“Sevilla se ha volcado tanto en el turismo que el desequilibrio la ha volcado”

Entrevista a Antonio Rivero Taravillo, escritor y traductor. Vive por y para la Literatura en todas sus facetas y géneros, su biografía de Cernuda en dos tomos es un hito para la Sevilla cultural, y mientras traduce las obras maestras de Shakespeare lamenta la actual decadencia de su amada Inglaterra

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
10 jun 2017 / 20:58 h - Actualizado: 10 jun 2017 / 21:03 h.
"Son y están","Entrevista"
  •  Antonio Rivero Taravillo reside en Sevilla en un paisaje urbano con mucha historia: la antigua Casa de la Moneda. / Jesús Barrera
    Antonio Rivero Taravillo reside en Sevilla en un paisaje urbano con mucha historia: la antigua Casa de la Moneda. / Jesús Barrera

Vive en la Casa de la Moneda, pero lo suyo no es un paraíso fiscal sino un parnaso literario. Vive de sus palabras y de las ajenas, como prolífico y polivalente traductor, poeta, biógrafo, novelista, articulista, autor de libros de viajes, director de revistas como Estación Poesía (editada por la Universidad de Sevilla), imparte talleres de poesía y de traducción,... Vive los estrechos como puente y no como separación, pues nació en Melilla hace 54 años y es el profesional sevillano de la cultura que más divulga a los escritores de las Islas Británicas. Antonio Rivero Taravillo, hijo de dos profesores (él de Química, ella de Lengua y Literatura), ya ha hecho historia en Sevilla por elaborar la biografía de Luis Cernuda, galardonada en 2008 a nivel nacional con el Premio Comillas.

¿Dónde radican sus recuerdos de infancia?

Soy el primogénito de tres hermanos, viví hasta la pubertad en Los Remedios, en la calle Juan Sebastián Elcano. Recuerdo ver desde el patio de mi casa la inauguración del Puente del Generalísimo. Vi a lo lejos muchas figuritas blancas, eran Franco y los demás militares con sus uniformes. Estuve en un colegio pequeñito, en uno de los chalés que ya han desaparecido en esa zona. Después nos mudamos a Nervión y mi padre, que era catedrático en la Escuela de Magisterio, nos inscribió en la escuela aneja, donde había maestros de plantilla y otros en prácticas. Y después pasé al Instituto Martínez Montañés. De los tres centros educativos guardo buen recuerdo.

¿Cuándo se sintió atraído por la literatura?

En mi casa siempre había muchos libros. Y en COU descubrí que me gustaba crear. Empecé por un acto rebelde de juventud. Ante el poema Canción de invierno, de Juan Ramón Jiménez (Cantan. Cantan / ¿Dónde cantan los pájaros que cantan? / ...) , dije en clase que me parecía una tontería, una simpleza. “Esto lo puedo hacer yo también”. Y me puse a emularlo, hice variaciones, y encontré un gusto especial en escribir, en el tanteo con las palabras.

¿Buscó afianzar esa inquietud mediante una carrera universitaria?

Elegí Derecho y la abandoné en el primer curso. Pensé en ella como carrera alimenticia. Me pasé a Filología Inglesa. No llegué a terminar esa carrera. Siempre he sido pésimo estudiante. No es algo de lo que alardee pero es una tendencia habitual de mucha gente que se dedica a la literatura de modo muy activo. Hay autores que fueron Nobel, como Juan Ramón Jiménez y Octavio Paz, que nunca llegaron a licenciarse.

No será usted tan mal estudiante, si de modo autodidacta ha estudiado el gaélico escocés, el irlandés, el galés y la cultura celta.

Para alguien que se dedica a la literatura es muy bueno pasar por la universidad. Todo lo que tiene un componente de creatividad exige ser una esponja de estímulos e informaciones. Pero, por otra parte, al igual que cuando se escribe poesía, tienes que mantener un equilibrio entre la norma y lo revolucionario, para intentar que no te aplaste la losa de lo recibido.

