Crónicas dominicales

Significados del símbolo Plaza de la Maestranza

Triunfo de Morante, muerte de un caballo, polémica incesante en torno a la Fiesta de los Toros. Todo ello da pie para reflexionar sobre el tema desde un punto de vista antropológico e histórico

03 oct 2021 / 04:00 h - Actualizado: 03 oct 2021 / 04:00 h.
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  • Plaza de toros de La Maestranza. / El Correo
    Plaza de toros de La Maestranza. / El Correo

La Maestranza sevillana nos conduce a una serie de elementos culturales de profundas esencias. Maestranza significa, en el lenguaje sígnico antropológico, sangre, folklore, etnología, pero también sociología, estructura social y económica. La tauromaquia posee, como nos dirá Dominique Fournier, quien a su vez recoge teorías de Julián Pitt-Rivers o de pedro Romero de Solís, unos “orígenes profundamente populares, consustanciales a una auténtica identidad cultural ibérica y prerromana”.

Antonio García Baquero e Ignacio Vázquez Parladé, junto al citado Pedro Romero de Solís, defienden en su libro Sevilla y la fiesta de los toros, el matiz y la raíz religiosa mediterránea, de lo que hoy es la fiesta de los toros. Para ello, por ejemplo, enumeran las llamadas corridas votivas que se celebraban en época bajomedieval en cumplimiento de algún voto religioso; las corridas funerarias del siglo XVI, recogidas en testamentos por miembros de la nobleza para contribuir a la salvación del alma y a las que había que dar cumplimiento pues de una voluntad póstuma se trataba.

No creemos necesario entrar en los archiconocidos datos de la presencia en la Antigüedad de la tauromaquia en ánforas fenicias y griegas o en los frescos del palacio de Cnosos, así como tampoco en las luchas de hércules contra los toros de Gerión, esto último ya dentro de la mitología, Sí nos parece más enriquecedor abordar el significado de la sangre como parte del ritual religioso. Lo haremos más adelante.

Comienza el toreo a caballo

Dejando pues al margen las raíces del tema en la antigüedad, ciñámonos a éstas pero en lo más inmediato: en la Medievalidad. En esta época histórica, el gentío abatía a los toros tras herirlos con flechas, venablos, cuchillos y dardos. Había incluso responsables de rematar al animal: los matatoros.

La legislación real va a prohibir la actividad de los matatoros, lo que dará paso al caballero noble, es decir, al toreo a caballo incipiente. Poco a poco, y estamos en la era bajomedieval y en los primeros momentos de Edad Moderna, la “lidia” de toros se torna exclusiva competencia de la nobleza, del caballero.

El hecho va íntimamente unido a las circunstancias históricas. Sevilla, conquistada por Fernando III a mediados del siglo XIII, consolidado el dominio castellano por medio de Alfonso X El Sabio, se convierte en tierra para ser repoblada a través del repartimiento de zonas a guerreros de la nobleza, y de la creación de los concejos correspondientes. Al mismo tiempo, las nuevas propiedades, extensas, serán punto de destino del toro bravo y consolidación del latifundismo en el Bajo Guadalquivir.

La dinámica histórica, la nueva estructura socioeconómica y la mentalidad caballeresca, de la nobleza guerrera, van a jugar un importante papel en el desarrollo de la tauromaquia. No obstante, si del pueblo llano procedían las costumbres etnológicas de acoso al toro, a ese mismo segmento social regresarán esas costumbres o, mejor dicho, se producirá una popularización total de las mismas; la nobleza no se desprendería de ellas.

Nobleza y plebe, así surgió el toreo

Aunque había conseguido el estamento noble hacer del “combate” con el toro una seña identificativa, en los siglos XVII y XVIII la plebe se vuelve a hacer “dueña” paulatinamente de ese “combate” ante la resistencia nobiliaria, que acaba por ceder. Con el tiempo se produciría la síntesis cuyo exponente máximo vivimos hoy.

La recuperación por parte del pueblo llano fue posible gracias a que en determinadas zonas rurales o de arrabales la costumbre de utilizar el acoso y derribo al toro se había conservado, pese a las prohibiciones legales. Se trataba de zonas relativamente aisladas a las que no era fácil imponer legislaciones. Así, no era extraño que la celebración de una boda llevara consigo una tauromaquia. En Sevilla, la hermandad de Santa Ana organizaba este tipo de festejos.

