Vuelvo a escribir y publicar en las páginas del Correo, gracias a la hospitalidad de su editor. La cabecera y marca decana de la prensa sevillana no muere. Palpita en internet con amplio eco en formato digital y redes sociales. Este periódico sobrevivió a reyes, dictadores, república, dos guerras mundiales y una fratricida entre españoles. Entre 1990 y 1991 publiqué, en éste fértil vivero y escuela de informadores, la primera serie sobre Criminología en la prensa diaria española. También, dossiers sobre Novela Negra y Jazz Latino, crónicas de enviado especial más reportajes y artículos de ‘Crónica Negra’.
Próximo a sus 120 años, El Correo de Andalucía publicó, informa y desvelará todas las Sevillas que hay en una ciudad de color, calor y olor especial. Es, no podemos negarlo, una urbe que aloja una parte sombría. Por esa capital esquiva y real pululan personas y conductas que, con suerte, acaban en comisaría o juzgados. Con picardía ‘al hispalense modo’ endilga culpas a terceros, lilas, tontos o ‘pagafantas’. Con asesor de fuste sale impune. Y, con padrino influyente ‘de buena familia’, logra hasta cargo oficial, intimida con querellas o cambia de modus operandi para evitar sustos molestos en el futuro.
Esos personajes, solos o acompañados, centrarán ésta página. Sus historias, aunque son locales, acaban hispanizándose y universalizándose. El humilde investigador privado (www.adaspain.com) que la firma hereda la memoria de perfiles y tipos de un padre que fue el primer Comisario-Jefe andaluz de la hoy Policía Científica (1971-1979). José Arias Galán (1914-1992) conoció de cerca historias de malos, represaliados y perdedores durante las cuatro décadas que duró su vocación policial. Él inspiró y documentó, ya jubilado, aquellas páginas de Criminología pioneras de este Correo.
Pero el siglo XXI ha cambiado a esa Sevilla que no queremos ver. Esa Híspalis huidiza sorprende helando el corazón, según preconizó Antonio Machado. De igual modo, da palmaditas cómplices, sablazos o puñaladas. La peor jungla urbana del delito la conocen bien, y con el pálpito de la cercanía, nuestros policías, abogados, acusadores, reporteros, funcionarios judiciales, de prisiones...... Pero, algunos, no cuentan mucho, olvidan demasiado y callan lo que perjudica la objetividad.
Antes de proseguir con este siglo, hagamos historia. Las primeras crónicas de la ‘Sevilla Black’ las centran prostitutas sagradas del Templo de la diosa Astarté. En el Cerro del Carambolo (hoy Camas) robaban a comerciantes mercaderías que habían intercambiado antes de retozar el sexo. Los sacerdotes que no estaban en el ajo de tales fechorías confiscaban las túnicas y ornamentos metálicos a tan malvadas ladronas. Acababan retiradas del oficio más antiguo del mundo. La Ispal fenicia tuvo códigos y guardianes.
Pocos siglos después, el hijo del ‘Moro Musa’ (Musa Ibn Nusair), Abd alAziz Ibn Musa, Walí de Al-Ándalus, fue acuchillado por sus cortesanos a pocos metros de la Torre Hexagonal que da su nombre también a un arco en la Avenida de la Constitución. Su sucesor, Ayyub Habbib Al-Lajmi, no quiso investigar a los asesinos del hijo del conquistador omeya de la península. Fue un crimen impune en una Sevilla convulsa.
Antes, orgías en Itálica e Híspalis taparon el contrabando a las normas romanas, mientras la Sevilla cristiana –siglos después- se llenó de mercaderes, artistas, marinos y pícaros. Y muchos estafadores o morosos como Juan Sebastián Elcano, de los pocos supervivientes tras dar la primera vuelta al mundo en galeón que capitaneara el desafortunado Magallanes. Tuvieron, aquellos personajes, en Miguel de Cervantes su más cercano compinche. El paladín del español sufrió prisión en la Cárcel Real (hoy Calle Sierpes) por apropiarse de tributos. Ironías de la historia. Cerca de allí, en el Ayuntamiento y dependencias de la Junta de Andalucía los tributos de los sevillanos se los apropian, en retorno que acaso consideran legítimo, vía subvenciones, nepotismo y corruptelas esos nuevos Cervantes del siglo XXI.
La peor ‘Sevilla Black’ la conoció el siglo XX, cuando se consolidó El Correo, un periódico apegado a la sevillanía. Al menos ese siglo tiene documentados a sus hijos más trasgresores de la ley. A la sombra de sus dos Expos (1929 y 1992) resucitaron los pícaros del medievo, los Rinconete, Cortadillo y Monipodio de la ficción literaria. El genial Aníbal González, alma del regionalismo arquitectónico y de la excelsa Plaza de España, dimitió de su cargo en la primera Expo porque ‘no ajustaban las cuentas’ que pretendieron avalara. El hombre murió pobre, no se llevó un céntimo ajeno. Una colecta popular le construyó casa en Avenida de La Palmera para devolverle su merecida dignidad. Jacinto Pellón, alma de la segunda Expo, fue acusado de lo peor quienes después se sentaron en banquillos judiciales como imputados. Más ironías de la historia.
