo Tejera un fiel e insobornable testigo de la época más difícil vivida por Sevilla y España en el siglo XX, los años treinta.

Entre los periodistas sevillanos del primer tercio del siglo XX que han dejado huellas imperecederas, que son bastantes, hay tres figuras señeras, tres testimonios de ejemplaridad: José Laguillo Bonilla, director de El Liberal; Juan Carretero Luca de Tena, primer director del ABC sevillano, y Domingo Tejera de Quesada, director de El Correo de Andalucía y La Unión, del que hoy hacemos memoria.

Domingo Tejera de Quesada vino a Sevilla en 1920, con treinta y nueve años de edad y convertido ya en un veterano y acreditado periodista de combate, para reorganizar el diario católico El Correo de Andalucía. Lo hizo por iniciativa del magistral de la catedral sevillana, José Roca y Ponsa, canario como él y su valedor, primero en Canaria, y después en Madrid y Sevilla.

Domingo Tejera había nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 28 de marzo de 1881. Desde los veintiún años estuvo en Madrid, después de trabajar en su tierra en el diario España y fundar el Heraldo de Gran Canaria. En la capital del Estado fue redactor y director de la revista Nuevo Mundo y, entre 1914 y 1918, firma habitual en ABC como comentarista de guerra, haciendo popular el seudónimo de R. Schneider. Al término de la primera Guerra Mundial fue director del diario madrileño El Día y en 1919-1920 firmó la crónica parlamentaria en El Debate.

Desde finales de 1920 y hasta el 25 de julio de 1923, en que pasó a dirigir La Unión en su nueva etapa tradicionalista, Tejera fue director de El Correo de Andalucía, siguiendo la estela de los dos directores fundadores, Rafael Sánchez Arraiz y Luis Medina de Togores. Nada más proclamarse la II República, inició una campaña contra el nuevo Régimen que pronto tuvo amplio eco en toda España, así como su valiente, polémico y temido Retablo político. En 1930 había publicado un libro esclarecedor, titulado Los parásitos del trono, donde dejó el testimonio crítico del proceso político español entre 1907 y 1923, hasta la llegada de la Dictadura.

Los tres primeros años republicanos fueron un calvario para Domingo Tejera. Fue procesado nada menos que sesenta y tres veces, tema de un libro inédito donde se recogen las dramáticas circunstancias vividas en Sevilla. Durante ese período de tiempo, el diario tradicionalista La Unión fue asaltado, incendiado, suspendido... Y su director perseguido con saña por las autoridades, los políticos y los sindicatos, y objeto de varios atentados, así como su domicilio de Heliópolis asaltado y destruidos sus archivos. Las continuas amenazas sólo sirvieron para unir más a la familia. La familia Tejera-Arroyo, numerosa en hijos, fue siempre una piña en torno al padre y la madre, la ejemplar doña Teresa Arroyo.

Con el alzamiento no terminaron los disgustos para Domingo Tejera. Nada más comenzar la guerra, dejó la dirección de La Unión y se fue voluntario al frente de Córdoba con los requetés del Tercio Virgen de los Reyes, donde fue herido el 23 de octubre de 1936. De regreso a Sevilla, fue encarcelado unos meses por enfrentarse a Pedro Gamero del Castillo. Entre 1940 y 1944, cerrado su periódico a final de 1939, Domingo Tejera inició un nuevo calvario de privaciones e ingratitudes que, lejos de hundirle, sirvió para que afrontara con renovada esperanza nuevos objetivos. En esa época y junto a Melchor Ferrer y José F. Acedo Castilla, publicó la monumental Historia del Tradicionalismo Español, además de otros trabajos en la Biblioteca Schneider.

Esta es a muy grandes trazos la trayectoria profesional de Domingo Tejera. Quedan múltiples asuntos trascendentes, como la época en que dirigió simultáneamente tres diarios: La Unión de Sevilla, La Información de Cádiz, y Diario de Jerez. La distribución en galeradas en la calle Sierpes de su artículo Retablo político, las muchas veces que estuvo clausurado el periódico. Sus rechazos sin rodeos de las actitudes egoístas de la burguesía. La constante voz de alerta contra la corrupción política durante la Monarquía, la Dictadura, la República...

Pero el legado más importante de Domingo Tejera de Quesada, fue su propia vida. Ninguna adversidad, amenaza o vinculación política, modificó un milímetro su recto criterio en momentos tan dramáticos como le correspondió vivir. Tampoco las serias dificultades económicas de su numerosa familia, alteraron nunca su digno proceder. Siempre fue un hombre con voluntad inquebrantable y confiado en la providencia divina. Cuando murió el 11 de junio de 1944, su única y verdadera herencia fue legar a los suyos una vida intachable, un recuerdo permanente de honradez, un testimonio de fe cristiana. Y un profundo amor a España. Así lo reconocieron y agradecieron siempre su viuda y sus nueve hijos. Y ahora sus nietos y biznietos.

Desde 1961, entre las avenidas de la Palmera y de Manuel Siurot, una sencilla calle peatonal, sembrada de naranjos, llevó el nombre de Domingo Tejera. En el año 2000 el Ayuntamiento de Sevilla estuvo a punto de quitarle el nombre a su calle, y pocos años después lo logró a petición de las izquierdas. Así se consumó la injusticia a un ser humano, el desprecio a la historia y la vergüenza a la ciudad. Tiempo hay de rectificarlo todo

PERIODISTAS

Los últimos lustros del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, tuvieron un periodismo hoy irrecuperable, basado en unos conceptos profesionales y humanos que fueron superados por los extraordinarios avances técnicos y los radicales cambios sociológicos de la sociedad y de la empresa periodísticas, muy diversificada ahora. Puede decirse que hay tres estilos de periodismo, el heredado del siglo XIX, con una bohemia predominante, basado en la calidad de pluma y en la que el ejercicio profesional era secundario y compatible con otras actividades liberales, sobre todo el Derecho y la Medicina.

Ya en el siglo XX, fueron compatibles el periodismo decimonónico y la profesionalidad neta, es decir, con dedicación exclusiva. Y desde mediada la centuria el periodismo fue avanzando en profesionalidad hasta llegar a la era de la informática y registrar una metamorfosis espectacular, con cambios radicales en la filosofía de empresa, que de ser antes de carácter familiar ha pasado a ser genérica y con planteamientos ideológicos y económicos más determinantes.

A caballo entre los siglos XIX y XX hubo en Sevilla periodistas de excepcionales méritos, por su formación humanística básica, que dotaron al periodismo de conceptos morales, académicos y bienhechores. Y fueron escritores de periódicos más que periodistas a seca. Ese tipo de periodista llegó hasta los años sesenta del pasado siglo y tuvo en El Correo de Andalucía y ABC nombres señeros, verdaderas figuras intelectuales que elevaron el periodismo a cotas antes nunca alcanzadas. Pero en las décadas siguientes, el periodismo ha sufrido una metamorfosis provocada por varios motivos al mismo tiempo, que ha provocado la desprofesionalización y la politización. Y esto sucede cuando existen más posibilidades laborales que nunca hubo y la información es considerada elemento básico de la democracia.