Por tanto, después de lo dicho puede deducirse la importancia que, como símbolo cultural, tendrá en Sevilla y en buena parte de Andalucía (Ronda), la tauromaquia. En lo que respecta a Sevilla, si primero es sede real y después se convertirá ya en la Edad Moderna en centro mundial con el tráfico de Indias, la fiesta de los toros será útil como reflejo de una realidad socioeconómica, folklórica, y de ostentación de poder por parte de la nobleza. Todo ello sobre la raíz religiosa mencionada. Los citados García Barquero, Romero de Solís y Vázquez Parladé llaman la atención sobre el fenómeno que en 1980 pudieron comprobar: el día del Corpus de ese año, los sevillanos recogían del suelo por la mañana el romero sobre el que había pasado la Sagrada custodia para besarlo o, simplemente, pasárselo por el rostro o el pecho. Por la tarde, los aficionados (que viene del afectio latino o amor hacia algo) a los toros, realizaron un acto semejante en la Maestranza tras una faena de Curro Romero.

Se habría producido, por tanto, el ritual del sacrificio sagrado. Cuando Roma llegó a la Bética observó con asombro cómo en Cádiz se ofrecían sacrificios humanos y de animales a Hércules. La tauromaquia sería, pues, un ritual con una víctima: el toro, con un elemento que une al cosmos, a los dioses: la sangre, y con un sacerdote, un matador. ¿Quién sería ese sacerdote? Antonio Machado, por boca de Juan Mairena, no tendrá dudas: el torero, que incluso se recluye a orar y a meditar en su habitación del hotel antes de la ceremonia. Falta tan solo un detalle básico: el templo, que lo tenemos en la Maestranza. Así será definida la plaza en alguna ocasión por el mundo periodístico y literario

¿Cómo llega la Maestranza con el paso de los años a tornarse templo para todos en lugar de ser sólo para una minoría caballeresca que ya tuvo sus propias “maestranzas” en zonas de Sevilla como en la Plaza de San Francisco, centro de poder político?

Quien fuera director de El Correo de Andalucía, José María Requena, describirá en su obra Gente del toro el proceso de esta forma magistral: “Daos cuenta de que, un buen día, el criado que ayuda al caballero cede ante la tentación siempre a punto de la independencia. Conoce de sobra los instintos del toro y cae en la cuenta de que su faena de peón no sólo es muy emocionante, sino que supera en grandeza y riesgo al empaque ventajista del rejoneo. Un paso más en la rebeldía y, tras los piques lógicos del señorío, se congrega el atractivo de la fiesta en torno al habilidoso plebeyo que se las entiende con el toro, hasta matarlo pisando el mismo suelo y sin el predominio de nivel que concede la alzada del caballo”.

Es, en efecto, la toma de la fiesta por los lacayos, por el tumulto, como nos dirán A. García Baquero, P. Romero de Solís y Vázquez Parladé. Requena continúa: “Después, la frenética oportunidad del Romanticismo consagra y consuma al calorcillo de su replanteo de valores, incuba el Romanticismo un nuevo modo de entender la vida y de entusiasmarse con ella. Se desplazan hacia lo popular las referencias de lo exquisito. La pintura, el teatro, la música, el relato, la poesía... Todas las artes se escapan de los palacios y buscan palabras, colores y sones en las plazuelas. Las duquesas se hacen retratar por los pintores en plenitudes lozanas de majas castizas. Lo más humano termina por encandilar a lo más distinguido. El encaje y la porcelana palidecen de envidia ante la gracia traviesa de lo espontáneo. Viene a ser como si, de repente, hasta el talento y el poderío se apearan de los corceles de sus remilgos para gozar de la emoción de la vida, toreándola a pie y a ras del pueblo llano”.

Consecuencia del proceso, la popularización de la tauromaquia. Requena lo refleja en estos términos: “el torero plebeyo se adueña de la grandeza del ruedo por lo mismo que la aristocracia española se fuga de sus rigodones para respirar alegría en la pradera de San Isidro o para encenderse con sol y vino en la Feria de Mairena. La España romántica ha inventado ya, en su gozoso reencuentro con la naturaleza, un rey apoteósico y analfabeto: el gran matador de toros”.