¿Su intensa dedicación a la traducción fue una elección alimenticia?

No, porque nunca he querido hacer traducciones que no fueran literarias. Y porque me he dado a conocer en el ámbito de la traducción literaria siendo yo quien le hacía propuestas a las editoriales. Por ejemplo, sobre el escritor irlandés Flann O'Brien, muy divertido, a quien me dediqué en 1989 cuando comencé a estudiar de modo autodidacta la lengua irlandesa. En 1991, en la editorial de la Universidad de Sevilla, a pesar de no haber acabado la carrera, con mi profesor Manuel Almagro (quien me impulsó el interés por la literatura de Joyce) publicamos un libro con una antología de poemas traducidos del norteamericano Ezra Pound. Cuando ya empecé a ser más conocido y valorado por mis traducciones, han llegado también muchos encargos sobre importantes autores en inglés o en irlandés, y he tenido la capacidad de seleccionar encargos.

¿Cuál es el autor vivo que ha traducido y con el que tiene mejor relación?

Jamie O'Neill, su novela Nadan dos chicos es magnífica pero muy compleja. Tiene alusiones a asuntos literarios, históricos y sociológicos que al no nativo se le escapan. Crucé muchos correos electrónicos con él para afinar en las claves de su obra y atinar en mi traducción, y estoy muy contento del resultado.

A los lectores de esta entrevista que no hayan leído ningún libro suyo, ¿cuál les recomienda en primer lugar?

Mi libro de viajes Viaje sentimental por Inglaterra, en el que vuelco mi amor por esa tierra, pero no solo desde el punto de vista de un libro informativo para viajar, que también, sino aportando referentes literarios y artísticos. Porque se vive mucho más un viaje o un sitio cuando se vincula a ecos literarios de personajes, se convierte en una experiencia en tres dimensiones.

¿Y qué les recomienda usted a los británicos en tiempos del 'brexit'?

Estos días pienso en la famosa canción Greensleeves (mangas verdes), del folclore inglés, para decirle a Theresa May: “A buenas horas, mangas verdes”. El brexit me parece una locura. Ahora se dan cuenta de todos los errores que han cometido. Como la tolerancia al intolerable islamismo radical que comete atentados. Han fallado durante muchos años por acción o por omisión. Han dejado que muchísimos radicales crearan ese caldo de cultivo, y ya nadie se escandaliza de que los autores de esas salvajadas tengan pasaporte británico. Tienen ahí un problema muy serio. La suma de graves errores nace de no terminar de asimilar que ya no existe el imperio británico, que su grandeza (con muchos claroscuros) ya no es tal. Y no quieren reconocer que son un país en decadencia absoluta.

¿Qué se puede diluir más, su identidad británica o su tradición democrática?

Hay que combinar el estado del bienestar con evitar que grupos de personas no tengan interés alguno en integrarse y conformen comunidades pequeñas o grandes donde los comportamientos sean atávicos y refractarios a los derechos humanos, a los derechos de la mujer, a los derechos de las minorías sexuales, en dirección contraria a los valores que han ido vertebrando una sociedad moderna. No podemos retroceder ni ir en sentido opuesto al desarrollo de los derechos y libertades. El problema no es el color de la piel, sino que en ciudades como Londres y Manchester hay personas que quieren vestirse y comportarse como se hacía en el desierto hace siglos. Por ejemplo, despreciando a las mujeres.

Si le dan a elegir, ¿qué territorio y cultura prefiere en las Islas Británicas?

Irlanda, sin duda. Me gustan mucho Inglaterra, Escocia y Gales, pero mi país vocacional es Irlanda. Soy pro irlandés. Me he sentido siempre muy en consonancia con su cultura, su tradición, su música...

¿Cómo es tenido en cuenta desde Sevilla en los ambientes culturales y editoriales de Madrid y Barcelona, sin vivaquear en sus cenáculos y camarillas?

