La tecnología ha alcanzado un papel muy importante desde que se decretó el estado de alarma en España. Drones, robots asistenciales, aplicaciones de seguimiento, máquinas de impresión en 3D y el teletrabajo se han convertido en los protagonistas de estos días. Por ello, frente a esta respuesta tecnológica que se está dando en la crisis sanitaria actual, Adrián Almazán, físico, doctor en filosofía y activista en Ecologistas en Acción, ha impulsado un manifiesto denominado Contra la doctrina del shock digital. El texto ha sido una iniciativa realizada en Francia por el colectivo Écran total en colaboración con España, y apoyado por más de 300 firmas. Surge como una necesidad de luchar contra un mundo «virtual» que está agravando cada vez más «el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la escasez de energías y materiales».
«Mucha gente habla del ‘día después’, de todo lo que hará falta hacer y conseguir después del coronavirus. Pero, más allá de las enfermedades y duelos personales, ¿en qué estado colectivo nos dejará todo esto? ¿En qué estado psicológico? ¿En qué Estado político? ¿Con qué hábitos relacionales?», así comienza el manifiesto de ocho páginas.
¿Qué proponéis en el manifiesto?
En el manifiesto hacemos una reflexión crítica sobre el momento actual. Queremos reflejar que las raíces ecosociales de esta pandemia no se pueden desvincular de los problemas, y vemos como un inconveniente que la única respuesta posible que le podamos dar a la gestión de esta crisis sea la respuesta tecnológica. En la sociedad actual tenemos una relación muy particular con la tecnología e, incluso, muchas veces hablamos de ella en términos de tecnolatría (idolatrar o admirar sin límite la tecnología). Parece que pensamos que no hay ningún problema que no pueda tener solución con alguna tecnología. Eso es lo que, de alguna manera, ha permitido que se hayan dado procesos de informatización tan fuertes hasta hace poco.
Es muy problemático que en esta crisis sanitaria se plantee como respuesta la utilización y la extensión de aplicaciones que lo que hacen es recopilar datos tan sensibles como los sanitarios o de movilidad. Esos datos sirven para profundizar en dinámicas de control que hasta ahora parecía que aquí no iban a existir. Es muy difícil garantizar que esos datos tengan un único uso. De hecho, la empresa Google ya ha propuesto ser los intermediarios en la gestión de la crisis a través de la generación de nuevas plataformas de datos. Eso sería poner aún más en sus manos las dimensiones más fundamentales de nuestra vida.
¿Qué opina de la recopilación de datos que ha realizado el Gobierno durante el estado de alarma? ¿Es posible garantizar el anonimato de esos datos?
La cuestión de la recopilación de datos es muy espinosa. Desde los años 70 se han planteado recopilaciones de datos en clave informática, como la propuesta denominada Safari que proponía el cruce de diferentes bases de datos. En esa época se comprendió que era algo antidemocrático y, desde entonces, se han creado agencias de protección de datos que se encargan de velar por que esa recogida de datos sea lo más garantista posible. Sin embargo, esas agencias lo que hacen ahora es legitimar esas recogidas de datos. A esto se suma que la posibilidad de garantizar el anonimato y uso restringido de esos datos no es posible y no existe. Parece que, a veces, solo nos alarmamos cuando hay una recopilación de datos muy particular, como la recogida de datos sanitarios que estamos viviendo, y olvidamos que eso es algo habitual del sistema.
Las nuevas aplicaciones de big data que se desarrollan en espacios, como las aseguradoras o la publicidad, van normalizando y convirtiendo en dinero nuestros patrones de comportamiento y de consumo. Además de incentivar nuestro tiempo de exposición. Cuánto más tiempo de exposición, más susceptibles somos a lo que nos quieran ofrecer y más información damos a las grandes empresas tecnológicas. Hay una vinculación importante entre adicción, exposición a pantallas y este nuevo modelo de negocio de recogida de datos de internet.