Plaza de la Maestranza – Plaza de las Ventas

San Isidro y Mairena. Madrid y Sevilla. Tras la irrupción castellana del siglo XIII, el ideal caballeresco se implanta en Andalucía. Con él, más tarde, ideas procedentes de la Contrarreforma. Las relaciones especiales que en época contemporánea mantiene el segmento propietario andaluz con Madrid acaban por configurar un determinado paisaje socioeconómico que tendrá su consiguiente reflejo en la implantación de la fiesta de los toros (Plaza de la Maestranza – Plaza de las Ventas, las dos catedrales del toreo).

El matador de toros ya popularizado, dirá Requena, “se erige en inspirado creador de emociones colectivas y, obligado a suavizar la aspereza de su bravura a secas, acude a fórmulas de danza y rima”. En definitiva, José María Requena nos hablará también de ritual religioso pero con matices: “Extraña ‘liturgia’ en la que toma parte el torero como oficiante y como ídolo, duplicada su personalidad, como en tantos otros aspectos, por sus funciones de sacerdote y diosecillo. Después de todo puede ser que esta ‘liturgia’ entrecomillada no pase de ser la expresión de una extraña beatería: la beatería que se plasma en torno a esa falsa religión de colores mágicos y horrores ciertos que es la corrida, sacrificio que inmola al toro en ausencia absoluta de una divinidad que perciba la ofrenda. Una beatería, en fin, que se rubrica en excesos expresivos hasta casi convertirse en fetichismo, mediante las sublimaciones líricas del color, de la luz y de la música”.

Exportando la Fiesta, ¿por qué?

Con el paso de los años, el cosmopolitismo de Madrid juega a favor de Andalucía en este terreno de la tauromaquia. Andalucía en general y Sevilla en particular, convierten a la fiesta de los toros en algo que contribuye a su personalidad. Incluso la situación y el estatus de Sevilla en época dorada de Indias originará que, en buena medida, la esencialidad de la tauromaquia sea “exportada” a América, en especial a México.

¿Por qué en especial a México? Nos responde Dominique Fournier en su artículo científico “Del sacrificio taurino como estrategia civilizadora”. La inmolación del toro fue de utilidad a los colonizadores para contrarrestar en el imperio azteca la inmolación humana. Se trataba de sustituir la sangre humana por la de animal. De alguna forma, y salvando las distancias y circunstancias, la historia parece que se repetía. Si Roma rechaza los sacrificios humanos que los “andaluces” de la Antigüedad ofrecían a Heracles en el templo de Gades, ahora es España quien hace lo propio con los aztecas.

Dice Fournier: “el toro pudo, sin gran dificultad, ocupar el paradigmático de la víctima sacrificial indígena en la medida en que permitía establecer un contacto directo y ritual con la naturaleza”. Y añade: “Para la mentalidad india, impulsada siempre por una particular potencia de vocación espiritual, esta forma de matanza, que constituye la corrida, era interiorizada instantáneamente y se acomodaba con facilidad dentro del sistema sacrificial satisfaciendo una espera profunda, un anhelo lejano”.

Claro que para ello la Corona hubo de enviar reses bravas a las nuevas tierras. En ellas se reprodujo una estructura de la propiedad y del poder similares a lo andaluz. Si en Sevilla era una demostración de poder improvisar una corrida en la Plaza de San Francisco, algo semejante va a suceder en México. Además, dice Dominique Fournier, “la idea, la técnica de una ganadería extensiva que permitiese la obtención de un animal ‘cimarrón’ no podía ser sino de inspiración andaluza puesto que el sistema político-económico que la colonia se esforzaba por imponer apuntaba a reducir las reglas de organización social que se fundaban sobre la dominación de una oligarquía agraria”.

Por último, “¿quién practicó, en México, las suertes características del toreo a caballo? Sin duda, los mismos caballeros que se admiraban en las fiestas andaluzas, es decir las gentes de cierta nobleza que llegaban a brillar matando los toros, según las reglas técnicas en vigor, ante un público que valoraba los comportamientos exteriores de la aristocracia. Los que organizaban las corridas de toros eran antiguamente, los mismos que participaban”.

La tauromaquia, pues, como una de las señas de identidad de Sevilla y Andalucía, teniendo en Sevilla uno de sus centros simbólicos de más relieve: la Maestranza. Otra cuestión es que el tiempo transcurrido ponga en solfa tal seña de identidad, como ocurre en tantas otras manifestaciones humanas.