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Cabalgata de Reyes 2020

Sevilla, capital de la felicidad

Una brillante Cabalgata de Reyes sacude de alegría e invade cada rincón de la ciudad en la tarde mágica del 5 de enero

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
05 ene 2020 / 19:13 h - Actualizado: 06 ene 2020 / 13:30 h.
"Cabalgata de Reyes 2020"
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  • Los primeros caramelos de la tarde al salir del Rectorado. Foto: Jesús Barrera
    Los primeros caramelos de la tarde al salir del Rectorado. Foto: Jesús Barrera

La ilusión no tiene hora. Tampoco edad. Se fragua en cuestión de segundos, a veces inesperadamente y sin mirar la edad del dni de cada persona. Este estado de ánimo brota cada año en las calles de Sevilla, donde por unanimidad –y sin necesidad de ninguna segunda votación- la ciudad entera celebra la ‘investidura’ de Melchor, Gaspar y Baltasar. Majestades, llegadas desde muy lejos, que reparten alegría y emociones en una comitiva mágica que impregna de felicidad y sacude cada rincón de la ciudad.

Pasaban unos minutos de las tres y media de la tarde cuando se obra el primer milagro. Inesperadamente se rasga una bolsa de caramelos que porta sobre sus hombros un bombero en su camino a la Universidad. La reacción es la de una piñata de cumpleaños. Apenas hay paciencia tras las vallas. Los más pequeños saltan de inmediato al asfalto de Palos de la Frontera, que en un abrir y cerrar de ojos, dejar todo más que limpio.

Sevilla, capital de la felicidad

Ya los primeros caramelos en las bolsas, hay quien aprovecha este compás de espera para recordar el dispositivo de recogida. Fundamental si se quiere llevar las bolsas. “A ver, los niños pegados a la valla, que cojan los que caigan por debajo, y los más mayores vamos por arriba... Mira yo me he hecho este cucurucho con un cartón”. Y es que, en familia o con amigos, “es necesario que cada uno sepa su papel” a la hora de ver pasar la Cabalgata de Reyes, explica Reyes y su esposo, que no dudan en poner a los más pequeños del grupo la pulsera localizadora que distribuyen los agentes de Policía.

Ruge con fuerza las inmediaciones del Prado cuando salen al balcón de la Facultad de Filosofía los Reyes Magos y los personales principales –con tropezón incluido de la Diosa Palas Atenea- de la Cabalgata, que desde hace más de cien años organiza el Ateneo de Sevilla. “¡Mira Alberto, ese es Baltasar, Tu preferido!”, señala un padre a su hijo de seis años, que sigue sin pestañear la liturgia de coronación y vivas que antecede a la puesta en marcha de la comitiva.

La Cabalgata se echa a andar con unos minutos de retraso sobre el horario anunciado. Aunque la verdad, poco importa. Era la hora añorada. La del reencuentro con el arrebato de alegría que producen estos monarcas de Oriente. “Adiós María. No dejes de soñar”, le grita al paso un beduino a una abuela rodeada de familia que aguarda tras las líneas rojas que este año delimitan el cordón de seguridad de la comitiva. “¿Ese quién es?”, se pregunta mientras uno de los nietos le responde: “Quién va a ser abuela. Pues un ayudante de los Reyes. Tú hazle caso”.

La Estrella de la Ilusión, que este año conoce bien Reyes Romero Sangiao, endulza los primeros metros del recorrido mientras hay quien desde el público, quizás tras algún incidente, muestra a voces sus preferencias en caramelos. “¡Más blanditos, por favor!”

Menos mal que los sones de las canciones de siempre (“Hola don Pepito, hola don José...”), interpretadas por las formaciones musicales, llegan en el momento justo para tararear entre todos y hasta marcarse unos bailes.

Sevilla, capital de la felicidad

Con una buena temperatura (más aún si se está al sol) y el ajetreo de agacharse y subir, estorba ya el chaquetón. “Y creíamos que íbamos a pasar frío”, asegura Lourdes, que no pierde de vista a su pequeña, que a sus dos años, ha optado por ser más práctica y sentarse en el suelo para así coger más rápidos los caramelos. “No hay quien la mueva de ahí”, añade su madre mientras trata de convencerla para subirla en brazos y ver la llegada de Melchor.

Este primer mago, que encarna Enrique Ybarra Valdenebro, se persigna al poco de salir su carroza del recinto universitario. También tiene un gesto muy bonito al pasar delante de la Basílica de la Macarena. Desde su trono, se arrodilla ante la Señora de San Gil, como hiciera ante su Hijo en Belén. Ya lo dijo tras su designación: «Siempre pienso que haciendo feliz a los demás, acompañado de Dios, es la manera de conseguir la felicidad plena en el ser humano».

La alegría se va desbordando por momentos y se extiende por todos los rincones de la ciudad. La Ronda Histórica recibe, aun con el sol de la tarde, a las nuevas carrozas, entre las que destacan la dedicada a la Cerámica de Triana con niñas de peineta y mantilla blanca, la de la Cadena Ser, que lleva a los niños del Proyecto Fraternitas del Polígono Sur, o la que conmemora los 425 años de la hermandad de la Macarena: con arco, mariquillas y alusiones a los templos de San Basilio y de San Gil. Todo un compendio bien interpretado y aplaudido por el público en torno a la historia de la Macarena.

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Y entre tanto avanza la noche y también el cortejo, fugaz y brillante de principio a fin. Ya con las primeras luces encendidas, el trono de Gaspar baja por la calle Feria. El rostro de este mago es muy parecido a José Luis García-Palacios Álvarez. Quizás por eso todos los caramelos que lanza son de la Caja Rural del Sur.

Una multitudinaria ola de alegría contagiosa se adentra por las murallas y va tomado el corazón de la ciudad. Lo sienten todos. Niños y aquellos que no lo son y que nunca dejaron de serlo. Lo sintió también Baltasar (Gabriel Rojas Fernández) que se levantaba y sonreía, y tiraba más caramelos aún a la anochecida. Parecía entonces el hermano aún más feliz del rey que había iniciado el desfile apenas unas horas antes. De hecho, como hiciera Melchor también se arrodilló ante la Virgen de la Esperanza.

Montones de personas corrían en paralelo a las carrozas para seguir la estela de este sueño de la Cabalgata de Reyes. Había entrado en un bucle en el que, sin darse cuenta, se llenaban de caramelos los bolsillos y de ilusión el alma. Todos volvían a ser niños. Los mayores también. Sevilla se había convertido entonces en capital de la felicidad.