Ya existen casos de países por todo el mundo, como el Gobierno chino, que empiezan a utilizar esos datos recopilados para integrarlos de manera normal al conjunto de información que tienen como país. Los utilizan con fines represivos y de control social. En concreto, en China existen cámaras de identificación térmica y facial, muy vinculadas a la red 5G, que sostienen la recopilación de datos y la conectividad necesaria. Permiten trazar no solo los movimientos de los ciudadanos sino también los perfiles de los comportamientos, que después se pueden expresar en limitaciones al acceso y uso de internet. Existe una plataforma que genera perfiles de ciudadanos señalando hasta qué punto son confiables o no, es decir, si son cercanos o lejanos al régimen. Cuanto más divergentes son tus opiniones, más te alejas de las posibilidades de un acceso total a internet. Esas cosas existen y se pueden extender. Es un riesgo generar una infraestructura que diera por sí misma acceso y posibilidad a esas reinvenciones políticas.
¿Qué relación tiene la recogida de datos con el 5G?
El 5G está permitiendo a las ciudades ser más inteligentes y recabar datos continuamente, no solo sobre lo que hacemos cuando entramos en internet, sino también de nuestra vida real. Hoy en día, esa recogida de datos siempre puede acabar cuando uno no tiene teléfono, no tiene ordenador o lo apaga. No obstante, si de repente hacemos una instalación masiva de una red 5G, que permite recopilar datos masivamente a través de cámaras y sensores en espacios públicos, acabamos proporcionando esos datos, queramos o no. A no ser que nos recluyamos en un espacio oscuro y no nos movamos. En una ciudad con una red 5G, somos fuente de datos con cada cosa que hacemos. Por ejemplo, al desplazarnos en coche, entrar en una tienda o con nuestro consumo de alimentos al usar los electrodomésticos conectados que tengamos en casa.
¿Y cuáles son las consecuencias del 5G?
La telefonía ha ido aumentando sus servicios progresivamente y a cada nueva utilidad se le ha ido asociando nuevas bandas. Al principio, los teléfonos con red 1G solo tenían voz, luego introdujeron texto con el 2G, después multimedia con la creación del 3G y, por último, aparece el 4G con acceso a internet. Sin embargo, el 5G es la quinta generación y no introduce ningún servicio ya, sino que intensifica mucho los servicios que ya tenemos.
El 5G tiene unas características físicas que hace que sean necesarias muchas más antenas que antes por la intensidad de radiación que supone. Lo que hace es facilitar los procesos de interconexión masiva de dispositivos a través de una nueva franja de frecuencia. Esto tiene unas implicaciones sociales y para la salud muy preocupantes. Estamos siendo cobayas en un experimento sin garantías. Está demostrado, desde hace bastante tiempo, de que las radiaciones electromagnéticas están asociadas a efectos nocivos para la salud de las personas por sus características físicas. En particular se le asocian enfermedades neurológicas o cáncer.
Además, el rango de radiación electromagnética que se asocia al 5G ha sido tipificado como posible cancerígeno de tipo 3. Sin embargo, esos efectos no están probados porque no se desarrolla el tipo de investigación que podría probar o descartar esos efectos. Es el típico modelo de defensa de la industria. Cuando un proceso con beneficios económicos puede tener efectos negativos sobre la salud, se bloquean las investigaciones. Además, se generan lobbies “supuestamente” científicos que se autopresentan como interlocutores que quieren garantizar unos niveles de exposición seguros, pero que tienen vinculaciones comprobadas con el lobby de las telecomunicaciones y bloquean las investigaciones.
En el manifiesto habla de destrucción masiva de puestos de trabajo por la aparición de nuevas aplicaciones, plataformas y robots...
Sí, hoy en día se utiliza el mismo relato que se lleva usando desde los inicios de los procesos de la industrialización y es que la introducción de máquinas en el trabajo genera mayor eficiencia y tiempo libre. Sin embargo, la realidad es que el papel de las máquinas ha supuesto un impacto ecológico brutal porque necesitan un alto consumo de energías y materiales finitos. También, tienen un impacto sociológico tremendo. Si una persona especializada va a una huelga, se paraliza esa rama de producción porque no hay quien le sustituya, pero si su actividad la hace una máquina, esa huelga es fácilmente sustituible ya que al final su tarea se ha convertido en controlar y gestionar una máquina.
