Dos periodistas españoles han muerto asesinados en Burkina Faso, ya lo sabemos de sobra. Bueno, de sobra, no. Las muertes de David Beriain (Artajona, Navarra, 43 años) y Roberto Fraile (Barakaldo, Bizkaia, 47 años), deben ser resaltadas y recordadas una y otra vez para que los españoles sepan que a pesar de todo el periodismo cainita, parcial, desinformador, partidista..., en fin, que, a pesar del no periodismo que padecemos, al mismo tiempo existe el periodismo de verdad, el que desea denunciar para que las cosas realmente importantes se hagan públicas y universales.
Ambos reporteros y un ciudadano irlandés que viajaba con ellos han sido asesinados en un ataque de un grupo de hombres armados que asaltó el convoy en el que los tres se desplazaban. Si los tiempos para el periodismo no fueran tan complejos e hirientes tal vez les diría a ustedes que morir entra dentro de este oficio, o ser perseguido y criticado desde las distintas esferas del poder, de todo tipo de poderes. Sin embargo, como reina entre la gente un desprecio al periodista y como estamos ante una profesión que ni siquiera existe oficialmente, que es la última en salidas para su ejercicio -falsamente porque tendríamos muchos buenos periodistas si hubiera muchos buenos señores y sensibilidades- y que oculta tantos intereses extraperiodísticos a los públicos que estos deberían saber, creo que, dadas todas estas circunstancias, es obligado realzar la importancia de la profesión en general y de los dos reporteros asesinados en particular.
Algo ocultado y oculto
Una de las frases célebres en la historia del periodismo la lanzó el periodista y empresario irlandés Alfred Charles William Harmsworth, lord Northcliffe, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX y llegó a ser propietario del sesudo diario The Times. Al definir lo que era noticia afirmó que era aquello de interés público que alguien importante estaba cometiendo en algún lugar y no quería que se supiera. Y añadió: todo lo demás es publicidad. Se trataba de una definición magistral por su profundidad, si ustedes se fijan, cada día les endosamos muchas presuntas noticias que son en realidad publicidad, no sólo publicidad de la de siempre -muy agresiva ahora con el periodismo digital- sino supuestas noticias que en realidad son promoción gratuita de quienes las protagonizan. Por ejemplo, ruedas de prensa totalmente prescindibles y sustituibles por un simple comunicado, mucho más si se tiene la desfachatez de convocar una rueda de prensa para que los periodistas no hagan preguntas que eso es como ir al médico e impedirle que te pregunte, te examine o te recete.
¿Qué estaban haciendo David y Roberto, los dos periodistas asesinados? Intentaban que algo importante y de interés universal que unos sujetos estaban haciendo y no querían que se supiera, llegara a conocimiento de todos los ciudadanos del mundo. Los reporteros habían acudido a rodar un documental sobre la lucha de las autoridades burkinesas contra la caza furtiva en una zona peligrosa, campo habitual de grupos terroristas y bandidos, por supuesto, todos incontrolados por las autoridades del país. La muerte se la han atribuido yihadistas
Según palabras de José Naranjo en El País, David Beriain tenía una amplia experiencia como reportero en zonas de conflicto. A lo largo de su carrera periodística había trabajado, además de en Irak, en Afganistán, República Democrática del Congo, Sudán, Libia, México, Colombia o Venezuela. Especializado en documentales, su reportaje Diez días con las FARC le valió en 2009 el premio de periodismo digital José Manuel Porquet, mientras que su documental El negocio del secuestro en Venezuela fue nominado en 2019 a los premios RealScreen. En El País publicó, entre otros, trabajos sobre las zonas cocaleras de Perú. Por su parte, el cámara Roberto Fraile, afincado en Salamanca, también era experto en zonas complicadas. Resultó herido en la localidad siria de Alepo por el estallido de una granada. Uno de sus trabajos más conocidos, junto a David Beriain, fue Clandestino, una serie de documentales que se emitió en el canal Discovery Max.