Es duro y complicado, sobre todo al principio. Si he tenido suerte, es porque debajo hay mucho trabajo y esfuerzo. Logré publicar desde el principio en buenas editoriales de relevancia nacional, como Renacimiento (Sevilla) y Pre-Textos (Valencia). Ahora también en Siltolá, que está haciendo una gran labor desde Sevilla. Acerté al no encandilarme con el espejismo de publicar a cualquier precio, ni incurrí en la fiebre de la autoedición.

¿No le han desestimado nunca la publicación de un libro?

Sí, he presentado obras que han sido rechazadas en algunas editoriales. No me quejo, creo que es una vivencia importante, porque del rechazo surge una obra más depurada. Cualquier libro mío que ha sido rechazado logró crecer. Y en su versión publicada es mejor que en la presentada inicialmente.

Usted también ha trabajado como librero. ¿Dónde lo hizo primero?

Fui el encargado de la librería The English Bookshop, en Nervión. En ella estuve de 1989 hasta el 2000, cuando me contrató Casa del Libro para dirigir la sucursal que iba a abrir en Sevilla, en la calle Velázquez.

¿Qué destaca de esa etapa?

Fue providencial la directora general de Casa del Libro, Charo Albarrán, que quiso compaginar una cadena de librerías, comercialmente muy potente, dando también mucha importancia a hacer actividades culturales. Me puso en bandeja algo que a mí me encantaba organizar. Llegamos a tener una diaria. En Sevilla no se había visto nada parecido. Mi etapa ahí duró de 2001 a 2006. Y después me planteé el reto de dedicarme al máximo a elaborar la biografía de Cernuda.

¿Fue una odisea gozosa?

Fue un sueño hecho realidad, completar todo su periplo vital. Es un autor que siempre he leído con gran interés y tenía muchas anotaciones ya sobre él y su obra. Al ganar el Premio Comillas con el primer tomo de la biografía, que abarca toda su etapa en España, pude dedicar los 20.000 euros del premio, y el dinero adelantado por la editorial para el segundo tomo, a viajar a Gran Bretaña, Estados Unidos y México para conocer todos los lugares donde estuvo en esos países, todos los archivos donde pudiera hallar documentación y todos los testimonios posibles.

¿Dónde le entendió mejor, en los documentos o en sus domicilios?

Para mí es muy importante, y lo descubrí con la biografía sobre Cernuda, que dedicarte a un autor no es solo trabajar en bibliotecas y hemerotecas, ni solo entrevistar a personas que puedan aportarte algo. Es fundamental conocer los espacios en los que se desenvolvió esa vida, porque te haces muy bien la idea de cuáles fueron las circunstancias. Hay en cada lugar una especie de luz o escenificación que contribuye mucho a situarte, a ponerte en la piel del personaje.

Tras publicarse dicha biografía, ¿ha descubierto algo relevante sobre Cernuda?

Desde entonces me han llegado algunas informaciones más que no son trascendentes. Detalles sobre con qué persona se reunió en tal ciudad cuando la visitó, o identificaciones de algunas personas que salen con él en fotos y no son las que se había nombrado inicialmente. De la vida de Cernuda creo que ya está casi todo descubierto y dicho, salvo que aparezcan epistolarios. El más importante es el de su correspondencia con Octavio Paz. Tuvieron una relación epistolar frecuente durante muchos años, favorecida porque Paz vivió en muchos países al ser diplomático para el gobierno mexicano. Las cartas de Paz a Cernuda no se conservan, porque éste no guardaba cartas recibidas. Pero Paz sí guardó las de Cernuda. Su viuda aún no ha dado permiso a que sean conocidas, estudiadas y publicadas. Hablé con ella en México, le insistí, intenté persuadirla, pero me dio calabazas. No desespero, confío en que más adelante sea posible.

