Sevillanos bienvenidos

Condesa de Lebrija. Más conocido por los turistas que por el público local, este palacio, en la calle Cuna, es un «perfume arquitectónico»

03 abr 2018 / 08:00 h - Actualizado: 02 abr 2018 / 20:17 h.
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  • Una de las lujosas estancias del Palacio de Lebrija que se encuentra en la calle Cuna. / Reportaje gráfico: Jesús Barrera
    Una de las lujosas estancias del Palacio de Lebrija que se encuentra en la calle Cuna. / Reportaje gráfico: Jesús Barrera
  • La planta baja configura todo un museo arqueológico. / Jesús Barrera
    La planta baja configura todo un museo arqueológico. / Jesús Barrera
  • Detalle de una porcelana. / J. Barrera
    Detalle de una porcelana. / J. Barrera
  • Vista parcial de la imponente biblioteca. / Jesús Barrera
    Vista parcial de la imponente biblioteca. / Jesús Barrera
  • Imagen del patio porticado en el que destaca el mosaico central del siglo II con el dios Pan en el centro. / Jesús Barrera
    Imagen del patio porticado en el que destaca el mosaico central del siglo II con el dios Pan en el centro. / Jesús Barrera
  • Azulejería sevillana en una de las habitaciones.
    Azulejería sevillana en una de las habitaciones.
  • Fachada del Palacio de Lebrija en la calle Cuna. / J. Barrera
    Fachada del Palacio de Lebrija en la calle Cuna. / J. Barrera
  • Detalles de una de las múltiples colecciones que se contemplan en el interior.
    Detalles de una de las múltiples colecciones que se contemplan en el interior.
  • La habitación azul.
    La habitación azul.

En la calle Cuna, 8, deberían colgar un cartel: «Sevillanos bienvenidos». Puede dársele una vuelta a la idea, quizás algún lema más comercial también valga. Pero, sea como fuerte, este palacio, construido en el siglo XVI y remodelado en el XIX, debería ser visitado inmediatamente por cualquier sevillano que se precie de querer –y conocer– su ciudad. El Palacio de Lebrija –o de la Condesa de Lebrija, Regla Manjón Mergelina– no es un lugar cualquiera, sencillamente porque no hay otro idéntico en toda Híspalis. Y, mejor aun, porque la sorpresa se adueña de quien lo contempla en cada estancia a la que se asoma.

Visitable desde 1999, actualmente es propiedad de Isabel de León Borrero, Marquesa de Méritos y presidenta de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Este inmueble es el buque insignia de una familia aristocrática que parece haber conservado la casa como si se hubieran marchado ayer mismo. Nadie vive actualmente en él, pero si con nuestra imaginación lo desnudamos de algunos cordones que prohiben el acceso a según qué espacios, podríamos sentir que, en cualquier momento, vamos a formar parte de un guateque modernista de alto postín.

«Es un perfume arquitectónico» dice un visitante –extranjero, cómo no– en la web TripAdvisor. Y no anda desacertado en su valoración. Todo en este lugar esta condensado, y cada habitación parece diferente a la anterior. «La huella que dejó la Condesa de Lebrija fue excepcional, hizo una transformación profunda del edificio», explica Guadalupe Cobos, guía del Palacio. La histórica dueña legó su propia valoración: «Tienen las casas almas, algo indefinible nacido de una idea o un sentimiento. Este lugar es el relicario donde he guardado los venerables tesoros de mis abuelos y mis tesoros artísticos durante toda mi vida acumulados».

De esta forma se entiende que el paisaje interior de la casa sea tan heterodoxo como, a la vez, bien armonizado. Veremos una sala llena de maderas africanas, innumerables muestras de azulejería de Triana, diversas colecciones bien expuestas de cristalerías de Bohemia y Baccarat, ajuares de valiosa porcelana... «La Condesa fue una gran coleccionista. Y cuando adquirió este inmueble pasó 13 años adaptándolo a su gusto y encajando, por cierto, el mosaico del siglo II que se sitúa en el corazón del patio porticado principal», explica la principal guía del Palacio de Lebrija. Un mosaico al que se refiere, espectacularmente conservado, que representa en el centro al dios Pan rodeado por alegorías de las cuatro estaciones y estampas de los amores del dios Zeus.