Todos los procesos de maquinización, en ciertos momentos, tienden a eliminar la especialidad del trabajo de las personas. Hacen desaparecer empleos y debilitan la posición de fuerza del grueso de los trabajadores, que, de alguna manera, ven que su capacidad de influir o paralizar una producción disminuye. Esto supone mayor beneficio y poder para los propietarios.
¿Habrá cada vez un aumento mayor de la dependencia a las tecnologías?
Claro, estamos aceptando la mediación tecnológica y nos estamos convirtiendo en dependientes de los equipos. Las grandes empresas tecnológicas hacen que dependamos de ellas en servicios cada vez más básicos, como la digitalización de los servicios públicos, la comunicación con la administración pública, la educación, el ocio y el amor. Esta situación no solo produce un empobrecimiento brutal de la propia experiencia humana, sino también supone una enorme dependencia. Cada vez somos menos capaces de hacer cosas colectivamente por nosotros mismos porque tenemos ese mediador obligado ahí.
La utilización y sobrexposición a los dispositivos está teniendo transformaciones e impactos sociales brutales, desde problemas de adicción a problemas de distanciamiento social entre los jóvenes. Cada vez es más habitual observar a gente que, aunque estén cara a cara, interactúan más con su teléfono móvil que a través de una conversación. También, es usual que la gente prefiera estar en su casa haciendo uso de sus dispositivos que estar junto a otra persona. Si nos limitamos a la presencia virtual, viviremos cada vez más aislados y, en ese aislamiento, seremos más vulnerables a la manipulación de los medios digitales y virtuales.
Sin embargo, el proceso de digitalización es una encrucijada que confronta dos opiniones distintas. Por un lado, están los que defienden que ese es el modelo de futuro, profundizando en la robotización y la interconectividad. Por otro, estamos los que pensamos que las restricciones presentes y futuras de energía y materiales hacen que este proceso de digitalización sea un proyecto fallido.
¿Hasta qué punto la evolución del mundo tecnológico puede agravar la crisis ecológica?
La puede agravar hasta un punto muy elevado. Se ha generado una falacia que une el uso de la tecnología como algo positivo para la ecología, pero es una mentira absoluta. Se piensa que, en el momento en el que algo se digitaliza, ya no hay impactos y somos más ecológicos. Una parte es cierta, pero es un error pensar que internet es una nube, como mucha gente piensa. Internet es una conexión de servidores en un lugar determinado que hay que refrigerar y alimentar con energía, con un alto consumo de materiales, como el coltán y el litio, que tienen una presencia mínima en la corteza terrestre y que estamos dilapidando a un nivel bastante acelerado. Se está agravando, sin duda, la crisis climática por la escasez energética y el consumo de materiales finitos que necesitan estos procesos de digitalización, pero también, por las emisiones directas que implican el uso de la energía.
¿Qué es lo que más le preocupa de esta crisis sanitaria?
Mis mayores temores son que lo que nos espere después de esto sea una digitalización acelerada y un aumento del talante autoritario del estado. Esto me preocupa mucho. También, que después de esta crisis sanitaria vengan otras crisis que sean mucho más graves. Sobre todo, mi temor es que no hagamos nada, que dejemos hacer, que no cambiemos de dirección y que no tomemos los temas políticos como problemas que nos atañen a nosotros personal y colectivamente.
Tenemos que organizarnos y trabajar conjuntamente en nuestras comunidades para comenzar a construir el tipo de cosas que necesitaríamos en un mundo diferente: construir autonomías, garantizar el acceso de alimentos y el consumo de energías reduciendo nuestra dependencia y consumo de los combustibles fósiles. Si no hacemos eso, podemos tener por delante algo muy preocupante.
¿Este confinamiento y parón de la rutina ha servido para que la sociedad reflexione?
Yo creo que sí, este parón ha sido para mí una especie de ensayo general de lo que podrían ser crisis más graves. El confinamiento nos ha servido para reflexionar sobre cómo hacemos las cosas y cómo podríamos mejorar. Hay que construir una “nueva” normalidad, pero no podemos continuar con las tendencias que ya están en curso, como nuestra dependencia al sistema digitalizado.