Menú

República y enseñanza primaria

En Sevilla, durante la II República, la labor en enseñanza primaria fue ejemplar y no tuvo precedentes en la historia local ni continuidad hasta los años 60 del siglo XX, pese a la precariedad sufrida por la sociedad

14 dic 2017 / 18:46 h - Actualizado: 14 dic 2017 / 21:26 h.
"Andalucía eterna"
  • Asamblea de maestros de escuelas. / El Correo
    Asamblea de maestros de escuelas. / El Correo

La llegada de la II República supuso un cambio radical en lo que se refiere a la enseñanza primaria y secundaria en Sevilla, tanto cuantitativa como cualitativamente, pues se amplió el número de escuelas y se aumentó también el de maestros, mejorando su situación económica. De veintiséis escuelas nacionales para niños existentes en 1930, se pasó a setenta y seis en 1934; de veintitrés para niñas, a sesenta y seis; de dieciséis para párvulos, a veintitrés; de once para adultos, a veintisiete. En total, de setenta y seis escuelas nacionales disponibles en 1930, se llegó a ciento noventa y dos en 1934.

Naturalmente no se acabó con el problema de la enseñanza, pero después de décadas de abandono, aquel gran avance, aun siendo insuficiente para atender las necesidades acumuladas, supuso una mejora excepcional que causó notable impresión en la opinión pública. Con el tiempo, aquella gestión adquiere mayor trascendencia. Baste recordar que desde 1939 hasta 1962, sólo se construyeron treinta aulas nuevas en nuestra ciudad, pese a su elevada tasa de analfabetismo y niños sin escolarizar. El problema de la enseñanza primaria tuvo en el padre Manjón, Manuel Siurot, Sor Ángela de la Cruz, el maestro Faustino Álvarez, Carlos Cañal y Juan de Mata Carriazo, respuestas abnegadas y positivas.

Hay un hecho cierto, incuestionable: que ni antes ni después de esta etapa republicana ha vivido Sevilla más intensamente la preocupación de combatir el analfabetismo de los adultos y promover la enseñanza primaria de la población en edad escolar. Y esta actitud hay que valorarla, insistimos, dentro del conjunto de circunstancias de tiempo y lugar, para obtener su verdadera dimensión positiva.

La situación de abandono de la enseñanza en España en general y en Sevilla en particular, puede seguirse, entre otras fuentes, por las páginas del semanario Andalucía Futura, órgano de la Unión Cultural, donde los maestros y otras personas preocupadas por el tema denunciaron con insistencia la triste, dramática e inexplicable realidad de miles de niños sevillanos, en la capital y más aún en la provincia, sin posibilidades de educarse, de hacerse persona, de contar con el derecho primario del ciudadano a formarse para ser útil a la sociedad. Idéntico panorama desolador ofrecía el mal estado de las escuelas, unido a la insuficiencia económica, en algunos casos de miseria, que padecía el profesorado. Nadie -se decía- tenía más hambre que un maestro de escuela.

En los años veinte Sevilla capital contaba con sesenta escuelas nacionales y diez años después sólo había aumentando en cinco, pese al fuerte incremento de la población. En los pueblos de la provincia, la situación era aún más dramática. Nicolás Sánchez Balástegui, en las páginas de la revista Andalucía Futura, denunció la situación con estas palabras: «El cacique es responsable de numerosos delitos, pero de todos los que podemos imputarles, el más grave, el que por sí solo bastaría para que la sociedad lo odiase y maldijese mil veces su existencia, es el de la ignorancia que padece el pueblo». Y añade: «El cacique, esa alimaña odiosa y repugnante, que dirige con su satánica intervención la vida y destino de los pueblos, tiene en Andalucía una actuación más eficaz, una significación más amplia que en otras regiones de España.

En Andalucía, el cacique es el árbitro en todas las manifestaciones de la vida. La psicología especial de este pueblo, su carácter indolente, su estado deficiente de cultura, la opresión que padece tantos siglos ha, le han hecho tímido por excelencia; siente odios y rebeldías internas, pero su cobardía y su ineptitud, le impiden manifestarse contra sus opresores.

El cacique en Andalucía, sobre todo en los pueblos rurales, tiene una acción ejecutiva general sobre todos los actos de sus sometidos; dispone a su antojo y en beneficio propio de la vida y haciendas...».

La situación en España, según Tuñón de Lara, también registró un avance importante. De 33.446 escuelas públicas en 1930, se pasó a 42.766 en 1935. Y Ricardo de la Cierva afirma que «la instrucción pública, relativamente olvidada durante la época monárquica, por lo menos hasta los significativos avances de la Dictadura [de Primo de Rivera], y con excepciones que todos conocemos, surgió en el primer plano de la vida nacional gracias a la República, lo que no constituye ciertamente escaso mérito». Todavía más rotundo fue el mismo autor, después de su cese como director general de Cultura Popular, afirmando: «La verdad, la pura verdad, es que este Régimen y la Monarquía siempre han considerado la cultura como un peligro y que la única excepción, con todos sus fallos, ha sido la República [...] La expresión y la existencia de una auténtica cultura popular es algo que nunca le ha interesado a la derecha en este país. En España nunca ha pasado nada culturalmente, excepto para una pequeña minoría; la constante anticultural que preside nuestra historia en las últimas épocas se explica, precisamente, porque la elevación del nivel cultural supone una acentuación del nivel crítico. Y eso no interesa».