Ambos habían demostrado algo: si no se hubieran jugado la vida hasta dejarla en un país empobrecido y lejano, sabríamos mucho menos de lo que ahora sabemos sobre determinados acontecimientos mundiales. Y eso que tenían otros trabajos y otros temas con los que ganarse la vida y mejor, como sacar a escena a alguien famosillo que quiera distraernos con la desgraciada vida privada de una persona sin notoriedad alguna, por ejemplo.
Burkina Faso es un ejemplo de país donde hay mucho que descubrir, no me refiero ya a la actividad terrorista que es más poderosa que el propio gobierno y su escuálido ejército sino a algo que se esconde más y mejor. Estamos ante uno de los países más pobres del mundo, ocupa el puesto 182 de 189 en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas. Enclavado en el Sahel central y con algo más de 20 millones de habitantes, más de dos millones de personas se encuentran en situación de inseguridad alimentaria, según Naciones Unidas, pese a que el primer producto de exportación es el oro, cuya explotación está en manos de empresas extranjeras. A esto me refiero, al oro, ¿qué empresas extranjeras lo explotan? ¿En qué condiciones? ¿Cómo es posible que un país con reservas de oro y 20 millones de habitantes se encuentre en estas condiciones?
Hay más. Los parques nacionales y reservas como la de Arly, cerca de donde asesinaron a los dos periodistas españoles -anota José Naranjo- son usados por los radicales como refugio y, al mismo tiempo, como fuente de ingresos mediante actividades como la caza furtiva o el tráfico ilegal de marfil.
Imágenes que cambian las cosas
Tal vez las imágenes que los dos asesinados estaban captando hubieran hecho algo por los animales motivos de la codicia de los animales humanos, más animales que los animales mismos. Ya conocemos imágenes periodísticas que han cambiado el rumbo de los acontecimientos tanto a nivel mundial como nacional. A nivel mundial, acaso la más conocida sea la de la niña que corre desnuda y se está achicharrando con las bombas de napalm que están lanzando sobre civiles inocentes desde aviones norteamericanos.
Phan Thị Kim Phúc es una activista vietnamita-canadiense conocida mundialmente por ser la niña del napalm que aparece en una famosa fotografía de la guerra de Vietnam. La fotografía, tomada por Nick Ut a principios de los años 70, dio la vuelta al mundo y fue galardonada con el premio Pulitzer. Ahí tienen ustedes la foto de aquella niña y las secuelas que le han quedado en la actualidad:
Secuelas de aquellas bombas
Phan Thị Kim Phúc nació 6 de abril de 1963 en Trang Bang, Vietnam del Sur. Fue educada en la religión politeísta para convertirse posteriormente al cristianismo. Alberto Rojas reunió para El Mundo en 2015 al fotógrafo y a la “niña” del napalm y nos los mostró así:
A nivel nacional, el trabajo de Canal Sur TV y el coraje de Ana Orantes dieron lugar a un giro extraordinario de timón en el tema del combate contra la violencia de género. En la Red hay una imagen que explica lo esencial de la historia:
Podríamos seguir con la muerte de José Couso en Irak. Couso filmó su propia muerte con su cámara desde un piso alto del Hotel Palestina de Bagdad durante la invasión norteamericana ya que captó el disparo que salió de un tanque y llegó hasta él. Sabemos hasta quién apretó el botón en el tanque. Nada, hecho de guerra, la familia sigue peleando, pero con el Poder ha topado, como Julian Assange. En 2010, el periodista Ramón Lobo, escribió en El País: “Ya no podemos culpar al Gobierno del PP, el de José María Aznar, de todos los males en Irak. El de José Luis Rodríguez Zapatero siguió la misma línea en el caso Couso (y otros, como los vuelos secretos de la CIA). Donde hay patrón nunca manda marinero. Donde hay patrón la defensa de valores es con sordina”.
Pues ahí siguen no pocos periodistas, con patrón o sin patrón, al servicio de la que García Márquez llamó la profesión más hermosa del mundo: el periodismo. La sangre de los periodistas se mezcla con la de los ciudadanos que no tienen miedo a hablar, como Ana Orantes, una de las excepciones al miedo a hablar que nos posee. ¡Qué lástima que los avances racionales de los seres humanos -si es que se producen- tengan que estar manchados de sangre!