Cernuda en Sevilla es más invocado que leído. Incluso como etiqueta política de un sector de la sociedad sevillana respecto a otro. ¿Poner en pie su biografía completa le ha situado a usted en un plano de prestigio dentro de la ciudad?

He vivido una fuerte ambivalencia. Todos dicen que la biografía es estupenda, pero el mundo académico, en general, es un tanto estreñido y celoso de su espacio, y no deja fácilmente que un intruso compita con ellos. Y eso se nota. Actúan como compartimentos estancos de las publicaciones académicas, de la divulgación literaria. Consideran que la Literatura es aquello de lo que se ocupa la academia o la universidad, pero no tienen agilidad como para dialogar de una forma fluida con lo que se hace fuera de ellas.

Con décadas de retraso, el Ayuntamiento de Sevilla va a asumir y preservar la casa natal de Cernuda, en la calle Acetres. ¿Qué propone hacer con ella?

Esta es la proporción adecuada: un pequeño espacio museístico sobre el poeta y un gran foco vivo de acción poética. Ha de ser un centro cultural especializado en poesía, con una biblioteca no solo sobre Cernuda sino también de la Generación del 27, y de la poesía en general. Un lugar que sea referente de la mejor poesía hispanoamericana, con seminarios, conferencias y otras actividades.

¿Qué ejemplos de gestión cultural con casas natales de escritores aconseja tener en cuenta?

En general, en Europa tienden a la fosilización de la memoria del escritor. Sin embargo, y tenemos que aprender de ellos, en Hispanoamérica hay varios ejemplos de casas de poetas que tienen actividad de calidad. Por ejemplo, en Ciudad de México destaco la casa natal del poeta Ramón López Velarde. Y en Colombia sobresale la casa del poeta José Asunción Silva, en Bogotá, también es un núcleo muy vivo de cultura.

Como creador, ¿usted cómo se presenta en sociedad?

Me considero poeta, o trato de ser poeta. Es el género que más estimo. Recientemente, he empezado a escribir libros de ficción, que nacen de mis trabajos como biógrafo, en los que respeto las convenciones del género y me atengo a lo histórico. Pero me di cuenta de que me encanta investigar y armar vidas que se prestan a ser mejor iluminadas con el foco de la narrativa porque te permites libertades que no son engaños, puedes abundar en episodios que quedan en sombra, subrayar rasgos del personaje que de manera científica en la biografía no puedes. No son novelas históricas. Incluyen mucha información biográfica pero evitando que el peso de los datos sea opresivo, y procuro con la ficción darle más vida a los personajes. Ya tengo dos publicadas, y dos sin editar.

¿Conoció en persona a Octavio Paz, al que novela en 'Los huesos olvidados'?

Sí, en Sevilla, muy brevemente, cuando participó en 1988 en el congreso internacional sobre Cernuda. Me subyugó su talento. He leído toda su obra, le admiro mucho. El punto de partida de mi novela es su participación durante la guerra civil, en 1937, en el Congreso de Escritores Antifascistas. Un amigo suyo desapareció. Es el punto de partida de mi ficción. Como telón de fondo, en el libro están las purgas entre estalinistas y trotskistas dentro del comunismo español.

A uno de los grandes escritores que usted ha traducido, Yeats, le ha dedicado su última novela, 'Los fantasmas de Yeats', sobre su estancia en Sevilla. ¿Qué lugares conoció?

Se alojó en 1927 en la Plaza de la Magdalena (que entonces se llamaba Plaza del Pacífico), en el Gran Hotel París, el mismo en el que estuvieron tres semanas después los poetas del 27 en su viaje para homenajear a Góngora en Sevilla. Yeats, que es un poeta descomunal, merecido Premio Nobel, llegó a Sevilla con una severa afección pulmonar. La mayor parte del tiempo se quedó recluido en el hotel y no dio grandes paseos. Y su salud, lejos de mejorar, empeoró por el frío sevillano, y por la falta de calefacción en los edificios. Su mujer lo cuenta en una carta, en Sevilla pasaban más frío que en Irlanda o en Londres.

