Crónicas dominicales

Retos vacacionales: ¿Qué hacemos con los niños?

Hace bastante tiempo que empezaron las vacaciones para los niños y menos niños. Ahí están las criaturitas, ¿qué hacer con tan tiernos infantes? ¿Qué hemos decidido?

07 ago 2022 / 05:43 h - Actualizado: 06 ago 2022 / 10:46 h.
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Y no pocos no son tan tiernos, que ahora la infancia y la adolescencia se prolongan bastante. Entre los mimos paterno-maternos y la indolencia de los chicos, hay quien ya tiene vello púbico y sobaquero desde hace algún tiempo y sigue arrimado a los papás. “Es que hay mucho paro”. Sí, y mucho aprovechado también de padres y abuelos que se dejan. Con razón en cuanto logran algún triunfo en sus vidas se lo dedican a padres, abuelos y tías si hace falta, tan arrimados están a la sopa boba que no pueden evitar estos lindos detalles y los progenitores tan contentos, ¿saben ustedes que estos mozos y mozas son después en la universidad los más pícaros? Apenas aparecen por clases y tutorías y cuando al final suspenden entonces es cuando se les ve la cara.

Antes, los profesores llamábamos a estos especímenes “estudiantes paracaidistas” porque caían de pronto como del cielo para saber la causa de su suspenso. La causa, hijitos e hijitas, es que os dais de progresistas pero chupáis del bote de los papás y del Estado. Y encima creen que el profesorado es la continuación del consentimiento de los padres. Lo peor es que alguna vez sí que lo son y los interesados prosiguen viviendo en una burbuja todo lo que puedan para darse más tarde el correspondiente topetazo con la realidad de la vida. Logran, por ejemplo, que el docente les ponga el examen a demanda, no cuando lo indican las fechas oficiales aprobadas antes de que el curso comience.

Pero supongamos que no estamos ante estos especímenes tan creciditos y que nos hallamos ante niños, niños. ¿Qué hacer? ¿Qué hemos hecho ya con ellos todo este tiempo? Aquí llega el reto que podrá o no afrontarse mejor o peor según el carácter y el pecunio que se posea. Los gestores biológicos deben seguir trabajando, si es que trabajan, los niños no. Pobrecitos, ya han hecho bastantes deberes durante el curso y corren peligro de herniarse como encima tengan que desarrollar alguno que otro en el estío vacacional y encima con las buenas notas que han sacado.

¿Una escuela de verano? Pobrecitos, tener que levantarlos tan pronto, casi como en verano y más en Sevilla y alrededores donde las paternidades y maternidades pueden quedarse más rezagadas que de costumbre saboreando esa cerveza, de noche, cuando se ha levantado una tímida brisa algo agradable. Los niños han estado correteando entre veladores, pegando gritos, sin que nadie les diga nada, nadie de los que tienen que decir algo porque guárdate de regañarlos tú que llega el padre y hace exhibición de fuerza, por lo menos. Si pasa con las mascotas, qué puede ocurrir si creen que están tratando mal a sus niños. Hoy te pueden partir la boca por quejarte de que un perro te tiene hasta la médula.

¿Un campamento de verano? No hay dinero y, si hay, ¿cómo tenerlos tan lejos?, ¿cómo imaginar esos madrugones allí, solos, sin los indispensables apapachos de quienes los quieren más que nadie en el mundo? Con alguna frecuencia, hay que ir a recoger a alguna cría al campamento porque no puede soportar el miedo de estar sin sus progenitores cerca o cerquísima. Quien siembra mimos en exceso o permite ver demasiados mensajes audiovisuales inapropiados, recoge terrores nocturnos.

No les ocurre nada en los campamentos, al revés, son como la antigua Organización Juvenil Española (OJE) del franquismo pero en versión demócrata. En lugar de educarte para ser un macho ibérico o para zurcirle los calzoncillos al macho, te educan para ser un hombre o una mujer aunque a veces no sepamos en estos tiempos la diferencia. Y si pasara algo, ¿qué? Acaso la vida no es un riesgo permanente. Todos los animales de la naturaleza salen a diario a buscarse la comida y no saben que tal vez no regresen a su hogar. ¿Qué es amor? ¿Pensar en uno mismo y atarse al niño a la pierna o dejarlo que se empiece a buscar la vida y a caerse y levantarse por sí mismo?