La impunidad es una de las características, de los énfasis, de la ‘Sevilla Black’. Será recurrente: ¿Por qué no ‘toca’ la Justicia a ciertos delincuentes?. Recordemos el crimen de dos estanqueras de 1952. Ejecutó a tres inocentes por el capricho de un gobernador franquista bajo la excusa del ‘orden público’. Algo no cuadró en aquel fiasco de juicio ya que los finalmente ‘ajusticiados’ no eran subversivos contra el régimen de Franco.
Otra impunidad es la del ‘caso Los Galindos’ (1975). La Sevilla tenebrosa tuvo ahí ‘manu militari’ en los estertores de la última dictadura. ¿Qué decir de aquel niño, Paquito Reyes, que apareció maniatado, calcinado y violado en 1984?. Tres jesuitas fueron detenidos, pero al juzgado le temblaron pulsos instructores mientras una policía eficaz documentó un ‘caso resuelto’ que jamás reclamó culpas a nadie, con o sin sotana.
Un año después de segarse la vida de Paquito en Torreblanca, en 1985, un talentoso penalista, Antonio Tellado, aparece asesinado en su bufete de Los Remedios. Ni la policía, ni profesionales del derecho más mediocres que el difunto encontraron claves de tan extraño crimen. La guasa macabra del foro hispalense dictaminó que aquel jurista ‘murió de muerte natural, [pues] era natural que muriera’: ¿Sería mafioso ese crimen?.
Los finales del siglo XX trajeron a esa ‘Sevilla Black’ que se intenta desvelar aquí muchos pícaros e individuos de peor especie. Ellos/as extendieron el delito hacia cualquiera. Es decir, quien menos imaginamos se implica en las más repugnantes conductas insertas en nuestro Código Penal. Narcos, atracadores, asesinos, violadores, corruptos, estafadores y pederastas pueden ser vecino/a de quien lea éstas líneas. El delito, y hace tiempo, ya no es coto de ‘fichados’ por la autoridad competente.
Ejemplos, un director de Justicia de la Junta atracó a su suegra, un periodista patea a un lotero que blanqueaba al narco. Un dentista espía el vestidor de sus enfermeras o un marqués viola a menores en el ‘cuarto oscuro’ del Arny. La codicia del dinero fácil convierte cualquiera en corrupto, falsificador o estafador, tanto da. No hay ya perfiles conductuales que maridan con expedientes judiciales o policiales. El delito, además, es omnipresente y ubicuo en los ordenadores y nos trae, a todos, las peores consecuencias. El criminal contemporáneo puede ser hasta conocido nuestro sin saberlo.
Esta ‘Sevilla Black’ no podía finiquitarse sin considerar que el criminal del siglo XXI nada tiene que ver con sus antecesores de siglo. Digamos que todo lo conocido ha cambiado en muy poco tiempo. El ciber-crimen es infinito, al igual que el espionaje que sufrimos de un poder que no controla la autoridad al 100%. Digámoslo claro: en nuestros días hay manos negras que mecen determinadas cunas. Y son descaradas.
Los mejores policías, guardias civiles, investigadores tributarios, fiscales o jueces están desbordados por el trabajo y desmotivados sobre su vocacional espíritu de servicio. La Ley se hace, también, relativa frente a tramas delictivas. El antaño efectivo periodismo de sucesos e investigación derivó en reporterismo judicial epidérmico, que ningunea a ‘malos’ que les premian su estómago. Los medios, según constatamos, no ofertan al ciudadano una verdad objetiva. Invitan a dogmas y ‘pensamientos únicos’ insostenibles con la desigualdad y empobrecimiento generalizado. El último refugio del ciudadano es un acto de fe sobre nuestra lenta Justicia y unos policías desbordados en su empeño.
Lo peor es cuando nuestras autoridades saben poco de algún delito grave que deben explicar cuando la temperatura de la ‘alarma social’ es alta. Sus portavoces, entonces, improvisan ‘antecedentes’ o endosan ‘ajuste de cuentas’ por si cuela para aplacar la rabia social, haya o no detenidos. Algo parecido a lo que le sucede al médico cuando culpa a un inconcreto virus para tranquilizar a su paciente.
La ‘Sevilla Black’ que abordará esta sección no hurtará al lector la crudeza de una ciudad donde conviven hipérboles, bondades, solidaridad y lo más lúgubre del ser humano. Confío no defraudará el nivel de los insignes periodistas de sucesos que tuvo El Correo en las últimas décadas (el inolvidable Pepe Guzmán, Antonio Silva, Alicia Gutiérrez, Iria Comesaña...) para contar el pulso -desde óptica analítica o relato revelador- más oculto de una Sevilla que hoy es más plural, cosmopolita y orgullosa de sus señas de identidad. Seguiremos informando.