¿Contactó Yeats con los escritores de aquella Sevilla?

Yeats no conoció a los poetas locales ni éstos supieron que él estaba en Sevilla. Lo que hago en el libro es explotar esos movimientos por los mismos escenarios, sin reconocerse. Es un ejemplo de lo que sucede en la vida en general, muchas veces no reconocemos quién está a nuestro lado, nos llevaríamos una gran sorpresa de saber con quién nos vamos entrecruzando y qué otras vidas se topan con las nuestras. En el libro desarrollo las similitudes que tenía Yeats como persona con algún poeta sevillano, como Fernando Villalón, que también era un gran apasionado por el espiritismo. Y también tiene puntos en común con Ignacio Sánchez Mejías.

¿Cuánto tiene de ficción y de fantasmada la vida real de Sevilla hoy en día?

Sevilla tiene varios vectores, uno es más clásico, romano, austero, de interesante vida interior de puertas adentro. Y otro vector tiende a lo externo, barroco, tendente a la exhibición y alarde de ficción o de ostentación de puertas afuera. Por eso, en Sevilla, si te quedas en lo más superficial no te das cuenta de todo lo que hay subterráneo u oculto.

¿Usted es un sevillano cosmopolita en una ciudad poco cosmopolita?

La sociedad sevillana, independientemente del signo político de cada cual, es muy conservadora, y cuesta mucho trabajo que tendencias modernas e innovadoras arraiguen en la ciudad. Eso es un problema. En los últimos años, la ciudad ha sufrido, y digo sufrido, una transformación radical con la llegada masiva de turismo, que ha cambiado la faz del centro de la ciudad. Eso no ha propiciado que seamos más cosmopolitas. Simplemente, bajo el inalterado sustrato conservador, hay una epidermis volcada hacia el turismo. Y digo volcada, derrumbada, por el turismo. No caigamos en el chovinismo sevillano, la ciudad padece un turismo desordenado. Sí, es un modelo que crea empleo. Pero cada vez hay más ciudades donde se está reflexionando sobre las consecuencias de ese gran desequilibrio.

Ninguna ciudad es solo su casco antiguo, ¿el turismo desequilibra la vida cotidiana en Sevilla Este o en Pino Montano?

Eso es pertinente decirlo. Pero el centro de cualquier ciudad es su corazón y cada vez es más difícil ser vecino y residente del centro, que se está convirtiendo en un parque temático. Cada vez es más difícil comprar algo de intendencia diaria. Porque todos los locales donde había comercios tradicionales son convertidos en bares, en casas de cambio, en lugares volcados hacia el turismo. En el centro, más allá de los monumentos, lo que ven los turistas es... muchos turistas. Los árboles no les dejan ver el bosque de la ciudad vivida.

¿El ambiente profesional sevillano de la cultura sí es cosmopolita?

Sí, hay una minoría cultural con talento, cosmopolita y abierta. Es motor de actividades que no tienen el respaldo del resto de la sociedad. Ser innovador en Sevilla cuesta mucho más, hay que vencer inercias enormes, y los hay que se marchan fuera.

A pesar del cierre en Sevilla de librerías señeras, y de los augurios agoreros a quien emprende en el sector del libro, están surgiendo nuevas librerías y nuevas editoriales. ¿Qué opina?

En el mundo del libro, no solo en Sevilla, está estudiado que la mayor parte de las librerías y las editoriales no sobreviven al tercer o cuarto año. Porque no han hecho un consistente plan de negocio y se han dejado llevar por el impulso romántico e idealista. Veo con gran esperanza y entusiasmo que se abren nuevos espacios, que no solo son lugares de expedición de libros sino que también tienen actividades. Siltolá está haciendo un trabajo estupendo. Caótica también. Y otras librerías de pequeñas dimensiones cuya labor es muy buena, seleccionando su catálogo, teniendo un trato fructífero con los clientes. A las editoriales creadas en Sevilla, mi consejo es que no descuiden el mercado nacional, para sobrevivir han de apelar a un público más amplio.