En el pasado, la casa perteneció a la acaudalada familia extremeña de los Corbos, pero de aquel pasado poca o ninguna documentación se conserva. No queda prácticamente huella alguna de ellos. Y todo lo que vemos es, de alguna forma, como si contemplásemos el mundo a través de los ojos de la Condesa de Lebrija, que se enamoró de una valiosa copia de Santa Justa y Rufina de la escuela de Murillo, y de obras de Bruegel el Viejo y Van Dyck que cuelgan (aun) de estas paredes. También nos fijaremos en un busto del marido de la noble, Federico Sánchez Bedoya, y en una espectacular capilla en la que sobresale un enjuto y muy singular Cristo crucificado tallado en marfil en el siglo XVIII. En sus 2.500 metros cuadrados las colecciones se acumulan, y en todas las estancias sobresalen elementos que llamarán nuestra atención, ya sea una Inmaculada Concepción pintada por algún alumno de Velázquez o una vieja espineta –instrumento en el que Mozart compuso sus primeras piezas– que duerme silente en una pequeña habitación.

Uno de los espacios más sobrecogedores es la biblioteca, donde se atesoran más de 6.000 libros. Muebles rococós y tapices de intenso color rojo encuentran acomodo aquí iluminados por una lámpara de araña de gas. Casi podríamos imaginar a Edgar Allan Poe escribiendo uno de sus relatos de terror o si somos de memoria cinéfila, Dario Argento podría haber localizado en esta sala una de las siniestras escenas de su película Suspiria. Metros más allá se despliega la escalera, en la que veremos auténticos artesonados árabes y azulejería de los siglos XVI y XVII. Además un mosaico romano la circunda, otorgándole todavía mayor majestuosidad (y teatralidad) a un Palacio que adquiere, en según que espacios, aires de escenario.

Que sus estancias lleven nombres como Medusa, Ganímedes o Dionisos no hace si no insistir en la idea anterior. La Condesa de Lebrija hizo, literalmente, lo que quiso con su palacio; haciéndolo diferente a cualquier otro que podamos visitar. No siguió los cánones al uso y, simplemente, se dedicó a disfrutar de su propiedad. Ese carácter, diríamos emancipado, le llevaría también a ser la primera mujer en entrar en 1918 en la Academia de Bellas Artes de Sevilla; recibiendo poco después el título de Hija Adoptiva de la ciudad (había nacido en Sanlúcar de Barrameda en 1851).

Regresando a la planta baja, en las galerías encontramos numerosos restos arqueológicos en parte procedentes de las Ruinas Romanas de Itálica: Estatuas, tinajas romanas y árabes, brocales de pozo y vitrinas con cerámicas y otros restos de varias épocas, como una selección de brocales de pozo, ánforas, columnas y esculturas,​ bustos grecorromanos y representaciones mitológicas junto con otras de estilo andino, chino y persa. Un museo arqueológico en miniatura (o no tanto) que se extiende por varias estancias y que insisten en la pasión coleccionista por las antigüedades de la Condesa de Lebrija.

En la calle, la puerta de madera de caoba del siglo XVI simplemente resulta sobria. No aporta idea alguna de todo lo que se atesora en su interior, como tampoco lo hace la reja de hierro dorado y policromado que veremos en el zaguán, donde son demasiados los que deciden echar un vistazo, desde esta perspectiva, y marchar creyendo que se trata de algún señuelo para guiris. Nada más lejos. Un viaje a otra época y a otras impensables posibilidades económicas...

SALDRÁ ENCANTADO DE HABERLO CONOCIDO

Que en Google no haya una sola reseña negativa –de las más de 300– que acumula el Palacio de la Condesa de Lebrija debería ser razón suficiente como para ir a visitarlo. Visitar la planta baja cuesta seis euros, visitar todo el edificio, nueve euros; siendo guiada la visita a las estancias superiores. El horario general (salvo en verano) es de 10.00 a 19.00 horas de lunes a viernes; sábados, de 10.00 a 14.00 horas y de 16.00 a 1800 horas; domingos, de 10.00 a 14.00 horas. Para reservas de grupos el teléfono es 954227802. Y para conocer más detalles sobre la visita está la web http://www.palaciodelebrija.com.