El primero es el amor propio, el segundo el amor propiamente dicho que es más complicado de acometer para quien debe hacerlo, por eso es amor, porque es más difícil llevarlo a cabo y, como todo lo complejo, posee más valor. Una criatura da sus primeros pasos: “¿Quieres este caramelo o lo que sea? Ven hasta aquí, es un metro, sólo un metro de distancia, ven a conquistar esto que tengo en la mano, esfuérzate ahora para que le des valor al esfuerzo y a lo que vas a lograr gracias a él”. No, esto, hoy, no, mejor que no se canse ni se preocupe, se lo llevo yo hasta donde esté y así el resto de su vida, si es menester, he ahí cómo se fabrica a un gilipollas, he ahí cómo algunos padres -en expresión de Forges- son unos tontolhabas que transmiten su virus a la cría sabiendo como saben que llegará un momento en que tendrán que conquistar otros muchos caramelos y ya no habrá papá o mamá que se los acerque. Por puras razones biológicas. Claro, proceder con amor, para algunos, es, paradójicamente, como no querer a los hijos. No, es que hay adultos padres que no quieren dejar de quererse a sí mismos, piensan en el instante, no en toda la vida de sus engendrados.

Si no hay escuela de verano ni campamento ni granja-escuela ni dinero, aunque se deseen las citadas vacaciones para los infantes, quedan los abuelos. Oh, sí, los abuelos. Siempre dispuestos, quieran o no. Los abuelos ya han vivido sus vidas con sus hijos, ahora tienen que vivir las de sus nietos, no en su justa medida, no, tal vez en las vacaciones y además fuera de ellas, a toda marcha e intensidad. Raramente dirán que no, allí están, dispuestos a todo. Cuando ya no se puedan valer por sí mismos y no puedan cuidar mocosos, a una residencia, comprendedlo, abuelos, ya se acabó del todo vuestra utilidad social, esto es el mercado y nuestras cabezas están modeladas por él.

Los niños llegan a casa de los abuelos y salen flechados a tirarse en un sillón o en un sofá a seguir jugando con la maquinita digital. Tal vez no exista ni el beso a los veteranos canguros. Acaso eso suceda porque no dejan el cacharro ni cuando están comiendo y esto no sólo lo he visto en niños sino en adolescentes y jóvenes incluso con la carrera terminada. Nadie les dice nada o al menos nada contundente, la jerarquía ha dejado de existir, eso es facha, ahora hasta la familia es una asamblea permanente donde cerebros que no han madurado para la democracia deben hacerlo porque así lo creemos justo y necesario, de esa manera echamos fuera responsabilidades que son irrenunciables, pero somos demócratas.

Una vez leí en una tesis doctoral que alrededor del 20 por ciento de los abuelos intentaban aprender videojuegos digitales para poder al menos relacionarse con sus nietos. La constante sigue y aumenta. Según Abc, en 2021, entre un 17% y un 19% de los adultos mayores de 55 años juega a videojuegos en sus «smartphones». No solo les dan usos básicos como la comunicación interpersonal, sino que también los usan para otras actividades, como el entretenimiento. El porcentaje de usuarios de videojuegos entre este colectivo no está tan lejos de la media entre los adultos, que en estudios internacionales se sitúa en un 30%.

En cuanto a las motivaciones para jugar, muchas veces son sociales. A menudo valoran jugar con personas cercanas, con hijos y nietos, y es otra manera de relacionarse con las personas que son importantes para cada uno. A todos les interesa compartir actividades con los seres queridos y poder disfrutar de los intereses en común.

A pesar de lo dicho, no sé si comprendemos de verdad que los hijos son de los padres y que el reto de qué hacer con ellos en periodos vacacionales es exclusivamente responsabilidad de ellos.