Como ciudadano, para mejorar Sevilla, ¿qué propone hacer y qué propone dejar de hacer?

Propondría mirar a la antigua Grecia y buscar que la ciudad fuera de dimensiones humanas, y subrayar su habitabilidad. Muchas veces se hacen proyectos que parecen pensados en contra de las personas. El último ejemplo desastroso es la reurbanización del Paseo Marqués del Contadero junto al río. Yo no haría en Sevilla proyectos grandilocuentes y fríos que, precisamente, van en contra de cómo vivir la ciudad desde dimensiones humanas.

¿Y conoce la Sevilla mayoritaria, la de los barrios en su periferia?

Voy poco. Mi vida de residente en Sevilla ha tenido una perspectiva abarcadora y representativa. Empecé en un barrio extramuros, Los Remedios. Después residí en otro barrio extramuros, Nervión. Durante una década me fui a Tomares, donde era el concepto de ciudad dormitorio, y ahora estoy en el centro, que, para bien o para mal, está sufriendo una radical transformación. Para mí, es una locura cómo se genera en las ciudades mediterráneas la necesidad de coger el coche, cuando debe potenciarse hacer vida de peatón y caminar, es algo cada vez menos favorecido, y creo que es importante para Sevilla, vivirla como una ciudad a pie. Abomino de tener que coger el coche para todo.

¿Qué tiene en su mesa de trabajo?

Estoy haciendo muchas traducciones para Alianza Editorial. Acaban de publicarse una antología bilingüe de la poesía de Edgar Allan Poe, y otra de la poesía de John Donne, gran autor coetáneo de Shakespeare y Cervantes. Y ahora estoy trabajando en la traducción de las principales obras de teatro de Shakespeare, se publicarán por separado a partir del 2018.

Ya existen muchas traducciones al español de sus obras. ¿Por qué encargarle ese trabajo, en lugar de reeditar las que se publicaron antaño?

Tiene fundamento porque los investigadores han ido mejorando y depurando mucho cómo se deben editar y fijar los textos de autores de siglos atrás. Y porque para leer a los grandes autores pueden convivir muchas traducciones distintas. En mi caso, estoy tratando de afinar lo más posible para acercar a la riqueza del lenguaje literario y poético de Shakespeare, quien constantemente emplea juegos de palabras, polisemias... Por ejemplo, en Romeo y Julieta, hay muchos juegos de palabras de índole sexual, sobre los que se pasaba de puntillas en traducciones realizadas en épocas más pacatas. Y, aunque es una obra considerada un canto al amor, incluye muchas frases con doble sentido, con humor, que favorecían fijar el interés de los espectadores, y reírse, cuando acudían a los teatros de la época. Lo complicado para el traductor es conjugar los diferentes planos, y a la vez eso favorece la conveniencia de hacer una nueva traducción.

Ante el continuo debate sobre la identidad de Shakespeare, ¿cuál es su opinión?

Creo que existió y que fue una sola persona el autor de esas obras. Bien es verdad que cuando se montaban para los teatros, sufrían modificaciones, y los actores y otros colaboradores arrimaban el hombro para hacerle sugerencias. Pero, aunque cuesta comprender cómo fue capaz de escribir tantos textos maravillosos, la explicación es sencilla: era un genio. Nos olvidamos de que existen personas con una valía extraordinaria. Genios que son la excepción. Si a cualquiera de nosotros nos ponen la música de la Novena Sinfonía de Beethoven y nos dicen que eso lo compuso un sordo, parece un chiste. Pero fue verdad. Y la vida de Beethoven no predisponía en absoluto a la creación musical porque su padre era un borracho y el ambiente en su hogar era penoso.